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No era un árbol, era un verdadero bosque

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El bosque más antiguo del planeta fue encontrado en los Estados Unidos, en el estado de Nueva York, en 1920. Ese bosque, situado geograficamente en Gilboa y temporalmente, según el evolucionismo, a 390 millones de años de distancia del presente, en estratos Devónicos, resultaba ser el bosque ideal.

La tierra primigenia habría engendrado la vida en las masas acuáticas y desde allí pasó a colonizar tierra firme. Ya en tierra, el bosque de Gilboa, hoy petrificado, se consideraba formado por una sola especie arborescente. El Eospermatopteris, repetido multitud de veces, habría formado aquel conjunto primigenio, según la teoría de la evolución. Pero recientemente se ha revisado el material fósil y se ha encontrado que no era monoespecífico. Se han identificado tres especies, y ahora sí que puede definirse como un auténtico bosque.

La teoría evolutiva había encontrado aquello que cabía esperar, un sencillo bosque formado por un único tipo de árbol, el primero. Sin embargo, como viene constatándose en multitud de casos, la complejidad también es cosa del pasado.

Las tres especies han sorprendido a los científicos autores de la investigación y lo ponen de manifiesto ya en la primera palabra del título del artículo en el que comunican el hallazgo.1

Pero no han sido los autores los únicos sorprendidos. Todo el mundo de la paleontología se vio conmocionado y así lo expresaban otros investigadores en el comentario que realizaban a esta comunicación, en la misma revista: “ …lo cual muestra que los primeros bosques del mundo fueron mucho más complejos de lo que previamente se pensaba.”2

Si bien es cierto que la gran sorpresa se encuentra en el número de especies y por tanto en la complejidad de la masa boscosa, las características de las especies y el hábitat en el que se ha supuesto que se desarrollaron no es menos impactante.

Los sedimentos entre los árboles se atribuyen a los propios de una zona costera que sufriría frecuentes inundaciones. Algunas de ellas serían catastróficas, como la que arrasó aquel bosque y dio inicio a su fosilización. Esta nueva interpretación es totalmente contraria a la primera realizada. Esta primera suponía que la zona costera, o limítrofe con otro tipo de masa de agua, era tranquila. El motivo no es otro que la naturaleza del árbol Eospermatopteris, que por su altura de unos seis metros y la falta de una corteza que diese suficiente rigidez a su tronco, no le habría permitido resistir los vaivenes mareales, el embate enérgico de las olas, inundaciones o condiciones meteorológicas extremas. Lo que hoy se constata, y se intuye lógicamente, es que las zonas con esas condiciones difíciles están pobladas por especies de talla menor.

Ante esta paradoja, convendría estudiar la posibilidad de que el ambiente en el que realmente se desarrolló aquel bosque fuese originalmente estable y que un suceso catastrófico y excepcional, quizá el propio Diluvio bíblico, terminase con aquel bosque.

En cualquier caso, la comunicación de los hallazgos referidos a la nueva interpretación de Gilboa ha llevado a los paleontólogos a expresar una perplejidad que obliga a seguir investigando aquel primigenio bosque: “…representa un caso especialmente intrigante de evolución de las plantas.”2

 

Referencias

  1. Stein, W. E. y otros. 2012. Surprisingly complex community discovered in the mid-Devonian fossil forest at Gilboa. Nature 483: 78- 81.

  2. Meyer-Berthaud, B. y Anne-Laure Décombeix. 2012. In the shade of the oldest forest. Nature 483: 41-42.

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