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La justicia, el fruto del Espíritu

Omar Faruk Abdulmutallab ha pasado la mayor parte de sus 23 años tratando de ser justo. La justicia es para él el cumplimiento de los deseos de su religión musulmana.

En uno de sus correos electrónicos recuperados, publicado en el sitio web del Foro Islámico que asigna automáticamente las fechas a los artículos de los usuarios, escribió: “Me voy a describir como una persona muy ambiciosa y determinada, especialmente en el din [la forma religiosa de la vida]. Me esfuerzo por vivir mi vida diaria haciendo todo lo posible por estar de acuerdo con el Corán y la Sunnah. Hago casi todo: deportes, televisión, libros. . . (por supuesto, tratando de no traspasar los límites)”.

En enero de 2005, probablemente alrededor de los l9 años de edad, Omar escribió sobre la tensión entre sus deseos y su deber religioso de “bajar la mirada” en presencia de la mujer: “El Profeta (S) aconsejó a los jóvenes ayunar si no pueden casarse, pero no me ha servido mucho, y sinceramente no quiero esperar años hasta casarme.”

Al referirse a “su dilema entre el liberalismo y el extremismo” como musulmán, escribió: “El Profeta (S) dijo que la religión es fácil, y que a cualquiera que trate de poner una carga excesiva sobre sí mismo se le hará difícil y no será capaz de continuar. Así que cada vez que me relajo, a veces me desvío y, a continuación, cuando me esfuerzo mucho, me canso de lo que estoy haciendo, es decir, la memorización del Corán, etc. ¿Cómo se debe lograr el equilibrio adecuado?”

¿Hay algo que le suena familiar en lo que Omar ha escrito, hasta ahora?

Omar tenía todo lo que el mundo dice que es importante. Su joven existencia lo tenía todo –mucho dinero, criado en una familia muy respetada, educado en Togo en una escuela de élite con internado británico, y en el University College de Londres, dueño de una cuenta bancaria sin límites, visitante frecuente de Londres, Estados Unidos y muchos otros países. Sus amigos lo catalogaban como brillante, aunque creían que él sólo estaba dispuesto a hacer el “mínimo”.

En otras palabras, no sentía envidia de los ricos y famosos –él era uno de ellos. No le faltaron oportunidades de educación y viajes. Tampoco era un derrochador. Y, desde luego, era apasionadamente religioso. ¡Quería ser justo! ¿Qué salió mal?

Muchos lectores de la lección de esta semana desearían haberle podido decir que hay una manera mejor de buscar la justicia. Y él no hubiera necesitado su fama y riqueza, de haber encontrado lo que su mente y su corazón querían.

Para muchos, “justicia” suena como una palabra que da miedo. Sin embargo, es realmente una palabra que en Inglés antiguo significa “en sentido de lo recto”. Como en “en sentido de los punteros del reloj”, o en “en dirección a la orilla”. Ser justo es hacer las cosas bien, pensar en las cosas con rectitud; tiene el sentido de “correcto”.

Entonces la pregunta es, ¿qué es lo correcto? Cuando nos enteramos de lo que es correcto, entonces podemos saber cómo pensar y actuar “con justicia”. Jesús no fue ambiguo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33, NVKJ). Y Juan entendió el mensaje: “Si sabéis que Él es justo, sabéis que todo el que practica la justicia es nacido de él” (1 Juan 2:29, NVKJ).

La justicia, en términos bíblicos, es una palabra que describe a las personas que han optado por hacer lo que Dios ha trazado para su salud y felicidad. En otras palabras, el “camino correcto”. Desafortunadamente, en algunas traducciones del Inglés, la palabra “justificación” ha empañado el panorama, ya que ha logrado colarse con un sentido teológicamente sesgado. Pero justicia y justificación son traducciones de la palabra griega dikaiosyne, que significa “rectitud”. Pero ese es otro tema, para otro día.

Creo que no he conocido a nadie que crea que la injusticia es la meta de su vida. Al igual que Omar, sin embargo, muchos cristianos buscan la justicia en el intento de complacer a su Dios, pero también terminan en frustración, sin encontrar nunca la paz y el poder que Jesús ha prometido. ¿Qué es lo que pasa?

