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El fruto del Espíritu es fe

Me he sentido intrigado por los recientes ataques a la religión de los llamados nuevos ateos, dirigidos por Richard Dawkins, Christopher Hitchens y Sam Harris. Mientras deambulábamos en una librería, mi esposa Susan, consciente de mi interés, recientemente trajo a mi atención un libro titulado I Don’t Believe in Atheists [No creo en los ateos] por Chris Hedges (New York: Free Press, 2008). Hedges fue corresponsal en el extranjero durante casi dos décadas para varios medios, entre ellos el New York Times, el The Dallas Morning News, la revista The Christian Science Monitor y la National Public Radio. En el 2002 ganó el Premio Pulitzer en el área de reportajes de información, por la cobertura del New York Times sobre el terrorismo mundial.

Hedges critica la mentalidad estrecha de los fundamentalistas religiosos, así como la de los nuevos ateos, argumentando que los programas radicales de ambos grupos, de promover una forma utópica de la fe, es enemiga de la democracia. En la lectura del primer capítulo, me encontré con una afirmación sorprendente:

El mayor peligro que nos aflige no proviene de los creyentes ni de los ateos, sino que proviene de aquellos que, bajo el disfraz de la religión, la ciencia, o la razón, imaginan que podemos liberarnos de las limitaciones de la naturaleza humana y perfeccionar la especie humana. Aquellos que insisten en que estamos avanzando moralmente como especie, se están engañando a sí mismos. Hay muy poco en la ciencia o en la historia para apoyar esta idea. . . . Podemos avanzar materialmente, pero no avanzamos moralmente. La creencia en el progreso moral colectivo ignora defectos que son inherentes a la naturaleza humana, así como la trágica realidad de su historia (Hedges, 10).

¿Es esta comprensión de la naturaleza humana –limitada, deficiente, e “irreparable” (Hedges, 24)— una valoración justa? ¿Es el testimonio de la historia simplemente un testimonio de tragedia y de visible pecaminosidad humana? (Hedges, 13-16, 113-118). Mirando hacia atrás en la historia, ¿no debería Hedges haber encontrado pruebas de la realidad transformadora del Reino de Dios, en la configuración de comunidades cristianas que encarnan la fidelidad de Jesucristo? ¿No debería haber encontrado pruebas del amanecer de la nueva creación (2 Cor. 5:17), en la que está en marcha una transformación cósmica, creando comunidades llenas de gracia y de amor, que llaman a otros al arrepentimiento y al bautismo, que se ocupan de los pobres y oprimidos, y desafían proféticamente las injusticias sociales de la actualidad? En resumen, ¿no debería haber encontrado comunidades en las que se manifiestan los frutos del Espíritu? (Gálatas 5:22-23); ¿No debería haber hallado comunidades que han “crucificado [el griego está en plural] la carne con sus pasiones y deseos”? (Gálatas 5:24). Estos son los sorprendentes imperativos del Nuevo Testamento.

La fe inquebrantable: un fruto del Espíritu

Nuestra lección de esta semana gira en torno a la fe o fidelidad, uno de los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22). La palabra griega que se traduce como “fe” (pistis) en Gálatas 5:22, denota “alguien en quien se puede tener confianza, que posee fidelidad, confiabilidad, lealtad y compromiso” (Walter Bauer, Diccionario Griego-Inglés del Nuevo Testamento y de otra literatura cristiana antigua, 3ª ed. [Chicago: Chicago University Press, 2000], 818).

La lección ilustra la fe poniendo de relieve la fidelidad de Dios (Salmo 89); la necesidad de que los creyentes perseveren con firmeza hasta el final (parábola de las vírgenes, Mat. 25), y la fidelidad constante de los antiguos ejemplos que “vivieron por la fe”(Heb. 11). Me gustaría centrar nuestras reflexiones sobre el sentido de la fe y la fidelidad, a través de la “Sala Capitular de la Fe” de Hebreos 11.

Si Hedges leyera la historia de Israel sobre los antiguos héroes de Hebreos 11, sin duda notaría que Abel fue asesinado, que Noé se emborrachó y quedó desnudo en su tienda, que Abraham mintió acerca de su esposa Sara; Isaac, al igual que su padre, mintió sobre su esposa Rebeca; Jacob era un engañador; Moisés mató a un hombre; el pueblo de Israel continuamente se quejó y murmuró; Gedeón era un escéptico; y David fue adúltero y asesino —todos ellos, probablemente argumentaría Hedges , a su manera son miembros de “una sala capitular de personas defectuosas”.

Un ejemplo contemporáneo de esta noción de humanidad es William Munny (Clint Eastwood), un chico apto para el poster de Hedges, de la película Sin perdón. Munny es un bandido famoso que mataba indiscriminadamente a mujeres y niños –a todos— por el puro gusto de hacerlo. Afirma, sin embargo, que su esposa Claudia, recientemente fallecida, lo ha “curado”. Cuando se alude a su pasado en la película, en repetidas ocasiones declara: “Ya no me gusta eso”. Sin embargo, como no le va bien con su cría de cerdos, la necesidad económica lo tienta a reclamar una parte de una recompensa de US$ 1.000 que las prostitutas de un burdel han ofrecido, porque una de ellas ha sido lesionada por unos vaqueros. Al final, la violencia del viejo William Munny vuelve con ímpetu, y mata a incontables hombres; promete regresar y matar a “todos” en la ciudad de Big Whiskey, si a su compañero, Ned, no se le da un entierro adecuado, y si las prostitutas no son tratadas con dignidad y respeto. Hasta ahí llegó la cura que la esposa de Munny le había producido, y su progreso moral aparente. . . . (Sin perdón bien podría ser una meditación sobre la viabilidad de la osada afirmación de san Pablo, “ya que os habéis despojado de la vieja naturaleza con sus prácticas y os habéis vestido de la nueva naturaleza, que se renueva en el conocimiento según la imagen de su creador” [Colosenses 3:9-10, VR; cf. Efesios 4:22-24].)

