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¿Cristianismo en singular? El extraordinario malentendido (2/4)

[Este artículo es la segunda parte de la serie ¿Cristianismo en singular? El extraordinario malentendido. Consulta aquí la parte 1]

¿QUÉ SOLUCIÓN LE DAMOS A ESTO?

Entonces, ¿qué solución le damos a esto?

Al principio de esta reflexión apuntaba como origen del problema de tanta división y pretensión de singularismo al hecho de fijarnos, casi obsesivamente, en quién tiene la razón, quién posee la verdad, quién es el elegido, quién está por encima de los demás. Y dejaba caer que quizá la solución estuviera en desentrañar qué está por debajo de todo y de todos, qué es lo mínimo, lo más básico, aquello que nos es común a todos. Y, además, os decía que nosotros, como cristianos, deberíamos ser los primeros en saberlo. Porque lo singular del cristianismo no es que humanos expliquen cómo es Dios, que eso lo hacen todas las religiones, sino que Dios, para explicarnos cómo es Él, y cómo podríamos llegar a ser nosotros, se hizo humano. Lo más básico que tienen en común ricos y pobres, hombres y mujeres, pastores y laicos, cristianos y musulmanes, creyentes y ateos, es que son, antes que nada, humanos. No religiosos, ni siquiera creyentes, sino humanos. Nuestra humanidad es el nexo de unión que nos aglutina a todos. Y esto lo entendió muy bien Jesús.

1. La religión de Jesús es la humanización de los creyentes

Nosotros creemos que Jesús nos reveló a Dios. Es decir, nos explicó quién es Dios para nosotros y cómo es Dios para nosotros. Esto es la base de cualquier religión cabal. La cuestión que se plantea ahora es si, para darnos a conocer a Dios tal como Jesús nos vino a explicar, la religión siempre es una ayuda y un medio privilegiado o, por el contrario (y por más extraño que nos parezca) puede ser un impedimento. Se trata, por tanto, de saber si el Dios que nos revela Jesús está necesariamente asociado a la religión, tal como la religión se entendía y practicaba en Israel en tiempos de Jesús, o más bien al Dios de Jesús se lo encuentra en otra forma de entender y vivir la religión, en una religión que se vive en lo secular y laico, en lo profano de este mundo.

Lo primero que se ha de recordar es que Jesús, al hablar con Dios y al hablar de Dios, utilizó sobre todo la palabra “Padre”. Con lo cual Jesús nos vino a decir que a partir de la experiencia humana, humanísima, de la bondad de un padre entrañable, que da cariño y seguridad, desde esa experiencia tan humana, podemos empezar a conocer lo que es Dios y cómo es Dios. Esto quiere decir, por lo pronto, que Jesús, para explicar a Dios, no tomo como punto de partida una experiencia religiosa, sino que nos empezó a enseñar cómo podemos entender a Dios a partir de una experiencia humana, y que es común a todos los seres humanos: tener un padre. Por lo que desde una experiencia inhumana, que no tenga en cuenta lo básico que nos hace humanos, la necesidad de comer, de tener amigos, de sabernos amados en el seno de una familia, de sentirnos protegidos y respetados; repito: desde una experiencia inhumana, por religiosa que sea, no podemos entender ni dar a entender a Dios.

2. Lo humano es lo último, lo básico, lo que está por debajo de todo

Por eso Jesús tuvo tanta querencia vital por los más pequeños, los de abajo. Es desde los últimos desde donde su puede sintonizar con Jesús y con el Padre. Por ello los insistentes elogios de Jesús a “los últimos”, y sus recomendaciones a que cuando te inviten a una boda, o a lo que sea, no te pongas el primero, sino que te vayas al último lugar. Por ello las reprensiones de Jesús a los discípulos porque discutían sobre “quién era el más importante”, quién tenía la razón, quién estaba por encima; porque para él lo importante no era quién está por encima, sino qué es lo común a todos, lo que hay por debajo. En el gran banquete del reino no entran los invitados oficiales, es decir, los elegidos, los predilectos, sino los vagabundos de los caminos, que no tienen ni dónde caerse muertos. Por ello los expertos y profesionales de la religión no se enteran de lo que representa Jesús. Los que realmente comprenden la altura de su mensaje son la “gente sencilla”, los népioi, que en griego significa “el que aún es incapaz de articular un lenguaje verdaderamente humano”, y por lo tanto el lactante, el bebé, el niño pequeño, el que no es otra cosa que lo más básico de lo humano.

