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Carnaval y caos: reflexiones acerca de los adventistas haciendo el Harlem Shake

carnaval

[Nota del editor: La semana pasada el blog de SPECTRUM publicó una serie de vídeos realizados por estudiantes adventistas norteamericanos para luego llamar a concurso y votar cuál de ellos era el mejor. En CAFÉ HISPANO ofrecemos dos respuestas a dicha entrada. La primera es de Joel Barrios. Fue publicada en su perfil de Facebook y es con su permiso que aquí la reproducimos. La segunda es una traducción del inglés de un escrito de Ron Osborn, actualmente realizando un postdoc en la Universidad del Sur de California, Los Ángeles.

Algunos lectores de CAFÉ HISPANO mostraron su reprobación hacia los vídeos y su aparición en la web de SPECTRUM. Quiero aprovechar esta ocasión para recordar a nuestros lectores que no estamos exentos de cometer errores ni así lo pretendemos. Nuestro compromiso es trabajar para la edificación de la iglesia en un mundo heterogéneo, global y por supuesto, de pecado. Esto conlleva riesgos, especialmente cuando tratamos de mantener el fuego vivo y no nos conformamos con guardar las cenizas de nuestros pioneros. En cualquier caso, la publicación de los vídeos ha resultado en dos artículos inspiradores e iluminadores que compartimos con satisfacción con nuestros lectores.]

 

 

SPECTRUM publicó recientemente una serie de vídeos de estudiantes universitarios adventistas que participan en la locura de vídeo viral conocida como “Harlem Shake”, animando a los lectores a votar en qué escuela “se hace mejor”.

Las películas contienen escenas no sólo de estudiantes bailando, un tabú adventista tradicional, sino escenas de estudiantes inmersos en frenesí y caos al ritmo de un desconcertante techno con un estribillo en español: “Con los terroristas, ey shake, ey shake, ey, ey, ey.” En una universidad adventista, un joven con gafas de sol opacas está sentado encima de una chica ataviada con una silla de montar y que a cuatro patas en el suelo gira la cabeza al son de la música. En otra, jóvenes con máscaras de cabezas de animales y calaveras similares a los luchadores mexicanos, realizan actos lascivos, violentos y cómicamente absurdos entre sí, con objetos que van desde una patineta a lo que parece ser un pez hinchado.

La reacción a los vídeos de SPECTRUM fue previsiblemente polarizada. Los “conservadores” expresaron su consternación y sacaron su guión apocalíptico (“El zarandeo de nuestra iglesia ha comenzado”). Esto fue acompañado por una simplista e incondicional aprobación de los “liberales” (“Danos un respiro Sólo queremos divertirnos!”, “Jesús se lo pasaría bien apasionadamente”).

Antes de apresurarse a sacar conclusiones acerca de lo que estos estallidos de caos imitativo en los campus adventista podría significar, sugiero que el lector trate de situarse en una perspectiva más amplia cultural e histórica.

 

Carnaval y caos

En su aclamado libro de 2007, Una era secular, el filósofo católico canadiense Charles Taylor (basándose en el trabajo de Bakhtin, Victor Turner, Natalie Davis, entre otros) dedica un sorprendente número de páginas al fenómeno del carnaval medieval y festivales similares de desgobierno en numerosas culturas. En ciertos períodos en muchas sociedades premodernas, el orden normal se suspendía temporalmente, se invertía, o se deshacía. Los tontos eran reyes por un día. Las autoridades se maldecían abiertamente y eran objeto de burla. Personas, -sobre todo jóvenes varones solteros- obtenían una licencia para participar en pecados sexuales y hasta casi violentos según los códigos morales aceptados de la época.

Sin embargo, toda esta burla de las buenas normas, la decencia y la virtud era, paradójicamente, en apoyo del orden y la moral. Los guardianes de la virtud permitían e incluso fomentaban el Carnaval (aunque siempre había moralistas severos que intentaron suprimir las tradiciones), ya que entendían que la estructura necesita anti-estructura y que la sociedad necesita válvulas de escape. “El peso de la virtud y el buen orden era tan pesado, y había tanto vapor acumulado bajo esta represión de los instintos”, Taylor escribe, “que tenían que programarse reventones periódicos [y controlados] para evitar que el sistema saltase por los aires”.

Había un significado más profundo, sin embargo, para estas ocasiones de violencia socialmente sancionada y ritualizada. En el imaginario social medieval, el caos es peligroso y debe ser contenido, pero el orden constantemente amenaza con convertirse en rígido, represivo y absorbente. El orden por tanto, sólo puede sobrevivir al ser periódicamente sumergido de nuevo en las energías del caos primigenio -en las fuerzas ingobernadas e ingobernables que siempre están presentes bajo la superficie y que suministran a la sociedad su creatividad y dinamismo. Sin ningún tipo de provisión para el trastorno temporal, la anarquía y el desgobierno, la vida sería insoportable y los órdenes políticos y religiosos se convertirían en totalitarios.

Por el contrario, sin un marco más amplio de significados compartidos que pueden redimir el caos, el carnaval simplemente se convertiría en el nihilismo. El carnaval en el calendario cristiano medieval estaba seguido inmediatamente por 40 días de Cuaresma. La palabra “carnaval” proviene del latín “carnevale” que viene a decir “adiós a la carne.” La indulgencia sin límites o “dejarse ir uno mismo” era sólo social o moralmente inteligible como el primer paso hacia una más profunda abnegación.

