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Esperando a Dios

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La semana pasada me encontraba yo regando mis plantas de interior y revisando una adquisición de finales del verano, una ganga del vivero de mi barrio. No puedo resistirme a rescatar a estas huérfanas y a devolverles la vida. “Esta se está poniendo muy bonita”, señalo mientras inspecciono unas cuantas hojas verdes nuevas. “Pero, ¿qué es este bulto en la hoja?” Lo observé más de cerca y descubrí que se trataba de una crisálida de mariposa. Después de rastrear algunos libros sobre mariposas, descubro que se trata de la crisálida de la mariposa blanca de la col, una especie muy común en los campos de cultivo y también en mi jardín. Se considera una plaga ya que su oruga come la col, el brócoli y cultivos similares.

La visión de ese receptáculo tan bellamente diseñado para el desarrollo de una transformación increíble, me intrigó. ¿Cómo se puso aquí? ¿Por qué sobre esta planta? ¿Por qué se tomaría el Creador tan exquisito cuidado con este pequeño objeto que algunos considerarían una molestia? Estas cuestiones me llevaron a preguntarme acerca de las muchas maneras en que Dios hace de la espera algo tangible, posible e incluso bello, en el mundo natural. Al final ya del invierno, cuando el paisaje –al menos en mi rincón del mundo– todavía carente de vida y color, contiene brotes y posibilidades para todos de cara al nuevo nacimiento de la primavera. El ritmo de la transición entre estaciones puede ofrecernos un contexto natural para comprender cómo esperar en nuestras vidas aquellas cosas que aún no se han visto, e incluso ni siquiera, tal vez, imaginado.

A veces, nuestra vida espiritual puede tener la misma calidad de la espera y de latencia. Hay periodos de sequedad, complacencia o inmovilismo. Pero podemos utilizar las lecciones de la naturaleza para aprender a estar en lo que puede ser el difícil espacio liminal de la espera, el umbral entre lo que había antes y lo que viene después. ¿Puedo reducir la velocidad para observar todas las posibilidades? El periodo de umbral me pide paciencia y presencia ante las expectativas, regocijándome en el “todavía no” de las partes de mi ser más profundo que aún no han sido puestas en mi conciencia. Mis propias prácticas espirituales en los periodos latentes son más silenciosas y contemplativas. Pueden incluir escribir un diario, hacer un retiro, dar largos paseos por el bosque sin hojas, formar un laberinto de nieve en mi patio trasero… Muchas de estas prácticas pueden engendrar una tranquila y paciente anticipación de lo que se está fraguando en el alma.

Henri Nouwen nos da una gran comprensión de la naturaleza de la espera en su libro The Spirituality of Waiting. Nouwen utiliza las historias bíblicas de Zacarías, María, Isabel, Simeón y Ana, para ilustrar la sagrada disciplina de la paciencia. Estas figuras están a la espera de la venida de Cristo al mundo. Podríamos pensar que sus vigilias eran pasivas, sin embargo Nouwen nos dice:

No hay nada de esa pasividad en la Escritura. Los que están a la espera lo hacen de forma muy activa. Saben que aquello que esperan está creciendo a partir del suelo sobre el que están en pie. Ese es el secreto. El secreto de la espera es la fe en la semilla que ha sido plantada, en que algo ha comenzado. Espera activa significa ser consciente del momento, en la convicción de que algo está sucediendo. Una persona que espera es una persona paciente. La palabra ‘paciencia’ significa la disposición a permanecer donde estamos y vivir la situación al máximo, en la creencia de que algo oculto se manifestará a nosotros. La gente impaciente espera siempre que las cosas reales sucedan en otro lugar, por lo que desean cambiar de escenario. El instante está vacío. Sin embargo, la gente paciente se atreve a quedarse donde está. Espera activa significa ser consciente del momento, en la convicción de que algo está ocurriendo donde tú te encuentras y quieres vivirlo”.

Tampoco encontramos ninguna pasividad en la naturaleza. Aunque pensamos en una oruga como “durmiendo” en su crisálida, en realidad se está produciendo una gran transformación. Las células esenciales y el ADN deben primero quebrantarse y después reorganizarse en una estructura completamente diferente. El insecto, de ser una criatura que se arrastra lentamente sobre el suelo, o sobre las hojas de las plantas, pasa a ser una belleza alada que puede volar y asombrar al observador con sus colores luminosos. Pero estos cambios no son tan evidentes para el observador superficial.

¿Cuál es la lección que tanto Nouwen como la naturaleza nos dan acerca de la espera? Que debemos apropiarnos del presente incluso cuando parezca que no pasa nada. Tenemos que estar activamente comprometidos en lo que Dios nos está enseñando y entregarnos a la silenciosa labor de lo latente, sabiendo que está lejos de ser una pérdida de tiempo. Simeón, en el Evangelio de Lucas, conocía el proceso latente. El evangelista dice de él que “esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él” [Luc. 2: 25]. Orando a diario en el Templo, Simeón estaba listo para recibir a Cristo porque se había involucrado en una santa espera colmada de promesas. Incluso en el largo tiempo de espera y la aparente ausencia de Cristo, el Espíritu Santo estaba con él. Estaba preparado para reconocer a Cristo cuando le fuera presentado.

Por nuestra parte, podemos cultivar el mismo tipo de preparación que el profeta exhibió al permanecer activo en el trabajo silencioso de la espera. Así como dejo descansar mi jardín hasta que el suelo se deshiele, me doy cuenta de que la latencia es tan importante como el crecimiento y la producción. Por lo tanto, está en mis tiempos espirituales que puedo descansar en la esperanza de que la semilla se prepara para su explosión desde el suelo. En los campos en barbecho, la tierra reúne los nutrientes para producir alimento y belleza en la primavera. ¿Es posible que lo que puede parecer infructuosa espera sea en realidad preparación para lo que está por venir?

Así pues, mientras espero la mariposa, no voy a perderme la belleza de la crisálida, la obra en curso. De la misma manera que el Creador se toma un cuidado exquisito para elaborar un receptáculo en la col a fin de que se transforme en mariposa blanca, Dios utiliza el bienaventurado espacio de la espera para facilitar nuestra propia y profunda metamorfosis.

Teresa Knipper, consejera espiritual, máster en jardinería, y aficionada a las mariposas, escucha la presencia de Dios en la vida de las personas, las plantas y las criaturas que vuelan. Vive con su esposo en Nueva Jersey.

(La imagen de la crisálida es cortesía de Teresa Knipper.)

Traducción de Luis González del original en inglés publicado en Spectrum.

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