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La angustia del creyente ante la prosperidad de los malvados

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«¿Hasta cuándo, Señor, los malvados,

hasta cuándo triunfarán los malvados?»

Salmos 94:3

 

El salmista, observando la situación de su época plantea una de las grandes incógnitas a la cual nos enfrentamos los creyentes. ¿Cómo es posible que los malvados progresen? ¿Cómo poder explicar que aquellos que son malos les puedan ir bien las cosas? Hemos de reconocer que el aparente bienestar de los malvados nos incomoda. Yo diría que se trata de una de las injusticias más lacerantes que existen. No hay duda de que se dan circunstancias que afectan por igual a justos e injustos, pero cuando no es así nuestros sentimientos y nuestra percepción de Dios se ve alterada. El progreso de los malvados difícilmente resulta fácil de entender si este se compara con las adversidades que en muchas ocasiones han de hacer frente aquellos que intentan actuar de acuerdo a la voluntad del Señor. Esta exclamación de incomprensión no es una excepción sino que recorre todo el AT. En ese sentido Jeremías exclamará:

 

«Aunque tú, Señor, llevas la razón cuando discuto contigo, quiero proponerte un caso: ¿Por qué prosperan los impíos y viven en paz los traidores?»

Jeremías 12:1, 2

 

Jeremías no puede dejar de plantearse una de las grandes cuestiones que han angustiando al creyente a lo largo de la historia: ¿Cómo explicar de forma satisfactoria el progreso de los injustos? ¿Cómo explicar el sufrimiento al cual han de hacer frente en tantas ocasiones aquellos que desean ser fieles a la palabra de Dios en oposición a los malvados? ¿Cómo explicar la aparente contradicción entre la angustia de aquellos que son justos y los logros de los injustos en esta vida? ¿Es posible aún así hablar de un Dios de amor a la luz de la realidad que nos rodea? Jeremías proclama su indignación al ver como los malvados progresan y no puede dejar de preguntarse: ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo es que Dios no actúa? Estaréis de acuerdo conmigo, que de la misma manera que Jeremías proclamó su indignación ante las injusticias que lo rodeaban y el aparente progreso de los malvados, vosotros mismos en más de una ocasión os habéis preguntado dónde está Dios ante tanta injusticia. Pero ese grito de enojo no es un signo exclusivo de Jeremías. Los profetas del AT no pueden dejar de proclamar ante la realidad social que les toca vivir su indignación. De ahí, su actualidad.

En el libro del profeta Habacuc, este se exclama al considerar las dificultades que tienen que soportar aquellos que quieren hacer la voluntad del Señor:

 

«Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda

sin que tú me escuches?

¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia

sin que vengas a librarnos?

¿Por qué me haces ver

tanta angustia y maldad?

Estoy rodeado de violencia y destrucción;

por todas partes hay pleitos y luchas.

No se aplica la ley,

se pisotea el derecho,

el malo persigue al bueno

y se tuerce la justicia.»

Habacuc 1:2-4

 

Y unos pocos versículos más adelante el mismo profeta Habacuc dirá:

 

«Tus ojos son demasiado puros para estar mirando el mal, no puedes estar contemplando la opresión: pues ¿por qué contemplas en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente?»

(Habacuc1:13)

 

Las palabras del profeta Habacuc no dejan de ser el grito de exclamación del creyente ante las injusticias que lo rodean. Habacuc no tiene ninguna duda en cuanto a la pureza de Dios y su rechazo frontal del mal. Él utiliza una imagen preciosa: “Tus ojos son demasiado puros para contemplar el mal”. El profeta tiene claro que Dios no soporta el mal, que este le incomoda. Pero ante la certeza de que Dios rechaza el mal, él no pede dejar de preguntarse cómo es posible que Dios guarde silencio. ¿Cómo es que no actúa? ¿Cómo es posible que se mantenga al margen ante el progreso del mal y aquellos que lo fomentan?

Pero la pregunta que nosotros habríamos de ser capaces de hacernos es si realmente Dios guarda silencio. O bien formulada de otra manera es que Dios es indiferente ante las injusticias que nos rodean. Tengo el convencimiento de que el Dios de la Biblia, es un Dios que sufre con nosotros y que por ello no es indiferente ante nuestra angustia. Pero, al mismo tiempo, he de reconocer que resulta difícil entender o poder explicar el aparente silencio de Dios. Y digo aparente silencio porque no tengo la menor duda de que Dios actúa, pero ello no implica que nosotros seamos capaces de percibir la acción de Dios. Y en ese sentido, nuestra propias limitaciones y falta de perspectiva nos pueden hacer pensar que Dios no actúa, que es indiferente a nuestro sufrimiento. Pero, la verdad es que el Dios que se nos revela en la Biblia es un Dios de acción, que es sensible a las necesidades del hombre.

