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“Liberación de las adicciones”

Por Leslie Ackie

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Al estudiar la lección de la Escuela Sabática de esta semana, debo admitir que sentí una falsa sensación de complacencia al revisar la lista de pecados identificados en el estudio, porque no los cometo.  Podría haber permanecido en ese cómodo estado, si no hubiera leído un libro escrito por Carol Cannon titulado Nunca suficientemente bueno.  Entre otras muchas realidades desafiantes, el libro explora el concepto de “limpiar las adicciones”, que incluyen ciertas dependencias no químicas como la adicción al trabajo, además del perfeccionismo, el “iglesismo”, el cuidado de los demás y la necesidad de controlar a los demás.  Si bien miramos con malos ojos las diversas formas de adicciones químicas, estas “adicciones limpias” no sólo son aceptables dentro de la iglesia sino que a menudo son estimuladas y celebradas.

Me preocupó especialmente la idea de “adicciones limpias” porque el libro sugiere que estas dependencias sutiles pueden sentar las bases de adicciones más evidentes en nuestros hijos y nietos.  Al parecer, los hijos de adictos al trabajo son igualmente propensos a desarrollar trastornos adictivos agobiantes, como los hijos de los alcohólicos.  A menudo, los niños aprenden las características adictivas de sus padres, pero pueden presentar sus propias adiciones de diferentes maneras.  Esto me parece aterrador, porque me pregunto qué ejemplo les estoy dando a mis propios hijos.

Después de haber investigado un gran número de definiciones de “adicción”, yo la definiría como una práctica en la que se participa voluntariamente como una prioridad, que le quita tiempo y atención a otras actividades más importantes, y que genera consecuencias negativas que no se tienen en cuenta a fin de continuar participando en el comportamiento adictivo.

Si me paso todo momento disponible de la semana frente a la pantalla del computador [ordenador] preparando el próximo sermón, seminarios, sesiones de terapia, etc., en detrimento del tiempo dedicado a la familia o a mi propio auto-cuidado, ¿eso me hace un adicto?  Lo que hace que esta adicción potencial sea aún más peligrosa, es que es fácil de justificar, porque puedo razonar que estoy “en los negocios de mi Padre”.  Este puede ser un argumento difícil de contrarrestar, pero alguien cercano a mí me dijo una vez: “No me importa cuántos sermones estás predicando, ni la cantidad de estudios bíblicos que das.  Si no estás dedicando tiempo al cuidado de tu esposa, no estás ocupado en los negocios del Señor”.  Esas palabras me clavaron como flechas para hacerme tomar conciencia, entonces y ahora, al reflexionar sobre ellas.

Las adicciones no son sólo lo que hacemos, sino lo más importante, los motivos por qué lo hacemos.  Por ejemplo, la diferencia entre la atención compasiva normal que nos lleva a dar y la atención adictiva, es la medida en que ayudamos a los demás y nuestra razón para hacerlo.  Es verdad que nos sentimos bien cuando ayudamos a otros, pero si ayudamos a otros con el fin de sentirnos bien, cabe preguntarnos si nuestros motivos son correctos.  Elena G. de White declaró que “llevar lo que es legal a un exceso lo convierte en un pecado grave” (El hogar adventista, 122).

En cierto sentido todos somos adictos.  Si se define la adicción como un comportamiento compulsivo en el que estamos dispuestos a participar a pesar de los efectos negativos sobre nosotros y quienes nos rodean, entonces el pecado en sí mismo puede ser visto como una forma de adicción (véase Romanos 6: 16).  Todos podemos identificarnos con el apóstol Pablo cuando se lamenta: “Realmente no entiendo lo que hago; porque no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. . .  Porque yo sé que en mí (es decir, en mi carne) no mora el bien; porque el querer está en mí, pero no el hacerlo.  Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7:15,18-19). ¡Palabras más adecuadas para resumir el estado del adicto, son difíciles de encontrar!

