Skip to content

Al tercer día

Una de las características del evangelio Según Juan es que los eventos principales en la vida de Jesús están conectados con fiestas judías o tiempos específicos. La expulsión de los cambistas y mercaderes del templo tuvo lugar en una pascua (2: 13). La alimentación de los 5,000 sucedió en otra pascua (6: 4). Aparentemente para esta pascua Jesús no subió a Jerusalén. La curación del inválido en los portales del estanque de Bethesda en Jerusalén tuvo lugar “un día de fiesta de los judíos” (5: 1) (La mayoría de los lectores del evangelio piensan que se trata de la pascua). Todos los evangelistas concuerdan en que Jesús murió en el tiempo de la pascua (11: 55).

Sobre la base de que en Según Juan se mencionan cuatro pascuas (contando como pascua la fiesta del capítulo 5), se dice que el ministerio de Jesús duró tres años y medio. Es decir, las referencias a la pascua se interpretan cronológicamente. (Según los sinópticos el ministerio de Jesús pudo haber durado menos de un año.) En este contexto, sin embargo, hay que notar que otros eventos en Según Juan reciben referencias cronológicas con grandes reservas de sentido que trascienden la temporalidad.

Por ejemplo, leemos que la fiesta de los tabernáculos estaba cerca y Jesús subió a Jerusalén de incógnito (7: 2). La fiesta celebra la providencia de Dios durante la peregrinación en el desierto durante el éxodo. Uno de los milagros más destacados de aquella experiencia había sido la roca de la cual brotaba agua para satisfacer las necesidades del pueblo en aquellos páramos. La fiesta duraba siete días. En el día principal de ella, los sacerdotes descendían del templo al estanque de Siloé y luego subían la cuesta hasta el altar de los sacrificios en el atrio del templo trayendo cántaros llenos de agua. Todo el pueblo los seguía también cargando cántaros con agua. A medida que llegaban al altar todos volcaban sobre él el agua de sus cántaros y el agua corría libremente por el atrio. De esta manera, la fiesta no solamente convertía al altar en la roca de la cual brotaba abundante agua para suplir la necesidad del pueblo durante sus peregrinaciones por el desierto, también anunciaba el cumplimiento de la profecía de Ezequiel del río que descendería del templo en el monte de Sión y correría hacia el este para endulzar y vivificar las aguas del Mar Muerto (Eze. 47: 1 – 12).

Según Juan dice: “Mas en el postrer día grande de la fiesta, Jesús se ponía en pie y clamaba, diciendo ‘Si alguno tiene sed venga a mi, y beba el que cree en mi. Como dice la Escritura, “ríos de agua viva correrán de su vientre”’” (7: 37 – 38). Entonces el narrador le explica al lector: “Y esto dijo del Espíritu que habrían de recibir los que creyesen en él, pues aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado” (7: 39). La referencia a la fiesta de los tabernáculos nos da la pauta para entender estas palabras de Jesús. El agua de la roca del desierto y el agua del río que endulzaría el Mar Muerto no se pueden comparar con el agua del Espíritu (3: 5, comparar con 4: 14) que brota del cuerpo del Glorificado. Seguramente que la descripción del soldado que con su lanza abre una herida en el costado de Jesús en la cruz, de la cual brota agua y sangre (19: 34), es para demostrar el cumplimiento de las palabras de Jesús en la fiesta de los tabernáculos.

Pareciera, entonces, que las referencias temporales tienen como fin darle al lector un marco teológico dentro del cual entender lo que se está narrando. Este es el caso también en la referencia a la pascua y la alimentación de los 5,000 en el capítulo seis. El discurso acerca del verdadero pan que descendió del cielo contrasta el milagro del maná con el sustento vital ofrecido por el Glorificado. “El Espíritu es el que da vida. La carne nada aprovecha” (6: 63).

Otros episodios de Según Juantienen referencias temporales con manifiesto significado teológico. En mi anterior columna hice referencia al lavamiento de los pies de los discípulos como un ejemplo que los discípulos debían imitar para confirmar su solidaridad con Cristo. Jesús llevó a cabo este acto “sabiendo que su hora había venido para que pasase de este mundo . . . . Sabiendo Jesús . . . que había salido de Dios y a Dios iba” (13: 1, 3). En otras palabras, el lavamiento de los pies debe ser entendido en referencia a su muerte, su pasaje de este mundo, su retorno a Dios.

