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Escuela sabática: Jesús nos llama al discipulado

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Hoy nos concentramos en el hecho de ser llamados por Jesús, el Cristo. Prestaremos especial atención a unos pocos elementos clave.

Llamados por Jesús.

El llamado al discipulado cristiano no es simplemente un llamado de alguien que ha tenido una buena idea e invita a otros a aprender acerca de esa idea, que entonces deciden ayudar a su promoción. Cuando Jesús llama a todos a ser sus discípulos, la convocatoria se trata primordialmente de adhesión a su persona. Por supuesto, la adhesión de cualquier seguidor con respecto a cualquier maestro, por lo general es caracterizada por un vínculo personal entre ellos. Esta es la forma en que generalmente se define a un discípulo. Por esa razón, la palabra latina discipulus, con su sentido compuesto de alumno, adherente e imitador, se ha convertido en una palabra clave en el vocabulario cristiano. Ha llegado a ser la traducción de la palabra griega mathetes (literalmente, alumno; utilizada 264 veces en el Nuevo Testamento) que se emplea para designar a los seguidores más cercanos de Jesús. Ser llamados por Jesús tiene un mayor impacto dramático en las personas, y tiene consecuencias de mayor alcance—tanto temporal como eterno—que cualquier otro tipo de llamado de cualquier otro maestro.

El llamado puede ser parte de un proceso.

Los relatos del Evangelio acerca del llamamiento de Los Doce mencionan varias veces la palabra inmediatamente al informar sobre la respuesta de ellos. Marcos, en particular, tiene una predilección por la palabra euthus (inmediatamente), que utiliza más de cuarenta veces. Sin embargo, por encima de todo, su uso puede ser la manera en que Marcos proporciona velocidad a su narrativa. Así que tal vez no deberíamos hacer demasiado hincapié en la inmediatez de la respuesta, como si Cristo pareciera ser una especie de gurú desconocido pero absolutamente impresionante, ante quien la gente reacciona en segundos con una disposición incondicional a seguirlo.

El llamamiento de Los Doce puede no haber sido tan repentino como muchas personas tienden a suponer. El relato de Lucas 5 nos dice que el llamado de Simón, Santiago y Juan se llevó a cabo en el contexto de un sermón público de Jesús. El llamado mismo fue precedido por la pesca milagrosa, después de que Jesús desafiara a Simón Pedro para ir a pescar en un lugar más profundo, aunque la pesca de la noche anterior había sido totalmente infructuosa. En Juan 1, vemos una clara relación entre el ministerio de Juan el Bautista y el ministerio temprano de Jesús.

El llamado marca un cambio dramático.

Esto no disminuye la naturaleza dramática y drástica del llamado de Cristo. Los pescadores abandonaron abruptamente sus botes y sus redes. Los hijos de Zebedeo dejaron a su padre y sus empleados. Mateo entrega su aviso a las autoridades. No estamos informados sobre todos los detalles. Por lo menos varios de los discípulos estaban casados y tenían familias (véase 1 Cor. 9:5), pero quedamos en la oscuridad en cuanto a lo que significó su aceptación de seguir a Cristo para su vida familiar. Sin embargo, las narraciones transmiten con éxito el carácter radical de seguir a Jesucristo. En su famoso libro, El Costo del discipulado, Dietrich Bonhoeffer describe la respuesta al llamado en las siguientes palabras magistrales:

El discípulo simplemente quema sus barcos y parte. Él ha sido llamado, y tiene que abandonar su antigua vida a fin de que pueda “existir” en el sentido más estricto de la palabra. La vida anterior queda atrás y ahora se ha entregado totalmente. El discípulo es sacado de una relativa seguridad para iniciar una vida de total inseguridad (es decir, en verdad, de absoluta seguridad y protección en la compañía de Jesús), es sacado de una vida que es observable y calculable (que es, de hecho, bastante incalculable) para comenzar una vida en la que todo es fortuito y nada es observable, es arrancado de la esfera de lo finito (que es en verdad el infinito) para ingresar en el reino de las posibilidades infinitas (que es la liberación de la realidad).1

Recibir el llamado no presupone impecabilidad.

Cristo no es alérgico a los pecadores. Este es un pensamiento clave en los pasajes que se nos pide que estudiemos esta semana. Pedro tiene miedo de no poder estar con Jesús; dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8). Estas palabras son un vívido recordatorio de nuestra propia indignidad fundamental para asociarnos con el Señor, como es el hecho de que Jesús llamó a Mateo, un miembro del tan odiado gremio de los recaudadores de impuestos.

