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Buscando redención por las calles de Buenos Aires

No tuvo grandes momentos de adrenalina, ni aquellos que de vez en cuando captan la atención de cualquier oidor. Fue un viernes que quizá muchos pasarían por alto pero no es mi deseo que así sea, no por capricho ni obsesión, sino porque en mi parecer cada viernes de noche es único e irremplazable, y como todo original, posee elementos que jamás volverán a repetirse de manera idéntica.

Desde el 24 de diciembre de 2011 no pisaba la Plaza Flores, Buenos Aires, Argentina, a donde iba con Ayuda Urbana, una organización de ayuda solidaria constituida básicamente por personas Cristianas. Poco más de un mes después, me disponía a recorrer los alrededores de Plaza Flores por primera vez en 2012.

Pero su valor no radicaba en eso. Ese viernes tomaba especial valor una persona, un amigo podría decir, un hombre que me hacía dejar en segundo plano las múltiples ideologías, proyectos, recuerdos y deseos que me asaltan cada vez que emprendemos el viaje que va de Florida Oeste, fuera de la capital, hasta Liniers, donde nos abastecemos de galletitas y bibliografía cristiana y caminamos hasta la Plaza Flores.

Si bien existen ONGs que aportan a la asistencia social con sus programas de ayuda y si bien hay ciertos planes de subsidios para gente en necesidad a cargo del Gobierno argentino, Ayuda Urbana no deja de ser un proyecto necesario. Mediante grupos reducidos que eligen una zona de Buenos Aires y luego la recorren buscando personas que viven en la calle-­si es que se le puede llamar vida-­ Ayuda Urbana procura generar vínculos de amistad con las personas sin hogar con el fin de compartirnos la dignidad y el valor que poseemos como hijos de Dios.

Claro está que en una ciudad donde solo en el último semestre del año pasado 22 mil personas perdieron su vivienda, quedando en situación más que critica, hablar de dignidad, valores y cristianismo parece una locura. Pero nosotros queremos ayudarlas con uno de los mayores problemas que tienen: la falta de autoestima, la falta de un motor propio que las ayude a mejorar.

Por esto, cada viernes de noche es único e irrepetible, ya que nuestro interaccionar es meramente personal y sumamente comprometido. En tal contexto quiero hablaros de César, apodado “el Chino”, un hombre que lucha con todas sus fuerzas para salir de la calle y más aún para superar su adicción a la droga, que hasta donde algunos sabemos es la cocaína.

El primer gran paso ocurrió el pasado 24 de diciembre, cuando supo abrirse y dar parte a parte y expresión a expresión pedazos de su corazón, bañados en deseos de mejorar, de ganar la lucha a su adicción, de sufrimientos propios de la calle, dolor y frustración por verse derrotado una y otra vez por esa maldita adicción que no solo consume su dinero y lo despoja a la fría, violenta y húmeda calle, sino también consume su voluntad, sus fuerzas y su salud tanto mental como física.

En ese ambiente de apertura emocional hicimos una promesa. ¿Quiénes?, un compañero de mi recorrido y yo. ¿Cómo?, luego de una gran charla por parte de mi compañero. En esa noche, César expresó el intenso deseo de salir adelante y mas aún, expresó un interés verdadero por leer y entender la Biblia. Eso nos motivó en gran, gran, gran manera, ya que en lo personal tengo la ferviente creencia en que sin ella mucho de lo que se hace carecería de sentido.

En fin, en ese instante emití una promesa, que sabía que yo mismo no podría cumplirla debido a que al menos los dos viernes siguientes no estaría y por esto me apoye en la fe de que mi compañero la cumpliría por mí, al menos hasta mi regreso.