Estos textos escritos en el pasado no dejan de hablarnos de una realidad más próxima a la nuestra de la que nunca habríamos imaginado hasta hace algunos años atrás. Los profetas del AT siempre han estado más cerca de nuestras necesidades de lo que podríamos imaginar. Al leer estos pasajes se manifiestan como mínimo dos aspectos sumamente interesantes.

 

1.- La injusticia social

Muy a menudo podemos caer en el error de pensar que los problemas sociales que nos agobian son propios de la sociedad y del momento que nos toca vivir. Podemos llegar a creer que los problemas que nos toca afrontar en la actualidad son la consecuencia lógica de una sociedad secularizada que vive al margen de Dios. Pero la realidad es muy diferente de la que podemos llegar a imaginar. Vivimos en una sociedad injusta, y la crisis económica y política que nos está zarandeando lo pone de una forma evidente. Pero, desgraciadamente, esta ha sido la realidad histórica desde la antigüedad, aunque durante mucho tiempo hayamos vivido de espaldas a esa realidad. En estos días que nos toca vivir o mejor dicho sobrevivir somos más conscientes que nunca de cómo las injusticias se multiplican a nuestro alrededor, de cómo numerosas personas se encuentran en una situación cada vez más precaria. Pero lo más triste es que al mismo tiempo vemos como los poderosos se aprovechan de los más débiles de la sociedad para enriquecerse. Vemos cómo aquellos que tienen los mecanismos para cambiar el rumbo viven al margen de las necesidades de una sociedad que naufraga. Es curioso como día tras día las cosas se complican y como la angustia asociada a la crisis que nos rodea se multiplica por momentos. Pero, como ya decíamos, la realidad histórica -que es un maestro que no deberíamos olvidar- nos recuerda que los problemas siempre nos han acompañado y nos acompañarán. Con ello no llamo a la resignación y la aceptación de la situación, sino al reconocimiento de la realidad.

Lo más triste de todo, es que el pueblo de Dios no ha podido evitar caer en el mismo error que aquellos pueblos que lo rodeaban. Los profetas del AT una vez tras otra se rebelan contra las injusticias que observan en su sociedad. Los injustos progresan en oposición a la situación en la que se encuentran los justos. Además, este progreso solamente es posible pisando a los más débiles de la sociedad. En definitiva a aquellos que no pueden defenderse. No deja de ser sorprendente que esta situación se de entre el supuesto pueblo de Dios, entre aquellos que han recibido un mensaje especial de parte de Dios. Esta es la demostración de que el conocimiento no nos hace mejores a menos que el deseo de Dios para con nosotros sea asumido como propio, a menos que este se convierta en parte integrante de nosotros mismos.

 

2.- La fidelidad no se ve recompensada en esta vida

El segundo aspecto que me gustaría comentar y que al mismo tiempo me permitirá enlazar con otras cuestiones, es que aquellos que son fieles a Dios no están libres de afrontar dificultades. Las exclamaciones de Jeremías, de Habacuc, así como las pronunciadas por otros profetas, ponen de manifiesto que vivir, o mejor dicho, intentar vivir de acuerdo a la voluntad de Dios no es una garantía de nuestra felicidad en esta vida. Los justos sufren y este sufrimiento los lleva a preguntarse: ¿Dónde está el Señor? Como decíamos unas líneas más arriba, actuar con el propósito de hacer las cosas en sintonía a lo que el Señor nos recomienda no implica que no tengamos dificultades en nuestro devenir diario.

Os he de confesar que esa realidad me gusta. Me gusta no porque desee tener problemas o porque considere que el sufrimiento asociado a tener dificultades proporcione un valor añadido a mi existencia. Más bien todo lo contrario. Me gusta porque viene a desmontar el discurso de todos aquellos creyentes que ante las dificultades, los problemas, las angustias de aquellos que los rodean, etc., proclaman como única explicación posible que estos son la consecuencia natural de su falta de fidelidad a la voluntad de Dios. Estos, de una forma más o menos abierta, acusan a su prójimo de que hay algo en sus vidas que no están haciendo bien. Desgraciadamente, al margen de nuestra acción, el sufrimiento nos acompaña desde el mismo momento de nuestro nacimiento, por no decir desde nuestra gestación. En numerosas ocasiones, si no en la mayoría, sufrimos no tanto por aquello que hemos hecho sino como consecuencia de situaciones que se encuentran más allá de nuestro control. ¿Cómo explicar sino el sufrimiento de muchos de los héroes de la fe o el de muchos creyentes que cada día se acercan a Dios buscando orientación para sus vidas? Aunque son fieles, los problemas los acompañan. Esta realidad no excluye otra realidad, muchas veces sufrimos como consecuencia de nuestras propias decisiones.

