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La indignación de Cristo

El pasado otoño la Fundación Juan March propuso debatir y reflexionar sobre la cuestión más actual en nuestras sociedades del bienestar: la indignación y la ira que la causa. Para ello se contó con una personalidad del mundo académico como invitado de lujo: el filósofo Remo Bodei1, profesor de Filosofia de la Universidad de California.

La cuestión clave a debatir es la siguiente: ¿hasta qué grado la ira bien canalizada y legitimada, se antoja necesaria como combustible y revulsivo que nos permite sobrevivir ante la injusticia socioeconómica? ¿Hasta qué punto la indignación airada es un escudo protector ante las injusticias presentes y futuras, que como plagas sufre la gran mayoría de la población civil?

Es más, ¿puede la historia como “maestra de la vida” dejarnos de enseñar acaso el uso de la indignación como motor revolucionario? ¿Qué es la historia sino un continuo fluir de oprimidos que sufren injusticias de sus opresores? Estas dinámicas se han teorizado de muchas maneras ideológicas: como lucha de clases; como caídas de civilizaciones; como genocidios y luchas intestinales; como estados de terror; y como el Leviatán bíblico, con sus maneras de proceder animalizadas. Es decir, el ser humano al servicio de lo superior, llamado nación, imperio, estado moderno, macroestructuras económicas, bolsas internacionales, libre mercado para el depositario de grandes capitales, organismos sociales o eclesiásticos. Estos “queman” a las personas como si de combustible se tratase para mantener la pirámide de una privilegiada clase social.

Globalizada en su proceder aspiran a gobernar toda nación, lengua, tribu y pueblo. Su idioma es la ganancia deshonesta y la codicia de creerse dioses con forma humana. Se admiran por poder establecer las reglas del juego donde la persona “no privilegiada” por el poder del dinero puede ser declarada “indigna” de hecho. Evidentemente no de Derecho Humano, papel mojado para estas corporaciones ya que se le dice a la persona desfavorecida que el sistema de dignidad laboral, en bien del beneficio financiero y debido a la salvaje lucha de los más aptos en los parqués bursátiles, debe prescindir de su fuerza laboral, o abaratarla para ser competitivos. En una palabra: le, te me, nos, os les declaran superfluos o inútiles. Prescindible y no reciclable.

El siguiente paso para el “interés general” de los generales del mantenimiento de la pirámide plutocrática consiste en la eliminación del cúmulo de mano de obra no productiva. Para ello, los “poderes bestiales” acometen la labor de señalar a un colectivo de ser indigno de disfrutar de derechos civiles. Les niega el status de humanos, mediante estrategias revestidas de lo sacro, la bandera, la fe, la raza, los miedos del colectivo imaginario a la diferencia. Se ha proyectado en estos “chivos expiatorios” la estigma de los males sociales, y paradójicamente, su eliminación contribuye a un inmediato bienestar socioeconómico y moral de la mayoría cultural dominante.

En aras de ese confuso paraíso bíblico, llamado sociedad opulenta, etapa de crecimiento global económico, subida de la renta per cápita, aumento de la adquisición de los bienes de consumo para el resto de supervivientes de las revueltas sociales o guerras, se animaliza encarnizadamente a unos contra otros. Ahora bien, siempre y cuidando con mimo que sean “combustible” para que el cuerpo social se siga autoabasteciendo para disfrute de la élite privilegiada. Se le llaman daños colaterales, víctimas, mártires de la patria, de la fe o del neodarwinismo económico. ¡Qué más da a esos privilegiados! Sus linajes no padecen dichas desgracias como las del populacho asustado e idealista, que cual mito histórico del eterno retorno, cada ciertas trágicas décadas, debe afrontar las guerras y posguerras, madres e hijas de grandísimos padecimientos alrededor de los cinco continentes. Si no, que se lo pregunten al finiquitado S. XX.

Así las cosas, creemos que las ideologías políticas de la masa social de aquí y de allá, nos convierten en sujetos activos de una búsqueda de horizontes socioeconómicos más igualitarios y justos, aunque irremediablemente conlleve males necesarios como los mencionados baños de sangre pueblerina. En esto los agentes activos de la sociedad tienen las manos ocupadas sujetando las riendas de los mecanismos de poder y las fuerzas del “desorden público” de su status quo. Este es el único altar inamovible generación tras generación cuando es desatada, y contagiada, la ira como cólera vengativa.

Ante dicha barbarie, ¿Cómo se posicionó Jesús de Nazaret durante su sujeción a las autoridades injustas del imperio romano?

