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La paradoja de Felipe

La siguiente reflexión es un acercamiento a Juan 14: 1-21

1 »No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.

2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

3 Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis.

4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.

5 Le dijo Tomás:

–Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?

6 Jesús le dijo:

–Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.

7 Si me conocierais, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.

8 Felipe le dijo:

–Señor, muéstranos el Padre y nos basta.

9 Jesús le dijo:

–¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: “Muéstranos el Padre”?

10 ¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, él hace las obras.

11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.

12 »De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.

13 Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14 Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré.

15 »Si me amáis, guardad mis mandamientos.

16 Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:

17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.

18 »No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros.

19 Todavía un poco, y el mundo no me verá más, pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.

20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.

21 El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama;[y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.

(Reina-Valera 1995 en Biblegateway.com)

Cuando Felipe, según Juan 14.8-10, le propone a su Señor que les muestre al Padre, le está preguntando por la referencia visible de todo su discurso. La semántica de las palabras de Jesús están validadas por esa condición de verdad real. El Padre existe en algún lugar indeterminado y real del universo. Para un verdadero israelita como Felipe, la fe en Dios mediante la revelación profética era un axioma incontestable y no digno de ser cuestionado a la manera helenística, es decir, someterlo a la lógica aristotélica. Me explico. Es como si llevado por su razonamiento, Tomás primero, y en especial Felipe, tratase de clasificar la afirmación de Jesús como si fuese un sofisma, o argumento erístico de los sofistas, llamado también fallaciae por los latinos. Se trata de un tipo de falacia que se basa en la petición de principio, que consiste en aceptar de modo disimulado, como premisa de la demostración, lo que se habría de demostrar. Aristóteles entiende el conocimiento como conocimiento de causas, por lo tanto Felipe le pide que muestre la causa substancial de su discurso. La metafísica fundamenta la ciencia deductiva del ser. Estamos en una petición de lenguaje apofántico sobre Dios Padre. Una imposibilidad física, según la propia Escritura.

Pero, ¿por qué expresa esta sentencia aparentemente contradictoria el apóstol? ¿Qué podemos entender de la pregunta de Jesús? ¿Le recrimina su falta de fe y ya está? ¿Podemos entender algo más de su explicación? Y nosotros, ¿hoy deseamos que Jesús nos muestre al Padre y basta? ¿Pensar en Jesús es igual a pensar en el Padre?

Sigamos dándole un giro a la cuestión y analicémosla desde la filosofía del lenguaje de Friedrich Ludwig Gottlob Frege (1848-1925). Este matemático, logíco y filosofo alemán, padre de la lógica matemática, de la filosofía analítica y ampliamente reconocido como el mayor lógico desde Aristóteles, mantuvo la tesis de que a las referencias sólo se puede acceder a través de la correcta comprensión de los sentidos lingüísticos de los términos singulares. Además, opina que al contrario no funciona. Una referencia no explicada ni comprendida permanece en el anonimato para el mundo del conocimiento. Si menciono como ejemplo, que Vulcano tiene una masa superior a las 1000 v, esto no tiene referencia pero sí sentido, por consiguiente, no puedo opinar si esto es verdadero o falso. Es el argumento de la reducción al absurdo. Dice el ateo en su corazón, en su mente, con su lógica deductiva “no hay Dios”, parafraseando al salmista. No he visto su referencia, luego según la lógica de Frege, no hay posibilidad de que el discurso sobre Dios sea verdadero, pese al sentido, o los muchos libros de teología escritos. De hecho, Tomás y Felipe quedarán en una situación de fe, cuanto menos debilitada, hasta la aparición del Cristo resucitado: referencia de todo su discurso anterior. Por lo tanto, condición de verdad de todo el discurso sobre su Padre. Esto en cuanto que experiencia a posteriori.

Ahora bien, volviendo a nuestro tema planteado a priori, Jesús aplica la lógica de la sustitución a estos dos términos: el Padre y Jesús mismo. Así los quiere salvar de que no carezcan de condiciones de verdad, ya que su presencia aquí otorga existencia de sentido al principio de identidad al que apela. Jesús se presenta como prueba física, o referencia última. De alguna manera también es la referencia indirecta del Padre y la referencia directa de su propia persona física.

El deseo de Felipe viene por la afirmación de Jesús de que ÉL va al Padre y ellos ya lo han visto. Su sentido común interpela a Jesús. Necesita ver para comprender dicha ambigüedad lingüística. Es por la sistemática ambigüedad que sufre el lenguaje que se hace necesaria la aclaración de su Maestro.

