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Sauna espiritual (8): La vaporosa naturaleza de nuestra condición

Salomón, un hombre realmente sabio, tuvo a bien escoger un vocablo polisémico a la hora de describir la condición de los seres humanos. Para amplificar sus significados recurrió a la siempre socorrida metáfora y empleó una imagen con muchos prismas y lecturas: hevel.

En la mayoría de las biblias se emplea el término “vanidad” para traducir la forma hebrea con lo que se limita la imagen a una franja de significado escasa y, por evolución de la palabra en español, hasta incorrecta.[1]

Me propongo, en el transcurso de una semana, ver el mundo con los ojos de Qohelet, localizar hevel en la cotidiana existencia y reflexionar sobre ello. ¿Qué mejor momento que la Navidad? No existe tiempo más apropiado que éste para percibir las ilusiones y las esperanzas, las carteras y los corazones, los empachos y los encuentros, los orondos santaclaus y los multiculturales reyesmagos. Tiempo de contradiciones y, para muchos, tiempo de Qohelet.

Dia 1

19 de diciembre

Villa Libertad, Misiones (Argentina)

20:00 h.

Se ha desplomado el cielo sobre nuestras cabezas. Ya lo habían advertido esas ajetreadas y megacefálicas hormigas de esta tierra de Misiones. A mayor intensidad en sus movimientos, más lluvia. Y se habían meneado mucho. El ruido en los tejados de chapa se torna ensordecedor, la tierra colorada adquiere una plasticidad casi artificial, el recuerdo del Diluvio surge de nuestros genes.

Tras la cortina de agua, el silencio. Los rayos de sol cruzan entre araucarias, palmeras pindó, aguays, tacuarembós y helechos. Las orquídeas y los claveles del aire proponen colores radiantes. Al fondo, entre una masa de flora emergente y sumamente verde, comienza a ascender el vapor resultante de todo aquel ciclo. E, inevitablemente, asocio esta imagen con hevel.

Hevel, para empezar, es vapor.

Somos, entre otras cosas, herederos de la revolución industrial y eso condiciona nuestro concepto del mundo. “Vapor” nos sugiere esas máquinas de Thomas Newcomen o de James Watts que cambiaron el mundo de la industria textil y de los transportes (seguimos añorando las locomotoras de vapor). También nos recuerda el sonido de una tetera o la superfantastica efectividad de una vaporeta. Cosas de nuestro entorno de mecánica y tecnología.

“Vapor” en la cosmovisión de la Biblia se asocia con el ciclo de la vida. El mundo primigenio es regado por un vapor que genera un ambiente edénico. Son tiempos de generosidad e inocencia, concordantes con el nombre de Abel (de la misma raíz que “vapor”). Es la esencia de la frescura y de la vida, el equilibrio y el sentido de las cosas. Pero Abel es cortado de la tierra por el agente de lo irregular, por el ansia de la pertenencia, por Caín (de la misma raíz que “posesión”) y el ciclo se altera. El vapor se torna en niebla, nubes, tormentas y diluvios.

Es la razón por la que Qohelet 1 comienza haciendo referencia al ciclo de la vida: las generaciones, los vientos, los astros, los ríos… los recuerdos. La memoria percibe los bucles del entorno aunque no siempre los comprenda. Es por eso que el “vapor” de Qohelet, desde esta lectura, es dual: certeza y confusión, frescor y humedad, alegría y tristeza, Abel y Caín.

En Qohelet 1,2 “todo es vapor” porque la multiplicidad de circunstancias de la existencia se conjugan en el cada día. Los dos paradigmas (abelita y cainita) se asemejan en su neblinosa forma pero no en sus efectos. El modelo abelita se concreta en rocío, en frescura, en brisa. La empatía, la generosidad y la gentileza son su esencia. El patrón cainita oferta cultivo, smog y efecto invernadero. La independencia, la autosatisfacción y la cosificación lo definen.

Observando las estampas subtropicales no lo he podido evitar y he pensado en la frondosidad y belleza del Edén, aquel del “que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra” (Gn 2,6). Lo único preocupante es que, de nuevo, las hormigas han entrado en un ataque de histeria y me temo que el cielo volverá a desplomarse sobre nuestras cabezas.

Dia 2

20 de diciembre

Ruinas de San Ignacio, Misiones (Argentina)

16:00 h.

