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Columna: El lamento de Jeremías

El verano antepasado mi esposa Aida tuvo la excelente idea de comprar un comedero para los colibríes que de vez en cuando veíamos volar cerca de nuestra casa. Las instrucciones que vinieron con el comedero decían que había que llenarlo con agua a la cual se le había añadido azucar y colorante de comestibles. Para demostrar mi buena voluntad para con los colibríes, yo le añadí vitaminas para las aves que habíamos comprado cuando, años atrás, teníamos unas cotorritas en casa.

Fue así que todo el verano nos deleitamos viendo a los colibríes que venían a alimentarse a nuestra ventana. Este verano otra vez puse en su lugar nuestra contribución al bienestar de los colibríes y tuvimos frente a nosotros un despliegue admirable de colibríes que se pasaban el día absorbiendo el líquido que les preparaba. Casi cada tres días tenía que volver a llenar nuestro comedero con una nueva dosis de solución. La variedad de los comensales nos dejaba absortos y nos proveyeron una distracción por demás entretenida.

Ya hace años que junto a nuestra casa tenemos instalados comederos para pájaros. En el invierno, cuando todo el campo esta cubierto de nieve y encontrar alimento es difícil para ellos, nos visitan regularmente variedades que se quedan en Michigan todo el año. En la primavera siempre estamos a la expectativa de la llegada de los petirrojos, los canarios, los reyezuelos, las golondrinas y tres clases de carpinteros. A las golondrinas les gusta imitar a bombarderos de picada cuando estoy cortando el césped en el potrero, fuera del bosque donde los pájaros hacen sus nidos tanto en los árboles como en rendijas bajo el techo de nuestra casa.

Nuestras relaciones con las aves que alegran nuestro verano a menudo me lleva a reflexionar en un versículo del profeta Jeremías que ya por muchos años me ha llamado la atención. Dice así:

“Aún la cigüeña en el cielo

   conoce sus estaciones,

la tórtola, la golondrina y la grulla

   cumplen con sus compromisos,

pero mi pueblo no conoce la justicia de Yahvé” (8:7)

Palestina es la franja fértil que une a Africa con Asia Menor y Europa. Muchas variedades de aves que pasan los inviernos en Africa vuelan a Europa para pasar allí los veranos. Algunas de ellas hacen la travesía a través del Mediterráneo, pero la mayoría vuelan por Palestina, el Líbano, y Asia Menor. Si bien los profetas bíblicos con frecuencia hacen referencia a fenómenos de la naturaleza para ilustrar sus mensajes, Jeremías se distingue por ser el más observador. La regularidad de los vuelos de las aves migratorias lo había impresionado. En realidad, este fenómeno nunca deja de despertar el interés de quienes lo observan. ¿Cómo es que las aves saben que ha llegado el tiempo para empezar su recorrido? ¿Cómo se orientan para saber que ahora vuelan hacia el norte y 5 meses más tarde hacia el sur? ¿Qué tipo de memoria les permite volver exactamente al mismo lugar año tras año?

Observando los colibríes que vienen a mi ventana me quedo pasmado al considerar que aunque sus cabecitas son más pequeñas que la punta de mi meñique ellos cruzan el mar Caribe para pasar el invierno en Colombia. Volando sobre tierra de Michigan a Texas me imagino que pueden tener puntos de referencia para guiarse. Pero volando sobre el mar, ¿Cómo puede un cerebro tan infinitésimamente pequeño arreglárselas para seguir el rumbo hacia el norte o hacia el sur donde no hay puntos fijos de referencia? Me quedo absorto considerando tal hazaña. No tengo idea de cómo lo hacen. Pero no hay duda de que lo hacen. El mecanismo interno que quía sus vuelos funciona perfectamente y ellos lo obedecen sin esfuerzo para cumplir fielmente el ritmo de sus vidas en la Creación.

