Skip to content

Dios como problema

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.»[1]

Vivimos en un mundo, y de una forma especial en Occidente, donde existe un permanente conflicto con Dios y, en particular, con el Dios de los cristianos. En ese sentido, últimamente han aparecido varios libros escritos por eminentes científicos en los cuales se rechaza de una forma contundente la posibilidad de que Dios exista. A esas publicaciones hay que añadir las diferentes campañas de publicidad que han enfrentado a aquellos que rechazan la existencia de Dios con aquellos que por el contrario la defienden. Aunque estas campañas nos pueden resultar ridículas, superfluas y sin sentido, no dejan de poner de relieve una realidad, el conflicto que existe sobre Dios entre aquellos que desean que este deje de ser una realidad y aquellos que postulan su presencia en nuestra sociedad actual. Y esa permanente disputa me lleva a una pregunta: ¿Qué lugar ha de ocupar Dios?

La presencia de Dios en Occidente se ha visto confinada en cierta medida a la privacidad. El creer en Dios ha pasado de ser indiscutible a ser una posibilidad más que cuestionable. El declararse creyente es percibido en algunos sectores como un anacronismo del pasado y esa creencia ha llegado a ser ridiculizada como algo propio de otra época. En ese ambiente de oposición a todo lo que representa Dios, los creyentes no pueden dejar de percibir un cierto rechazo y marginación, llevándolos a una actitud defensiva y de reclusión en sí mismos. Ante tal situación, yo no puedo dejar de preguntarme: ¿Cómo es que hemos llegado a este punto? ¿Qué ha sucedido para que el Dios de los cristianos haya dejado de ser una posibilidad atrayente? ¿Cómo explicar el alejamiento del Dios de la Biblia cuando al mismo tiempo la gente no deja de buscar un sentido a su vida?

El cuestionamiento de Dios me mueve a la reflexión y a preguntarme:

  • ¿Es posible hablar de Dios en nuestra época?
  • ¿Tiene sentido hacerlo a la luz de los avances científicos y tecnológicos?
  • ¿Podemos prescindir de Dios?
  • ¿No son suficientes las respuestas que nos proporciona la ciencia?

Y si después de pensar llegamos al convencimiento de que es posible hablar de Dios, porque Este puede ser significativo para nuestras vidas y para la vida de aquellos que nos rodean -cosa en la que creo, por cierto- entonces surgen las preguntas siguientes:

  • ¿De qué Dios hemos de hablar?
  • ¿Qué Dios puede ser significativo para nuestro mundo?
  • ¿Puede el Dios de la Biblia dar respuesta a las inquietudes de nuestra sociedad?

Creo que es el momento de reconocer que el Dios presentado por los cristianos, en demasiadas ocasiones, se encuentra muy alejado de las necesidades del hombre actual. Además, la actitud de los cristianos no ha ayudado para nada. El Dios de Jesús ha sido distorsionado del tal forma que es irreconocible. De ahí, la necesidad de volver a las fuentes para recuperar el Dios de Jesús. Hemos de hablar de Dios, pero de un Dios que sea sensible a las necesidades e inquietudes de nuestra sociedad, como muy acertadamente señala Philip Clayton:

«Los modos en que concebimos a Dios deben transformarse radicalmente si deben seguir diciendo algo a los hombres y mujeres de nuestra época.»[2]

Llegado a este punto, me gustaría transcribir una historia que me parece muy significativa de la situación donde nos encontramos:

«Una pareja de judíos franceses, los dos ateos, acaban de tomar una decisión importante: han decidido matricular a su hijo en una escuela privada, a la sazón católica. No tienen otro interés que el puramente pedagógico: se les ha dicho que la enseñanza es de excelente calidad. Tras el primer día de clase, preguntan a su hijo:

– ¿Y bien? ¿Qué has aprendido hoy?

– Era el día de la vuelta al colegio. Aún no tenemos mucho trabajo. Pero yo, sin embargo, he aprendido algo interesante.

– ¿De qué se trata?

– Que existen tres Dioses: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El padre, repentinamente lleno de ira, exclama:

– ¡De eso nada, hijo mío! Escúchame bien, es muy importante: ¡Solo existe un solo Dios! Y nosotros no creemos en él.»[3]

He de reconocer que cuando la leí por primera vez esta historia me hizo reír, pero al mismo tiempo, me hizo reflexionar sobre la imagen que proyectamos de Dios. La historia, aunque sencilla, dice mucho más de lo que a simple vista nos pueda parecer. Nos habla de cómo vivimos en un mundo de contradicciones. Esta pareja son un perfecto ejemplo de como hemos pasado de la creencia a la descreencia. Pero a pesar de ello, seguimos en cierta medida creyendo, y seguimos creyendo porque el hombre tiene necesidad de Dios. La vida sin Dios deja de tener sentido. El creer en Dios nos da esperanza. Algunos dirán que eso es un engaño, pero yo me pregunto si el engaño no está precisamente en no creer, en perder la oportunidad que representa tener una relación con el Dios de Jesús.

¿De qué Dios hemos de hablar?

