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El Tiempo y los mitos

Normalmente comenzamos a contar con uno, no con cero. Cuando se trata de décadas, siglos o milenios, sin embargo, por razones desconocidas comenzamos con cero. Así es que el tercer milenio comenzó en año 2000, y su primera década terminó el 31 de diciembre de 2009. En su última columna de la década en el The New York Times (28/12/09), Paul Krugman la describe como “The Big Zero” (El cero grande).

Pocos días antes Newsweek la describió como “A Decade from Hell” (Una década del infierno). Krugman examina varios aspectos de la vida en común en los cuales entre los años 1999 y 2009 la mejoría fue cero. Lo que más lamenta es que ya se ven indicios de que no aprendimos nada de nuestros errores, y por lo tanto estamos condenados a repetirlos.

Describir a la década recién terminada como un gran cero o una década del infierno es, indudablemente, un tour de force, es tratar de darle sentido a un trozo de tiempo encajándolo en un mundo imaginario, ideal, el mundo de los mitos, el mundo en que podemos expresar nuestras ideas de lo trascendente. Tanto la idea del progreso como el motor irrompible de la historia y la del infierno como el lugar donde los pecadores pagan finalmente por sus culpas pertenecen a ese mundo.

Reflexionando sobre esto me vino en mente el argumento de Mircea Eliade en El mito del eterno retorno. Es muy difícil dejar de pensar que nuestras vidas transcurren dentro de un círculo temporal. Cada vuelta a la rueda termina en el caos y es seguida por otra vuelta que está destinada a terminar en el caos. Es el ciclo de la vida en la naturaleza. Nacer y morir existen juntos. Cada nacimiento termina en una muerte, y es difícil encontrar sus significados.

Las sociedades tradicionales se ven a sí mismas atrapadas en este ciclo, y le dan significado a la vida repitiendo lo que los dioses hicieron “en el principio”. Dios plantó un huerto, nosotros plantamos un huerto. Dios comió, nosotros comemos. Dios mató un animal para proveer vestimentas, nosotros matamos un animal para proveer vestimentas. Dios descansó en sábado, nosotros descansamos en sábado. De este modo la monotonía de la existencia es interrumpida en las fiestas que repiten, y de esa manera celebran, lo que Dios hizo en tiempos primordiales. El tiempo cobra significado cuando es usado en la repetición de arquetipos creados por los dioses.

Según Eliade, los profetas del antiguo Israel fueron los primeros en librarse de la estructura mental de un continuo retorno al principio. Ellos estiraron al tiempo en una línea recta hacia el Fin. Esto produjo un nuevo concepto de lo que le da importancia a nuestra vida. Como consecuencia, tal vez sin querer, los profetas comenzaron la secularización de la cultura. Lo que le da significado a nuestra vida no es la repetición de arquetipos divinos, sino la realización de algo jamás realizado antes. Nos realizamos a nosotros mismos cuando hacemos algo nuevo, algo único, algo que si se repite ya no es “nuevo”. Para establecer nuestro lugar en la historia hay que ser “el primero” en algo.

Esta es la diferencia entre la forma tradicional y la forma histórica de entender lo que le da significado a nuestra existencia. En las sociedades tradicionales se vive para celebrar las fiestas, para entrar miméticamente en el mundo de los dioses al repetir actividades arquetípicas. Nuestra vida cobra significado en las fiestas. En las fiestas imitamos, y servimos, a Dios.. En las sociedades históricas establecemos nuestra existencia haciendo algo jamás hecho antes. La historia consiste de eventos irrepetibles. Para ser una persona histórica uno debe asumir una prerrogativa divina y crear el futuro.

El argumento de Eliade pareciera ser que desde el tiempo de los profetas de Israel, el siglo VIII a.C., nuestros esfuerzos por dejar de vernos en términos tradicionales y encontrar el significado de nuestras vidas en un marco histórico han sido infructíferos. Al final de su libro se imagina un diálogo entre un hombre [sic] tradicional y un hombre [sic] histórico. El histórico desprecia al tradicional porque está ligado al ciclo de la naturaleza como si estuviera en una prisión. El hace alarde de su libertad para crear lo nuevo. El tradicional responde señalando que el histórico no es tan libre como se imagina. La existencia histórica también tiene serias limitaciones. La libertad para hacer historia no es universal. Puede ser ejercida sólo por unos pocos escogidos. El participar en las fiestas, al contrario, está abierto a todos. En ellas todos pueden darle importancia a sus vidas.

Al comienzo de un nuevo año que es también el comienzo de una nueva década, es natural reflexionar acerca de lo vivido personalmente, como familia, como iglesia, o como nación. Es natural querer celebrar el Yom Kippur y poner a un lado los pecados del año pasado para así poder comenzar el nuevo año con una tabula rasa. Al hacerlo demostramos nuestra dependencia del mito del eterno retorno.

El poder del mito fue demostrado poco después de la vida de los profetas. Sus descendientes, los apocalipticistas, tomaron la línea temporal recta de los profetas y la doblaron para construir un círculo que, en vez de abarcar un año, incluye a toda la historia humana y la hace retornar al Jardín de Edén. En términos técnicos, endzeit (tiempo final) se apropia del urzeit (tiempo primitivo). El apocalipticismo no sólo recudió al mito del eterno retorno (sin incluir el ciclo anual) sino que también se apropió de las batallas cosmológicas entre el bien y el mal que preceden al triunfo del cosmos sobre el caos y de los monstruos que las llevan a cabo.

La filosofía dialéctica de Hegel fue un proyecto que trató de reconstruir la historia como una línea temporal que asciende continuamente con el progreso humano de la barbarie a la civilización. Hegel vio a la historia como agente del Espíritu que triunfa sobre el barbarismo. La historia del siglo XX, sin embargo, puso a la filosofía de Hegel en el limbo. Mientras tanto, cuanto más nos entendemos históricamente tanto más secularizados nos volvemos.

En realidad, vivimos en medias res… El tiempo y el espacio nos dan lugar y duración, pero no nuestra posición en el tiempo. La naturaleza y la historia nos reclaman pero no nos pueden dar orientación e importancia. Para esto sólo nos queda recurrir a los mitos, el lenguaje que nos permite tener a Dios con nosotros tanto en los ciclos de la naturaleza como en el pasado y el futuro de la historia. Los apocalipticistas modernos nos dicen que el ciclo de la historia humana está llegando a su fin y urzeit está a las puertas.

Los descendientes modernos de los profetas nos dicen que la justicia y la paz requieren que caminemos humildemente con nuestro Dios para ser co-creadores de la historia. Al terminar el último año de la primera década del tercer milenio me siento obligado a reevaluar los mitos con los cuales considero mi insignificancia y trato de encontrar mi lugar en el tiempo.

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