Su indignación no fue como la ira zelote porque sabía que así tenía mucho que perder para establecer su reino de justicia, amor y paz. El reino de los cielos no podía entrar en la dialéctica humana e histórica, descrita embrionaria y fugazmente en las líneas precedentes. ¿Por qué causa pues se dejaron tratar como locos los apóstoles? ¿Por qué causa se dejó crucificar Dios hecho carne y sangre? ¿Por qué causa le enseñó a Pedro a no solucionar con la violencia de la espada la indignación justa? ¿Por qué dice el apóstol airaos pero no pequéis?

Quizá para no desenfocar la cuestión de la esperanza escatológica. Quizá para poder rescatar compasivamente este globo terráqueo de dichas dinámicas de las dictaduras monetarias que no entienden de personas sino de balances económicos. Ya apuntó Pablo a su amado Timoteo que el amor al dinero es producto de todos los grandes males humanos.

También dijo Jesús que aunque los desfavorecidos merecen y merecemos toda su compasión y la de los que nos decimos sus discípulos, no por ello seríamos capaces de erradicar la pobreza mundial. Quizá por ello vale la pena indignarse sobre la gran cuestión que puede traer el reino de los cielos aquí definitivamente: el silenciar el mensaje de los tres ángeles con sus promesas de rescate de la “deuda permanente”.

Quizá Cristo prefirió indignarse ante la calumnia lanzada al mal uso de la imagen del Padre en el espacio sacro de su época. Quizá Esteban se indignó en amor por aquellos injustos que necesitaban reconocer sus errores al asesinar al Justo de Dios. Quizá la mayor indignación que podemos sufrir es encarnar el amor de Dios en nosotros para alumbrar los miedos, las precariedades y las carencias afectivas del animal humano, cuando es instrumentalizado por Satanás para hacer daño a su Creador y Salvador.

Quizá deba airarme ante el rechazo de la misericordia divina pero no debo maldecir, ni insultar, ni cobrar venganza, puesto que todo el juicio de la sangre derramada en la tierra “clama a Dios”, tal y como le enseñó a Caín tras el asesinato injusto de Abel.2Quizá la mayor indignación posible como acción política sea preguntarse ante cada ley promulgada si es justa delante de Dios obedecerla o no.3

Además Dios está indignado cada vez que “clama el jornal de los obreros” al ser estafado, ninguneado por los poderosos capitalistas. A ellos les dice que por muy devotos de Dios, o de los ídolos que sean, que vigilen con su futuro. Los desafía como desafió a faraón, o a Nabucodonosor o a su hijo Belsasar.4Les dice que ¡terrible cosa es caer en manos del Dios vivo!5Les dice que su destino ya ha empezado aunque no lo perciban: ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán!6Si a estas sentencias añadimos que la ira de Dios7se sirve pura, solo Él puede ser adorado porque dicha ira ha propiciado juzgar con justicia y misericordia a los muertos en sus enseñanzas pacifistas. Estos han sido las víctimas de la historia zoológica humana, ovejas devoradas por lobos rapaces cuyos colmillos gotean sangre inocente.

Hablo por ejemplo, del asesinato de Martin Luther King, o de las miles de personas anónimas que murieron manifestándose pacíficamente por denunciar las injusticias en la India, a manos del ejército británico, al oponerse a leyes racistas. Gandhi nos enseña que seguir la conciencia religiosa a favor de la igualdad social es un arma poderosa políticamente. Pero también nos enseña que la causa de la desigualdad está en el corazón humano, y solo la divinidad puede derrotarla definitivamente. Muchos dieron su vida para que Gandhi no muriera, y fuese convertido en el líder que fue. Lo mismo ocurrió en la Sudáfrica de Nelson Mandela, donde previamente Gandhi combatió desde el anarquismo pacifista el menosprecio, y las vejaciones sufridas por el pueblo hindú, debido a la opresión blanca colonialista a finales del S. XIX.

Para el creyente la misericordia del Cordero de Dios hacia su pueblo global y diacrónico en el eje del tiempo, “manada pequeña”, le permite disfrutar de la plenitud del banquete del Padre en su casa. Pero también su ira como León de la tribu de Judá me permite elevar por encima de cualquier injusticia mi gratitud porque has prometido que en un futuro indeterminado aún “has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado”8.

