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La Hora viene, y ha venido

El evangelio Según Juannos invita a entrar en un ambiente muy diferente al que nos hemos acostumbrado en los evangelios sinópticos. En estos Jesús predica acerca del reino de Dios por medio de parábolas que actualizan cosas y actividades de la vida cotidiana en las aldeas. En el evangelio Según Juan, como hemos enfatizado en columnas anteriores, Jesús se predica a sí mismo como el Enviado de Dios. 

Su mensaje es “Yo Soy”. En los sinópticos el ministerio de Jesús se concentra en Galilea y sólo va a Jerusalén para la semana de la pasión. En Según Juansu ministerio tiene lugar mayormente en Jerusalén. Tanto en aquellos como en este, Jesús hace referencia al dicho, “No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra”. Pero mientras que la tierra en la cual Jesús no es honrado en los sinópticos es Galilea (Marcos 6: 4), en  Según Juanes Jerusalén (4: 44).

En los sinópticos la audacia de Jesús al expulsar del templo a los cambistas y los vendedores de animales hace que las autoridades tomen la decisión de matarlo. Esa demostración de poder en el universo cósmico del templo no podía ser tolerada. Era un desafío público que debía ser enfrentado definitivamente. En Según Juan el relato de la expulsión de los cambistas y los vendedores de animales sugiere un acto con más violencia. Jesús tiene en su mano un látigo y los hecha fuera arriándolos como si fueran animales. Pero el evento está encuadrado con la provisión del mejor vino en las bodas de Caná y la conversación con Nicodemo, el caballero de la noche. Tuvo lugar en una pascua dos o tres años antes de su pasión, y no tiene nada que ver con la decisión de matarlo. En este evangelio los oficiales del templo y los fariseos deciden matar a Jesús porque la resurrección de Lázaro le ha dado demasiada autoridad ante el pueblo (11:48).

En los sinópticos Jesús pronuncia discursos apocalípticos que predicen las futuras señales y las características de los tiempos de la venida en gloria del Hijo del Hombre. En Según Juanlos discursos apocalípticos no forman parte de las enseñanzas de Jesús. Más notable aún es que el presente ya contiene lo que los apocalipticistas esperan en el futuro.

Una de las imágenes más conocidas del apocalipticismo es “la cosecha”. En los sinópticos Jesús relata varias parábolas que demuestran la necesidad de tener la paciencia del labrador que debe esperar hasta el tiempo de la siega para ver el fruto de sus trabajos. Las parábolas también ilustran cómo la siega revela la calidad del terreno, la necesidad de separar lo sembrado de las malas hierbas o la fuerza interna de las semillas. En Según JuanJesús desconecta lo que sucede en la naturaleza de lo que sucede en la historia. A los discípulos preocupados por tener qué comer a la hora del almuerzo (la hora sexta), Jesús les indica “mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe (teleióso) su obra. No decís vosotros: Aún hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega. Y el que siega recibe salario y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra goce, y el que siega” (4: 34 – 36). En el caso de la siega para vida eterna no hay que esperar cuatro meses para cosechar el fruto. En este caso los que siembran y los que siegan se gozan juntos.

Mientras que la comida provista por la naturaleza para el sustento de la carne depende de procesos que requieren tiempo, la comida de Jesús, hacer la voluntad de su Padre y acabar su obra, es efectiva inmediatamente. La obra de Jesús no queda acabada cuando regresa en un futuro apocalíptico. Su obra fue consumada en la cruz. Muy consciente de ello, antes de expirar en la cruz dijo: “Consumado es” (tetélestai, 19: 30). Seguramente esa palabra pronunciada en la cruz es la confirmación de que había cumplido la voluntad de Dios y acabado su obra. Con esa última palabra el futuro queda deshabilitado. Por medio de su descenso y su ascenso el Hijo del Hombre hizo posible la vida eterna. La vida más abundante ya es una realidad entre los seres humanos.

La vida terrenal del Hijo del Hombre se desarrolló de acuerdo con un horario establecido. Su vida no se acomodaba a circunstancias caprichosas que pudieran surgir. Su vida se llevó a cabo según lo que se había establecido “antes de la fundación del mundo” (17: 5, 24). En más de una ocasión lo que se esperaba que sucediera no ocurrió porque “aún no había venido su hora” (7: 6, 30; 8: 20). Para los hermanos de Jesús, sin embargo, “su tiempo siempre está presto” (7: 6).

La hora de Jesús, sin duda, a su debido tiempo llega, y Jesús sabe cómo enfrentarla. Ya en Jerusalén para la pascua, Jesús anuncia, “La hora viene en que el Hijo del Hombre ha de ser glorificado” (12: 23). El narrador luego nos dice que unos días antes de la fiesta, “sabiendo que su hora había venido” (13: 1), Jesús procede a lavar los pies de sus discípulos. Este es un acto de solidaridad frente a su muerte que iguala al señor con sus siervos. Jesús lo realiza para dar el ejemplo que los discípulos deben imitar. Luego él identifica a Judas y le pide que lo que va a hacer lo debe hacer “más presto” (13: 27).