Sé que algunos que han leído hasta aquí dirían, simplemente, que Omar era un legalista. Eso es verdad. Pero también lo son muchos cristianos, cristianos sinceros, como creo que Omar era y es sincero. Una vez más, ¿qué está pasando aquí?

¿Qué preferimos tener, un musulmán legalista o un musulmán licencioso? ¿Un cristiano legalista o un cristiano despilfarrador? No son buenas opciones, lo sé. Ambos grupos constituyen los problemas contemporáneos en cualquier religión. Sin duda Pablo describe cristianos legalistas en Colosenses 2, donde se centró en su comportamiento externo –su preocupación excesiva por lo que comían y bebían, para los días religiosos especiales, por una falsa humildad y por la negación física. (Por supuesto, no estaba hablando en contra de los principios comunes de salud ni del sábado semanal.)

Pero Pablo estaba mucho más preocupado por los que no practican lo que predican (los que están en el lado opuesto a los legalistas) –aquellos que encuentran excusas teológicas, para sentirse cómodos practicando sus pecados. Sí, le dijo a los Corintios que habían dado la espalda a la “fornicación, impureza, pasiones, malos deseos, avaricia, palabras deshonestas. . . la mentira, etc (3:5-9); sí, eran “miembros buenos y regulares” desde el punto de vista de la conducta externa, pero que aún tenían mucho que hacer en las áreas más importantes a los ojos de Dios, sus comportamientos y actitudes interpersonales (más ocultos).

Una sabia mujer ha delineado claramente estas dos clases de miembros de iglesia que aún no han captado el poder sanador del Evangelio: “los que se salvan por sus méritos, y los que se salvan en sus pecados”. [Elena G. de White, El Gran Conflicto, 572].

Omar nunca lo consiguió, no importa cuán rectamente obedeciera. Su religión no le daba poder porque no le prometía lo que su alma necesitaba, ni tampoco los cristianos que actúan rectamente lo consiguen cuando viven atrapados en la sombra que proyectan sobre su familia, su iglesia, su lugar de trabajo. Se podría obtener una larga lista de las familias, y de las congregaciones de la iglesia, que han sido azotadas por miembros severos y juzgadores. Desvirtúan a su Señor, ya que manifiestan su sentido legalista de la rectitud, y ejercen el poder sobre los demás (ya sea administrativamente o con personalidades dominantes). El legalismo, como el abuso de niños, a menudo crea un continuo de frialdad y de actitud enjuiciadora de una generación a otra.

¡Los legalistas tienen la letra, pero no la música! Ven la importancia de la obediencia, huyen de la licencia, empujando el sobre hasta el extremo. En cierto modo, los legalistas obtienen satisfacción en castigarse a sí mismos tratando de “ser justos”, precisamente lo que Pablo llama el “yugo de esclavitud”.

Pero espere un minuto, ¿qué hay de los “fieles” miembros de la iglesia que han dado lo mejor a la iglesia, aunque envueltos en las tinieblas legalistas? ¡Por más de un siglo, un buen porcentaje de los diezmos y las ofrendas adventistas han venido de los bolsillos de quienes han sido llamados legalistas! En contraste con ellos están los miembros de la iglesia que quieren la “bendición” del cristianismo, pero sin la responsabilidad de la verdadera obediencia por fe –al mismo tiempo exaltan las riquezas de la gracia gratuita.

Ambos grupos necesitan escuchar “todas” las buenas noticias. Ambos grupos necesitan escuchar la plenitud del evangelio. Ambos deben comprender que las personas justas necesitan capacitación diaria, así como el perdón de todos los días, a medida que crecen rectamente en la familia de su Padre Celestial.

Ambos grupos necesitan tener la certeza de que todos los días su Sumo Sacerdote ha estado aquí y ha hecho todo eso –y que Él sabe exactamente lo que necesitamos saber, mientras tratamos de cantar la melodía recta con las palabras adecuadas. ¡Confíe en Él!

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