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“Un ministerio perpetuo”

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“Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:27)

La lección de esta semana se enfoca “en la necesidad de mantenernos involucrados en los ministerios de testificación y evangelización . . . mientras tengamos aliento” (Sección correspondiente al sábado 23 de junio).

Confieso que tengo reparos con respecto a dos conceptos que aparecen en el folleto trimestral: “necesidad” y “deber”.  El primero de estos conceptos aparece en el pasaje recién citado.  El segundo, que aparece en la misma sección del día sábado, dice: “Mientras tengamos aliento debemos cumplir un ministerio” (énfasis agregado).

¿Por qué se debe enfatizar la “necesidad” de mantenernos involucrados en la testificación?  A mi juicio, aquí está implicada la suposición de que los testigos no son conscientes de que testificar es una necesidad perpetua  Si esta fuera la situación de los testigos, ¿a qué podría deberse?

¿Y por qué hace falta recalcar que se “debe” cumplir un ministerio de testificación?

Para contestar a estas dos preguntas, creo que hace falta, en primer lugar, repasar el significado de “testificar” en el contexto de la comisión dada por el Maestro a sus discípulos la última vez que estuvo con ellos.  Entiendo que las palabras de Jesús pronunciadas ante los discípulos en la intimidad de la Última Cena, la noche antes de ser crucificado, tienen una importancia suprema, debido al momento y circunstancia en que fueron dichas.  Según las palabras de Jesucristo, “el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26).

En primer lugar, es notable que el testimonio del Espíritu sea un testimonio acerca de Jesucristo.  No es un testimonio acerca de algo, sino acerca de Alguien.  Lo mismo debe ser verdad con respecto a las palabras que continúan inmediatamente: “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:27).

El testimonio de los discípulos de Jesús, desde aquel tiempo hasta hoy, es un testimonio acerca de Jesús.  Para dar testimonio acerca de él, es menester conocerlo, haber “estado con él”.  Me pregunto si quienes han estado con Jesús, beneficiándose con la Paz que él da, consideran que dar testimonio de ello sea un “deber”.  La respuesta que encuentro, y que ofrezco a los lectores, es que no es un deber, no es una obligación moral, no es algo que se puede hacer o dejar de hacer.  Dar testimonio acerca de Jesús es la consecuencia espontánea e inevitable de conocerle y de haber estado –o de estar— con él.  Testificar es una consecuencia, no  una necesidad.

¿Y cómo se da testimonio acerca de Jesús?  También esto lo dijo el Maestro en aquella noche víspera de la crucifixión: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).  El sentido de la vida cristiana es ser testigos de Jesús, de que somos discípulos de Jesús.  Y para esto no sirven los discursos ni las técnicas de evangelización, si no van acompañadas por una vida congruente con los discursos, si no van acompañadas por actitudes y actos de Amor.

Los que han estado con Jesús han recibido el carisma del amor, el cual no puede ser ocultado.  Insisto: es algo natural que seamos testigos de ese amor mientas tengamos aliento, a no ser que dejemos de “permanecer” en Jesús.  Reflejar el amor de Jesús en el mundo no produce cansancio, ¡no más que tener aliento!  Cuando la gente se hace mayor y su salud falla, el amor de Jesús que está en ellos no se extingue.

A no ser que testificar acerca de Jesús y de su amor no sea lo que dice el Maestro en Juan 13-17, a no ser que Jesús y el autor de la lección estén hablando de cosas diferentes, o que yo no haya entendido de qué hablan y esté equivocado, dar testimonio acerca de Jesús y proclamar la buena noticia (evangelizar) es algo tan natural y tan perteneciente a la esencia de ser discípulo, que un cristiano no lo considera un deber, ni hace falta que le recuerden que es necesario. 

El sol no calienta ni alumbra porque sea su “deber”, ni porque lo hayan convencido de que es “necesario” que lo haga.  El sol calienta y alumbra porque es el sol.

Lo que hace falta, entonces, es verificar si somos discípulos de Jesús, si hemos estado con él, y si permanecemos en él.  Para mí, lo que es una necesidad es reconocer si quiero abrir la puerta, reconocer si tengo hambre y sed de justicia.  Reconocer que soy yo quien necesita a Dios y no pensar que él está dependiendo de mí, porque aunque es verdad que somos instrumentos suyos, somos nosotros los que necesitamos de él.  Yo soy quien necesita a Dios, y desde este humilde reconocimiento, cada día me encuentro con él.  Ésta es mi necesidad, y la consecuencia del encuentro con Jesús es dar testimonio acerca del milagro cotidiano de ver cómo un corazón de piedra es transformado en uno de carne.

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