Después de comer el pan mojado en vino que Jesús le dio, Judas salió del lugar donde Jesús y sus discípulos habían cenado. Los discípulos pensaron que iba a comprar lo necesario para celebrar la pascua el día siguiente. El narrador, sin embargo, alerta a los lectores que “ya era de noche” (13: 30).

A través del evangelio leemos acerca de Nicodemo, “el que vino a Jesús de noche” (3: 2; 7: 50; 19: 39). Jesús mismo hace claro que “el que anduviere de noche tropieza porque no hay luz en él” (11: 10). Preocupados de que los cuerpos no estuvieran expuestos durante el sábado, “los judíos” piden a Pilato que acelere la muerte de los crucificados quebrándoles las piernas. Al no poder erguirse apoyándose sobre el clavo que horadaba sus pies, todo el cuerpo de la víctima colgaba de sus brazos y la parte inferior del tórax se ponía tensa, impidiendo que el diafragma bombee aire a los pulmones. Los crucificados morían entonces asfixiados o de un paro cardíaco.

Apurados por cumplir con la ley, aparecen dos individuos: José de Arimatea, un cripto-cristiano por miedo a “los judíos”, y Nicodemo, el caballero de la noche que “era uno de ellos” (7: 50). El tono irónico (sarcástico?) con que el narrador nos informa de sus apuros por llevar a cabo sus actividades antes que se hiciera de noche está ampliamente en evidencia. Ansioso por enterrar el cuerpo antes de la puesta del sol, José pide a Pilato el cuerpo. Nicodemo aparece con cien libras de unguentos. Entre los dos embalsaman y entierran el cuerpo de Jesús “según la costumbre de los judíos sepultar” (19: 40). El día siguiente, se nos informa, era “el gran día del sábado” (19: 31). Nadie ha podido encontrar otra referencia a un “gran sábado” en la literatura de ese tiempo. Cien libras de unguentos serían suficientes para embalsamar una docena de cuerpos, como mínimo. Preocupación por costumbres de “los judíos” nos dejan saber que estos dos caballeros preocupados por un cuerpo muerto y la noche que se les viene encima no han captado la verdad del que imparte el Espíritu sin medida (3: 34). Pareciera que el narrador describe un desorientado apego a “la carne” por parte de quienes no tienen una verdadera conexión con el Enviado del Padre. Por contraste, en los sinópticos se describe a la sepultura de Jesús como un acto de misericordia llevado a cabo por mujeres piadosas.

La referencia temporal más notable la encontramos al comienzo del relato de la boda de Caná: “en el tercer día hiciéronse unas bodas en Caná de Galilea” (2: 1).Como indicación cronológica es totalmente inútil puesto que no nos indica en cual día comienza el cómputo. Pero si nos frustramos por la ambigüedad de la frase hemos leído mal. Para los primeros cristianos “al tercer día” ya era una referencia clara al clímax de la misión de Jesús.

La confesión de fe cristiana citada por Pablo, y conocida por todos en sus iglesias, decía:

Fue muerto, por nuestros pecados, conforme a las Escrituras,

Y fue sepultado.

Resucitó, al tercer día, conforme a las Escrituras,

Y apareció                                                                                   (1 Cor. 15: 3 – 5)

Aquí “al tercer día” ocupa un lugar paralelo a la frase “por nuestros pecados”. Los otros paralelismos contrastan “murió” con “resucitó” y “fue sepultado” con “apareció”. Por su parte “por nuestros pecados” y “al tercer día” nos dejan ver el propósito y el método de la misión redentora ya predicha en las Escrituras.

La referencia “al tercer día” como introducción al relato de la boda de Caná nos alerta del contexto en que debe ser entendido. De la boda misma no se nos da detalle alguno. Aparentemente lo único memorable acerca de esa boda es que faltó vino y la madre de Jesús le dijo “Vino no tienen”. Según pareciera bodas y vino van juntos. Es inconcebible la una sin el otro. La respuesta de Jesús a la información proporcionada por su madre nos da una segunda pauta, por si no captamos el significado de que se trata del tercer día. “Ese problema no es ni mío ni tuyo, mujer. Aún no ha venido mi hora” (2: 4).

