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Reavivamiento y reforma institucionales

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“Reavivamiento y reforma” es un lema clásico en la Iglesia Adventista, al que el presidente mundial Ted Wilson ha querido dar un énfasis especial desde que asumió el cargo en 2010. En estos últimos años se han promovido programas, predicaciones y escritos basados en ese lema. Es también el título del librito de estudio de la Biblia del trimestre julio-septiembre de 2013, elaborado por Mark Finley (vicepresidente de la Conferencia General y conocido evangelista).

En esas lecciones, y casi siempre que se habla del tema, se ofrece un enfoque según el cual el reavivamiento y la reforma son objetivos que deben guiar la vida del creyente, y por tanto se tratan asuntos como la oración, el estudio de la Biblia, el testimonio, la obediencia, el crecimiento… Sin duda este reavivamiento personal es el corazón de la vida cristiana, y por tanto el núcleo de cualquier cambio. Como muy bien señala Finley, la reforma eclesial comienza con la transformación personal; hay una interacción entre lo individual y lo colectivo, y el reavivamiento debe reflejarse no sólo en una vida devocional privada, sino también en el restablecimiento de las relaciones interpersonales o en la unidad fraterna.

Ahora bien, cuando se analizan las consecuencias del reavivamiento echo en falta la referencia a una dimensión imprescindible en la transformación que como iglesia esperamos: la reforma institucional. Por ejemplo, en el citado librito hay varias ocasiones en que se alude a la iglesia desde el punto de vista corporativo. En la lección 7, sobre la unidad, el apartado del 14 de agosto trata sobre la organización de la iglesia como estructura necesaria para la unidad; se perdía una ocasión excelente para destacar que la reforma no sólo es algo que afecta a nuestra devoción, sino que debe ser un objetivo que impregne todas las dimensiones de una iglesia que se considera heredera de la gran Reforma protestante y que, como tal, debe estar siempre en proceso de reforma (semper reformanda, como muy bien expone Daniel Bosqued en Abierto por reformas).

En la lección 9, el apartado del 28 de agosto precisamente recuerda la experiencia reformadora de Lutero, pero se limita a exponer su gigantesco avance en cuanto a la comprensión de la salvación por la gracia de Dios. Resulta curioso que al estudiar la historia de Europa se suele recordar ante todo que la Reforma de Lutero (y los demás reformadores) era una apelación a cambios institucionales y a prácticas eclesiales, y a veces se olvida su imprescindible dimensión devocional y doctrinal. En cambio en otras ocasiones, como en esta que comentamos, se recupera esta última dimensión, pero se olvida el otro pilar, que es la reforma institucional. La grandeza de la Reforma del siglo XVI es que aunó la renovación teológico-espiritual con el llamado práctico a una transformación de las estructuras, desechando las tradiciones humanas y buscando arraigar la vida cristiana y la experiencia eclesial sólo en los mensajes y valores de la Biblia. En realidad, fue más allá de la idea de reforma, y se convirtió en una auténtica revolución, que es precisamente lo que necesita nuestra iglesia hoy, aunque desde instancias oficiales se evita enfocarlo así.

 

¿Institucionalismo, o impulso colectivo?

Quizá es que pensamos que como movimiento final de la historia del cristianismo, como iglesia de Laodicea, los adventistas representamos la última fase de la Reforma protestante y por tanto fue nuestra corriente la que renovó la iglesia en el siglo XIX, de modo que la reforma eclesial debe limitarse a la piedad y a las relaciones. Pero no podemos poner a un lado el hecho de que nuestra institución arrastra ciento cincuenta años de historia; demasiados, como señaló Ted Wilson, destacando que no hay nada que celebrar, porque ya deberíamos estar en la Tierra Nueva. En ciento cincuenta años hemos recibido innumerables bendiciones colectivas; en este tiempo la experiencia nos ha enseñado a adoptar algunas cosas y a rechazar otras. Pero siglo y medio de institución es siglo y medio de institucionalización, con todo lo que ello implica, para bien y para mal. Para bien, porque lo que se institucionaliza, si es bueno, pervive en el tiempo; para mal, porque la institucionalización tiende a fosilizar prácticas, tradiciones, erroresyvicios que inevitablemente acompañan a la condición humana y a las dinámicas colectivas. Entre ellos uno de los más peligrosos: el institucionalismo, grave epidemia muy extendida en nuestro medio.