Felipe: nombre de origen griego, helenizado quizás por su tradición familiar, identificado con Israel, quizás por su conversión espiritual al judaísmo y ganado para la causa cristiana desde las primeras palabras de elogio de su Señor, cuando lo vio debajo de la higuera. Felipe – como su nombre indica etimológicamente-, amigo de los caballos. Es decir, alguien de proceder noble, ya que se podría deducir de su personalidad, que era amigo de la verdadera identidad israelita: seguir al Dios verdadero. Al único Dios creador y liberador.

Su planteamiento es muy platónico: “muéstranos al Padre”. Ayúdanos a contemplar con la visión del intelecto la captación de la idea que genera tu discurso. Muéstranos el arjé, el principio de todo, lo existente que rige el universo para los griegos. Fuente de sabiduría y existencia esencial. Oculto por naturaleza pero desoculto por revelación. O lo que es lo mismo, por alezeia: la verdad como desocultar y traer a la luz. Felipe le pide a Jesús que lo haga presente a su inmediatez sensorial. Casi de manera irreflexiva le ordena que lo haga aparecer mediante leyes físicas. No apela a la tradición de Abraham, Isaac y Jacob. No apela a la fe como método para avanzar al destino expresado por Jesús. Le está expresando algo parecido a lo que quiso Eva y también Adán. Relacionarse plenamente, sin barreras reales, con Dios Padre como lo haces Tú, Señor.

Sin embargo, en una expresión llena de empatía, Jesús le ofrece lo más cercano que tiene físicamente, su tiempo compartido día a día con él. Su voz, su corporeidad, velo de su divinidad. Hijo del Hombre, e Hijo de Dios al unísono. Otra paradoja existencial creída, desde el primer careo, en la que amarrar la mente ante la marea de incredulidad dialéctica que se avecina. Hora de tinieblas que dificultará la clarividencia ante las súplicas de Jesús: “Creedme que yo soy…”.

Jesús, en clave fregeriana, se compadece de su discípulo, resituándolo en los criterios de la confianza ante la duda razonable. Lo invisible al ojo humano, Dios Padre, se cree pero no se demuestra filosóficamente a la manera griega. Es un a priori epistemológico. Es una petición de principio. Hay cierta insatisfacción en la fe porque implica espera. La shekiná, el encuentro con Dios, no es pleno ni siquiera ante la referencia ni en el sentido del Verbo hecho carne. De ahí, nuestra bienaventuranza a los que no viendo, hemos creído más allá del sentido común, gracias al “Espíritu de la verdad”.

Felipe avanza lingüísticamente pero se encuentra con la resistencia del ocultamiento misterioso de Dios Padre. No hay dualidad visual simultánea. No hay una trilogía de ideas: Verdad, Belleza y Bondad que contemplar a la manera de Platón o Descartes. Para este último, las ideas habían de ser claras y distintas. Cada palabra con su correspondencia única y delimitada. No verdades de referencias dispares y distantes, una, el Padre, mediada; y sustitutoria, otra, el Hijo. Jesús habla en clave de relación unificada en propósito e intención con su Padre, respecto del ser humano.

Felipe quiere a la manera de Eliseo ver lo espiritual de manera visual, pero no puede mirar al Padre con sus propios ojos. Sólo podrá amarlo con los discursos de sentido de su Maestro. Respetando, atesorando en su mente, en su corazón, sus mandamientos como prueba de amor a su persona, no como camino de salvación a la manera farisaica. Ahora bien, la lógica griega se fractura. Entra en crisis. Salta hecha pedazos. Muere el realismo ingenuo. El axioma de la no contradicción aparentemente deja de funcionar a ojos divinos:

“El Padre está en mí y yo en el Padre”

“Yo voy al Padre”

Ante dichas afirmaciones, Felipe sólo puede creer y reinterpretar su filosofía del lenguaje. Su método de conocimiento lógico. La primera acción de la explicación es una orden: “creedme”. No creas que la fe no te será necesaria ante expresiones lingüísticas literalmente absurdas, debido a sus cargas semánticas paradójicas. Sólo espera que el tiempo las resuelva contextualizándolas en nuevas realidades explicativas: el Pentecostés.

Promesa anunciada como acción venidera, versículos 19 y 20. Felipe, apuesta por lo hebreo como buen y verdadero israelita que debes ser. Desecha el engaño. Racionaliza todo lo que puedas tu relación con el Padre pero no menosprecies la fe ya que te encontrarás con límites epistemológicos cuando intentes apresar a Dios en conceptos.

