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“Para todos y, sobre todo, para los que creen”

 

“Ahora sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Dios, porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:19-20).

 

Pablo infiere que es en vano buscar la justificación por las obras de la ley, y que ésta se obtendrá sólo por la fe, que es el punto que ha venido demostrando todo el tiempo desde el cap. 1:17, y es lo que establece (v. 28) como el resumen de su discurso.  Llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley; no por las obras de la primera ley, de la inocencia pura, que no dejaba lugar para el arrepentimiento; ni por las obras de la ley natural, que nunca puede ser mejorada, ni por las obras de la ley ceremonial (la sangre de toros y machos cabríos que no podía quitar el pecado), ni por las obras de la ley moral, que sin duda es incluida, pues el apóstol habla de que por medio de esa ley es el conocimiento del pecado, y que las obras de esta ley podrían ser motivo de jactancia.  El hombre, en su estado depravado, bajo el poder de tal corrupción, nunca puede ganarse la aceptación de Dios, por ninguna obra de su autoría, sino que su predicamento debe ser resuelto únicamente por el perdón gratuito de Dios, dado por medio de Jesucristo a todos los verdaderos creyentes que lo recibe como un don gratuito.  Si nunca hubiéramos pecado, la obediencia a la ley hubiera sido nuestra justicia: “Haz esto, y vivirás”.  Pero después de haber pecado, en el estado de corrupción, no hay nada que podamos hacer para expiar nuestras culpas. Era por su obediencia a la ley moral que los fariseos buscaban la justificación, Lucas 18:11.

Ahora, hay dos cosas sobre las que el apóstol aquí argumenta: la culpabilidad del hombre, para demostrar que no puede ser justificado por las obras de la ley, y la gloria de Dios, para demostrar que podemos ser justificados por la fe.  Argumenta a partir de la culpabilidad del hombre, para mostrar la locura de esperar la justificación por las obras de la ley.  El argumento es muy simple: nunca podemos ser justificados y salvados por la ley que hemos quebrantado.  Un traidor convicto nunca puede ser liberado invocando la ley 25 de Eduardo III, porque esa ley denuncia su crimen y lo condena: en efecto, si no la hubiera quebrantado, podría haber sido justificado por ella, pero ahora el hecho es que la ha infringido, y no hay manera de ser liberado sino rogando la absolución, a la que se ha encomendado y por la que se ha presentado, y humilde y penitente invoca el beneficio de ella, confiando en ella.  Ahora sobre la culpabilidad del hombre.  El apóstol se refiere en particular al caso de  los judíos, porque ellos eran los que se jactaban en la ley, y establecían su justificación por medio de la misma.  Pablo había citado varias escrituras del Antiguo Testamento para mostrar esta corrupción: Ahora, dice él (v. 19) lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley; lo cual condena a los judíos, así como a otros, ya que está escrito en su ley.  Los judíos se jactaban de estar bajo la ley, y depositaban una gran confianza en eso. “Pero”, dice Pablo, “la ley condena y acusa”, para que toda boca se cierre, y para que toda jactancia pueda ser silenciada.  Vean el método que Dios usa tanto para justificar como para condenar: se debe cerrar toda boca, los que son justificados tienen sus bocas cerradas por una convicción humilde, y los que están condenados también tienen sus bocas cerradas, porque ellos serán convencidos al final (Judas 15), y serán enviados al infierno sin palabras, Mateo 22:12. “Y todos los inicuos cierren su boca”, Salmos 107:42.

Pablo extiende esta situación, en general, a todo el mundo: para que todo el mundo quede bajo el juicio de Dios.  Si el mundo entero está bajo el maligno (1 Juan 5:19), puede asegurarse que es culpable, queda bajo el juicio, es decir, puede ser probado culpable, susceptible de castigo, todos somos por naturaleza hijos de ira, Efesios 2:3.  Todos deben declararse culpables, y los que se destacan más en su propia justificación, sin duda serán echados fuera.  Culpables delante de Dios es una palabra terrible, ante un Dios que todo lo ve, que no es, ni puede ser, engañado en su juicio, ante un juez justo y recto, que de ningún modo justificará al culpable.  Todos somos culpables, y por lo tanto todos tenemos necesidad de una justicia con la cual comparecer ante Dios.  Porque todos hemos pecado (v.23), y todos somos pecadores por naturaleza, por la práctica, y estamos destituidos de la gloria de Dios, hemos fracasado en lo que es el fin principal del hombre.  Hemos errado, como el arquero erra al blanco, como el corredor deje de ganar el premio, así que hemos errado, ya que no sólo no hemos ganado, sino que somos grandes perdedores.

