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Ríos de agua viva

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El agua es indispensable para la vida. Hay organismos que requieren una mínima cantidad, pero aún ellos, no importa cómo estén constituidos, necesitan agua para vivir. En el más árido desierto, bajo la superficie, hay seres vivientes que retienen agua y la usan con sorprendente economía. Ellos también morirían si les faltara el agua. No es una casualidad que la exploración del planeta Marte que se está llevando a cabo en estos días concentra sus investigaciones tratando de establecer si es que en algún tiempo hubo agua. La razón para ello es obvia. El agua es el sine qua nonpara la vida en el mundo material. La noticia del día en que escribo esta columna, 27 de septiembre del 2012, es que los científicos que conducen la exploración de Marte han recibido fotos de rocas que han sido alisadas al rodar llevadas por la corriente de un arroyo. Lo que millones de años atrás fuera un arroyo, sin embargo, hoy es un cauce completamente seco.

Que el agua es esencial ya era reconocido en el mundo antiguo. Las historias pre-científicas de la creación en su mayoría comienzan con un océano primordial como la realidad original que tuvo que ser vencida para poder llevarse a cabo la creación del mundo en que vivimos. Tal es también el caso en Génesis1 donde la narración comienza con “el espíritu de Dios se movía sobre las aguas” (Gen. 1: 1). En Génesis2 el jardín que Dios plantó en el desierto primordial pudo existir gracias al el río con cuatro brazos que le daba vida (Gen. 2: 10). La descripción de la tierra nueva en el Apocalipsis, que consta con los elementos básicos de la historia de Génesis2, también incluye al río de la vida (Ap. 22: 1). En la visión de una Jerusalén restaurada vista por Ezequiel, el pequeño hilo de agua que fluye de debajo del altar en el templo eventualmente viene a ser el poderoso río de la vida de la naciones (Ez. 47: 1 – 12).

Estas ricamente alusivas descripciones del agua proveen el escenario que enmarca las referencias al agua que iluminan la teología de Según Juan. Para comenzar notamos que en este evangelio se hace un explícito contraste entre el bautismo de Juan Bautista y el bautismo de agua y espíritu de Jesús. En el bautismo de Juan el agua funciona como depurador de pecados. Como tal, su bautismo es un rito de purificación. Por el contrario, el agua del bautismo de Jesús establece una nueva vida. El bautismo de agua y espíritu engendra hijos de Dios.

El agua del bautismo de Jesús, sin embargo, queda indefinida. Nunca se explica cómo es que esa agua sirve de vehículo al Espíritu. ¿En qué consiste la diferencia del agua del bautismo de Juan y el agua del bautismo de Jesús? Esta ofuscación es todavía más notable y relevante puesto que en este evangelio se nos informa que Jesús bautizaba más discípulos que Juan (4: 1). No cabe duda que el narrador quiere hacer notar una diferencia entre los dos bautismos. Aparentemente tiene algo entre manos.

Algo parecido sucede en la escena de Jesús y la mujer samaritana. La samaritana depende del agua provista por el pozo que Jacob cavó para proveer las necesidades de su familia y sus ganados (4: 12). Se trata de una fuente de agua que ha suplido las necesidades físicas de ganados y seres humanos por unos diecisiete siglos. En todo ese tiempo nadie que haya venido a ese pozo quedó defraudado por hallar al pozo seco. Esta fuente de agua le ha dado vida a múltiples generaciones. El pozo de agua cavado por Jacob ha sido la fuente de vida cuya efectividad a través del tiempo es innegable.

El agua del pozo de Jacob es caracterizada por sólo una de sus cualidades; su capacidad para saciar la sed es pasajera. Poco después de beberla el que la bebió vuelve a tener sed. Por el contrario, Jesús promete que el agua que él ha de proveer saciará para siempre la sed de quien la bebiere (4: 13 – 14). Pero lo sorprendente es que cuando la mujer ansiosa le pide: “Señor, dame esta agua para que no tenga sed ni venga acá a sacarla” (4: 15), en vez de darle el agua prometida Jesús cambia el tema.