Nos encontramos, pues, ante la asombrosa afirmación de Jesús de que el significado de su vida, de su mensaje, de su revelación de cómo es el Padre Dios, se hace incompresible para los doctos de la religión, mientras que los que no tienen ni títulos ni creencias refinadas, ni categorías ni distinciones, ésos que sólo tienen lo más básico y elemental de la condición humana, que es lo que pueden tener los népioi, los que no pueden ni tienen nada que decir, esa clase de personas son las que sintonizan con Jesús, las que comprenden su vida y entienden su mensaje. Son aquellas que no poseen nada más que su humanidad, y desde su radical humanidad comprenden a Dios. Cuando al ser humano no le queda otra cosa que lo más elemental de la condición humana, es decir su humanidad, entonces es cuando conecta con Jesús y con el Dios de Jesús, hasta un grado tal de profundidad que no se alcanza con los saberes, con los títulos, ni con el talento de los entendidos si no son capaces de escarbar en su propia humanidad.

Situado entre los últimos, y fundido con ellos, Jesús comprendió enseguida dónde estaba la raíz del problema: en la deshumanización y el sufrimiento que padecía aquel pueblo, muchas veces a causa, precisamente, de la religión. Jesús entendió por qué la gente no encuentra a Dios, ni encuentra en Dios la solución a la inhumanidad que nos destroza a todos. ¿Cómo va a significar Dios salvación aquí y ahora, si relegamos su actividad salvífica al día final y al más allá? ¿Cómo no va a crear la religión división, y hasta rechazo y enfrentamiento, si mientras sus representantes imponen diezmar la menta y el comino, el campesino lucha de sol a sol, sin éxito, por mantener a flote a su familia? ¿Cómo no va a provocar hastío la religión, si sacraliza hasta lo que se come, mientras el creyente no tiene qué echarse a la boca? ¿Cómo no va a provocar recelo si sus dirigentes, para mantener su pureza ritual, se echan al otro lado del camino, mientras el herido agoniza en la cuneta? ¿Cómo no va a producir aversión, si mientras los religiosos predican sobre la santidad del sábado, reprenden a un paralítico que coge su camilla y echa a andar en día de reposo? ¿Qué es más importante, más pegado a lo divino, la sacralización del sábado, o la curación-humanización del creyente?

3. La pretensión de la humanización como religión crea conflicto

No es de extrañar, por ello, que el conflicto que se provocó a causa de la actividad y las enseñanzas de Jesús, fuese un conflicto de carácter religioso. Quiero decir, fue un conflicto motivado por la religión, y cuyos condicionantes fueron religiosos. Porque resulta evidente, leyendo los evangelios, que aunque la condena a muerte de Jesús fue decretada por las autoridades romanas, fueron las autoridades religiosas quienes lo entregaron al poder civil para que lo mataran. Por ello se puede decir que a Jesús lo mató la religión, en cuanto que fueron los dirigentes religiosos los que vieron que lo que ellos representaban y lo que representaba Jesús eran dos proyectos que no coincidían ni podían coincidir, y eran incompatibles.

