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Todo para el pueblo…, pero sin la mitad del pueblo

 

La revista Adventist World de junio de 2011 dedica el grueso de sus artículos a la situación de la mujer en la iglesia. Aparecen citas como estas:

 

“Son mujeres que han impartido la Palabra, ayudado a los enfermos, enseñado a los analfabetos y llamado a los pecadores al arrepentimiento y la salvación de Jesús. […] Mientras tanto es tiempo de que la iglesia les exprese su gratitud y les ofrezca su aliento”.- Bill Knott en su editorial.

 

“A veces tendemos a compararnos con otras personas y nos sentimos mal. Un ejemplo es cuando vemos que otros están creciendo profesionalmente mientras que nosotras estamos en casa con los niños. Necesitamos entender que ésta es la tarea que Dios tiene para nosotras”.- Nancy Wilson, esposa del actual presidente de la Conferencia General

 

“En primer lugar buscamos contribuir al crecimiento de las mujeres en su faceta espiritual, física, psicológica y emocional […] Entonces las capacitamos para la toma de decisiones […] y finalmente realizamos actividades de vinculación con la comunidad”.- Heaether-Dawn Small, directora del Ministerio de la Mujer de la Conferencia General

 

 

Como cristiana y miembro de iglesia me pregunto: ¿Es suficiente con dar las gracias, darnos una palmadita en la espalda y decirnos “ánimo, que os estáis ganando una corona con muchas estrellas”?

 

¿Debo entender que toda mi formación, educación y crecimiento personal me han de servir para tomar la decisión de renunciar, al menos temporalmente, a mis ambiciones personales, y tener el privilegio de criar unos hijos cristianos y servir a mi esposo, a mi familia y ser útil a la comunidad (a la iglesia) trabajando en la sombra?

 

¿Acaso los hombres no están capacitados para ejercer la paternidad y criar unos hijos cristianos además de ser útiles a la comunidad (a la iglesia) trabajando hombro con hombro junto a una esposa profesionalmente exitosa?

 

Hace ya algunos años la Asociación General creó un departamento específico para la mujer que poco a poco ha ido implantándose en la mayoría de las iglesias locales.

 

“El Departamento “Ministerios de la Mujer” ha sido creado por la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día con el elevado propósito de apoyar, animar, orientar y estimular a todas las mujeres  adventistas en el cumplimiento de su divina misión como discípulas del Señor Jesucristo y miembros de iglesia en todo el mundo.” (http://mmujer.com/quienessomos/)

 

Uno de los objetivos de este departamento es educar a la mujeres para que sean líderes en sus iglesias. Es decir, se trabaja con ellas para que aprendan a ser directoras de departamentos, diaconisas, o ancianas.

 

Resulta llamativo que se esté empleando tiempo, ilusiones y recursos, para que después se diga que esas mujeres que han aprendido, que se han educado, que han crecido intelectual, espiritual, y emocionalmente, que han cambiado una mentalidad de servilismo pasivo por una de servicio activo y que saben tomar decisiones, no son aptas para asumir posiciones de liderazgo y de toma de decisiones en la Iglesia porque su condición femenina impide la ordenación.

 

Y no nos engañemos, si un cristiano, o una cristiana no es formalmente ordenado no tiene autoridad ni liderazgo ni capacidad de tomar decisiones de cierto calado. Se nos dirá que las mujeres no necesitamos ser ordenadas porque existe mucho campo de acción para trabajar sin ser ordenadas. Yo les respondería: “El mismo campo de acción que tienen los hombres sin ser ordenados”.

 

“El pasado 20 de mayo (2010), Paulsen [el entonces presidente de la Asociación General] recibió preguntas de casi cien pastores de Norteamérica durante el seminario web de una hora.[…]

Cuando un pastor le preguntó por qué el tema de la ordenación de las mujeres no estaba en la agenda de la Asociación General, Paulsen dijo que un sondeo de la iglesia mundial reveló que esa discusión podría resultar contraproducente, pero que “no existen fundamentos bíblicos” para “evitar o abandonar” el tema. “Con más tiempo y más educación, haremos realidad algo que, de tratarlo antes de tiempo, podría producir un gran daño a la iglesia mundial”, dijo.”(http://news.adventist.org/es/2010/05/los-pastores-de-iglesia-s.html)

 

Como cristiana y miembro de la iglesia me pregunto: ¿Tan débil es la iglesia de Cristo que un debate que afecta a la mayoría de sus miembros (las mujeres) puede producir un gran daño? ¿Cuánto tiempo se necesita? ¿Cuánta educación? ¿Qué clase de educación? ¿A quién hay que educar?

 

Es cierto que en la última Conferencia General, por iniciativa y presión de los laicos, se aprobó una nueva redacción del Manual de Iglesia sobre la ordenación de diaconisas y que, desde hace años, algunas mujeres forman parte de la dirección y la administración de la Iglesia. Este paso que muchas personas ven como una amenaza a la integridad y la unidad de la Iglesia, es un paso que a muchas mujeres, cristianas y miembros de iglesia nos parece insuficiente.

 

Y nos parece insuficiente porque choca frontalmente con la realidad que se vive en nuestras iglesias locales en las que existen ancianas de iglesia ordenadas y que la mayoría de sus oficiales de iglesia son mujeres.

