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Columna: La Caída, ¿qué daños produjo?

No es necesario ser cristiano para reconocer que el ser humano tiene en su interior algo que no funciona bien. Siglos antes del cristianismo ya los filósofos griegos tomaron en cuenta al factor conciencia. De la manera como ellos la entendieron, la conciencia siempre es condenatoria. Impone culpabilidad por haber pensado o actuado mal. Etimológicamente la palabra en griego, syneidesis, consiste de los mismos elementos que componen la palabra en castellano, cuyo origen es del latín. “Con” + “ciencia” dice que otro “sabe” “con”migo lo que yo quisiera que nadie sepa. Al tratar de entender la causa de aquello por lo que me acusa mi conciencia surgen las racionalizaciones que pretenden introducir circunstancias mitigadoras del mal.
Toda teología, pienso yo, comienza con el esfuerzo por comprender la fractura en la personalidad humana que hace que todos hagamos lo malo, nos sintamos culpables, y tratemos de racionalizar nuestro mal actuar. Todo ser humano que se contempla a sí mismo y trata de comprender la condición humana reconoce la presencia del mal. Culturas que no conocen a Adán y Eva como sus progenitores saben que los seres humanos llevan dentro el sentido de culpabilidad.
En la leyenda Enuma elish de los babilonios, Marduk, después de haber triunfado sobre Tiamat y sus ejércitos y de haber decidido que los dioses necesitan quienes les sirvan, para crear a los seres humanos usa como fuente de vida a la sangre de Kingu, identificado explícitamente como el culpable de la rebelión cósmica. De esta manera la leyenda explica el origen de una consciencia condenatoria en los seres humanos. En Génesis 3, después de haber comido el fruto prohibido Adán y Eva descubren que están desnudos y se esconden, demostrando así su sentido de culpa. Lo asombroso del caso es que en el resto del Antiguo Testamento no se hace referencia alguna al pecado de Adán. Al contrario, el pecado paradigmático es la rebelión del pueblo de Israel en el desierto, sus murmuraciones y su idolatría.
Más importante que el reconocimiento de que hay en nosotros algo que enciende la conciencia ha sido el análisis de las proporciones del daño causado por el mal que se anida en nosotros. La situación es comparable a la del asesor de la compañía de seguros que estima los daños causados por un accidente. Como resultado de éste, ¿cuál es la condición del automóvil? Los daños sufridos, ¿son estéticos o son funcionales? ¿Qué es lo que se dañó? Tiene un paragolpes abollado; tiene el paragolpes, las luces, un guardafangos y la tapa del motor dañados; tiene el radiador dañado y la hélice está incrustada en el motor; los daños son tales que el automóvil debe ser descartado y reemplazado por uno nuevo. Es imprescindible establecer las dimensiones del daño sufrido para entonces poder decidir qué hacer. Una vez hechas las reparaciones correspondientes, el dueño del auto se imagina que maneja un auto nuevo. Un manubrio que vibra violentamente hace que uno piense que debe reparar todo el sistema direccional. Es un gran alivio notar que después de haber instalado cuatro gomas nuevas al manejarlo el auto se siente como nuevo.
Volviendo al tema, para los cristianos el accidente ocurrió en el jardín de Edén. Allí tuvo lugar La Caída que introdujo el mal en la condición humana ¿Cuál es la condición del ser humano después de La Caída? Ha perdido la apreciación por lo bello; ha quedado privado de buenos sentimientos; tiene la voluntad algo desorganizada; tiene la voluntad predispuesta al mal y se requiere mucha claridad espiritual como contrapeso para poder hacer lo bueno; tiene la voluntad y la mente grandemente afectada y hay que declararlo un ser depravado; ha quedado un ser totalmente depravado, imposibilitado para hacer lo bueno. En otras palabras, ¿hemos quedado privados del uso correcto de ciertas facultades? ¿Tenemos facultades depravadas? ¿O, somos seres totalmente depravados?
La respuesta que le demos a estas preguntas determina nuestra teología. La Biblia no hace estas preguntas y, por consiguiente, no les da respuesta. En el Antiguo Testamento se da por sentado que los individuos están plenamente capacitados para hacer decisiones correctas por sí mismos y por consiguiente son responsables. Desde esta perspectiva pareciera que en La Caída los seres humanos no sufrieron daños mayores. Mejor dicho, debemos admitir que el Antiguo Testamento no sabe nada acerca de La Caída. Cuando después de muchos siglos de tradiciones teológicas leemos la Biblia, talvez inconcientemente, tenemos conciencia de La Caída y estimamos los daños causados por ella. Ese estimado informa la lectura que le damos a la Biblia y la teología que construimos con ella. Sin duda, tenemos razón al reconocer que hay algo desequilibrado en los seres humanos, pero no tenemos la evidencia que nos permita estimar en sus detalles nuestra condición como seres caídos.
El mes pasado consideraba el lamento de Jeremías. Su asombro ante la ignorancia de la justicia de Dios por parte de Su pueblo era mayor que el que le provocaba observar a las aves migratorias. Este asombro se convertía en frustración y lamento ante la imposibilidad de conocer el mecanismo que determinaba el vuelo de las aves y la ignorancia del pueblo de Dios. Siendo que nuestro entendimiento del misterio del mal no es superior al de Jeremías, nuestra confianza en la certeza de nuestras teologías debiera estar sazonada con una buena dosis de humildad.

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