Ya el lector debe saber que el vino que ellos no tienen lo ha de proveer Jesús cuando “al tercer día” llegue su hora. Con esto puesto en claro el relato puede seguir adelante. “Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme a  la purificación de los judíos, que cabían en cada una dos o tres metretas” Aparentemente esta es una casa en  que los rituales de purificación se llevaban a cabo con toda prolijidad y eran observados rigurosamente, usando agua que corre libremente (no de un estanque, o aljibe). También se nos informa que las tinajas estaban hechas de bloques de piedra. Eran tinajas sólidas. No se trataba de tinajas frágiles de alfarería. Su capacidad también era admirable. Siendo que una metretaconsiste de 40 litros, en cada una cabían unos 100 litros, pero de acuerdo con los requerimientos del caso al momento estaban vacías.

Jesús ordena a los sirvientes llenar las tinajas, y ellos las llenan “hasta arriba”. Esto quiere decir que ahora hay 600 litros de agua disponible para llevar a cabo las purificaciones de “los judíos”. Cuando los sirvientes sacan agua de las tinajas, sin embargo, no es agua. Es vino. Los sirvientes reciben orden de hacer que el maestresala apruebe lo que se ha de servir a los comensales. El narrador ahora nos alerta de un detalle importante. Mientras que los sirvientes saben “de dónde viene”, el maestresala “no sabía de dónde era” el vino. O sea, el maestresala no sabía que el vino que había degustado era “agua de arriba”.

Al degustar el vino el maestresala se siente traicionado. Está expuesto a una acusación grave de incompetencia. No solamente ignora los detalles de su oficio sino que también está malgastando los recursos de su amo. Mis compatriotas rioplatenses le dirían: “No gastes pólvora en chimango” (la pólvora es cara y esta ave no es ni dañina ni comestible).

Según el maestresala es un desperdicio servir el mejor vino cuando los comensales ya han perdido la capacidad de apreciarlo por haber estado bebiendo un vino inferior. Cuando los comensales están en pleno uso de sus facultades se sirve el mejor vino disponible. Una vez “bebidos” (mis compatriotas dirían “tomados”, methusthosin) se les sirve cualquier vino barato. El maestresala acusa al novio de no haber usado la cabeza. La queja del maestresala es: “Tu has guardado el buen vino hasta ahora”.

Este relato ¿de qué se trata? Seguramente que no se trata de una boda de la cual no se da detalle alguno. Se trata de la aparente ineptitud de un esposo que tiene a su disposición el mejor vino y no lo sirve cuando debiera haberlo servido. En vez de eso, ha esperado “hasta ahora” para servir el mejor vino. El narrador nos dice que ésta fue la primera señal hecha por Jesús. Siendo que su hora aún no había llegado, Jesús “al tercer día” en vez de morir en la cruz manifestó su gloria proveyendo el mejor vino en una fiesta sin vino (2: 11).

Los que lo sirven saben que este vino viene de tinajas de piedra destinadas a proveer agua para las purificaciones rituales de “los judíos”. Por supuesto, los que se quejan de que el esposo es un desentendido que sirve el buen vino a mal tiempo, no saben de dónde es que viene el mejor vino.

Todo esto nos hace reconocer que este relato, en realidad, tiene una función apologética, y justifica el reclamo de los cristianos. “Los judíos” argumentan que un Dios sabio y justo sirvió el buen vino cuando les dio la ley y el pacto en el Sinaí por mediación de Moisés. Ellos se sienten orgullosos y dan testimonio de ser discípulos de Moisés (9: 28).  En este evangelio  se acusa a “los judíos” de poner sus esperanzas en Moisés (5: 45) y de pensar (erróneamente) que la vida se encuentra en las Escrituras (5: 39). Estos cristianos contundentemente rechazan esta manera de ver las cosas. La religión de fiestas sin vino y de ritos de purificación, la religión de “vuestra ley” (10: 34: 15: 10; 18: 31; 19: 7), ha sido transformada en la religión de la verdad y la vida. Precisamente, la ironía es que la queja del maestresala, en realidad, proclama la verdad del evangelio. Es necesario creer en el Enviado del Padre que vino “de arriba”, pues Dios esperó “hasta ahora” para darnos vida, el buen vino, “al tercer día”.  

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.