Siendo que los discípulos se identifican con su maestro, no es sorprendente que a ellos también les ha de llegar su hora. Para que ellos no se desorienten cuando esto ocurra, Jesús les advierte: “aún viene la hora cuando cualquiera que os matare pensará que hace servicio a Dios . . . Mas os he dicho esto, para que cuando aquella hora viniere os acordéis que yo os lo había dicho” (16: 2, 4). ¿Cuál es, entonces, el significado de la hora que marca tanto la vida de los discípulos como la de Jesús?

Tal vez podemos obtener un indicio al respecto con otro dicho que Jesús usó para ilustrar que la tristeza y el dolor que ellos iban a experimentar como testigos de su crucifixión habría de tornarse en gozo cuando descubrieran que estaba vivo después de su resurrección. “La mujer cuando pare tiene dolor porque es venida su hora; mas después que ha parido un niño ya no se acuerda de la angustia por el gozo de que haya venido un hombre en el mundo” (16: 21).

Esta analogía entre la angustia del parto y la experiencia de los discípulos en la hora de Jesús, sin duda, refleja cómo eran vistas las mujeres en aquellos tiempos. Según la opinión popular ellas existen para traer niños al mundo. La hora de dar a luz un bebé es la hora de la mujer. Pareciera, entonces, que “la hora” es cuando se revela la razón por la cual uno existe — cuando el propósito de cada vida queda expuesto. Cuando unos griegos que han venido a Jerusalén para adorar durante la pascua le ruegan a Felipe: “Señor, querríamos ver a Jesús”, Felipe se siente inseguro frente a tal pedido y consulta con Andrés. Entonces ambos comunican el pedido de los griegos a Jesús. La reacción de Jesús es: “Ahora está turbada mi alma, y ¿qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he venido en esta hora” (12: 27).

Este es el equivalente juanino a las escenas en el huerto de Getsemaní en los sinópticos, pero no describe agonía y súplicas. Si bien alude a la importancia personal del momento, lo que resalta es la decisión determinante del que sabe para qué vino al mundo. La respuesta inmediata de Jesús a la petición de los griegos, “La hora viene en que el Hijo del Hombre ha de ser glorificado” (12: 23), es identificada definitivamente por Jesús al comienzo de su oración: “Padre, la hora es llegada, glorifica a tu Hijo” (17:1). El propósito de su venida debía llevarse a cabo. Jesús debía ser “elevado” a las regiones de donde había venido. La hora en que él debía cumplir con su razón de ser había llegado. El Padre debía glorificarlo, crucificarlo. En este evangelio la autoridad de vida y muerte sólo viene “de arriba” (19: 11).

En tres ocasiones leemos “la hora viene, y ahora es”. Estas declaraciones son dignas de especial atención. Aparentemente en estos casos no se hace referencia a la vida de Jesús. Con esta frase se destacan experiencias específicas que los cristianos que viven después de la glorificación del Hijo del Hombre han de confrontar.

Es después de su resurrección, y después de él haber soplado sobre sus discípulos el Espíritu Santo (20: 22), que los cristianos pueden adorar al Padre en Espíritu y en Verdad (4:23). “La hora viene, y ahora es” en que los verdaderos adoradores, el tipo de adoradores que el Padre busca, adorarán efectivamente. El templo de los verdaderos adoradores es el templo de su cuerpo (2: 21). Es el templo del Cristo resucitado.

Asimismo, es después de su glorificación cuando “la hora viene, y ahora es” en la que los “muertos” oyen la voz del Hijo del Hombre y los que la oyen pasan de muerte a vida (5: 25). El v. 28 entonces contrasta a estos muertos con los que están en sus sepulcros. Los que oyen, los de fe, necesitan poder ver al Cristo glorificado que trajo de esta manera la vida al mundo. Los muertos en el pecado no necesitan esperar el tiempo de “la cosecha”. La vida eterna es ya una realidad en los cristianos.

Esta expresión también se usa específicamente refiriéndose a la identidad y la vocación de los verdaderos discípulos. “La hora viene, y ha venido, en que seréis esparcidos” (16: 32). Como discípulos del que vino para dar testimonio de la verdad, la hora de la verdad le llega a todos sus seguidores. Es cuando tienen que estar dispuestos a ser rechazados por “el mundo” de la misma manera en que “el mundo” rechazó al que vino a salvarlo. Para todos sus discípulos, en la perspectiva de Según Juan, “la hora viene, y ha venido” porque la elevación del Hijo del Hombre es efectiva y debe ser repetida en la vida de sus discípulos.

La comunidad cristiana formada por estas intensas reflexiones teológicas sobre la vida y la muerte de Jesús como el Logosencarnado se vio a sí misma como la bendecida beneficiaria de la misión que el Hijo del Hombre había llevado a cabo con completo éxito. Pero esa convicción no hizo que sus miembros se desbordaran con una soberbia reprensible o en celebraciones egoístas. Hizo, por el contrario, que concentraran su atención en la necesidad de amarse los unos a los otros, y que instituyeran el lavamiento de los pies de los unos con los otros, una institución que los sinópticos ignoran, como voto de solidaridad con Cristo ante la muerte biológica. 

Foto: Randy OHC

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