 

Los carnavles rotos de la secularidad moderna

En la época moderna, el equilibrio entre estructura y anti-estructura que sostenía la sociedad medieval juntos dentro de un orden cósmico global y el universo de significados simbólicos compartidos llegó desenredado. Los radicales de la Revolución Francesa incorporaron festividades parecidas al carnaval en su proyecto social ateo y descristianizado. Pero a diferencia de los festivales anteriores, el objetivo de los nuevos días de caos era puramente destructivo. Estos no estaban destinados a celebrar y fortalecer los lazos sociales recordando a los gobernantes su humanidad compartida con los plebeyos en un mundo de realidades terrenales tanto sagradas como seculares. En cambio, fueron diseñados para acabar con la vieja moralidad de una vez por todas, para romper cualquier sentido de lo sagrado, de modo que sólo lo secular se mantuvo, y para denunciar a los enemigos de la “libertad”.

En este clima desencantado [también so podría decir desacralizado], posterior a la Ilustración, con su énfasis en el racionalismo materialista, muchos pensadores seculares han sido perturbados por el Carnaval de la misma manera que lo fueron en su tiempo los líderes religiosos puritanos. Un resultado fue una creciente división entre la cultura popular y de élite. Otro fue el surgimiento de sociedades estériles, burocratizadas y “disciplinarias” que descansan sobre la idea de una marcada división entre lo público y lo privado. La necesidad humana de anti-estructura o “desahogo”, que había sido previamente reconocida e incorporada dentro de la vida sacramental compartida de toda la comunidad ha sido sustituida por modos altamente individualistas y atomizados de consumo, y por el hedonismo.

En las sociedades liberales de hoy, de acuerdo con Taylor, hay por lo tanto dos tipos de eventos que recuerdan vagamente pero también niegan radicalmente el espíritu del Carnaval. En primer lugar, los movimientos de protesta que emplean lo carnavalesco (títeres, teatro, máscaras, etc) en sus denuncias del capitalismo corporativo y el orden establecido. Sin embargo, su objetivo no es tanto la preservación o restauración del tejido social en la tradición medieval como [en realidad] una remodelación de la sociedad de acuerdo con las líneas totalizadoras, moralistas, y utópicas en la tradición de los jacobinos. Si sus líderes llegaran al poder y no cedieran en sus principios, Taylor sugiere, la historia nos enseña que su “teatro” rápidamente se convertiría en pesadilla política.

El segundo tipo de evento que en parte evoca el Carnaval en [nuestra] era secular son aquellas formas de entretenimiento de masas que incluyen elementos de caos organizado, violencia, incluyendo eventos deportivos, conciertos de rock, fiestas [“raves” en el original] y feriados […] en que la mayoría de los jóvenes se comportan con diferentes grados de abandono en atmósferas “mafiosas”, y a menudo cargadas sexualmente. Estos espectáculos son permitidos por la sociedad como formas de diversión “privada”, y proporcionan al menos alguna liberación de la banalidad de buena parte de la vida moderna, con sus parques de oficinas desalmados, centros comerciales y terrenos baldíos suburbanos.

A diferencia de los carnavales medievales, en la actualidad, el “caos” socialmente permitido está casi totalmente desprovisto de significación social o política; por lo general sirve a los valores puros del mercado y los intereses corporativos; promueve marcas narcisistas de auto-expresión que a pesar de todos sus adornos de colores son en realidad formas de conformismo social aburrida y estúpida. [Los carnavales de hoy] no se pueden explicar o experimentar en términos de significados públicos o valores más allá del valor más alto del liberalismo secular: el derecho de toda persona a hacer lo que quiera, siempre y cuando nadie salga herido.

 

Deseando un carnaval verdadero

Con esta insuficiente pero ojalá sugerente genealogía del Carnaval en mente, ahora podríamos aventurar algunas reflexiones acerca de los adventistas que hacen el “Harlem Shake”.

En primer lugar, la respuesta “conservadora” o fundamentalista, […], está completamente fuera de proporción y es más que un poco hipócrita. Estos vídeos no revelan nada acerca de nosotros mismos que no supiéramos ya. Que algunos estudiantes universitarios adventistas hacen cosas estúpidas y experimentales que traspasan los límites de la cordura, buen gusto y buen baile no debería ser una sorpresa para nadie. Así ha sido desde tiempos inmemoriales, incluso en épocas mucho más religiosamente devotas que la nuestra. Los que nunca se han “dejado ir”, aunque sea solo mentalmente o en la intimidad de sus habitaciones, ¡que tiren la primera piedra! La razón verdadera por la que se escandalizaron, yo sugeriría, es porque, gracias a Internet y los nuevos medios de comunicación social, lo que se hizo fue hecho en público.

Por lo menos, sin embargo, la reacción del “conservador” ha mantenido el sentido de que en realidad, algún tipo de significado podría estar en juego en el mundo en que vivimos. La incredulidad “liberal” ante la idea de que alguien podría poner en tela de juicio el comportamiento de los adultos jóvenes que “lo pasan bien” revela una incapacidad alarmante entre aquellos que se ven como los campeones del pensamiento progresista para pensar en términos que vayan más allá de las perogrulladas seculares.

Lo que estos vídeos ilustran no es ni la depravación de los estudiantes universitarios adventistas ni las travesuras intrascendentes e inocentes del “joie de vivre” de la juventud. Por el contrario, exponen la incoherencia de la división entre lo público y lo privado que se formó a partir de la Ilustración, y la cultura triste e imitativa del individualismo expresivo que llena el vacío cuando el significado sagrado -y por tanto el verdadero carnaval- se pierde.

 

 

-Graduado del Atlantic Union College, Ronald Osborn, Ph.D., es un Bannerman Fellow en el programa de política y relaciones internacionales en la Universidad del Sur de California. Él es el autor del libro Anarquía y Apocalipsis.

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