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“Dios como artista”

Mi marido, Kyle, sumerge su pincel en una mezcla cuidadosamente equilibrada de rojo cadmio y verde de Hooker.  Desliza el pincel por un lienzo en blanco, dejando un trazo oscuro de color marrón rojizo. Ese trazo pronto estará acompañado por otros.  Otros colores y otras superficies, aplicados de una manera aparentemente aleatoria hasta que, cuando la obra esté terminada, el lienzo lucirá una imagen fácilmente reconocible.

Él es un artista.  Él está creando.

No de la misma manera que Dios creó un mundo vivo y con sentidos, por supuesto, pero con el mismo espíritu.

“Yo no sé por qué me siento obligado a pintar”, responde cuando le pregunto por su motivación.  “Es algo que creo que todos tenemos en nosotros –el anhelo de crear algo.  Algunas personas lo hacen a través de medios artísticos y otras a través de algunos medios más lógicos, como inventar o construir, pero tenemos algo en nosotros que queremos expresar y es la única manera que tenemos de dejarlo salir.  Creamos porque queremos expresarnos y comunicar algo a los demás.  Queremos que la gente mire nuestra obra, se relacionan con ella y la aprecie”.

Mientras estudio la lección de esta semana de la Escuela Sabática, explorando la idea de Dios como artista, me pregunto qué estará tratando de comunicarnos el Señor.  ¿Podría ser que, al igual que las personas que Él hizo, la creación de Dios sea como una forma de auto-expresión y un intento de conectarse y relacionarse con aquellos que contemplan su obra?

Me gusta la idea central de la lección del lunes, que señala que las instrucciones detalladas que Dios le dio a los israelitas en el Éxodo –para la construcción del santuario—  son una indicación de: a) el amor de Dios por la belleza adornada, y b) una sombra del esplendor aún más lujoso del santuario celestial.

Pero creo que aún hay más.

Génesis 1:27 nos dice que fuimos hechos a imagen de Dios.  A pesar de que generalmente se supone que eso significa que compartimos con Dios un parecido físico, creo que también significa que nos asemejamos a él, incluyendo el ser bendecidos con el deseo y la capacidad de crear.

Los seres humanos somos la única especie que tiene el deseo inherente de crear, simplemente por el placer de crear.  Sí, si le das a un chimpancé un cubo de pintura, podría ser que arroje algunos colores en un lienzo.  También he visto un video de ciertos elefantes en Tailandia que pintan caprichosas y primitivas “imágenes de elefantes” sosteniendo el pincel con su trompa.  Si bien esto es ciertamente una novedad, las “obras de arte” basadas en el estímulo de la recompensa no son una expresión de lo que ve el elefante.  Estos animales están simplemente siguiendo las órdenes de su entrenador y, probablemente, ni siquiera saben lo que están haciendo.

En su conjunto, el mundo del arte moderno favorece al humanismo sobre el cristianismo como filosofía predominante.  Pero yo diría que Dios nos dio el impulso artístico no sólo como una fuente de placer para nosotros mismos –y una excusa para celebrar nuestras habilidades—  sino como un vínculo que puede acercarnos a Él y ayudarnos a comprender su amor y devoción hacia nosotros.  Cuando creamos algo, ya sea con pintura o arcilla, con palabras, arquitectura o música, experimentamos algo que debe ser similar a lo que Dios sintió cuando creó este mundo y a nosotros mismos.  El lienzo vacío de Dios era un mundo que estaba desordenada y vacío (Génesis 1:2).  Cada vez que Dios añadió una nueva capa de color y textura, como lo hacemos nosotros, tal vez dio un paso atrás y dio una mirada, y entonces sintió una oleada de satisfacción.  “Y vio Dios que era bueno” se repite a lo largo de la historia de la creación en Génesis 1.

También experimentamos un cierto sentido protector por algo que está hecho a mano –ya sea nuestro o de otra persona.  Por ejemplo, si algo le sucede a un lienzo en blanco, Kyle tendrá que salir a comprar uno nuevo, pero no se trata de una pérdida real.  No obstante, una vez que se aplican los colores, la misma tela adquiere un nuevo valor.  El pintor se convierte en protector de la obra.  “No dejes que los niños se acerquen a esta pintura,” me advierte mientras el trabajo final se seca en la esquina de la sala de nuestra casa, su estudio improvisado.  Ahora hay algo de mi marido plasmado en la tela.  Es algo que salió de dentro de él.  Es su visión.  Su imaginación.  Su alma.  Ahora la tela vale mucho más que los US$ 7 que pagó por ella.

Si nos sentimos tan protectores de un poco de pintura en un lienzo, ya sea que lo pintó Kyle o Miguel Ángel, imagínese lo que siente Dios por el mundo perfecto que él creó.  Una obra de arte con vida, con respiración, intrincadamente detallada, que no ha sido completamente destruida, pero sin duda arruinada.  Debe haber algo de sí mismo en esta obra maestra temporalmente dañada.  Su visión. Su imaginación. Su alma.

Nuestra lección señala que no muchos cristianos saben mucho de arte.  Por supuesto, coleccionar obras de arte es infamemente caro.  Y creo que se piensa que es algo un tanto frívolo.  Pero, ¿podría ser el arte una forma de adoración?  ¿Podría ser una manera de rendir homenaje al Artista máximo, el Maestro original?

Sin nada más, la próxima vez que mire el mundo natural, quiero recordar que la vida no imita al arte, es arte.

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