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Sobre “Madre nuestra que estás en los cielos”

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La lectura del artículo Madre nuestra que estás en los cielos de mi buen amigo Juan Ramón Junqueras me suscitó una serie de reflexiones que en principio iba a insertar como comentario, y que finalmente he plasmado en este post a modo de carta abierta que extiendo a los lectores de Café Hispano.

Querido amigo y hermano Juan Ramón:

Me parece muy inspirador y positivo el que entiendo es el tema de fondo del artículo: el amor incondicional de Dios. Para mí eso es grandioso, y agradezco que lo prediques con tanto entusiasmo. Nunca será suficiente el énfasis en el que es el asunto fundamental del plan de salvación: la entrega total del Señor. Ahora bien, no quiero dejar de señalar algunos aspectos de tu forma de exponerlo que encuentro cuestionables.

En primer lugar, recorre todo el artículo la asunción de que el padre (terrenal) responde al estereotipo de persona fuerte, protectora, autoritaria… Curiosamente, la contrapartida de este estereotipo es que la madre es débil y está dominada por un cariño que le impide establecer su autoridad.

Dices: “Es muy importante recuperar esta imagen materna de Dios, que fortalece, matiza y purifica su imagen paterna. No cabe una interpretación machista de la divinidad, en la que prevalezcan la fuerza, el poder y la autoridad del varón”. Yo creo más bien que si superamos la visión machista de la humanidad, que en el artículo se asume como premisa, entonces ya no es tan problemático llamar sólo “Padre” a Dios, porque ese nombre incluirá todo lo que un buen padre cristiano debe tener: protección, seguridad, explicación… pero también cariño, ternura, compasión, etcétera. Por ello, la idea de que “Dios, si hay que decirlo de algún modo, si hubiera que elegir, es más madre que padre” está condicionada por una visión patriarcal de la familia, que, personalmente, me niego a asumir. Entiendo que en los tiempos bíblicos el modelo familiar dominante es el patriarcal (lo cual impregna el lenguaje en que se expresan muchas verdades bíblicas), y hoy sin duda el machismo pervive, pero pienso que reducir cada uno de los sexos a ciertos valores me parece convencional y tradicionalista; si somos capaces de superar esa asociación, la imagen de lo varonil cambiará para nosotros, y por tanto esa dicotomía entre el padre y la madre, tan acentuada en el artículo, creo que se diluiría.

Por otro lado, tras describir al padre como fuente de protección, seguridad, explicación y autoridad, todos ellos valores positivos, se da un giro para destacar los aspectos negativos de esas funciones del padre, y se afirma: “La figura paterna se convierte, así, en una especie de limitación a la libertad del niño”. […] Para poder otorgarle su protección, seguridad y explicación, el hijo ha de ceder una buena parte de su autonomía”. Pienso que se mezclan aquí dos fases del proceso educativo seguido por los padres (padre y madre) con sus hijos: la fase en que el niño está desvalido, por sus limitaciones naturales, y la fase en que se va volviendo autónomo. Escribes: “En comparación con el padre, entonces, él mismo se siente menos fuerte”; y es que sin duda lo es, pero sólo en la primera fase. De ahí la necesidad de una autoridad bien definida, que deben encarnar padre y madre; privar de ella a un niño en esa fase supone dañar gravemente su maduración emocional y apostar por que se convierta en el típico niño tiránico y sin capacidad de autocontrol. La conducta del padre (y de la madre) ha de ser, y normalmente es, dinámica: desde una etapa más autoritaria (porque sus hijos están desvalidos), hacia una autonomía del hijo cada vez mayor.

