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¿Puede el adventismo ser también latinoamericano? Perspectivas y posibilidades culturales (II)

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Sería imposible en esta breve reflexión especificar el carácter y el perfil de la relación entre el adventismo y la cultura latinoamericana en un modo detallado y exhaustivo. El intento sobrio y limitado de nuestra reflexión es llamar la atención sobre la importancia de este diálogo, de una parte en lo que concierne a los varios peligros que pueden surgir cuando este no existe y de otra parte sobre las posibilidades de desarrollo, para la religión y para la cultura, que este diálogo permite cuando está bien articulado.

Para afrontar mejor este desafío procederemos en cuatro etapas. Primero (en este segundo articulo de la serie), reflexionaremos sobre lo que es una cultura, la configuración de la cultura latinoamericana y la descripción de un par de elementos específicos con los cuales la cultura latinoamericana puede eventualmente enriquecer al adventismo.

Segundo (tercer articulo), reflexionaremos sobre lo que es la teología, la religión en su esencia, tratando de describir un par de elementos con los cuales la teología bíblica adventista puede enriquecer a la cultura latinoamericana.

Tercero (cuarto articulo), subrayaremos la dimensión prioritaria del lenguaje como espacio primario y esencial para una renovación y una mejor articulación de la relación entre fe y cultura.

Cuarto (quinto articulo), describiremos y trataremos de pensar la categoría de “hibridación” como perno de este diálogo en el contexto postmoderno del fenómeno de la globalización.

La cultura tiene tantas definiciones como número de especialistas que de ésta se ocupan. Sin embargo han habido escuelas que han sabido condensar en un horizonte común descripciones y análisis heterogéneos y diferenciados. A estas pertenecen por ejemplo la definición evolucionista de la cultura (Edward B. Taylor, Lewis H. Morgan, James G. Frazer), la difusionista (Fritz Graebner), la funcionalista (Broinslaw Malinowski, Alfred Radcliffe-Brown), la estructuralista (Levi-Strauss, Rodney Needham), la simbólica (Clifford Geertz) etc.

Latinoamérica de una parte y el fenómeno religioso de otra, han sido definidos por los especialistas, e implícitamente también por la teología adventista, según estas varias perspectivas epistemológicas y antropológicas.

A menudo la perspectiva de lectura del analista ha sido inconsciente. Por lo tanto podríamos decir que si bien estas definiciones y descripciones han logrado coagular en conceptos y categorías algo esencial de la cultura latinoamericana, ésta, por definición, será siempre algo mas de lo que estas definiciones dicen de ella. Con esto estamos defendiendo solo un “inconmensurabilidad relativa”, no absoluta, de la cultura latinoamericana como de cualquier otra cultura en general.

Según Francesco Remotti, antropólogo de la universidad de Turin (“Cultura. Dalla complessità all’impoverimento. 2011), la cultura, es el sistema complejo y en equilibrio de conocimientos y practicas que un grupo humano se da, cultiva y pone al día continuamente en el intento de reaccionar y relacionarse con el medio ambiente, físico e histórico, donde se encuentra, creando símbolos y puntos de referencia que trasmite de generación en generación.

Otra definición propedéutica, es decir, que puede servir de punto de inicio para pensar lo que es una cultura, es la da el concilio Vaticano II en una de sus cuatro constituciones dogmáticas, “Gaudium et Spes” (n. 53):

Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano.”

Estas dos citaciones, en modo mas especifico, subrayan la dimensión artificial, corporativa y constructivista de toda cultura, recordándonos que toda cultura es un sistema complejo de relaciones y de equilibrio de sus varios niveles internos que resisten a la mirada analítica reductiva del observador externo. Por lo tanto y para comenzar tendríamos que hablar de un lado, de culturas latinoamericanas en plural y de otro lado de culturas latinoamericanas heterogéneas y complejas.

La relación entre adventismo y cultura tendría que ser descrita a un nivel mas local y geográficamente más especifico y sobre todo indicando el impacto diferenciado de la relación fe y cultura en los varios niveles internos específicos (ritualístico, cúltico, pedagógico, simbólico, dietético, sexual, liderazgo etc).

Por ejemplo, mientras a nivel doctrinal hay un evidente y persistente divorcio entre adventismo y cultura latinoamericana que evidencia una falta completa de inculturación teológica, a nivel administrativo en cambio ha ocurrido lo contrario. El adventismo nacido en Estados Unidos se ha perfectamente metamorfoseado e inculturizado, casi sin problema alguno, en la relaciones jerárquicas, piramidales, autoritarias y machistas típicas de la cultura latinoamericana formando una simbiosis casi indistinguible. No podemos, por motivos de espacio, especificar más las particularidades de los varios niveles culturales en su relación con el adventismo.

En un sentido más positivo se impone con urgencia otra pregunta: ¿Que cosa la/s cultura/s latinoamericanas históricamente han tenido de especifico con relación a otras culturas?

Someramente y esquemáticamente digamos provocativamente y a sorpresa con Octavio Paz, que la especificidad cultural latinoamericana en el pasado, desconocida y a menudo minimizada por los mismos latinoamericanos, ha sido su carácter corporativo mas que individualista y su creatividad religiosa más que artística o científica (“El ogro filantrópico”. Primer capitulo).

