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No extraño la iglesia

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«No extraño la iglesia». Dejé (Rachel) de navegar en mi Facebook cuando el pensamiento se me vino a la mente. ¿Qué? ¡Claro que extraño la iglesia! Llevabamos casi un mes encerrados debido al COVID-19 y todas las reuniones de iglesia habían cesado. Durante la semana, no sentía mucha diferencia, seguía ocupada trabajando; pero durante los fines de semana empecé a sentir la ausencia de mis amigos y mi antigua rutina. Extrañaba a la gente. Extrañaba los abrazos y las conversaciones espirituales en el sábado. Sin embargo, en estos sábados tranquilos, también debo que admitir que me sentí más descansada de lo que me había sentido hacía ya mucho tiempo.

Ese viernes de noche en particular, estaba navegando en las redes sociales, viendo muchos comentarios de amigos diciendo cuánto extrañaban la iglesia. «Pero tú no extrañas la iglesia», mis pensamientos insistieron; lenta e incomodadamente me di cuenta de que mi reacción visceral era cierta: no extrañaba la iglesia. Sin embargo, me sentí increíblemente culpable por admitirlo. Después de todo, estaba muy involucrada en la iglesia y hasta tenía un cargo oficial. ¿Y no nos aconseja la Biblia no dejar de congregarnos (Hebreos10:25)?

¿Me atrevería a contarle a alguien del alivio y descanso que sentí al no ir a la iglesia? ¿Qué pensarían de mí? Además, ¿por qué me siento así? Oré y analicé mis pensamientos, y finalmente los compartí con una buena amiga: Laura. Para mi sorpresa, ella sentía lo mismo. Juntas, comenzamos a analizar las tres razones fundamentales del problema: el agotamiento causado por guardar el sábado de forma tradicional, una desconexión con la cultura convencional de la iglesia, y un profundo sentimiento de soledad.

«Descanso» del sábado

Los sábados pueden ser frenéticos. En lugar de ese «alivio del viernes», algunas veces me daba (Laura) «la angustia del viernes». Trabajo tiempo completo. Los viernes, también debo limpiar, comprar y prepararme para dar el repaso de la lección, o practicar los cantos de las alabanzas. Para ser honesta, hay mucho trabajo y no suficiente descanso. Irónicamente, siento que descanso verdaderamente los domingos. ¡No puedo imaginarme lo que pastores, líderes y sus familias deben sentir intentando manejar las demandas de la iglesia moderna! ¿Cuándo se volvió tan frenética la iglesia? ¿Está dando mejores resultados este enfoque tan coreografiado? [1]

Es triste que tuviera que llegar una pandemia para que pudiera descubrir cuán extravagantemente tranquilos los sábados pueden ser. Pero ahora que tienen una paz lenta y una tranquilidad encantadora, ¡no quiero rendirlos tan fácilmente! De hecho, no creo que debamos. El descanso es tanto un mandamiento como un regalo de Dios. Deberíamos tomar la oportunidad que esta tragedia nos ha brindado para reflexionar en los aspectos del culto colectivo que son realmente necesarios y conducen al descanso. Deberíamos, con valentía, liberarnos de las costumbres culturales que nos impiden llamar al sábado una delicia (Lucas 14:1-12).

Cultura de la iglesia

Al apreciar (Rachel) este sentimiento de descanso y libertad que vino con la forzosa pausa, me di cuenta que no extrañaba la cultura convencional de la iglesia. En algunas ocasiones, los cultos me parecían un espectáculo y me sentía desconectada; siguiendo la rutina establecida simplemente por hacer lo “correcto”. Mi corazón no estaba realmente involucrado, por mucho que lo intentaba. La Biblia describe al sábado como un día de asamblea santa (Levítico 23:3). «Pero», pensé, «¿acaso esta asamblea siempre debe tener nuestro estilo tradicional de iglesia, con la Escuela Sabática a las 10:00 am y Culto Divino a las 11:00, un sermón y tres himnos? ¿De dónde vino todo eso? [2] ¿Es esta la mejor forma de conectarnos con mi generación, y nuestros compañeros no creyentes, a quienes queremos introducir a la iglesia y al cristianismo?». Sin lugar a dudas, un estilo tradicional de iglesia atrae a algunos, pero creo que hay otras formas válidas de adorar juntos. Inclusive nuestros pioneros tenían algunas ideas bastante diferentes a lo que la cultura actual de la iglesia se ha convertido. Por ejemplo, Elena de White nos aconsejó no tener sermones cada sábado (Ev p. 348). Ella también estaba preocupada de que los pastores estuvieran «revoloteando» en torno las iglesias para «afirmarlas» tanto que volvieran a los miembros más dependientes (TM p. 231).

Cuando retornemos a la iglesia después de esta pandemia, deberíamos rediseñarla creativamente, de una manera que sea atractiva y relevante a nuestro contexto local, y de una manera que administre el sábado como un verdadero día de reposo. Laura y yo anhelamos una iglesia simple, libre del exceso de programación y del entretenimiento de los “consumidores”. Soñamos con reuniones pequeñas y servicios cortos que sean menos guionados y mucho más abiertos al misterioso movimiento de la gracia de Dios. Soñamos con tener más tiempo con amigos y para partir el pan juntos, de forma regular, no solo para la Santa Cena.