El reportaje de las bodas de Caná menciona que en la casa del anfitrión había “seis tinajuelas de piedra para agua, conforme a la purificación de los Judíos, que cabían en cada una dos o tres cántaros” (2: 6). A diferencia del agua del pozo de Jacob, “de la cual él bebió, y sus hijos, y sus ganados” (4: 12), el agua de las tinajuelas en la casa donde se celebró una boda en Caná de Galilea no era agua para la vida diaria, para saciar la sed. Esta era agua para ritos de purificación que “los Judíos” debían realizar periódicamente según las reglas del caso. Una de las reglas era que el agua para la purificación no podía venir de un aljibe o un estanque. Tenía que ser agua que había estado moviéndose en una corriente, agua “viva”. Es por eso que las seis tinajuelas de piedra estaban vacías. Sólo se las llenaba cuando se iba a llevar a cabo el ritual purificatorio.

Tanto el agua del bautismo de Juan, como el agua del pozo de Jacob, como el agua con que se llenaban las seis tinajuelas de piedra en una casa de Caná representan a la religión al nivel formal, al nivel de ritos tradicionales y reglamentados que ha sostenido al pueblo en relación con Dios. Sin duda que la religión como institución formal, tradicional, purificadora de pecados, a través de las generaciones ha saciado para muchos la sed de Dios. Como tal merece ser reconocida y apreciada.

La presencia del Hijo de Dios en el mundo, sin embargo, ha transformado la situación. El agua ha sido hecha vino, y el vino provisto por el Hijo no es el vino común que se sirve cuando los comensales ya han bebido en cantidad y han perdido la capacidad de catar sus cualidades. Catadores expertos, en pleno uso de sus facultades, lo han declarado el mejor jamás bebido. El vino que remplaza al agua no sólo es efectivo para saciar la sed; es indispensable para una fiesta donde no sólo se vive sino que también se celebra la plenitud de vida prometida en una boda.

Con estas ilustraciones Según Juanabandona la perspectiva apocalíptica que le da forma al ministerio de Jesús en Según Marcos, y que Según Mateoy Según Lucasadoptan con modificaciones propias de cada uno. En Según Juanse recuenta, con modificaciones aún más marcadas, la escena de Jesús calmando la tempestad en el mar de Galilea. La escena es un eco de las historias de la creación en las que el creador se impone sobre el mar primordial. Sólo en los evangelios el Lago de Genesaret es conocido como el Mar de Galilea. Como cuerpo de agua, este “mar” no es mucho más grande que los pequeños lagos interiores que se encuentran esparcidos por todas partes en el estado de Michigan donde resido. Para los evangelistas es un “mar” por razones teológicas. El mar representa las aguas primordiales que son la fuente de los poderes que se oponen a Dios. En las visiones de Daniellos poderes políticos que persiguen al pueblo de Dios se representan como fieras mitológicas que salen del mar. En la visión de la tierra nueva en el Apocalipsisse especifica que en ella no habrá mar (Ap. 21:1). Seguramente que todos los cristianos entendieron que la representación de Jesús caminando sobre el mar e imponiendo su voluntad sobre su furia anuncia el triunfo de la vida sobre las fuerzas caóticas de la muerte.

Según Juan presenta una escena dramática en la cual por primera vez en el evangelio Jesús se da a conocer como “Yo Soy” (6: 20). Es Jesús caminando sobre el mar tormentoso, engendrador de ansiedad y temor. El que camina sobre las aguas del mar es la resurrección y la vida, el que triunfa sobre los poderes del mal y la muerte que intentan separar a las criaturas del Creador. El agua no sólo puede representar a la religión institucionalizada que es parcialmente efectiva pues calma temporalmente la sed. También puede representar el poder demoníaco que se levanta con fuerza para sofocar la vida misma en las garras de la muerte. La imagen de Jesús como soberano sobre el mar está llena de poder y esperanza.

La escena central y decisiva en Según Juanes la aparición de Jesús en el día final de la fiesta de los tabernáculos. La escena es dramatizada porque Jesús ya es un hombre marcado; pareciera que no va a ir a la fiesta porque su hora aún no ha llegado (7: 6, 8). En los primeros días de la fiesta hay gran expectativa en la multitud por ver si es que Jesús viene o no. Los hermanos de Jesús lo critican por no darse a conocer, y la multitud quisiera poder resolver el dilema si es que Jesús es genuino o un charlatán (7: 12). Sin embargo, “por miedo de ‘los Judíos’” el pueblo no expresa sus esperanzas de poder hacer una decisión firme acerca de él (7: 13). Sus dudas y expectativas quedan resueltas “a mitad de la fiesta” cuando Jesús no sólo sube a Jerusalén sino que se pasa el día enseñando en el templo (7: 14).