Vívelo. Vívelo como has vivido su influencia a través de mí. Participa de Él como has participado conmigo, caminando por estos caminos polvorientos de nuestra tierra prometida. Cambia tu modo de pensar. Piensa de manera relacional no conceptual. Piensa en un diagrama de Benn, en su intersección. Ejemplo de esta argumentación, la relación de pareja. Primero existen un yo y un tú que se ignoran. Después se hacen imprescindibles el uno al otro. Luego el amor los llama a la unión, creando un espacio común, un nosotros. En ese nosotros aparece la unión sexual que desarrollará vida común, e independiente, los hijos, un ellos. Si la relación dura y envejecen juntos, el ellos siempre hará que el espacio común, el nosotros, haya sido muy importante en fuerzas, tiempo y proyectos vividos. A este modelo de comprensión nos llama Dios, y su Hijo. Sólo su Espíritu nos permite habitar en ese espacio y ampliar esa unión. Allí es tu lugar de encuentro con nosotros, Felipe. En nuestros mandamientos, en la Torá, en el prójimo, en la mirada ética del que ama, allí nos verás. Ese es el camino del desocultamiento de la soledad humana ante lo sagrado. Así se actualiza el rostro de Dios Padre para ti, Felipe. Mirándome a mí, su Hijo. Así corregirás la tendencia humana de querer subir al “trono” que habita existencialmente el Padre. No por verlo serás más semejante. La vista sólo es vista. La fe explica sentidos más amplios de dicha referencia nombrada y mostrada por mí, su Hijo.

De ahí que Felipe, que empezó el discipulado con la fe del niño al creer las primeras palabras de Jesús, su Señor, se salió del cobijo de la higuera para intentar “subirse a la parra” y otear lo imposible para el ojo humano. Por suerte para él, Jesús andaba al quite, y desterró su escepticismo racionalista, impulsando su aproximación a la realidad de la vida en el Espíritu. Esta, su vivencia, se testimonia en el libro de Hechos 8. 26-40. Es la misma situación de otro humano que no entiende los sentidos y las referencias a las que alude el texto de Isaías. Pero alguien más experimentado como Felipe puede venir al rescate de la duda lingüísticamente expresada.

Finalmente, podemos suscribir con Theodor L. W. Adorno (1903-1969), filósofo alemña de la Escuela de Francfort, que las aparentes contradicciones que la Palabra nos presenta no deben ser causa de menosprecio sino de análisis, ya que en su obra, Terminología filosófica (pg. 146-147); (Vol. II) nos apunta lo siguiente:

Frecuentemente no se refuta un pensamiento por sus contradicciones, sino que las contradicciones son precisamente su verdad. En las contradicciones se revela aquello a que se dirige el pensamiento y que no se agota en la logicidad. La forma más cómoda, ingenua, y enraizada en nuestros hábitos mentales de ejercer la crítica filosófica consiste en echar manos de las contradicciones. Hay que reflexionar muy cuidadosamente sobre si se trata de inconsecuencias del pensamiento, de contradicciones puramente mentales, o si se manifiesta en esas contradicciones la inadecuación de tal teorema a la realidad, o bien si la contradicción se da en el seno de la estructura de las cosas mismas.

Ojalá podamos -pese a nuestras contradicciones por falta de cualquiera de las causas mencionadas- mostrar las realidades explicadas en los dos relatos apuntados en la Palabra y mostrar a las personas que Dios existe, ya que nuestras acciones, palabras, y discurso le dan sentido a dicha referencia oculta al ojo humano. Como dijo mi Señor, en esto conocerán que somos sus discípulos, si nos amamos como Él nos ama. Como dirá Salomón en Cantares 8:10. Difícilmente será con la apologética, o con grandilocuentes sesudos razonamientos. Tampoco la dialéctica llevará a creer al que no puede por su estructura a priori atea. Sólo nuestra amistad vivenciada con Dios, y con ellos, puede llamar la atención de su necesidad afectiva, y desde esta construir a posteriori sus criterios intelectivos de fe. Siempre podemos dar sentido a la vida como se expresa a continuación, pese a cualquier circunstancia contingente, y tristemente negativa:

“A ti alcé mis ojos, (…)

Como los ojos de los siervos

miran a la mano de sus señores, (…)

Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios,

Hasta que tenga misericordia de nosotros. (…)

Porque estamos muy hastiados de menosprecio. (…)

Del escarnio de los que están en holgura,

Y del menosprecio de los soberbios.

Salmo 123

También podemos alabar y disfrutar de circunstancias alegremente positivas:

“Yo Juan (…)

Yo estaba en el Espíritu (…)

Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo (…)

Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: no temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.”

Ap. 1.9-19

Esta descripción del discípulo amado a mí me “basta” como muestra del amor del Padre. Feliz el que no viendo la referencia visual, cree en la relación vivida con el Padre, y su Hijo, y gracias al Espíritu de verdad, se sabe y se cree unido en un nosotros.

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