Jeremías admiró los vuelos de las cigueñas, las tórtolas, las golondrinas y las grullas y notó que, sin esfuerzo alguno, los llevan a cabo guiadas por un mecanismo interno que funciona a la perfección. Frente a esta maravilla de la naturaleza, sin embargo, él consideró una maravilla aún mayor: ¿Cómo puede ser que el mecanismo interno que debiera hacer que los seres humanos también cumplan naturalmente con sus obligaciones sin esfuerzo alguno no funciona? ¿Cómo puede ser que aves que tienen un cerebro minúsculo puedan hacer lo que El Creador ha determinado para ellas y el pueblo escogido de Dios, el pueblo que ha recibido un sin número de ventajas y consideraciones especiales, no puede hacer lo que El Creador espera de sus criaturas?

Jeremías es el profeta que a menudo reflexiona acerca de la vida interior, de “las razones del corazón”, o mejor dicho, de las sinrazones del corazón. Uno de sus dichos más conocidos contiene una pregunta frustradota. “Engañoso es el corazón por sobre todas las cosas, y perverso. ¿Quién lo conocerá?” (17:9). El profeta se declara incompetente ante la presencia del mal en el corazón humano. ¿Cómo puede ser posible que el mecanismo que hace que las aves migratorias “conozcan sus estaciones” y “cumplan con sus compromisos” y los seres humanos en general, pero especialmente aún el pueblo de Dios, “no conocen la justicia de Yahvé”. En otras palabras, los más privilegiados no saben que Dios estableció un ritmo de vida específico para ellos. Es importante recordar que en el Antiguo Testamento ni la noción del conocimiento ni la de justicia son, como lo eran para los filósofos griegos, nociones abstractas. Conocimiento tiene que ver con la interacción dinámica con las cosas o los individuos, y justicia tiene que ver con la realización de lo que demandan las circunstancias (ver el relato de Judá y Tamar en Genesis 38).

Jeremías lamenta la falta de conocimiento de la justicia al considerar los engaños del corazón. La voluntad (el corazón) del ser humano debiera estar tan dispuesta a cumplir naturalmente con los designios del Creador como lo esta el instinto de las aves migratorias, pero por alguna razón que no alcanzamos a comprender, y por lo tanto nos frustra, no es así. Jeremías no se cansa de insistir que hay un gran problema con el corazón. Es engañoso y perverso (17:9), falso y rebelde (5:23), malvado (3:17; 7:24; 11:8; 16:12). Los seres humanos prefieren caminar en la dureza de su corazón (7:24), andar independientemente tras las imaginaciones de su corazón (11:8; 13:10; 16:12). La única solución a este problema es instalar un nuevo mecanismo interno. Según Jeremías, Dios promete, “Les daré corazón para que me conozcan” (24:7).

Los filósofos griegos hicieron del conocimiento y las virtudes realidades ideales. No se percataron de esta realidad espiritual. Platón argumentó que para poder establecer una república perfecta había que tener a un filósofo por rey. El asumió que el filósofo, el amante de la sabiduría que la busca y la encuentra, una vez que sabía la verdad, la justicia, la belleza y la bondad automáticamente iba a hacer lo bueno, lo bello, lo justo y lo verdadero. El apóstol Pablo, que sabía de los filósofos griegos y que conocía aún mejor el lamento de Jeremías, puso las cosas bien claras. El problema está en que no hago el bien que conozco y que me gustaría hacer (Rom. 7:15, 18). Jeremías tenía razón al lamentarse. El mecanismo interno que hace que las aves migratorias cumplan con los designios del Creador, y que Platón pensó que funciona también automáticamente en el filósofo, está roto en el ser humano. Como a Jeremías, esto me causa más asombro que la fidelidad de las aves migratorias en sus vuelos, y es motivo suficiente para lamentarse. Si bien no sé con exactitud la naturaleza de su mal funcionamiento, así como no se cómo funciona el mecanismo interno de las aves migratorias, sí sé que el nuestro está roto.

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