En el proyecto de la religión, el centro determinante de todo lo demás está en lo sagrado, con su dignidad, poder, sus normas y prohibiciones. Mientras que en el proyecto de Jesús, el centro de todo lo demás está en lo humano, en el respeto a todos, sean religiosos o no lo sean, tengan o no creencias, sean buenas o malas personas, sean ortodoxos o heterodoxos. Y es también un proyecto que tiene su centro en la dignidad y la felicidad de las personas, en la dicha de vivir, en el gozo y el disfrute de todo lo bueno y bello que Dios ha hecho y puesto en la vida, para servicio de los seres humanos y como camino de éstos para el encuentro definitivo con la realidad última, ya sea que a tal realidad la entendamos como Dios o la interprete cada cual como esté a su alcance, y dentro de sus posibilidades concretas y humanas.

Como decía antes, esto mismo nos lo muestra la propia forma de Jesús de venir a este mundo. Porque creemos que la encarnación de Dios no fue la divinización del hombre Jesús, sino la humanización de Dios en Jesús. Si esto fue así, la encarnación de Dios en Jesús es el acto por el que Dios sacrifica todo su poder y autoridad, su grandeza y majestad, tal como esas palabras son entendidas y vividas por las religiones y en las religiones. Es el acto por el que Dios lo cede todo a los seres humanos. De forma que en lo humano es donde podemos conocerlo y encontrarlo. Si tomamos en serio lo que se nos dice en el Nuevo Testamento, es en lo secular, en lo humano, en lo profano, y no en lo sagrado donde, ante todo, encontramos y vivimos la auténtica experiencia que nos enseñó Jesús.

Y decía antes que estos dos proyectos son incompatibles porque, aunque en teoría se podrían armonizar el uno con el otro, y creo que cada increpación de Jesús a los dirigentes religiosos iba dirigida en ese sentido, en la práctica concreta de la vida, quien pone el centro de todo en lo sagrado, por eso mismo impone límites, prohibiciones, censuras, amenazas, que entran en conflicto con muchas de las aspiraciones más hondas que sentimos los humanos.

4. Inversión del centro de atención religiosa

Con todo esto no quiero decir que Jesús suprimió lo sagrado. Lo que afirmo humildemente es que Jesús desplazó lo sagrado, en cuanto que lo sacó del templo y sus sacerdotes, de la religión y sus normas o amenazas, y lo puso en el ser humano, en todo ser humano y en las relaciones que cada cual tiene y mantiene con los demás. Esto es lo verdaderamente sagrado para Jesús. En este sentido, y desde este punto de vista, no me parece un despropósito afirmar que el proyecto de Jesús fue un proyecto laico, secular.

Por ello me atrevo a decir que a Jesús no lo mató la maldad, la perversión o la infidelidad de los sumos sacerdotes y demás miembros del Sanedrín, sino el fiel cumplimiento de su deber como tales dirigentes religiosos, y su obligación de mantener a raya la más estricta observancia de las normas de la Ley, del culto religioso y del respeto que a su parecer merecía el Templo de Dios. No fue un enfrentamiento de orden moral, en el sentido de que “el bueno” habría sido Jesús, en tanto que “los malos” serían los sacerdotes, los maestros de la ley y los observantes fariseos. El Evangelio no es una historia de buenos y malos. La significación del Evangelio no depende de las conductas éticas de los personajes que en él aparecen. La conducta de las personas, sea buena o mala, es siempre e inevitablemente circunstancial, coyuntural y, en ese sentido, algo transitorio y mutable. La significación del Evangelio es mucho más profunda, es lo más profundo y decisivo para siempre, es lo más estable, lo más enraizado y anclado en la condición humana, y que responde a una simple pregunta: ¿Qué es más importante para Dios, lo sagrado o lo humano?

Entonces, si a Jesús no lo mató ni el pueblo elegido, ni la maldad de sus dirigentes religiosos, ¿qué es lo que realmente ocurrió allí? Lo repito: fue el enfrentamiento de dos proyectos, la incompatibilidad de dos formas fundamentales de entender la vida y de aquello que es el último determinante de la vida, se lo llame Dios o sea otro en nombre que se le ponga.

[Continuará…]

Foto de Wonderlane

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