Para Hedges, la accidentada historia de la humanidad es una clara certificación de la corrupción y de la naturaleza sin remedio de la humanidad. ¿Tiene razón sobre la condición humana?

No, según el autor de Hebreos. Cuando el autor analiza la misma historia de Israel, ve algo completamente diferente. ¿Qué es exactamente lo que ve, que probablemente se le escapó a Hedges? El autor percibe a personas defectuosas que vivían de acuerdo a una creencia sorprendente: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1 VRS). William Lane explica bien esta definición de la fe:

La fe se caracteriza por una calidad de respuesta a Dios que celebra la realidad de las bendiciones prometidas y la certeza objetiva de los acontecimientos anunciados, pero todavía no se ve. . . . El carácter escatológico y con visión de futuro de la fe, inviste con solidez al reino objetivo de las esperanzas y las promesas. Es la característica de la fe el hacer que la esperanza sea segura. El escritor encuentra en la fe, un fundamento de la esperanza aún no realizada, y considera los acontecimientos como algo que aún no se ve. . . . Al conferir a los objetos de la esperanza la fuerza de las realidades actuales, la fe permite al pueblo de Dios disfrutar de la plena certeza de su realización futura (Hebreos 9 a 13, Word Bible Commentary, vol. 47-B [Dallas: Word Books], 394, cursiva mía).

La gran nube de testigos (12:1) es un conjunto de personas que están tan absolutamente seguras y convencidas de la fidelidad de Dios y sus promesas de futuro (4:1-3; 10:23, 36; 11:16) que esas promesas no realizadas, y los acontecimientos escatológicos aún no vistos, eran tan reales para ellos como sus propias vidas empíricas.

¡¿En serio?! No es de extrañar que los paganos educados quedaran desconcertados por la “disposición de judíos y cristianos a sufrir por lo indemostrable” (Lane, 316). ¡Y realmente sufrieron! De acuerdo a Hebreos 11, algunos fueron liberados dramáticamente de varios peligros y de la muerte (11:32-35a), y otros soportaron firmemente la tortura, el encarcelamiento, la lapidación, la persecución y la muerte violenta (11:35 b-38).

La Carta a los Hebreos fue escrita para una comunidad de creyentes que estaba experimentando el sufrimiento por su compromiso con Cristo (10:32-35; 12:3-13), que eran “sordos en la comprensión” y espiritualmente inmaduros, que necesitaban de la leche y no de alimentos sólidos (5:11-13); que se desanimaban , mostrando “las manos caídas y las rodillas débiles” (12:12); que se descorazonaban y ya no cumplían con la iglesia (10:25); que estaban “siendo probados” (2:18) y tentados a apartarse de su compromiso (12:16-17; cf. 6:4-8; 10:24-29) como una manera de aliviar algunas de las medidas represivas que les estaban afligiendo.

Para personas situadas en un ambiente de tanta precariedad social, el autor de Hebreos confecciona una homilía brillante que pone de relieve la firmeza de la salvación realizada por Cristo Jesús. A través de numerosas advertencias y exhortaciones, el autor anima, alienta e invita a su audiencia a reconocer la supremacía y suficiencia de Cristo, y a permanecer fieles decididamente, porque la voluntad de Dios es que “mi justo por la fe vivirá” (10:38). La unidad literaria de Hebreos 11 desempeña un papel importante en la homilía, porque sus modelos de fidelidad son paradigmas potentes de cómo se debe vivir en la peregrinación a la patria celestial (11:13-16).

¿Qué significa esto para nosotros?

Hay algo desconcertante y surrealista acerca del retrato vibrante de la fe esbozado en Hebreos 11. ¿Cómo es posible tener una fe que haga que las promesas no realizadas y los acontecimientos escatológicos no demostrados sean tan reales como mi propia vida empírica? ¿Cómo puede el autor decir que “la fe es la realidad [una traducción legítima de la palabra griega hypostasis] de lo que se espera”? Esto no parece posible. De hecho, no es humanamente posible. La fe, después de todo, es un fruto del Espíritu.

El número de la revista Time del 7 de diciembre 2009, llama a la década de los años 2000 “La década del infierno”. Los EE.UU. han sufrido dos caídas del mercado, una al comienzo y otra al final de la década, los ataques terroristas del 11 de septiembre, el huracán Katrina, las guerras de Irak y Afganistán, etc. Muchos de nosotros hemos sido afectados por estos acontecimientos y hemos pasado por experiencias de dificultad, sufrimiento y miseria. Épocas de desánimo, ansiedad y depresión han sido la suerte de demasiadas personas.

A medida que continuamos el peregrinaje a la patria celestial, muy conscientes de que somos “extranjeros y advenedizos en la tierra” (Hebreos 11:13) que esperamos con ansias “el Día” de la segunda venida de Cristo (9:28, 10:25, 37), que nuestra vida se caracterice por la fe perseverante, siempre procurando la imitatio Christi. Mediante la imitación de Cristo, andamos en los pasos del paradigma por excelencia de la fidelidad, porque Jesús es “el autor y consumador de nuestra fe, quien por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y está sentado a la mano derecha del trono de Dios. Considerémoslo a él, que sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, de modo que no nos cansemos ni seamos pusilánimes “(12:2-3 VRS).

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