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Amar a los hermanos

En mi adolescencia cantábamos una canción en mi Grupo Juvenil, cuya letra fue tomada, palabra por palabra, de 1 Juan 4:7-8. La letra decía así: “Amados, amémonos unos a otros: el amor es de Dios, y todo aquel que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Amados, amémonos unos a otros” (Primera de Juan 4:7 y 8). Todavía canto esta canción, y siempre he estado convencido de la verdad que enseña: no sólo que “Dios es amor” sino que, además, “todo el que ama ha nacido de Dios”. ¡Y “todo” significa “todo”! No sólo los de mi grupo cristiano particular. En lo que sigue, voy a tratar con versículos de 1 Juan 3 y 4. Pero primero me gustaría ver algunos otros textos relacionados.
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En Marcos 12:28-31 se nos dice que cuando se le preguntó a Jesús cuál es el “primer” mandamiento de la Ley, el Señor dijo: “El primer mandamiento es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento mayor que éstos”.
El amor es la base de las enseñanzas de Jesús –amar a Dios y amar a nuestro prójimo. Pero, ¿quién es mi prójimo? La respuesta corta es “todos”.
En la noche de la Última Cena, Jesús dijo, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Por supuesto que vamos a guardar los Diez Mandamientos, pero los judíos dicen que en realidad hay 613 mandamientos en la Ley. . . . Cuando Jesús dice: “guardad mis mandamientos”, ¿qué quiere decir? En 1 Juan 3:23 leemos: “Y este es su mandamiento, que debemos creer en el nombre de su Hijo Jesucristo y amarnos unos a otros, como él nos ha mandado”. Y otra vez, en la noche de la Última Cena dice: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Véase también: 1 Jn. 3:11). “Nadie tiene más amor que éste, dar la vida por sus amigos” (Juan 15:12-13). Tenga en cuenta la similitud de este texto con 1 Juan 3:16: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Otro texto a considerar es Santiago 2:15-16: “Si un hermano o hermana está desnudo y carece de la alimentación diaria, y uno de vosotros les dice, id en paz, calentaos y saciaos, pero no les suministráis para sus necesidades corporales, ¿cuál es el bien de eso? Así que la fe en sí misma, si no tiene obras, está muerta”. Esto se relaciona con 1 Juan 3:18, donde el apóstol escribe, “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. Y estos dos textos trajeron a mi mente mi capítulo favorito en El Deseado de todas las gentes, el capítulo 70: “Los más pequeños entre mis hermanos”. Al discutir la escena del juicio en Mateo 25:31-46, la hermana White dice: “Cuando las naciones se reúnan delante de él, habrá sólo dos clases, y su destino eterno será determinado por lo que hayan hecho o hayan descuidado hacer por el hombre, en la persona de los pobres y sufrientes”.
“En ese día Cristo no presenta ante los hombres la gran obra que Él ha hecho por ellos al dar su vida para redimirlos. Presenta a los fieles el trabajo que ellos han realizado para él”. (DTG, 637) ¿Entiende lo que eso significa? Más aún, Elena de White cita 1 Juan 4:7:
“Toda persona que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios”. Y luego, en el siguiente párrafo escribe: “Entre los paganos hay algunos que adoran a Dios ignorantemente, aquellos a los que la luz nunca les fue presentada por instrumentos humanos, pero ellos no perecerán. Aunque ignorantes de la ley escrita de Dios, han escuchado su voz hablándoles por medio de la naturaleza, y han hecho las cosas que la ley requiere. Sus obras son la evidencia de que el Espíritu Santo ha tocado sus corazones, y son reconocidos como hijos de Dios” (DTG, 638) ¿Se aplican estas palabras a los amantes que hay entre los hindúes, budistas y musulmanes?
En 1 Juan 4:9-10 leemos: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para ser el sacrificio expiatorio por nuestros pecados”. Por ese tiempo la iglesia primitiva veía la muerte de Jesús como sacrificio expiatorio. El testimonio de Juan Bautista en Juan 1:29 es: “¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” Esta es una reflexión teológica sobre la muerte de Jesús, que ponía fin a los sacrificios de animales, reflexión que alcanza su máxima expresión en el libro de Hebreos.
A continuación, leemos: “Dios permanece en nosotros, y su amor es perfeccionado en nosotros” (1 Jn. 4:12 b) –o es hecho maduro en nosotros. La perfección no es el resultado de cumplir los requisitos de la ley y de los testimonios en sus minucias, sino en amar como Dios ama –a todos, dando a todos, y muriendo por todos. Así que la cuestión no es, “¿cuán perfecto soy yo?”, sino “¿cuánto amo yo?”
“Los que permanecen en el amor (todos los que permanecen en el amor) permanecen en Dios, y Dios permanece en ellos. En esto se ha perfeccionado el amor entre nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; porque como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Jn. 4:16-17). ¡Vaya! ¡Somos el cuerpo de Cristo en el mundo! Y más que esto, “No hay temor en el amor, porque el amor perfecto echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo” (1 Jn. 4:18). ¡Y no vamos a ser castigados!
Tenga en cuenta esto: Aquellos que dicen, “Yo amo a Dios, y aborrece a sus hermanos o hermanas, son mentirosos, porque los que no aman a un hermano o hermana a quienes han visto, no pueden amar a Dios, a quien no han visto. El mandamiento que tenemos de él es la siguiente: los que aman a Dios deben amar a sus hermanos y hermanas también” (1 Jn. 4:20-21). ¿Cuánto amas a los gays y a las lesbianas? Si tienes dificultades para amar a estas personas, entonces tu amor no se ha perfeccionado, no ha madurado lo suficiente como para que refleje el amor de Dios, que nos ama a todos.
Por lo tanto, lo mínimo que se requiere de todos nosotros es que nos amenos unos a otros como Dios nos ha amado. . . .
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Richard E. Kuykendall escribe desde Auburn, California.

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