Prometimos que el próximo viernes vendríamos antes de lo común para llevarlo a Liniers, de modo que nos preste ayuda con el armamento de comida y bibliografía, y de hacerlo participe de todo el recorrido, con el fin de que sienta la hermosura de producir una sonrisa en el prójimo, de impartir esperanza, de compartir experiencias, que sienta la belleza de encontrarse en un momento en el cual toda su vida cobra sentido. Porque el sentido en parte, lo aporta el prójimo. En fin, hacerlo participe de un momento en que sienta que es útil, porque significa una oportunidad, una esperanza para alguien ajeno a él mismo, con el fin de que sienta a Dios verdaderamente en todo su cuerpo y vida, porque Dios según lo que creo y predico es primordialmente AMOR EXPRESADO EN ACCIÓN.

La promesa fue realmente de corazón y de puro interés de ayuda. Por todo esto, este primer viernes de 2012 conllevaba una gran importancia para mi. La noche vestía como todas, pero no era así en mi interior. El recorrido tenia que hacerlo solo porque aquellos que son mis compañeros de lucha no estaban o no podían estar. Cargué 10 bolsas de galletitas dentro de una grande como de costumbre, acompañé a Elsita, una señora de la que un día quiero hablaros, a la parada de tren que va a Moreno, y luego tomé el que va hacia Flores.

Por despistado, me bajé una parada antes, en Floresta lo que ayudó muchísimo para que encontrase gente nueva con necesidad de comida, pero en verdad, mayor necesidad de un abrazo, de interés, de un oído… Fui caminando hasta Plaza Flores y luego de visitar a un grupo de hombres que duermen en una de las calles de la zona, con los que he sabido formar una linda amistad, nos dirigimos hacia otro sitio donde esperaba encontrar, entre otras personas queridas, al Chino. Y digo “nos” porque me encontré con viejas compañeras de recorrido haciendo el mismo que yo.

Al llegar al paraje del siguiente grupo donde se suponía que estaría el Chino, encontramos a todos menos a él. Mi corazón se vio de pronto sorprendido y dolido al mismo tiempo. Cuando pregunté por él, me dijeron lo siguiente: “No, el chino me parece que se fue a torrar, casi seguro, porque se fue pa las vías…”, ”la otra vez después del 24, al viernes siguiente, estábamos acá abriendo unos vinos pa tomar y él no quiso tomar, entonces le preguntamos ¿por qué? Y nos dijo que tenia que estar bien porque ustedes lo iban a venir a buscar antes, y que ese día iba a cambiar su vida, pero…, no vino nadie a buscarlo”.

En ese momento mi sangre subió de temperatura y mi mente luchaba entre la culpa y la bronca. No supe qué decir y balbuceé unas pocas palabras que me excusaban de la gran fallada al Chino pero de nada sirvieron. El daño estaba hecho, el fallo se había producido y la traición a su confianza había bastado como para que no desee vernos.

Quizá la noche oscureció de más luego de despedirnos de los compañeros del Chino, quizá el sonido de la ciudad se hallaba lejano, quizá las luces no encontraban reflejo en mi rostro…, quizá tan sólo quizá todo esto ocurrió, pues así fue sentido. Y si bien esa noche se siguió prestando ayuda, cariño, abrazos, palabras y miradas con personas necesitadas (tanto aquellas de la calle, como aquellas que cargaban bolsas de galletitas para dar a las primeras), y si bien las calles fueron recorridas, para mí ese viernes, el Chino y mi promesa fallida hicieron de maestros. Y ¿qué me enseñaron? Que jamás debo prometer aquello que YO MISMO no este en condiciones de cumplir, no solo por el valor de mi palabra sino por el daño que puedo causar en aquel que confió y se aferró a la única esperanza que en mi motivación de ayudarlo supe darle.

Y la siguiente enseñanza fue que no debo condenar a mi compañero por haber fallado en el accionar, debido a que todos en algún momento fallamos, y por ende, ¿Quién tiene autoridad para decidir quién merece condenación y castigo, y quien perdón? Todo lo que va…, vuelve, del mismo o distinto modo, pero vuelve… “Hagamos al prójimo lo que nos gustaría que nos hagan a nosotros” en este caso, ¡el perdón!

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