Pero, llegado a este punto, lo importante es que seamos capaces de recordar en todo momento que no siempre es así y que el sufrimiento nos acompañará durante esta vida independientemente de cómo obremos. En ese sentido, la Biblia no deja lugar a dudas. Esta afirma a través de sus relatos que no siempre el sufrimiento que nos toca afrontar es consecuencia de nuestras acciones o decisiones. Además, los justos sufren en contraste con los injustos. ¿Cómo interpretar sino la experiencia de Job?

 

Job como ejemplo de aquel que sufre

Aunque todos conocemos la historia de Job, esta no deja de ser sumamente interesante. El primer aspecto interesante se encuentra en el hecho de que Job es un hombre inmensamente rico. Pero, no tan solo es rico a nivel material, sino que también lo es desde una óptica espiritual. La relación que mantiene con Dios es tan profunda, tan estrecha que Dios dirá de él:

 

¿No te has fijado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?

Job 1:8

 

Las palabras de Dios en relación con Job no dejan de ser sorprendentes en cierta medida, pero no tengo ninguna duda de que todos nosotros desearíamos que Dios pudiese exclamar sobre nosotros lo mismo. ¿Quién no desearía que Dios pudiese proclamar de nosotros que es perfecto y recto? Job es un ejemplo de lo que Dios desearía que fuesen nuestras vidas. Pero aún así, a pesar de que Job vive de acuerdo a la voluntad de Dios, este llega a sufrir de una manera que nosotros difícilmente podemos entender. En un primer momento pierde todas sus riquezas, sus posesiones materiales, pasa de ser un hombre inmensamente rico a no serlo. Pero el golpe más terrible se produce posteriormente, cuando Job tiene que afrontar la pérdida de todos sus hijos e hijas. ¿Qué debió pensar Job? Pero, por si eso no fuese suficiente para desmoronar a cualquiera, poco tiempo después se ve afectado por una enfermedad de la cual no es capaz de aliviarse y para acabar de rematarlo, su mujer lo invita a maldecir a Dios y morirse, y sus supuestos amigos lo acusan responsabilizándolo de lo que le sucede por su falta de fidelidad en relación con Dios. Sus amigos, sin ningún tipo de sensibilidad, tienen claro que Job sufre porque se ha apartado de Dios; en definitiva, porque ha pecado. Nadie, ni siquiera su mujer, lo entiende. Job no encuentra el consuelo que necesita en aquellos que supuestamente lo deberían ayudar. Qué fácil es acusar y que difícil es ponerse en la piel de nuestro prójimo para solidarizarnos con él. La situación de Job es desesperada y, como no puede ser de otra manera, Job llega a dudar de Dios, de cómo este actúa. Él es incapaz de entender el porqué de lo que le está sucediendo y, como es lógico, se pregunta por qué le pasa lo que le pasa, qué ha hecho mal.

En la desesperación, Job llegará a maldecir el momento de su nacimiento. Él exclamará:

 

«¡Muera el día en que nací,

la noche que dijo: “Han concebido un varón”!

Que ese día se vuelva tinieblas,

que Dios desde lo alto se desentienda de él,

que sobre él no brille la luz,»

Job 3:3,4

 

«¿Por qué al salir del vientre no morí

o perecí al salir de las entrañas?

¿Por qué me recibió un regazo

y unos pechos me dieron de mamar?»

Job 3:11,12

 

No podemos negar que se trata de unas palabras que, de entrada, no dejan de sorprendernos al venir de una persona que supuestamente es fiel a Dios, de una persona de la cual Dios mismo ha proclamado que es un ejemplo de rectitud e integridad. Estas palabras a la luz de los hechos que se desarrollarán con posteridad son una demostración de que los creyentes, de que aquellos que intentan actuar de acuerdo a la recomendaciones de Dios, también se angustian y sufren ante la realidad que les toca vivir. Y no tan solo eso, sino que también gritan porque no entienden por qué sufren. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Ningún hombre, independientemente de su acción, está libre de sufrir. Lo más significativo de todo lo dicho es que el ser creyente no excluye la necesidad de quejarse en determinadas circunstancias, de preguntarse el por qué de las cosas. Aquel que se declara creyente tiene el derecho de sentirse desesperado y gritarlo a los cuatro vientos. Quejarse no implica necesariamente alejarse de Dios, ni dudar de su misericordia, como veremos. Solamente es la demostración de la angustia que nos zarandea en determinados momentos de la vida.