Los Doce estaban lejos de ser personas perfectas, calificadas por naturaleza para ser líderes y modelos de conducta para otros. Ellos “se distinguían por su normalidad, no por su talento, poder o posición”.2

El llamamiento al discipulado presupone honestidad.

Aunque el discipulado no comienza con ningún grado de impecabilidad que los seres humanos puedan traer, sí presupone honestidad. Este es el principal énfasis en el breve relato del llamamiento de Natanael (Juan 1:46–49). Natanael no parecía muy impresionado cuando Felipe le contó que había encontrado al Mesías, a Jesús, el hijo de José de Nazaret. La reacción visceral de Natanael fue muy directa: “¡De Nazaret! ¿Cómo podría venir algo bueno de ahí?” Pero esto no fue motivo para que Jesús sometiera a prueba a Natanael, tal como podemos hacer nosotros hoy con las personas que encontramos muy francas y abiertas. Por el contrario, Jesús aprecia la franqueza y la honestidad.

La honestidad es un requisito clave para el verdadero discipulado. No se puede ser un verdadero discípulo si uno no es totalmente honesto con uno mismo. Asimismo, el discipulado no puede tener éxito si los discípulos carecen de honestidad entre sí. No serán capaces de seguir a su Señor con una sola mente y una sola alma si es que no pueden ser sinceros el uno con el otro. Y, por supuesto, no podemos ser verdaderos discípulos del Señor a menos que seamos totalmente honestos con él, dándonos cuenta de que él nos conoce mejor aún de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Él sabe exactamente bajo qué higuera estamos sentados (Juan 1:46).

El llamado al discipulado presupone la voluntad de aprender.

La nueva traducción de la Biblia Holandesa, que he llegado a disfrutar, ya no utiliza la palabra discípulo, sino que consistentemente sugiere la palabra aprendedor como la traducción más fiel del término griego que la mayoría de las versiones traducen como discípulo. Esto no quiere decir que el discipulado es ante todo un proceso intelectual. El discipulado involucra, en primer lugar, el aprendizaje de una nueva manera de ser; es aprender a vivir la vida nueva que Cristo ofrece. Se trata de aprender acerca de nuestro verdadero yo, y sobre la vida tal como se tenía la intención de que la viviéramos. Se trata de aprender a conducir la vida de la fe. Sin embargo, también hay, definidamente, un componente intelectual. Después de todo, se espera que amemos al Señor con toda nuestra mente (Marcos 12:30). Los seguidores de Cristo son también gente que piensa, o, para decirlo más precisamente, gente que “piensa cristianamente”. Os Guinness nos recuerda de manera muy aguda que “pensar cristianamente” no es simplemente el pensamiento “de los Cristianos”. Tampoco se trata de pensar sobre temas cristianos, o que tengan una línea “cristiana” sobre cada tema. Se requiere el milagro de una “mente nueva” para pensar bajo el señorío de Cristo, y, por lo tanto, para pensar sobre cualquier cosa de una manera coherentemente cristiana.3 Esto es lo que los verdaderos discípulos deben aprender.

Por último, el verdadero discipulado implica una disposición a servir.

Jesús pidió a los pescadores de Galilea que abandonaran su pesca comercial y se convirtieran en pescadores de hombres. No tendrían una vida tranquila de oración y meditación (a pesar de que, casi con total certeza, eso es también parte del proceso de aprendizaje para cualquier persona dispuesta a aceptar el llamado al discipulado), sino que tendrían una vida activa en el reino de su Señor. No es casualidad que se haya registrado la historia de cómo Andrés y Felipe encontraron compañeros para que fueran discípulos. El discipulado no es un privilegio que uno se pueda guardar para sí mismo. En última instancia, esa es la razón por la que la iglesia se estableció: para iniciar el proceso de que los discípulos hagan discípulos (Mateo 28:18). Esto implica la evangelización y el ministerio de la enseñanza. Más que ninguna otra cosa, se requiere una vida de discipulado que inspire a otros a convertirse en discípulos.

Notas y referencias

1. El costo del discipulado, ed. revisada (New York: Macmillan, 1959), 62, 63.

2.Benjamín C. Maxson, The Missing Connection: Where Life Meets Lordship (La conexión que falta: Donde la vida se encuentra con el señorío) (Silver Spring, Md.: Departamento de Mayordomía, Asociación General, 2005).

3.Os Guinness, Fit Bodies, Fat Minds (Cuerpos en buena condición, mentes obesas), Grand Rapids, Mich.: Baker, 1994), 135, 136.

Reinder Bruisma acaba de jubilar, siendo presidente de la Unión Holandesa de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

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