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“¿Cuál es el riesgo?”

 

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

La Guía de Estudio de la Biblia para adultos, de la Escuela Sabática, nos ha dado una galaxia a contemplar, no sólo una estrella –y todo centrado en la obra mediadora de nuestro Señor como el Dador de la Gracia.

Esta semana nos fijamos de nuevo en esa víctima triste, esa mujer angustiada que había intentado todo lo que la medicina había sugerido durante 12 años al menos.  Ella había estado viviendo con esa temible palabra, “incurable”, había oído y visto a muchos que elogiaban a ese galileo notable que había estado haciendo maravillas para los demás, y la asaltó el pensamiento salvaje: “¿Habrá alguna esperanza para mí?” 

Se abrió paso entre la multitud.  Pero ésta era tan turbulenta y ruidosa, que se dio cuenta de que no podría llamar la atención de Jesús.  Su fe cansada sólo fue lo suficientemente fuerte como para tocar el manto del Maestro.  Pero algo sucedió, que cambió su vida y ha infundido esperanza muchos siglos después.

Muchos otros en esa multitud deben haberse abalanzado contra él.  ¡Sin embargo,Jesús se detuvo!  Tuvo tiempo y deseo de hablar con su nueva amiga: “¿Quién me ha tocado?”  ¿Se avergonzó ella?  Por supuesto, ¡mucho!  ¡Pero supo que algo maravilloso le había sucedido!  Podría haber tratado de desaparecer, pero Jesús quería dar una gran lección a la multitud bulliciosa: “¡Tu fe te ha salvado!”

¡Vaya!  ¿Qué mejor ejemplo de Jesús concentrado en el plan divino-humano de cooperación?  ¡Funciona cada vez que se intenta!  ¡La esencia del evangelio!  Por supuesto, la mujer no tenía ninguna posibilidad de salvarse a sí misma, pero tenía una voluntad dispuesta y Jesús hizo su parte en el trato –confianza humana y respuesta divina. 

La “fe” es esa palabra que, junto con la “gracia”, ha dividido al cristianismo desde el primer siglo –y es por eso que Pablo y Santiago tuvieron que aclarar cómo funciona la fe.  No, no es una idea pagana según la cual uno podría pensar o decir algo a su dios y esperar un milagro.  No, tampoco es el atajo que muchos cristianos han tomado cuando levantan la mano para mostrar que aceptan a Jesús como su Salvador, pero no a Jesús como su Señor, quien ahora les da poder para vencer las tentaciones de todo tipo. 

Se trata de un “venir a Jesús” en cada momento, cada día de nuestras vidas, al darnos cada vez más cuenta de los deberes conocidos —siempre se hacen más claros y atractivos si lo deseamos: “Tu fe te ha sanado, puedes ir en paz”.
Pero no pasaron muchos días y las multitudes que se agolpaban estuvieron dispuestas a gritar: “¡Crucifícale!”  ¿Cuántos de nosotros sabemos realmente lo que pasa en nuestro propio corazón, cuando las presiones nos empujan? (Se lo preguntaron Cranmer y Ridley cuando se animaban mutuamente sobre los restos de las estacas que ardían frente a la Universidad de Oxford [en el siglo XVI].  ¡Y se lo preguntan los que hoy están siendo asesinados por su fe en ciertos países musulmanes!) Algunas personas a través de los siglos han conocido la paz otorgada por la fe en el medio delhorror. 

Los otros títulos diarios de nuestra lección lo dicen todo: “Se quitó su manto”, “Ni rasgará sus vestidos”, “Prendas de burla”, “Se repartieron mis vestidos”.  ¿Podría cualquiera de las lenguas hacer más hincapié en que nuestro Señor se ha “vaciado a sí mismo” –su razón para ser el mediador de todos los seres creados?  De principio a fin, Jesús se ha revelado a los ángeles y a los habitantes de la Tierra como la más grande historia que alguna vez se haya contado –la historia de la humildad, el misterio de la auto-reducción o auto-negación. 

Sé que tengo un espacio limitado, pero tal vez podamos hacer una pausa por un momento y pensar en el riesgo que corrió nuestro Creador al crear seres con capacidad de pensar, sean ángeles o humanos.  Piense en el riesgo que Dios consideró al desear amar a Su creación (Apocalipsis 13:8).  Cualquier intento de revelarse a sí mismo, su gloria, su carácter, involucraba moverse entre el mundo invisible y el visible (para nosotros y para los ángeles) por razones obvias.  Para compartir su amor Él tuvo que “bajar”.  Para revelarse a sí mismo, tuvo que recorrer todo el camino hasta el encuentro con sus inteligencias creadas, en primer lugar los ángeles, y a continuación los seres humanos.