 

Jeremías, el profeta que se lamenta

Un hecho interesante, y en el que a menudo no se piensa, es que Job no es el único personaje bíblico que llega a maldecir el día de su propio nacimiento. En ese sentido, un ejemplo lo encontramos en el profeta Jeremías. Jeremías, como tantos otros profetas, es escogido por Dios con el objeto de amonestar al pueblo de Dios. Dios confía en que el pueblo reaccionará, pero el pueblo rechaza el mensaje que Jeremías trae de parte de Dios. Toda amonestación siempre corre el riesgo de no ser escuchada y esto es lo que sucede en el caso de Jeremías. Y como consecuencia de ello, Jeremías tiene que afrontar las penurias asociadas a la impopularidad de su discurso. Llega un momento en el cual se siente solo, no entiende por qué su misión es un fracaso, y esa situación de desamparado le llevará a exclamar:

 

«¡Maldito el día en que nací,

el día que me parió mi madre no sea bendito!

¡Maldito el que dio la noticia a mi padre:

Te ha nacido un hijo”, dándole un alegrón!

¿Por qué no me mató en el vientre?

Habría sido mi madre mi sepulcro;

su vientre, preñado para siempre.

¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas

y acabar mis días derrotado?»

Jeremías 20: 14, 15, 17, 18

 

No deja de ser del todo sorprendente que un profeta, un hombre escogido de Dios con la misión de hablar en su nombre, llegue a maldecir el día de su propio nacimiento. Hemos de reconocer que tal forma de actuar es políticamente incorrecta o, mejor dicho, religiosamente incorrecta.

Pero he de confesaros que la actitud de Job y de Jeremías me encanta porque hace posible que me pueda identificar con ellos. Aunque se trate de personas que juegan un papel fundamental en la historia de la salvación, no dejan de ser personas frágiles, débiles que necesitan de Dios. Se trata de personas que sufren y que, en muchas ocasiones, no son capaces de entender aquello que sucede a su alrededor. En definitiva, se trata de personas como tú y yo. Personas que sufrimos, que nos angustiamos al observar la realidad que nos toca vivir. ¿Quién no puede sentirse identificado con el sufrimiento de Job o Jeremías a su manera? ¿Existe alguien que pueda afirmar que no ha sufrido, o que en determinados momentos de su vida no se ha sentido desamparado? ¿Hay alguien que no se haya preguntado el porqué del estado en que se encuentra? Todos de una manera o de otra hemos padecido. Y cuando observamos cómo los héroes de la fe, hombres escogidos por Dios de una forma directa, también han sufrido o han tenido dificultades en sus vidas, eso nos da fuerzas para seguir adelante. En definitiva, su forma de afrontar las adversidades se convierte en un ejemplo para nosotros.

 

Un grito de esperanza

Por otro lado, me parece muy importante destacar que la desesperación de Job y Jeremías, no se debe asociar con la de aquel que no tiene esperanza, sino que se corresponde con la de aquel que sabe que a pesar de las adversidades puede confiar en Dios y en sus promesas.

Al enfrentar la realidad que nos toca vivir, hemos de tener claro que como creyentes existe una respuesta a las angustias de la vida, pero más que una respuesta una solución y, más que una solución, una esperanza. Pero esta pasa por confiar en nuestro Creador. Desgraciadamente, no se trata de una respuesta que nos proporcione una satisfacción inmediata a las injusticias que nos rodean y que nos angustian. Digo desgraciadamente porque como hombres en demasiadas ocasiones no sabemos esperar. Como dice el dicho “Quien espera desespera”.

Un hecho innegable es que las injusticias son tan reales en la actualidad como en el pasado, y como lo serán en el futuro. No existe una respuesta que de una forma racional, en un sentido científico, pueda satisfacernos plenamente y de forma total. Dar una respuesta así al mal y a todo el sufrimiento e injusticia que se derivan de este está más allá de nuestras posibilidades. Pero, aún así, existe una esperanza para aquel que desea creer en las promesas del Señor, como ya mencionábamos anteriormente.