Sola en la multitud

La iglesia puede ser un lugar solitario. Los sábados, yo (Laura) estoy muy consciente de mi estado civil. No me siento así durante el resto de la semana. Tengo amigos, pasatiempos y un buen trabajo. Irónicamente, en ningún otro lugar me siento tan fuera de lugar como en la iglesia. No soy casada, no tengo hijos, y no tengo menos de 25 años. No encajo en ninguna categoría de mi iglesia local. En consecuencia, la iglesia no tiene ninguna actividad o ministerio enfocado a mí. La iglesia gira alrededor de las familias. Si tienes una familia, ¡estupendo! Si no la tienes, el silencioso mensaje es tristemente claro: no perteneces (o aún peor: hay algo mal contigo). [3]

David Pullinger, uno de los principales investigadores en el Reino Unido acerca de la soltería y la fe cristiana, relata que, «los solteros se sienten regularmente aislados y solitarios en sus iglesias. Se sienten invisibles y piensan en irse». [4] Yo no me quiero ir, me mantengo ocupada. Me involucro en muchas actividades, inconscientemente intentando adormecer la soledad. Hasta cierto punto, funciona.

Sin embargo, todavía me siento desconectada. Uno de los consejos más comunes que he escuchado (Raquel) para combatir la soledad es el de involucrarse en la iglesia. En cuanto empecé a servir, conocí a nuevas personas y me sentí menos incómoda al reconocer nombres y rostros; además, era verdaderamente significativo el ayudar a otros y ofrecer mis talentos a la iglesia. Sin embargo, descubrí que el estar involucrada no siempre brindaba el sentido de pertenencia que yo buscaba. Todavía siento que me falta verdadera conexión. Habían pocas personas con las que realmente conecté. Cuando me senté en la banca de la iglesia, observando a las parejas y familias a mi alrededor, y notando que casi no hay nadie de mi grupo en la iglesia, me sentí muy consciente de estar sola, como Laura se sintió. Sin embargo, cuando adoré desde mi casa en cuarentena, este sentimiento había desaparecido.

La cuarentena nos recuerda que podemos simplemente ESTAR con Dios. No tenemos que esforzarnos tanto; podemos escoger la buena parte (Lucas 10:42). Podemos pertenecer por quienes somos y no por lo que hacemos. ¡Queremos ser parte de una iglesia que reconoce esto!

De vuelta a lo esencial

La cuarentena nos ha obligado a frenar. Nosotras creemos que esta pausa sirvió para magnificar la falta de armonía en algunas de las prácticas de nuestra iglesia. Como Brett McCracken dice: «el corona virus ha eliminado rápidamente los excesos de la iglesia, todos los extras y las opciones, todas las cosas buenas que hemos llegado a ver como imprescindibles. Lo que queda son simplemente las cosas esenciales: Jesús, la Palabra, comunidad, la oración y cantar». [5] De alguna forma, esta terrible tragedia nos proveyó un regalo único: perspectiva. Creemos que este es el momento de considerar en oración la validez misional de la cultura de nuestra iglesia y su capacidad para fomentar relaciones significativas. Ahora es el momento de podar valientemente cada rama que no da fruto. ¡Debemos reclamar el sábado y atrevernos a descansar! Después de todo, Jesús dijo: «El día de descanso se hizo para satisfacer las necesidades de la gente, y no para que la gente satisfaga los requisitos del día de descanso» (Lucas 2:27 NTV).

 

Notas y referencias:

[1] No pareciera ser el caso. Skye Jethani ha escrito un libro perspicaz que cubre este tema y el del cristianismo consumista en general. En «The Divine Commodity» (El Divino Producto) Jethani escribe: «¿Las personas aman a Dios y a los demás más después de participar regularmente en los programas de las iglesias? ¿Las instituciones producen discípulos? ¿Pueden los programas encender el amor? La conclusión a la que se llegó después de encuestar a 15,000 personas en Willow Creek y otras 25 iglesias fue no».

[2] Frank Viola y George Barna han reunido algunas investigaciones fascinantes y desafiantes sobre este tema en su libro «Paganismo, ¿en tu cristianismo?».

[3] La mayoría de los cristianos son solteros por las circunstancias y no por elección. Debemos admitir que existe un desequilibrio de género y dejar de llamar a las mujeres «quisquillosas», «exigentes», etc., si están solteras. Según una investigación realizada por YouGov, hay dos veces más mujeres solteras ABC1 (clase media y con educación) que hombres en la iglesia. Quizás es hora de descubrir y resolver las causas que hacen que la iglesia sea tan poco atractiva para los hombres solteros.

[4] www.singlefriendlychurch.com

[5] Brett McCracken, “Coronavirus Could Kill Consumer Christianity”, https://www.thegospelcoalition.org/article/coronavirus-could-kill-consumer-christianity/

 

Haga clic aquí para leer la versión en inglés de este artículo.

 

Rachel Wilson es hija de pastor y creció en una familia ministerial. Hoy trabaja en los medios y vive en Londres, Reino Unido.

Laura Hodara es periodista y locutora independiente. Ella escribe desde Londres, Reino Unido.

Traducido al español por Jocelyn González Van Horne.

Fotografía: Aaron Burden, Unsplash.

 

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