Ya se pueden airar las naciones y generar víctimas oprimidas por la codicia del corazón de los ricos codiciosos, y por lo tanto, injustamente poderosos, que se acerca el día en el que “tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.”9

Sin este doble juicio la erradicación de todo el reino infernal no sería posible, y la maldad histórica de los seres humanos crecería ad infinitum. Esto no será así. “Indignaos” para que esta invitación a los no dignos sea posible. La invitación a la Boda del Cordero, Cristo Jesús, no ha sido cancelada ni cerrada todavía. ¡INDIGNATE! ¡Comunícala a escala global porque no hay cosa más democrática que la solución a los males humanos en Cristo! Anuncia como Isaías que Él se puede indignar sin pecar porque sufrió “nuestros dolores y llevó nuestras enfermedades”10a manos de una raza injusta, a fin de acercarla a su justa paz con lazos delicados entretejidos de amor compasivo, revulsivo de todo lo bueno en nosotros. Gracias Dios Padre, Hijo e Espíritu Santo por INDIGNAROS EN VUESTRA IRA contra el Engañador y sus secuaces para rescatar nuestro mundo de la deuda moral contraída.

Esta gracia debe ser dignamente comunicada con denuedo y esfuerzo por medio de tus templos vivientes. Los nuevos discípulos indignados contra la no esperanza escatológica de la parusía. Cristo en nosotros, la esperanza de la digna gloria de Dios.11¡Ven pronto, Señor Jesús!12¡Qué vean tu indignación y oigan tu respuesta!

 

[Nota del editor: La pintura que ilustra este artículo ha sido elegida por el editor de Café Hispano, no por su autor. He elegido dicha ilustración con la intención de crear una doble disonancia con la imagen de Jesús a la que nos tenemos acostumbrados. Primero, al presentar un Jesús negro cuando el imaginario social occidental lo imagina con pelo largo y blanco. Segundo, porque esta imagen violenta de Jesús contrasta con la imagen pacífica y sumisa que el protestantismo evangélico promueve y de la que a los adventistas nos resulta tan difícil escapar. Quizá estas disonancias nos ayuden a cuestionar nuestros supuestos y enriquezcan nuestra conversación.]

[Ilustración de AFRICAN MAFA]

 

 

1 http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=2777

La totalidad de la conferencia puede ser oída en el anterior vínculo, y adjunto el resumen escrito por el conferenciante de la misma página de la mencionada Fundación Juan March:

La ira es una pasión furiosa que brota, en general, de una ofensa que se cree haber recibido inmerecidamente, de una ardiente herida inferida por otros en nuestro amor propio o en nuestra –a veces exagerada- autoestima.

En la cultura de Occidente su imagen es bifronte: mientras, de un lado, es juzgada una noble pasión de revuelta contra las ofensas y las injusticias sufridas, como un deseo de castigar a la persona que pensamos que nos ha ultrajado, del otro representa una temida perdida de autonomía y de juicio. La tradición se divide, por tanto, en dos grandes ramas de duración más que bimilenaria: una que acepta la ira justa, pero condena la cólera; otra que rechaza todo tipo de ira y pide abstenerse del todo de esta pasión.

La ira noble, la indignación, se lanza también contra el mal infligido a los otros. Eliminar la indignación significaría, en el lenguaje de Platón y Aristóteles, “cortar los nervios del alma”. También hoy estamos moral y políticamente legitimados a experimentarla y a mostrarla cuando ella combate la injusticia, la opresión o la degradación, cuando está movida por la esperanza de modificar órdenes sociales o políticos estancados e intolerables. En cambio, la distinción entre ira justa e injusta no es aceptada por los estoicos, que la combaten porque ella en cualquier caso arrebata al alma su tranquilidad y coloca la razón en manos de un tirano interior que fomenta los instintos más bajos.

En el plano político, la ira (y la revuelta consecuente) han sido admitidas como antídoto contra milenarias formas de subordinación y de vejación, como en el caso de la indignación de los oprimidos y de las mujeres. La ira se encuentra así en condiciones de justificar la movilización de los grupos, muchedumbres, clases sociales y pueblos enteros que se sienten (o pretenden estar) oprimidos, discriminados, víctimas de atropellos o de injusticias. En el plano de las relaciones privadas, precisamente porque es difícil dirigirla hacia objetivos claros, largamente compartidos y ajenos a la lógica de las reivindicaciones estrictamente personales o de categoría, la ira parece girar en el vacío  y alimentar, junto a los procesos de implosión, un sordo rencor en las relaciones entre los diversos componentes de la sociedad. 

(Traducción: Manuel Cruz)

 

 

2 Gn. 4, 9-10

3 Hch. 4, 19-20.

4 Dn. 5, 20-30

5 He. 10, 30-31

6 Stg. 5, 1-6

7 Ap. 13, 10-11

8 Ap. 11, 17-19

9 Idem.

10 Is. 53, 5

11 Col. 1, 27-29

12 Ap. 22, 20

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