Por tanto, creo que no es correcto hablar de que el hijo ha de ceder su autonomía, porque eso implica que el niño anteriormente había tenido libertad, y que el padre se la ha restringido, cuando la realidad es que los niños, por su invalidez natural, nacen sin autonomía, y son los padres los que van cediendo en su control y les van otorgando mayores cotas de libertad, de modo que los niños llegan a pasar de una moral heterónoma a una moral autónoma. En realidad, a partir de ese giro que señalo, tu artículo se centra básicamente en el mal padre, en aquel que no sabe comprender que los hijos han de ir volviéndose autónomos, un padre que no asume que el niño crece, y que continúa tratando al joven como si fuera un niño. Creo que ni siquiera los patriarcas de los tiempos bíblicos eran en general así. Y, como padre, me niego a aceptar esa visión, que entiendo provoca algunas incoherencias en el discurso. Dices: “No podemos transpolar, así como así, nuestra forma de ser padres a la de Dios”. Es totalmente cierto, pero más cierto aun (permíteme un toque de humor) si somos tan malos padres como el que presentas a lo largo del artículo. En cambio, si los padres (varones) somos como debemos ser, seguramente que llamar “Padre” a Dios recupera connotaciones más positivas.

Hay varios momentos del artículo en que se produce un cambio de tema, al mencionar ciertas acciones de Dios en el Antiguo Testamento (diluvio…), asociándolas con el hecho de que se conciba a Dios como Padre; si nos atenemos a las denominaciones de Dios, más bien son acciones del Señor de los Ejércitos, de Jehová, etcétera. Aprecio cierta contradicción en que se vincule al Dios-Padre con un Dios que castiga, cuando precisamente la denominación de Dios como Padre es casi exclusiva de Jesús, mientras que aquí se están exponiendo sobre todo ciertas visiones del Dios del Antiguo Testamento. Y precisamente, en uno de esos cambios de tema, sin entrar en mayores análisis en un asunto que entiendo tiene su complejidad, se considera que lleva a una “esquizofrenia más propia de humanos desquiciados que de Dios” creer que la Biblia es literal cuando dice que Dios mandó el diluvio, castigó a Nadab y Abiú, convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal… “Dios es Padre a su modo, y no al nuestro. Es un padre divino, no humano”, dices. ¿Y por eso hemos de negar la literalidad de esos pasajes? Sin olvidar, por supuesto, que el juicio final (con la condenación que implica) es uno de los temas sobre los que más habló Jesús. Es cierto que “siempre tenemos asegurado el cariño de Dios, sea cual sea nuestro comportamiento”, pero Jesús insistía constantemente en que llegará un momento en que el Padre deberá permitir nuestra extinción si lo rechazamos a él; y eso es parte de su amor en una situación extraña cual es la irrupción del pecado en el universo. Insito en que éste es un asunto peliagudo que daría pie a un desarrollo y un debate más amplios.

Dices que no tienes “ánimo de construir un Dios femenino”, pero creo que sí has intentado deconstruir un Dios masculino. Sin pretender ser categórico, y valorando mucho tu mensaje principal, me pregunto: ¿No es mejor reconstruir el concepto de padre y de madre terrenales, ajustándolos a una concepción en realidad más bíblica y por tanto no machista (según la cual ambos tienen autoridad y cariño) para así comprender mejor a Dios? Quizá alguien necesite dirigirse a Dios como “Madre nuestra que estás en los cielos”, y si eso le ayuda en su relación con Dios, no entraré en analizarlo. Pero personalmente considero que la expresión no es la más afortunada, al menos como título, porque evoca ciertas teologías autodenominadas “feministas” que han llegado a publicar Biblias marcadas por la obsesión por lo políticamente correcto, en las que se “corregían” todas las expresiones bíblicas que ciertas personas, erigiéndose en autoridad, clasifican como inadecuadas; considero que una modificación de este tipo a la larga puede dificultar la comprensión de la Biblia, más que facilitarla.

A pesar de todas estas matizaciones, considero que la idea fundamental del artículo resulta de lo más positivo y necesario, por lo que te felicito. Quiero destacar al gran valor teológico que tiene el estudio de las imágenes femeninas de Dios en la Biblia, que se apunta muy acertadamente a lo largo del texto.

Un abrazo:

 

Jonás Berea

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