Pablo reconoció su lucha y nosotros tenemos que reconocer la nuestra, porque la negación nos mantendrá esclavizados.  Cuando Jesús confrontó a los fariseos con su esclavitud espiritual, ellos respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: ‘seréis libres’?” (Juan 8:33).

La negación no sólo perpetúa la esclavitud sino que también limita nuestra capacidad para relacionarse con los demás con comprensión y compasión.  Puede ser fácil para nosotros mirar en menos al adicto a la heroína o al alcohólico, porque nos hacen lucir bien, como hizo el fariseo con el publicano en Lucas 18:10-14.  Siempre que nos midamos en relación con los que consideramos menos, vamos a dejar de hacer la introspección saludable y necesaria para enfrentar nuestras propias debilidades.  Si pudiéramos reconocer la realidad de nuestras propias adicciones, tal vez podríamos desarrollar la empatía hacia aquellos que presentan formas más explícitas de adicción.

Pablo nos anima a examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos viviendo la verdad (2 Corintios 13:5).  Cannon sugiere algunas preguntas útiles para ayudarnos a identificar nuestros comportamientos potencialmente adictivos.  ¿Busco compulsivamente a alguien o algo, fuera de mí, para hallar seguridad y autoestima?  ¿Estoy preocupado por una sustancia, persona o comportamiento, hasta el punto en que mi atención se desvía de otras prioridades más importantes?  ¿Experimento una pérdida de control sobre el uso de mi “droga” predilecta?  ¿Experimento importantes pérdidas personales, o sufro consecuencias importantes para mi vida como resultado de mis decisiones?

Nuestra religión puede proporcionar un cóctel atractivo de placeres, ninguno de los cuales son un problema en sí mismos, tales como la alegría, el prestigio, el poder, las relaciones, etc.  Sin embargo, cuando nuestras prácticas religiosas se convierten en un fin en sí mismas, pueden perjudicar la verdadera devoción, el crecimiento personal y relaciones saludables.  Elena G. de White comentó que, “una religión que enfatiza lo externo es atractiva para el corazón no regenerado” (El conflicto de los siglos, 567).

Antela ausencia de mecanismos saludables para lidiar con el estrés de la vida, las adicciones tienen un propósito similar al de los anestésicos en los tratamientos médicos –el alivio del dolor.  Las adicciones nos alejan de nuestros verdaderos sentimientos.  La “droga” de nuestra elección puede variar en función de nuestras circunstancias, pero ya sea que tome la forma de alcohol, sustancias químicas, pornografía, u otras formas más sutiles como el perfeccionismo y la adicción al trabajo, las adicciones son en general una manera de escapar de una realidad dolorosa.

Nuestra libertad de las adicciones requiere que cultivemos ese tipo de honestidad radical que David mostró cuando invitó al Señor: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos: Y ve si hay camino de perversidad en mí, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23).  Se ha dicho que el viaje más largo de todos es el viaje hacia nuestro interior.  ¿Estamos preparados para ese grado de apertura?  ¿Estamos dispuestos a ver lo que Dios podría revelarnos?

Las “adicciones limpias” pueden ser muy difíciles de identificar, debido a que se parecen mucho a las virtudes genuinas.  Muy rara vez los adictos logran la liberación sin ayuda.  Ésta incluye la intervención divina, y también la asistencia de una comunidad de apoyo, la que incluso podría requerir ayuda profesional.  La triste realidad es que, como el hijo pródigo, los adictos a menudo tienen que tocar fondo antes de estar listos para emprender el viaje a casa.  La realidad gozosa, sin embargo, es que hay un Padre amoroso que nos espera para recibirnos y alegrarse por nosotros cantando (Lucas 15:11-24; Sofonías 3:17).

Cualesquiera que sean nuestras adicciones, químicas, psicológicas, o incluso las “limpias”, Jesús promete que si aceptamos su verdad, vamos a experimentar la libertad (Juan 8:32).  El apóstol reitera esta verdad cuando asegura que, “también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).
 

Referencias:

Cannon, Carol.  Nunca es Suficiente: Cómo romper el ciclo de la codependencia y las toxicomanías para la próxima generación, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1993. 

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