Esta es una pregunta fundamental tanto para aquellos que nos declaramos creyentes como para aquellos que se declaran ateos. Pero aún es más significativa para aquellos que desean creer en Dios y que se encuentran alejados de este por la imagen proyectada desde aquellos que se declaran como creyentes y desde las instituciones que los representan. La respuesta que seamos capaces de articular desde el evangelio puede marcar la diferencia entre creer o no. De ahí, la necesidad como decía anteriormente de recuperar el Dios de Jesús. En ese sentido, André Comte-Sponville, declarado ateo, hablando de Dios dirá:

«El Dios que me interesa, que me conmueve y en el que no creo, es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. […] Es el Dios de Jesucristo. Un Dios de amor, […]. Alguien, no algo.»[4]

Es curioso que él rechace dicha posibilidad por considerarla demasiado perfecta, porque «se corresponde tan intensamente con nuestros deseos más intensos.»[5]

El Dios de Jesús es el Dios que hemos de recuperar, es el Dios que puede ser significativo en un mundo tan lleno de dolor y sufrimiento. Ese Dios de amor que es capaz de dar en lugar de recibir, que es capaz de respetar al hombre siendo consciente de todas las consecuencias que se derivarían de esa sensibilidad, que es capaz de hacerse hombre llegando incluso a entregar su vida. Ese Dios a quien no le importa morir crucificado por aquellos mismos hombres que quiere rescatar. En definitiva, ese Dios que no deja de escandalizarnos porque no actúa como los hombres esperaríamos. La cruz no deja de ser un escándalo porque proyecta una imagen tan diferente de la que los hombres construimos de Dios. ¿Cómo llegar a entender que Dios se haga hombre y llegue a morir por nosotros? Pablo hablando de la cruz dirá:

«Pues el mensaje de la cruz es locura […], para los judíos escándalo, para los paganos locura; […].»[6]

Pero como afirma el propio Pablo: «La locura de Dios es más sabia que los hombres, la debilidad de Dios más fuerte que los hombres.»[7] La cruz nos habla de un Dios de amor, que pone el amor por encima de todo. En ese sentido, André Comte-Sponville, hablando de lo que simboliza la cruz, dirá:

«No la glorificación del sufrimiento, como algunos pretenden, sino la víctima inocente y torturada, el amor ultrajado, humillado, martirizado, “siempre vencido –como decía Alain-, siempre resucitado al tercer día.”»[8]

Y un poco más adelante, refiriéndose a la muerte de Jesús y a la nuestra propia, dirá: «La muerte no podría anular lo que él vivió ni lo que nosotros vivimos.»[9]

No deja de ser irónico que sea precisamente un ateo quien pueda percibir el valor inmenso de un Dios de amor, de un Dios que actúa, de un Dios que se da.

El Dios significativo

El Dios de Jesús es el único Dios que puede ser significativo en una sociedad secular como la nuestra. Es posible hablar de Dios de muchas maneras, pero solamente el Dios de Jesús puede dar sentido a nuestras vidas. En ese Dios encontramos respuesta a nuestras necesidades e inquietudes y, además, descubrimos el valor de tener una relación con Dios.

En el Dios de Jesús, que no deja de ser el Dios de la Biblia, se conjugan tres aspectos que nos hablan de un Dios que se preocupa por el hombre más allá de nuestra comprensión. La Biblia, y este sería el primer aspecto, nos habla de que Dios ha creado al hombre, pero no solamente lo ha creado sino que sale a su encuentro, y este sería el segundo. Y el tercero sería que Dios se entrega por el hombre con el deseo de rescatarlo. Estos aspectos nos hablan de un Dios de amor, de un Dios cercano al hombre, de un Dios que no se impone, de un Dios que está dispuesto a respetar la libertad del hombre. Estos aspectos de la acción de Dios podrían enunciarse tomando las palabras de Andrés Torres Queiruga de la siguiente forma:

  1. El Dios creador del hombre

«Dios crea por amor, buscando nuestra realización plena.»[10]

  1. El Dios que sale al encuentro del hombre

«Dios es quien llama y convoca, quien intenta convencernos de que seamos buenos y compasivos, que nos dejemos salvar por Él.»[11]

  1. El Dios que se entrega por el hombre

«Un Dios que se entrega sin reserva a sus criaturas que, por finitas, son inevitablemente débiles y expuestas; que trata sin descanso de mostrarse a todas sin exclusión de ningún tipo; que las apoya contra el mal, tanto en la realización individual como convocando a la fraternidad universal, justa y eficaz; que abre una esperanza que dinamiza la historia y asegura el sentido definitivo; que, “mil veces más dispuesto a dar que nosotros a recibir” (Tauler), solicita y promueve el consentimiento, pero con respeto exquisito a la autonomía: “Estoy a la puerta y llamo” (Ap 3:20).»[12]

Estoy convencido de que este es del Dios de que hemos de hablar, de ese Dios que nos habla Jesús, de ese Dios que busca nuestro bien. Pienso que ese es el Dios del cual tenemos necesidad todos y, que al mismo tiempo, puede ser significativo en nuestra época.

[La ilustración que acompaña este artículo es una pintura del artista chileno y adventista Francisco Badilla. Es un acrílico sobre tela de 70cm x 40cm titulado “De la mano”. Disfrute de su obra artística en www.franciscobadilla.com]


[1] Génesis 1:1 (RV60)

[2] CLAYTON, Philip: ¿Por qué debe evolucionar el teísmo en la era de la ciencia?, Revista Concilium nº 337, 2010, p. 27.

[3] Citado por COMTE-SPONVILLE, André: Salvar el espíritu, Revista Concilium nº 337, 2010, pp. 39, 40.

[4] COMTE-SPONVILLE, André: Ibídem, p. 40.

[5] COMTE-SPONVILLE, André: Ibídem, p. 41.

[6] 1 Corintios 1:18, 23 (BP)

[7] 1 Corintios 1: 25 (BP)

[8] COMTE-SPONVILLE, André: Ibídem, p. 48.

[9] COMTE-SPONVILLE, André: Ibídem, p. 48.

[10] TORRES QUEIRUGA, Andrés: Ateismo e imagen cristiana de Dios, Revista Concilium nº 337, 2010, p. 54.

[11] TORRES QUEIRUGA, Andrés: Ibídem, pp. 61, 62.

[12] TORRES QUEIRUGA, Andrés: Ibídem, p. 63.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.