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De la insensatez a la fe: el apóstol Pedro

Al escribir este artículo experimento una gran alegría. Es como un viaje, sé de dónde estoy partiendo, pero sé que me espera un recorrido lleno de descubrimientos y encuentros.

En esta lección titulada “De la Insensatez a la Fe: el apóstol Pedro”, lo cual habla de transformación, me siento invitada a recorrer diferentes rutas y paisajes. Viajemos.

Nuestro mapa de viaje nos muestra diferentes lugares. Vamos a explorar dos de ellos:

  • La transformación de Simón en Pedro.
  • El lugar de las emociones en la vida cristiana.

Comienzo mi exploración reflexionando sobre la transformación de Simón en Pedro. Al comienzo de la lección se pone énfasis en la emotividad de Pedro y se la vincula con sus “muchas equivocaciones”. Se afirma que “las emociones son una parte importante de la vida cristiana, pero no la más importante”, y que “lo que sentimos no es la prueba final de qué es la verdad”. Estas declaraciones forman parte de la tradicional actitud de la iglesia de desvalorizar las emociones y de privilegiar la racionalidad. ¡Es como si se dijera que el hemisferio izquierdo del cerebro es más importante que el derecho!

Me gusta pensar, sin embargo, que el apóstol no pudo llegar a ser Pedro sin antes ser Simón, el pescador impulsivo y emotivo. ¡Sólo Simón podía llegar a ser el apóstol Pedro!

Esta lectura me permite vislumbrarme como una totalidad, y descubrir la transformación que es posible en mí cuando acepto y reconozco mis sombras además de mis luces. Sólo cuando reconozco mi debilidad, mi fragilidad, puedo desear iniciar un camino de crecimiento, y también puedo ser tolerante con las debilidades que veo en los demás. Soy intolerante cuando me creo superior a los demás, y sólo puedo sentirme superior cuando dejo de ver mi humanidad.

Al comienzo aparece el carácter decidido, impulsivo y presto a la acción de Simón, que está dispuesto a dejar su casa y su trabajo para seguir a Jesús, el Maestro itinerante. Al final de la historia de la pasión de Cristo, Pedro está dispuesto a hacer prevalecer sus razones, incluso con la fuerza. Su impulsividad permanece, como cuando corta la oreja del siervo del centurión. Y sus miedos no lo abandonan después de su transformación, lo que lo hizo objeto de la crítica de Pablo, que lo llamó “hipócrita” (Gál. 2:11-14).

Pedro es, al mismo tiempo, ingenuo y temeroso, así como honesto, hasta llegar al arrepentimiento más sincero (Mateo 26:75). Es apasionado, perceptivo, con un alto sentido de justicia (según sus esquemas), orgulloso y humilde a la vez.

Podríamos decir que siempre hubo polos marcados en la personalidad de Pedro: expresa gran fe y al instante ha sucumbido ante la duda (Luc. 22:31-33, 54-62). Una de las cosas que más amo de la Biblia es la sinceridad con la que se manifiestan los testimonios de vida. Nos muestra tal como somos, humanos, sin idealizarnos.

Un día Simón se encontró con Jesús. Todo encuentro implica un proceso y una transformación. Hay un proverbio que dice que cuando el alumno está listo, el maestro llega. Y ¿qué es estar listo? Creo que es, simplemente, abrirse a una búsqueda. Algunos confunden estar listos con ser intachables, entonces ¿para qué necesitan un maestro?

El camino de la transformación es el recorrido desde lo conocido a lo nuevo. Es un proceso de vaciamiento. Un vaciamiento de nuestras máscaras, de nuestras conductas repetidas. Einstein decía que la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes.

Pedro comienza un camino de transformación a pesar de que no logra comprender a cabalidad la misión de Jesús. Hay gente que se pasa la vida tratando de comprender algo para iniciar su camino. Él, aunque no entiende, siente que seguir a Jesús es algo importante. ¡Vaya si no será importante darle lugar a la intuición y al sentimiento!

Con respecto al lugar de las emociones en la vida cristiana, éstas son importantes y tienen el mismo lugar que en todos los seres humanos: “Son activaciones físicas que se desencadenan en nosotros como respuesta a algo, interrumpiendo el flujo normal de nuestra conducta. Las emociones básicas son: alegría, afecto, miedo, ira, tristeza.”

Entiendo que Dios nos hizo completos e integrados, con dos hemisferios cerebrales que comandan la racionalidad y las emociones, respectivamente; entonces no entiendo esto de poner en supremacía un aspecto sobre el otro. Somos integración y armonía. Y cuando este equilibrio se rompe, hay enfermedad, dolor, desorientación.

El gran tema, creo, no es lo que sentimos, sino lo que hacemos con lo que sentimos. Es sumamente sanador y facilitador de los vínculos poder reconocer, sentir y expresar nuestras propias emociones. Ser conscientes de cómo nos sentimos. Porque si no nos comprendemos a nosotros mismos, o no reconocemos lo que nos pasa, es muy difícil poder comprender al otro.

Si decimos que es saludable poder reconocer, sentir y expresar nuestras propias emociones, y que esto equivale a comunicarnos bien con nosotros mismos, esto implicará que la emoción se integra a un esquema mucho más complejo que la pura sensación.

Las emociones conforman nuestros sentimientos y éstos nuestra afectividad, y ésta a su vez determina cómo nos sentimos y cómo actuamos. Por otro lado, en las emociones hay distintos planos. Generalmente las emociones responden a lecturas de la realidad. O sea que estamos hablando de tres planos: nivel emocional, nivel racional, nivel conductual.

El problema de Pedro no eran sus emociones, su emotividad, sino cómo miraba la realidad, los lentes con los que juzgaba, el conjunto de creencias sobre las cuales construyó sus conductas. ¡Cuántos hoy, por amor a la causa, no sólo cortan orejas, sino que segregan a otros por la ilusión de una verdad dogmática!

Por otro lado, cuando Pedro prometió dar su vida por Cristo, no mintió. Ustedes me dirán, pero negó tres veces a Jesús. Sí, es verdad, pero creo que no mintió, porque cuando Pedro respondió a Jesús, lo hizo desde lo que veía como su intención y su ideal. Tampoco creo que fue orgulloso, porque pienso que conocía sus limitaciones y su propia humanidad, pero respondió desde su comprensión de lo que debería ser. ¡Cuántas veces el miramos como deberíamos ser nos dificulta percibir lo que realmente somos! . . . Y vamos por la vida actuando de una forma que contradice lo que afirmamos. Es parte de nuestra humanidad.

Y Pedro era humano. Y el Señor lo amó. Y Pedro sirvió al Maestro, a pesar de su humana debilidad; ¿de qué otra manera podría haberlo hecho? ¡Servimos a Dios desde lo que somos, y tal como somos!

En mi caso, he aprendido a no empeñarme sólo en los resultados, sino que valorizo los procesos. Ya padecí vivir mi vida buscando resultados que siempre son insuficientes; hoy me entrego al trazado de metas y al placer de crecer, aunque muchas veces me equivoque, porque eso también es parte del crecimiento.

Lilia Pamela Arraya vive en Argentina, es Psicóloga formada en la Universidad Adventista del Plata.

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