Por tanto, los adventistas, y los dirigentes de la iglesia, no deberíamos tener miedo a exponer una y otra vez que el reavivamiento y la reforma deben alcanzar imprescindiblemente a la institución. No sólo es necesario que revisemos nuestras vidas y nuestras relaciones fraternales, sino también los mecanismos organizativos que hemos construido. El propio Mark Finley, en su estupendo artículo ¿Es ‘reforma’ un término confuso?(página 10 de la Revista Adventistaespañola de julio 2011) así lo expresa:

“El espíritu de reavivamiento y reforma conducirá a cada líder institucional y consejo administrativo a reevaluar las prácticas de las instituciones que dirigen a la luz de los principios bíblicos y los consejos el Espíritu de Profecía. Preguntarán, ¿la institución que administro puede reflejar de forma genuina los principios dados por Dios y los valores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día?”

Una precisión: Finley asigna esta tarea a los líderes (quizá por ello en el librito de Escuela Sabática, dirigido al conjunto de la feligresía, no ha incluido una lección sobre este punto). Pero bien sabemos que todo cargo institucional tiende a anquilosar a quien lo ocupa. Hasta el mejor de los líderes (es decir, aquel que impulsa a la participación del colectivo y que invita a una renovación permanente) siente la tentación de institucionalizarse mentalmente. Por ello el espíritu de reavivamiento y reforma organizativos no sólo les corresponde a ellos, sino a todos y cada uno de los miembros de la iglesia, quienes no debemos limitarnos a esperar que los dirigentes promuevan reformas, sino que nosotros mismos debemos proponerlas, participando en el proceso.

Además, de algún modo u otro, y según la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes, todos los cristianos estamos llamados a ser líderes, en la medida en que participamos en la gran variedad de cargos (en la Unión o en las iglesias locales), dirigimos una clase de escuela sabática, compartimos un testimonio en nuestra congregación… Este concepto de liderazgo suele resultar incómodo para todos: para los dirigentes, porque pueden creer que se les resta protagonismo o autoridad; para el conjunto de los miembros, porque nos compromete a, saliendo de nuestra cómoda posición pasiva, tomar parte activa y construir iglesia. Pero es el concepto bíblico, y cuando vivamos así la participación eclesial, descubriremos las grandes cosas que puede hacer Dios con su pueblo.

Destaco unas palabras de la famosa cita de Elena de White que inspira el lema que nos ocupa:

“Deben realizarse un reavivamiento y una reforma bajo la ministración del Espíritu Santo. Reavivamiento y reforma son dos cosas diferentes. Reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas y teorías, hábitos y prácticas. La reforma no producirá los buenos frutos de justicia a menos que esté relacionada con el reavivamiento del Espíritu. El reavivamiento y la reforma han de efectuar su obra asignada y deben entremezclarse al hacer esta obra” (Mensajes selectos, t. 1, p. 149).

Creo que es obvio que las palabras destacadas deben aplicarse a la vida espiritual individual (que, no lo olvidemos, constituye la base y el núcleo de cualquier reforma), pero también a la institución, en la que siempre hay ideas, teorías, hábitos y prácticas que deben reformarse.

 

¿Por qué una reforma institucional?

Traduzco un párrafo de un interesante artículo de Josué Anguiano:

“Si la iglesia debe asumir la tarea del reavivamiento y la reforma, debe entenderse que la propuesta implica tanto un compromiso individual como colectivo. La iglesia es la suma total de todas sus partes, tanto los miembros individuales y los dirigentes de la iglesia como sus instituciones asociadas: escuelas, hospitales, etcétera, todos forman la iglesia. La renovación espiritual y la transformación que implica el llamamiento al reavivamiento y la reforma no significan NADA si no reconocemos lo siguiente: que los verdaderos reavivamiento y reforma están enraizados en nuestro reconocimiento de que todos somos pecadores y necesitamos desesperadamente la gracia transformadora de Dios manifestada en Jesucristo; Y de que todos necesitamos desesperadamente vivir en la presencia continua del Espíritu Santo.”

Se podría alegar: si nuestra iglesia a lo largo de su historia ya ha ido depurando sus posiciones doctrinales y con la ayuda de Dios ha creado los mecanismos organizativos necesarios para expandirse por todo el mundo, ¿hablar de reforma institucional no implicaría sugerir que no es un movimiento dirigido por Dios? Pero es que eso mismo podríamos pensar del reavivamiento individual: ¿acaso cada uno de nosotros no ha sido genuinamente cristiano hasta ahora? Claro, pero aun así, según la Escritura (Ro. 12: 2, etc.), debemos estar abiertos a una renovación permanente, permitiendo que el Señor nos transforme. Lo mismo ha de ocurrir con los aspectos organizativos de la institución.