La adhesión a esta descripción cultural de Octavio Paz no quiere ser una sublimación nostálgica ni tanto menos el alible perfecto para seguir siendo medievales, al menos en algunas áreas, y rechazar el desafío todavía incumbente, para nosotros latinoamericanos, de abrazar una vez por todas en modo serio y contundente las virtudes de la modernidad de las cuales nuestros países tienen urgentemente necesidad.

Sin embargo no es fácil ni inmediato, a nivel individual o a nivel colectivo, individuar las riquezas o las deficiencias estructurales propias. El adventismo latinoamericano actual, por ejemplo, se vanagloria de la fuerza de sus números (bautismos e instituciones) y de su solidez y coherencia ético-doctrinal. No es evidente ni claro que esas sean sus fuerzas culturales. Como no es claro que la definición de religión implícita en esta orientación sea la mejor que exista. Todo lleva a pensar que el adventismo latinoamericano no está explotando sus fuerzas típicas sino al contrario, a nivel global, esta produciendo religiosamente, “por poder” y con miopía, lo que el adventismo nórdico se ha visto obligado a deslocalizar: crecimiento numérico y conservadurismo teológico-religioso. Esto evidencia una doble anomalía: no solo, como adventistas latinoamericanos, no estamos potenciando nuestras propias virtudes culturales sino que también no estamos dando al campo mundial lo que este necesita.

Y, ¿qué cosa necesita el campo mundial?

En el contexto occidental mas amplio se ha afirmado un doble fenómeno religioso-cultural de peso: la pérdida de la “inmediata presencia” de Dios y del prójimo. El psicoanalista junghiano, Luigi Zoja, lo dice aún más dramáticamente en uno de sus escritos hablando de “la muerte cultural del prójimo” (“La morte del prossimo”. Turin 2010).

En occidente la religión no ha desaparecido ni desaparecerá. Ésta simplemente ha cambiado su forma. Se refuerza y promueve una religiosidad casi exclusivamente “contractual”. Para creer en Dios o tener algún tipo de experiencia de fe, el individuo en occidente debe primero convencerse de que Dios existe y que sirve para algo. Racionalmente y prácticamente creer en Dios tiene que tener sentido y tiene que ser útil. Dios se vuelve así el producto de una ecuación racional, teórica o practica. El problema es que este noble y necesario ejercicio teológico-práctico se ubica en el lugar equivocado con tal de no incurrir en una especie de misticismo o fideismo ilusiorio: en lugar de entender el “Dios útil y con sentido” como “la consecuencia”, se propone éste como “la causa”, con el resultado paradójico de destruir así la esencia de toda verdadera religión que es la percepción inmediata, incondicionada y desinteresada de Dios en la propia existencia.

Dios, según esta difusa formula religiosa, puede aparecer solo allí donde lo buscamos. En los lugares que nuestra razón y nuestra organización practica así lo determinen. No puede irrumpir dondequiera ni a des-tiempo. Este “reduccionismo religioso”, típico del occidente, fuertemente presente también en el adventismo pragmático y en busca de la eficiencia que continuamos cultivando con pasión y unilateralidad, tanto en el adventismo del sur como en el adventismo del norte, tiene su gemelo monocigótico en el paralelo “reduccionismo antropológico” coexistente. Éste dice que el prójimo puede ser encontrado solo “con una cita”. El prójimo no puede interrumpir o peor, irrumpir en mi vida cuando quiere. Yo no nazco con los otros. Primero estoy yo conmigo mismo y mi identidad completa resplandece desde el inicio. Solo cuando quiero y me sirve busco a los demás estableciendo con ellos acuerdos temporales y transitorios de colaboración Esta visión implícitamente “contractual” del prójimo determina y ha sido determinada y modulada por el típico individualismo occidental, moderno y post-moderno, el cual es determinante y presente también en la iglesia adventista.

La cultura latinoamericana, siguiendo a Octavio Paz, a mi parecer posee y todavía mantiene en modo mas intacto y estructural, y esto en común con otras culturas del sur del mundo, esta doble riqueza: la percepción “inmediata” de Dios y del prójimo como parte estructural de la vida cotidiana. Es decir, Dios y el prójimo son todavía nuestros vecinos porque viven con nosotros en nuestros símbolos, en nuestras presuposiciones teóricas y prácticas, en nuestras aspiraciones y sueños. En nuestro deseo. Esta riqueza no solo ha sido catalogada, por el occidente ilustrado y positivista, como superstición sino que la religión y la antropología “contractualista” del occidente, típica también del adventismo, son vendidas como virtudes del progreso cuando en realidad representan a todos los efectos una clara involución cultural.

Para saber mejor quién es Dios y qué cosa es el prójimo, en la esencia de las cosas, no es Latinoamérica que tiene que ir al occidente nórdico, adventista o no (como sucede actualmente), sino al contrario es el occidente nórdico, adventista o no, (como no sucede actualmente) que tendría que venir a Latinoamérica.

Patológicamente la evangelización adventista ha remplazado a menudo esta riqueza antropológico-religiosa-cultural latinoamericana ya presente en los catecúmenos, por una conversión proselitista pragmática, racionalista, utilitarista y reduccionista típica del occidente. Se ha enseñado una religión, paradógicamente destruyendo una actitud religiosa esencial. En esto el adventismo latinoamericano vive y refuerza una doble anomalía: la desatención y el descuido de sus propias fuerzas culturales y la falta de contribución creativa y especifica a las verdaderas necesidades del adventismo mundial contemporáneo.

 

Hanz Gutierrez,

“Villa Aurora”, Florencia, Italia

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