La cumbre del amor es siempre la humildad, y una persona que es humilde enfrenta un riesgo considerable.  Todos aquellos que lo han vivido, saben lo que quiero decir.
Algunos pueden preguntarse, “¿Cuál es el riesgo?”  El riesgo de ser juzgado mal, sobre todo por uno que se siente orgulloso.  Piense en los fariseos que reprendieron a Jesús porque comía con los pecadores, etc.  Es por eso que Jesús tuvo que enfrentar los ataques escondidos de los que trataban de rebajarlo a su propio nivel: “¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret?”.  En otras palabras, él es no es mejor que yo.  ¿Por qué debo prestarle atención?  ¡El orgullo no tiene ningún problema con los del mismo nivel o con los inferiores! 

¡Exactamente lo que sucedió en el cielo cuando Jesús se convirtió en mediador de los ángeles!  Su trabajo consistía en hablar de su Padre en el cielo.  Todo iba bien hasta que Lucifer comenzó a compararse con Jesús, el Arcángel.  Después de todo, Jesús estaba más interesado en revelar el amor (la humildad y la gracia) que en mostrar la tarjeta de su poder, su majestad como Creador.  Pero esta actitud humilde, esta revelación, fue mal interpretada. 

Todo esto se convirtió en una prueba para Lucifer, como lo es para cada uno de nosotros –si nuestros corazones no se derriten, se endurecen.  Sólo en este punto el Padre se sintió obligado a revelar todos los hechos.  Expuso, ante todos los ejércitos celestiales, la verdadera posición de Jesús y cómo esta relación sostenía a todos los seres creados.  Cuando Jesús no “demostró” su estatus, intervino el Padre.  Jesús todavía iba a ejercer su poder, pero en todo esto no buscaría el poder o la exaltación.  Sería el amor el que exaltaría la gloria de su Padre, el amor que se revela en todas sus formas –eso es lo que Dios quiere que hagan todos sus hijos, por el bien de todos. 

Pero toda esta aclaración causó un conflicto interior.  El orgullo y el deseo de supremacía entraron en súbita erupción (después de todo, él era el jefe de los ángeles antes de que Jesús apareciera en el reino de lo visible).  En realidad Lucifer no se conformó con todos los honores que tenía.  ¿Por qué debería aceptar este nuevo orden? 

Y el conflicto de los siglos empezó: la verdad contra los celos, la envidia y el odio.  Aceptar la verdad tal como la revela Dios Padre es un llamado a “inclinarse”.  Pero Lucifer se volvió hacia sí mismo, y para siempre.  El veneno mortal del egocentrismo.  ¡La causa última del suicidio espiritual, entonces y ahora!  El rechazo del realismo sobrio.  La aceptación de la vanidad y el orgullo -la actitud del ilusionista— voluntario vacío sentimental.  El Gran Amante suplicando al Ego-céntrico.

¿Cómo sucedió?  Lucifer no entendía cómo el Arcángel pudiera o quisiera “dejar a un lado sus vestiduras”.  Pensó que la paciencia del Arcángel era una señal de inferioridad.  Su misericordia fue malentendida.  Así que pensó: “Él no es mejor que yo.  Tal vez pueda pasar por encima de él”.  Y entonces el pensamiento pagano de ser tan sabio como Dios, o más, inundó su mente hasta crear un abismo oscuro y terrible.  Un tercio de los ángeles cayeron en ese abismo oscuro donde la “razón” superó a la realidad: ¿Por qué Jesús velaba su divinidad?   Tal vez Lucifer estaba en lo correcto –Jesús era “bajo” como ellos, no sólo humilde, y lo trataron en consecuencia.

¡Y después de todo! . . . Satanás, ahora, tenía que ver a su odiado antagonista seguir “bajando” a ese nuevo mundo llamado Tierra.  Dondequiera que iba, constantemente apuntaba lejos de sí mismo, exaltaba al Padre.  Luego se convirtió en un pequeño bebé.  Este era ese grado de humildad donde él realmente podía revelar a Dios y reivindicar su nombre. 

Aquí es donde Pablo captura el drama: “Pero se hizo de ninguna reputación [Gr: se anonadó a sí mismo]. . . .  Se humilló, haciéndose obediente. . . . incluso hasta la muerte de cruz”. Fil. 2:6,7.  Cuán bajo tuvo Jesús que llegar para llamar nuestra atención y morir por nuestros pecados. 

Hoy en día sucede lo mismo que en el Cielo y que en Judea hace 2000 años: una decisión del corazón, así como un asentimiento mental.  Todo el mundo debe enfrentarse a la lección de esta semana, que llama a la puerta de todos los que tenemos ese gran don del libre albedrío.  Lo vemos en todas partes –reacciones diferentes cuando nos enfrentamos a la humildad.  Nos obliga a tomar una decisión.  ¿Qué haría usted si estuviera entre los ángeles y Jesús, el Humilde, que está extendiendo sus manos?  ¡Nos derretimos o nos endurecemos! //

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