Hay quienes dicen que el reavivamiento supone básicamente una efusión del Espíritu en cada creyente individual y que no debemos preocuparnos de las estructuras, porque el prestar atención a ellas nos puede desviar del objetivo prioritario de centrarnos en Cristo, y porque cuando el Señor transforme cada una de nuestras vidas, habrá una confluencia que renovará el conjunto. Pero si aplicáramos estrictamente este criterio caeríamos en un individualismo místico, y tampoco podríamos poner el acento en cambios de hábitos colectivos, como el reunirnos más para orar juntos, estudiar la palabra en grupo, la evangelización, etcétera. La reforma en estos ámbitos, que todos asumimos como imprescindible, depende no sólo de que el Espíritu nos inspire a ello individualmente, sino también de decisiones organizativas que buscan propiciar un ambiente eclesial en el que el Espíritu pueda actuar más fácilmente.

Esta es la razón por la que el lema “Reavivamiento y reforma” es el eje de la campaña interna promovida por el equipo del hermano Wilson, en la que todos estamos llamados a participar (aunque lo cierto es que en los mensajes institucionales se echa en falta más insistencia en una plena participación colectiva). La reforma es algo que implica a todos y cada uno de nosotros, y para ello es necesaria, entre otras cosas, una profundización en el conocimiento de la Palabra de Dios. Igualmente, la reforma institucional corresponde al conjunto de la iglesia, y para ello es necesario que cada miembro conozca mejor la organización eclesial y se sienta animado a participar en su renovación.

 

Propuestas de reforma

El librito de escuela sabática y los demás documentos de la campaña proponen los aspectos que debería abarcar la deseada reforma, pero en general olvidan ciertas áreas en las que habría que considerar cambios organizativos. Sugiero algunas:

  • La reforma implica renovación, y la renovación nuevas personas.¿Se favorece oficialmente que los cargos de responsabilidad no estén ocupados permanentemente por los mismos dirigentes, con el riesgo de que se forme una casta que pueda verse tentada a ejercer su cargo no como un servicio, sino como un ejercicio del poder? ¿Se contemplan medidas como la limitación de mandatos, tanto en la institución como en las iglesias locales, según el modelo de una iglesia orgánica y participativa?

  • En relación con el punto anterior: ¿Se promueve la formación y la participación de los jóvenes, o nos conformamos con la tendencia, propia de toda institución humana, a la gerontocracia, a poner el acento en la necesidad (indispensable, sin duda) de contar con los hermanos de experiencia, olvidando que igual de importante es la renovación generacional?

  • La “liturgia”. ¿Estamos abiertos a plantearnos que se introduzcan dinámicas de reunión y culto más flexibles y participativas?

  • La participación. ¿Se anima institucionalmente a que los miembros de iglesia, de manera individualo colectiva, formulen propuestas de cambio

  • La forma en que funcionan los consejos, desde los de las iglesias locales hasta los de los diferentes niveles organizativos y los de las instituciones. ¿Existe entre nosotros el hábito de reflexionar con frecuencia si los mecanismos que se siguen en estas reuniones se ajustan estrictamente no sólo a las disposiciones de nuestra propia iglesia, sino sobre todo a la ética más excelente, que se deriva del evangelio (Mt. 5: 37; Stg. 5: 12, etc.)? ¿Se realizan campañas para reavivar y reformar los consejos según estos valores? ¿Se evita toda forma de manipulación? Si alguien propone maneras diferentes de abordar los asuntos eclesiales, ¿se responde con que “siempre se ha hecho así y no se va a cambiar”, o se considera que puede haber formas mejores de actuar? ¿Se garantiza la plena información y la participación de todos los implicados, o se recurre al secretismo y a planteamientos jerárquicos para que siempre se decida lo que los dirigentes previamente han dispuesto en reuniones privadas?

  • ¿Se plantea como objetivo, y se ponen medios para ello, de que no queden impunes actuaciones institucionales claramente contrarias al evangelio? ¿Somos conscientes de que la impunidad favorece que tales pecados se consoliden y repitan, con el lógico resultado de una degradación moral creciente de la iglesia?

  • ¿Es creíble que los dirigentes promuevan el reavivamiento y la reforma individuales mientras son incapaces de proceder a esa renovación institucional que resulta inexcusable (máxime cuando vemos que nuestra iglesia no interesa a la sociedad en la que vivimos)?

Considero que estos y otros aspectos son parte esencial del reavivamiento y la reforma que como iglesia deseamos. Pidamos al Señor que genere entre nosotros una dinámica que integre y relacione estos objetivos en la renovación espiritual que cada miembro de iglesia necesita, a fin de «crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos» (1 Tes. 3: 12) y «trastornar el mundo entero» (Hch. 17: 6).

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