Skip to content

La lucha por el poder

Hay una historia muy conocida sobre un ferviente admirador que le preguntó una vez a Leonard Bernstein, célebre director de orquesta, cuál era el puesto más difícil de llenar. Él respondió sin vacilar: “El de segundo violin; siempre puedo conseguir un montón de primeros violinistas, pero encontrar uno que toque el segundo violín con el mismo entusiasmo, o el segundo corno francés, o la segunda flauta, es un problema. Y, sin embargo, si no se toca el segundo instrumento, no tenemos armonía”. En la orquesta de la vida, el “segundo violín” es también un papel difícil de desempeñar, en particular en el liderazgo cristiano.
La epístola conocida como Tercera de Juan es el libro más corto del Nuevo Testamento y un vívido retrato de la vida de la iglesia primitiva y de la obra misionera. Si bien es una opinión generalizada de que la “Segunda Epístola de Juan” fue escrita para una comunidad, no hay duda de que esta Tercera Epístola escrita por “el Anciano” está dirigida a un individuo, Gayo, a quien Juan llama “el amado” cuatro veces en esta pequeña carta.
Tres personas están claramente esbozadas aquí –Demetrio, el mensajero leal y amable; Diótrefes, cuyo nombre significa “alimentado por Zeus”, era un funcionario local dominante; y Gayo, el laico confiable. Éste era evidentemente un hombre de integridad suprema, lo que queda de manifiesto en el hecho de que los hermanos “daban testimonio de [su] verdad”, sobre todo de que “anda en la verdad” (versículos 3 y 4). “Andar en la verdad” es otra manera de decir que Gayo era un seguidor de los pasos del Señor. Actuaba con “fidelidad”, cuidando a los creyentes y siendo hospitalario con los extranjeros (versículo 5). Sus obras también se destacaban por el amor incondicional expresado en todas las facetas de su vida, tanto que se ganó la admiración de otros que hablaban de él constantemente “ante la Iglesia” (versículo 6). Cualquiera que haya sido padre, maestro, guía, entrenador o mentor, puede identificarse con la expresión de alegría del Anciano por aquél que hace avanzar su legado con características sobresalientes que cada creyente debe emular.
Por otro lado, nos encontramos con uno de los personajes secundarios del Nuevo Testamento, Diótrefes (cuyo nombre se menciona una sola vez, aquí) que nunca logró jugar un papel de segundo violín. Le encantaba la preeminencia o “ser el primero” (versículo 9). Tal vez un laico popular e influyente de la iglesia primitiva, este hombre ambicioso representa a aquellos líderes de iglesia vanos, auto-referentes y pomposos, que luchan por el poder. Su objetivo principal era conseguir sus propios fines mediante el abuso de autoridad, y controlando a otros. Estos atributos no sólo exponían los defectos de este hombre, sino que también representan ese tipo de actitud que todo el que quiera ser reconocido como un “santo” debería rehuir, como José huía de los intentos de seducción de la mujer de Potifar (Génesis 39:7-8). Éstos son algunos de los ámbitos de la lucha de poder de ese antiguo simpatizante de la “facción de los judíos”, que siguen asolando a nuestras modernas y sofisticadas comunidades de fe.
Diótrefes era acosado por un deseo de dominación – La pasión por la preeminencia es una característica constante en la naturaleza humana, que se menciona con frecuencia y se ilustra en la Biblia (Isaías 14:13-14). Apareció por primera vez en los tribunales del cielo y alzó su cabeza perniciosa en la vida de aquellos que caminaban con Jesús. A pesar de que eran compañeros de Aquel que “se anonadó a sí mismo” (Filipenses 2:5-8), los discípulos a menudo discutían sobre quién era el más grande entre ellos (Marcos 9:35-37 y 10:35-44). Este espíritu y esa actitud nunca han salido de la Iglesia cristiana. En cada época, y en cada siglo, han existido los que profanan el nombre de Cristo, los que mancillan la belleza de su santidad, y perturban la paz de sus comunidades con su lucha por el poder y deseo de dominación.