Estamos destituidos de la gloria de Dios. (1.) Estamos destituidos de la gloria a Dios.  Ver 1:21, no le glorificaron como Dios.  El hombre fue puesto a la cabeza de la creación visible, para glorificar al Creador de forma activa, a quien las criaturas inferiores podían glorificar sólo objetivamente; pero a causa del pecado el hombre dejó de alcanzar esto, y en lugar de glorificar a Dios, lo deshonró.  Es una consideración muy melancólica, que los hijos de los hombres, que debían glorificar a Dios, pensar qué pocos son los que lo hacen.  (2.) Están destituidos de gloriarse delante de Dios.  No hay alarde de inocencia: si buscamos nuestra gloria delante de Dios, para presumir de cualquier cosa que seamos, tengamos o hagamos, esto será una eterna estopa –porque todos hemos pecado, y esto nos va a silenciar.  Podemos gloriarnos delante de los hombres, que son cortos de vista, y no pueden mirar en nuestros corazones –que son corruptos, como somos nosotros, y nos complacemos en el pecado, pero no hay ninguna jactancia ante Dios, que no puede soportar mirar a la iniquidad.  (3.) Están destituidos de ser glorificados por Dios. Están destituidos de justificación o aceptación con Dios, que es el Principio de la gloria.  Están destituidos de la santidad o santificación, que es la imagen gloriosa de Dios en el hombre, y han echado por tierra todas las esperanzas y expectativas de ser glorificados con Dios en el cielo, por medio de ninguna justicia propia. Ahora es imposible llegar al cielo por medio de la inocencia inmaculada.  Ese camino está bloqueado.  Hay un querubín y una espada encendida para impedir el acceso al árbol de la vida.  Además de desalentarnos de esperar la justificación por medio de la ley, Pablo atribuye esta sentencia a la ley (v. 20): Porque por la ley es el conocimiento del pecado.  Esa ley, que nos acusa y nos condena, nunca puede justificar.  La ley es la regla recta . . . que señala el bien y el mal; la función adecuada de la ley y su intención es abrir la herida, y por lo tanto no es probable que sea el remedio.  Lo que se busca no es sanador.  Aquellos que conocen el pecado deben obtener el conocimiento de la ley en su rigor, alcance y naturaleza espiritual.  Si comparamos nuestros propios corazones y vidas con la regla, descubriremos que nos hemos desviado.  Pablo habla de este uso de la ley, cap. 7:9, ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él.

Argumenta a partir de la gloria de Dios para demostrar que la justificación debe esperarse sólo por la fe en la justicia de Cristo.  No hay justificación por las obras de la ley.  ¿Entonces el culpable debe permanecer eternamente bajo la ira?  ¿No hay esperanza?  ¿La herida es incurable a causa de la transgresión?  No, bendito sea Dios, no es así (Rom. 3:21-22); hay otro camino abierto para nosotros, ahora se ha manifestado la justicia de Dios, aparte de la ley, por medio del evangelio. La justificación puede obtenerse sin la observancia de la ley de Moisés: y esto se llama la justicia o rectitud de Dios, la rectitud de su ordenamiento, y disponibilidad y aceptación –justicia que él pone sobre nosotros; como una armadura cristiana llamada la armadura de Dios, Efesios 6:11.

Ahora, con respecto a la justicia de Dios, observe, (1) que es manifestada.  La vía de justificación del evangelio es un gran camino, un camino llano, está abierto para nosotros: la serpiente de bronce es alzada sobre el mástil, no se nos deja andar a tientas nuestro camino en la oscuridad, sino que se manifiesta a nosotros.  (2) Es aparte de la ley.  Aquí se elimina el método de los cristianos judaizantes, que juntan a Cristo y Moisés, que creen que Jesús es el Mesías, y sin embargo, tienen demasiado cariño por la ley y quieren conservarla, observando las ceremonias de la misma, y queriendo imponerlas a los conversos gentiles: no, dice él, es sin la ley.  La justicia que Cristo ha traído es una justicia completa.  (3) Sin embargo, está atestiguada por la Ley y los Profetas, es decir, en el AT había tipos, profecías y promesas que apuntaban a esto.

La ley está tan lejos de justificarnos, que nos lleva a otra forma de justificación, señala a Cristo como nuestra justicia, de quien dan testimonio todos los profetas.  Véase Hechos 10:43.  Esto podría hacer entender a los judíos, que querían tanto a la Ley y los profetas.  (4) Es por la fe de Jesucristo, la fe que tiene a Jesucristo por objeto –un Salvador ungido, que es lo que significa Jesucristo.  La justificación por la fe respeta a Cristo como Salvador en sus tres oficios ungidos: como profeta, sacerdote y rey, confiando en él, aceptándolo a él, y adhiriendo a él, en todo esto.  Es por estas razones que nos interesa la justicia que Dios ha ordenado, y que Cristo ha traído.  (5) Finalmente, es para todos, y sobre todo, para los que creen.

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