La fiesta de los tabernáculos, o de las cabañas, dura siete días y conmemora las providencias de Dios cuando el pueblo peregrinaba en el desierto después del éxodo de Egipto. Lo más necesario en ese páramo inhóspito era el agua. En esas circunstancias difíciles Dios proveyó una roca que surtió el agua para sus necesidades. En el último gran día de la fiesta los sacerdotes y el pueblo de Jerusalén bajaban a la fuente de Siloé y llenaban sus cántaros con agua. Luego subían hasta el altar de los sacrificios en el atrio del templo y vertían el agua de sus cántaros sobre él. Esto hacía que del altar corriera el agua por el atrio del templo y eventualmente bajara la cuesta del templo hacia el arroyo Cedrón. De esta manera no sólo se conmemoraba el agua que surgió de la roca en el desierto, sino que también se anticipaba el cumplimiento de la visión de Ezequiel que describe las aguas que brotan del altar en el templo (Ez. 47: 1).

Cuando los sacerdotes y el pueblo estaban llevando a cabo la dramatización de las aguas que le dieron vida al pueblo en el desierto y las aguas que brotan del altar para dar vida a las naciones, Jesús se proclama a sí mismo la fuente de agua de vida: “Si alguno tiene sed, venga a mi, y beba el que cree en mi”. El fundamento de la proclama es una cita de la Escritura: “ríos de agua viva correrán de su vientre” (7: 37 -38).

Ya en su conversación con la samaritana Jesús le dijo que si ella supiera con quien estaba hablando, ella le estaría pidiendo agua a él, “y él te daría agua viva” (4: 10). Pero no se trataba de diferenciar el agua de un pozo con las aguas que corren movidas por la corriente. El agua viva que Jesús le ofrece a la mujer junto al pozo de Jacob es de otro orden. Es el agua que corre con el vino de su sangre.

Todas las referencias al “agua viva” que Jesús ofrece cuando su hora aún no había llegado (2: 4, 23; 7: 8) apuntan al agua que Jesús provee cuando su hora ha llegado (13: 1). Su agua viva también brota de la roca, pero fluye con sangre. Así como Moisés hirió la roca y de ella brotó el agua que le dio vida al pueblo que peregrinaba en el desierto (Ex. 17: 6; Num. 20: 10 – 13), un soldado romano hirió el cuerpo ya muerto (una roca) de Jesús en la cruz, y de él brotó la sangre y el agua que le da vida al pueblo que cree en él (19: 34).

No se ha encontrado el texto de las Escrituras que predice que de su vientre correrán ríos de agua viva. Aparentemente la referencia es a Is. 12: 3, “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salud”. O, pudiera ser que se refiere a Jer. 2: 13, “Porque dos males ha hecho mi pueblo: dejáronme a mí, fuente de agua viva, por cavar para sí cisternas rotas que no detienen agua”. Las referencias poéticas a la roca de Horeb hablan de la abundancia del agua provista por Dios en el desierto: “Pues sacó de la peña corrientes, e hizo descender aguas como ríos” (Ps. 78: 16). “Abrió la peña y fluyeron aguas; corrieron por los secadales como un río” (Ps. 105: 41). El agua de la fuente de la salud es el agua de la Peña en el Calvario. Todo aquel que bebiere de esa agua no volverá a tener sed jamás. En la perspectiva juanina, el agua viva no brota de la roca del altar en el templo de Jerusalén que Ezequiel y Juan el Teólogo vieron en visión, brota de la roca del templo que es el cuerpo (2: 21) del que, como la serpiente que Moisés elevara en el desierto, ha sido elevado para que todo aquel que en él cree tenga vida eterna (3: 15). Esta es el agua que Jesús le ofreció a la samaritana y a todos los participantes en la fiesta de los tabernáculos, y que Según Juanle ofrece todos los que lo leen. Esta no es el agua del bautismo de Juan Bautista o de la religión de ritos sacramentales, sino el agua que ha sido transformada en el vino/sangre de la vida en el Espíritu.

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