Le molestaba la autoridad de Juan – El resentimiento es siempre un compañero cercano de la lucha por el poder. Utiliza la experiencia, edad, riqueza, posición social y a los oficiales elegidos de la iglesia, entre muchas otras influencias perversas, para reclamar el derecho de dictar políticas y dominar las actividades. Siempre da lugar a críticas hacia las autoridades y a la resistencia ante sus decisiones y acciones. Los que operan como este antiguo “jefe de la iglesia” a menudo se esconden detrás de una fachada cristiana. Usan de manera indebida el nombre de Dios, buscan textos de prueba en Su Palabra para infligir sufrimiento a los miembros —que están obligados a soportarlos— y contaminan la atmósfera de paz con sus agresivas afirmaciones legalistas.
Un autor cristiano contó cómo escribió una vez un artículo sobre Diótrefes para la revista de su denominación. El editor le dijo que 25 diáconos de la Junta Editorial detuvieron su publicación porque se sintieron atacados personalmente en el artículo, que fue escrito sin tenerlos a ellos en mente. El espíritu resentido de Diótrefes está vivo. El hecho es que cualquier persona que adopta esta actitud puede tener éxito y ganar la lealtad de ciertos admiradores, pero esto siempre es de corta duración, porque Dios odia todo lo feo y siempre dejará expuestos a quienes actúan en la oscuridad, haciendo brillar su admirable luz de gracia sobre ellos.
Se negaba a recibir a los enviados de Juan – Como líder, tal vez sólo a los ojos de aquellos a quienes controlaba en la congregación, Diótrefes se creía más de lo que realmente era, oponiéndose y expulsando a los emisarios de Juan. El ansia de poder que afecta a los que tambalean en la repisa de la piedad, como Diótrefes, produce frutos de amargura y resentimiento en lugar de los dones del Espíritu (1 Cor. 12:7-31). Como resultado, cuando otras autoridades los pasan por alto, caen en una progresión natural, en una espiral descendente de desafío y rechazo a los verdaderos portavoces de Dios.
Se alineó con los judaizantes – Aunque puede haber simpatizado con algunas de las doctrinas gnósticas que fueron populares en sus días, Diótrefes, un judío, se alineó con los judaizantes. Un grupo extremista entre los cristianos hebreos, estos judios exigían la plena observancia de todas las leyes judías, especialmente el rito de la circuncisión, una cirugía dolorosa para los hombres adultos (Génesis 34:22-25). Los judaizantes creían que si un gentil deseaba convertirse en cristiano, él o ella debía convertirse primero en un prosélito del Judaísmo. Además de su rígida adhesión a las leyes de Moisés, a los judaizantes les encantaba usar ricas vestimentas en el templo con un aire de arrogancia; esperaban intimidar a sus opositores e influenciar a los que aceptaban sus palabras como la verdad definitiva. Eran una espina en la carne del apóstol Pablo, y Diótrefes, en particular, era irrespetuoso con el apóstol Juan. En consonancia con los judaizantes, a pesar de que había afirmado seguir a Cristo como su agente de gracia, Diótrefes puso a la Iglesia al borde de la anarquía, mediante su crítica persistente y sin freno, oponiéndose públicamente al amado apóstol.
Lecciones prácticas para los judaizantes del siglo XXI y sus víctimas – Jesús dijo que el más grande entre nosotros debe ser el servidor de todos (Marcos 9:35). Los que no son servidores no pueden experimentar plenamente la libertad de la salvación comprada con Su sangre. La esperanza de nuestra Iglesia y la belleza de su diversidad, están no sólo en sus naciones, lenguas y personas, sino especialmente en su respeto –si no aceptación— por el punto de vista del otro. El mal espíritu de dominación, o de lucha por el poder, sólo será eliminado del pueblo de Dios cuando nos amemos los unos a los otros como Cristo nos amó (Juan 15:12), sin preocupaciones egoístas (Filipenses 2:3-7), y mirando la vida a través de los ojos del Maestro.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.