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“La inmortalidad: ¿Programada o prometida?”

La revista Time puso una declaración extraordinaria en la portada de su edición del 21 de febrero de 2011: “2045, el año en que el hombre se vuelve inmortal”.  Esta predicción se basa en la fusión entre el cerebro humano y una computadora.  Se dice que la tecnología informática se desarrolla a un ritmo tan espectacular que los ordenadores (o computadores) podrán llevar a cabo en sólo una hora lo que antes le tomó a la historia 90 años.  Esto sugirió a muchos científicos de todo el mundo que los ordenadores estaban desarrollando una “inteligencia” (inteligencia artificial) similar a la de los humanos, y que en 2045 incluso superaría a la inteligencia humana.  Se planteó la hipótesis que los humanos, entonces, podrían ser capaces de descargar sus conciencias en robots computarizados y tener una existencia virtual dentro de ellos para siempre.  Esto acabaría permanentemente con la civilización tal como la conocemos.  La muerte se convertiría en una opción.  Los seres humanos se transformarían y pasarían a controlar su evolución.  Tal vez llegarían a ser capaces de resolver problemas que previamente habían sido insolubles.

Por supuesto, hay muchos científicos que encuentran que tales predicciones son un completo disparate.  Contraatacan argumentando que las computadoras sólo son capaces de una gama muy estrecha de lo que se describe como inteligencia, y que la tecnología nunca será capaz de reproducir las complejidades enormes de una sola célula humana.  Además hay desafíos filosóficos que considerar. ¿Cómo nos identificaríamos si existiéramos en dos formas?  Si los robots fueran cargados con nuestras conciencias, ¿se llevarían mejor con otros robots que nosotros con otros seres humanos, considerando cómo lo hacemos en la actualidad?  ¿Qué pasaría si a nuestro nuevo “yo” no les gustara nuestro viejo “yo” y se volviera contra nosotros?

Los cristianos abordan el tema de la inmortalidad desde un paradigma radicalmente diferente al que ofrece la ciencia.  Basándose en las Escrituras, los cristianos saben que el pecado es la razón por la que merecemos morir, pero la muerte no tiene por qué ser la situación final de nuestra existencia.  Sólo hay una excepción para el destino que nos merecemos.  Esa excepción es la muerte de Jesucristo.  Debido a que él fue perfecto, no merecía morir.  Con un corazón que ama como ningún otro, Dios nos ofrece que la muerte de Jesús sea el registro que Él considere cuando lleguemos al juicio.  El cambio más sorprendente del destino en la eternidad, se encuentra en Juan 3:16, “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.  La inmortalidad comienza inmediatamente en el contexto de la promesa de Dios y será una realidad en la Segunda Venida.

¡Pero hay más!  La inmortalidad sería el peor de los destinos si tuviéramos que mantener el mismo carácter antiguo.  Apenas despertamos cada mañana, reconocemos las vulnerabilidades de nuestra naturaleza pecaminosa.  Necesitamos un Salvador durante todo el día, todos los días.  Dios sabe esto, por lo tanto, su promesa de la transformación es mucho más amplia que el mero don de la vida eterna.  Él promete que en la Segunda Venida no sólo nos concederá la inmortalidad en lugar de la mortalidad, sino que transformará la corrupción en incorrupción (1 Cor. 15:53).  Necesitamos que estas transformaciones se produzcan simultáneamente para que ambas sean significativas.  En conjunto, estas promesas nos dan las razones para alabar a Dios por su misericordia y perdón, y para confiarle nuestro futuro.

Como creyentes cristianos ¿cómo deberíamos responder a las predicciones de que las programaciones de las computadoras podrán darnos algún día la opción de la inmortalidad?   ¿Deberíamos ignorar estas afirmaciones porque tenemos “la verdad”?  ¿Reírnos de tales predicciones por considerarlas ridículas?  ¿Argumentar contra sus improbabilidades?

No es de extrañar que los científicos estén obligados a buscar la manera de extender la vida.  Todos los seres humanos queremos vivir más de lo que nuestras vidas lo permiten.  Ese deseo fue incorporado por Dios, es nuestro derecho de nacimiento.  Eclesiastés 3:11 dice que Dios “ha puesto eternidad en sus corazones”.  Procuramos ir más allá de los límites de nuestra vida tratando de reducir los efectos del envejecimiento y alargar nuestros días.  Morimos deseando disponer de más tiempo.  En su sermón “El peso de la gloria”, CS Lewis dijo: “Ahora, si estamos hechos para el cielo, el deseo de nuestro lugar ya estará en nosotros, pero aún no se adjunta al objeto real, e incluso aparece como el rival de ese objeto. . . .  Casi toda nuestra educación se ha dirigido a silenciar esta voz tímida, persistente, interior; casi todas las filosofías modernas se han ideado para convencernos de que el bien del hombre se encuentra en esta tierra”.

Debemos dar gracias a Dios porque ha permitido a los científicos descubrir cosas que han mejorado mucho nuestra calidad de vida aquí y ahora.  Debemos estar agradecidos a todos aquellos implicados en la investigación, ya sea que sus preguntas las hayan relacionado con un Dios personal o no.  Podemos orar para que sus búsquedas algún día les ayuden a descubrir las verdades de la salvación, que responden a los anhelos íntimos que son satisfechos sólo por Jesucristo.

Las noticias diarias son un claro recordatorio de que vivimos en un mundo cargado con el dolor y el sufrimiento, con el odio y el miedo.  La historia humana no nos da ninguna razón para pensar que algún día van a terminar todas las guerras, que se curarán todas las enfermedades, y que alimentaremos a todos los que tienen hambre; la lista de nuestros fracasos es interminable.  Hay algunos que proponen que el avance de la tecnología puede ser nuestro salvador, pero las Escrituras dejan claro que la salvación es posible sólo a través de una persona, nuestro Creador y Redentor, Jesucristo.

Se nos ha prometido el regreso físico y literal de Cristo.  Las Escrituras describen un día en que vamos a mirar hacia arriba para ver una nube distante cada vez más grande y más brillante, a medida que se acerca a la tierra.  Y a medida que esta escena gloriosa empiece a llenar todo el cielo, nos alegraremos de que de que nuestra redención esté cerca.  Veremos a nuestro Dios, triunfal y majestuoso, en medio de las incontables huestes de ángeles jubilosos.  Al sonido de la trompeta de Dios, y en un abrir y cerrar de ojos, todos aquellos que han anhelado este momento se convertirán en seres perfectos e inmortales.  Nosotros nos levantaremos para encontrarnos con Dios en el aire “y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17).

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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