 

Aquí en Europa, se ordenan diaconisas y ancianas desde hace muchos años con toda naturalidad, pero ni aún después de la imposición de manos, que en teoría es igual para hombres y mujeres, sus responsabilidades son las mismas: las diaconisas siguen poniendo y quitando los manteles en la Santa Cena y los diáconos siguen sirviendo el pan y el mosto bendecido; la opinión del pastor casi siempre se impondrá sobre la de la primera anciana, mientras que el mismo pastor respetará y aceptará la opinión del primer anciano.

 

Por lo cual tenemos una doble realidad:

–       Por una parte la mujer tiene un acceso a la ordenación muy limitado y por lo tanto no puede acceder a puestos de liderazgo y de decisión;

–       Por otra parte la mujer, siendo mayoría en número de feligreses, lleva la carga y el peso de la organización de las actividades y programas de la iglesia, aunque siempre lideradas y tuteladas por un pastor varón.

 

 

En pleno siglo XXI, en una sociedad occidental donde la mujer ha alcanzado un grado de igualdad medianamente aceptable ¿cómo se puede razonar que una teóloga no pueda acceder a un trabajo de pastor de iglesia (si lo consigue, lo hará bajo la supervisión de un compañero varón y, en la mayoría de los casos, no podrá compatibilizar sus funciones pastorales con las de esposa y madre), mientras sus compañeros de clase y de profesión (esposos y padres) son ordenados e incluso acceden a la administración de sus respectivos campos?

 

Una mujer nunca llegará a ser presidenta de una Unión, o Asociación o de la Asociación General porque el primer requisito de acceso es ser pastor ordenado. Podrá ser vicepresidenta de la Asociación General o departamental (normalmente en departamentos que tengan que ver con mujeres y niños), eso sí, con credencial de ministros comisionados, una credencial administrativa, no pastoral. Y seguro que podemos hacer una lista, no demasiado larga, de las mujeres que consiguen tener este tipo de responsabilidades.

 

 

Partamos de los puntos en los que deberíamos estar todos de acuerdo:

–       Hombres y mujeres somos todos iguales ante la salvación. Jesús vivió y murió para que hombres y mujeres igualmente accedieran a la salvación. La fe no es un patrimonio exclusivo de los hombres, es un don de Dios para hombres y mujeres.

 

–       Hombres y mujeres somos todos iguales en el discipulado. Jesús aceptó a sus pies a hombres y mujeres. El grupo que viajaba con Jesús estaba compuesto además de los 12, de un nutrido grupo de hombres y mujeres. La gente que lo escuchaba no era únicamente un público masculino también había muchas mujeres, cuando a la mujer no le estaba permitido recibir enseñanza de un Rabí. En privado, no condenó la actitud de María de Betania al escoger aprender antes que servir, al contrario, le aconsejó a su hermana Marta que siguiera su ejemplo.

 

–       Hombres y mujeres somos todos iguales en el servicio. Si leemos los evangelio vemos una lista de mujeres que seguían y servían a Jesús. Pero también en las primeras iglesias las mujeres eran servidoras reconocidas: Lidia, Priscila, Dorcas, la diaconisa ordenada Febe, y muchas otras servidoras no sólo en ayudar a los pobres y necesitados sino también muy implicadas en la predicación del Evangelio y el liderazgo de sus congregaciones. Leed las salutaciones de las distintas cartas de Pablo y haced una lista de mujeres y sus ocupaciones dentro de la iglesia. Incluso la muy discutida Junia de Romanos 16:7 incluida en la categoría de “apóstol”. Si era apóstol es porque alguien la ordenó, le impuso las manos, para llevar la mayor responsabilidad de liderazgo en la iglesia.

 

–       Hombres y mujeres somos todos iguales en el sacerdocio. Entendiendo como sacerdocio la vocación a una vida de entrega a Dios y de servicio al prójimo, el hombre y la mujer, indistintamente, están llamados a vivir esa relación con nuestro Señor. Ver 1 Pedro 2:9

 

 

–       Hombres y mujeres somos todos iguales en la unción del Espíritu Santo. El Espíritu fue derramado por igual a los hombres y mujeres reunidos en el aposento alto en Pentecostés, de igual manera que los dones del Espíritu son repartidos sin acepción de género. El ejemplo más conocido en nuestro entorno es el don de profecía dado a una mujer, Elena White.

 

 

¿Por qué, entonces, los hombres y mujeres NO somos todos iguales en el liderazgo?

 

Ante esta realidad me pregunto:

–       ¿Qué entendemos los adventistas por ordenación? ¿Acaso la ordenación no es la separación para la labor sagrada de pastorear a los creyentes? ¿Las mujeres no pueden ser separadas para realizar ese trabajo? ¿O acaso creemos que la ordenación les infiere una categoría espiritual distinta al del resto de creyentes?

–       ¿Cuáles son los requisitos para que un siervo (o una sierva) de Dios sea ordenado/a? ¿Acaso no basta con haber demostrado su consagración a Dios y a la iglesia, tener una vida ordenada de acuerdo a las Escrituras y tener una reputación ejemplar? (Ver 1ª Timoteo 3)

–       ¿Es la fisonomía un requisito para recibir la ordenación?

–       ¿Qué tiene de evangélico la discriminación de género?

 

 

Puedo entender que la situación socio-cultural del siglo I o la del siglo XIX impidiera el liderazgo de la mujer en una sociedad profundamente androcéntrica, circunstancia que no fue impedimento para que Dios eligiera a mujeres para ser sus instrumentos, pero en pleno siglo XXI se me hace muy difícil entender que los hombres planteen problemas allí donde Dios no los encuentra.

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