Job, Jeremías y Habacuc así como muchos otros (nosotros mismos) se indignan ante la realidad que les toca vivir. Pero, lo más maravilloso de todo, es que aunque la realidad los desborda muy a menudo no dejan de confiar en el Señor de la vida, y esta confianza les llevará a reconocer sus limitaciones y, al mismo tiempo, su confianza plena y absoluta en Dios.

Job, después de discutir con Dios pidiendo una explicación, declarando que es incapaz de entender por qué le sucede lo que le sucede; en definitiva, lamentándose amargamente por la situación en la cual se encuentra, acabará declarando:

 

«Reconozco que lo puedes todo

Y ningún plan es irrealizable para ti.

Escúchame, que voy a hablar,

voy a interrogarte y tú me responderás.

Te conocía sólo de oídas,

ahora te han visto mis ojos;»

Job 42:2,4,5

 

Job, con estas palabras, reconoce sus limitaciones y no tan solo eso, sino que acaba proclamando su total confianza en Dios. Él reconoce que a Dios no hay nada que le resulte imposible. Pero, para mí lo más importante se encuentra en que está dispuesto a escuchar la voz del Señor. Y esa disposición implica que Job está dispuesto a dejarse instruir, a dejar que el Señor tome posesión de su vida. Y ante tal respuesta, la pregunta que yo me planteo inmediatamente es si nosotros estamos dispuestos a confiar en el Señor y a escuchar su voz de la misma manera que Job estuvo dispuesto. Tal vez, por no afirmarlo con total rotundidad, el secreto para afrontar las adversidades se encuentra en hablar con Dios y ser sensible a su instrucción, a sus palabras.

Por otro lado, el profeta Jeremías dirá:

 

«El Señor es mi fuerza y fortaleza, mi refugio en el peligro.»

Jeremías 16:19

 

¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!

Será un árbol plantado junto al agua,

arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno,

no temerá, su follaje seguirá verde,

en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto.”

Jeremías 17:7,8

 

Con estas palabras, el profeta Jeremías quiere manifestar su total confianza en Dios, y no únicamente esto, sino que afirma con total rotundidad que no hay ninguna situación que no pueda afrontar con éxito aquel que pone su esperanza en el Señor. Jeremías de forma poética compara a esa persona con un árbol que no deja de dar fruto, aunque las condiciones sean adversas.

Además, Jeremías nos da la clave para nuestra felicidad. No nos dice que si confiamos en el Señor no tendremos problemas. Lo que nos dice es que seremos capaces de superarlos, de hacerles frente.

Para finalizar, me gustaría hacerme eco de las palabras del profeta Habacuc, cuando dice:

 

«Aunque la higuera no florezca

ni en las vides haya frutos,

aunque falte el producto del olivo

y los labrados no den mantenimiento,

aunque las ovejas sean quitadas de la majada

y no haya vacas en los corrales,

Jehová, el Señor, es mi fortaleza;

él me da pies como de ciervas

y me hace caminar por las alturas.»

Habacuc 3:17-19

 

Estas palabras de Habacuc contrastan de una forma muy significativa con las del mismo profeta que hemos mencionado anteriormente y que se encuentran al principio de su discurso. En comparación con las dudas iniciales respecto a la acción de Dios, Habacuc acaba declarando que, aunque las situaciones que le acompañen sean adversas, el Señor es su fuerza. Además, utilizando un lenguaje metafórico proclama que hará ágiles sus pies como los de las ciervas y que caminará por las alturas.

Espero que las palabras de Job, de Jeremías y de Habacuc, que son una muestra de otras muchas, puedan llenarnos de confianza, que sean palabras que puedan darnos las fuerzas necesarias para afrontar las adversidades de la vida, así como las injusticias que de una forma más que evidente se presentan ante nosotros. Que aunque nos sintamos angustiados por las dificultades y desbordados por el sufrimiento podamos continuar confiando en el Señor, a la vez que tengamos el convencimiento de que este se encuentra a nuestro lado. En ese sentido, sería bueno que tuviésemos presente en todo momento las bienaventuranzas como manifestación de nuestra esperanza y confianza en el Señor, a pesar de las adversidades que la vida nos depara.

«Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos.

Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará.

Felices los humildes, porque Dios le dará en herencia la tierra.

Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo.

Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios.

Felices los que trabajan a favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.

Felices los que sufren persecuciones por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos.

Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y cuando digan falsamente de vosotros toda clase de infamias por ser mis discípulos.

¡Alegraos y estad contentos, porque en el cielo tenéis una gran recompensa!.»Mateu 5: 3-12
 

 

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