Me he imaginado aquella reducción jesuítica en sus momentos de mayor desarrollo y producción. Las misas en latín se entremezclaban con los cantos en guaraní a la madre tierra, las tallas de Agustín de Hipona con las figuras zoomórficas de la flora y fauna misionera. La arenisca de las diferentes construcciones expresa, como pocas, la lucha del orden contra la fertilidad y caos de la selva.

El calor y la humedad hacen que mis poros broten. Hasta cuatro lagartijas, momentáneamente de sangre caliente, se yerguen sobre los restos amontonados de bases y capiteles. Se sienten cómodas al solecillo y las envidio por un breve instante. Miro la totalidad de las ruinas y siento que hasta lo mejor planificado, y no dudéis que los jesuítas de hace cuatro siglos no lo eran, tiende a ser efímero. E, inevitablemente, asocio este pensamiento con hevel.

Hevel, además, es fugacidad.

Midamos como midamos las cosas, tienen un principio y un fin. ¿Quién iba a decir que caería el Imperio Romano? Pero llegaron unos extranjeros balbuceantes (¿qué otra cosa significa “bárbaro”?) y convirtieron el latín en múltiples lenguas vernáculas. ¿Y el Imperio Británico? Me vais a decir que medio mundo habla inglés y toma té pero existe constancia explícita de que el tiempo de las colonias (no hablo de multinacionales) ha pasado. ¿Y la Unión Soviética? No me podía creer lo de la caída del muro de Berlín pero he paseado por la puerta Brandenburgo y ya no hay espías a la usanza del John le Carré de la guerra fría.

La neblina de la mañana se disipa en cuanto sale el sol. Qohelet nos lo recuerda cuando reflexiona sobre los proyectos del ser humano. Pueden parecer relevantes, atemporales pero, encajémoslo, pasan. Como diría el salmista: “El ser humano es como la hierba, como la flor campestre resultan sus días: agitada por el viento, se desvanece sin dejar rastro alguno (Sl 103:15-16).” Esa perspectiva bíblica se enmarca en la cosmovisión del conflicto universal. El pecado provoca transitoriedad, estamos atados al tiempo lo queramos o no. Todas las efemérides, independientemente de los esfuerzos del hombre, se concretan en el hecho de que nuestros actos son efímeros.

Esta visión podría aportar decepción si no fuera porque el Evangelio nos presenta la única acción en la historia que supera lo fugaz: la venida, muerte y resurrección de Jesús. Ese hito propone durabilidad. Qohelet encuentra su sentido en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, porque existe una opción al vapor. Cristo se hace Abel, inocencia y frescura, para que los esclavos de la posesión puedan superar lo efímero. La luz de la mañana de la resurrección esfuma toda duda: la solución ha llegado.

Dia 3

21 de diciembre

Café Tortoni, Buenos Aires (Argentina)

18:00 h.

Un camarero sumamente amable nos sentó en una mesa para dos. Hacía mucho tiempo que deseaba poder visitarlo porque, como el café Gijón de Madrid, forma parte del imaginario de todo aprendiz de letrillas. Sabía con certeza que no me encontraría con Jorge Luis Borges, hace tiempo que su ceguera se hizo totalmente profunda y se marchó con sus ficciones, pero tenía el pálpito de que descubriría alguno de los artesanos de la palabra de nuestros días. Lo imaginaba en una esquina de aquel abigarrado espacio de hibridaciones de modernismo y modernidad. En su mano un Ipad y en su vista unas lentes circulares Armani, algo geek mezclado con algo retro (tengo que dejar esto de la intuición a mi esposa porque mi imaginación no se suele concretar en lo real). Apenas un japonesito jugueteaba con su videojuego detrás de una inmensa copa de helado.

Afuera hacía una solana que no propiciaba, en absoluto, que los clientes tomaran ningún café y la legislación al uso no permitía fumar. Así que de los efluvios de un cafetín sólo quedaban las texturas de alguno que otro de los cuadros colgados alrededor de todo el lugar. Turistas de cualquier sitio y lengua nos rodeaban, hacían fotos, se tomaban un refresco y, rápidamente, se marchaban. Buen negocio pero mal espacio de tertulia. No lo podía entender, estábamos en el café Tortoni y poco se respiraba de la mitificada cultura con que se le solía adjetivar. Qohelet 3,15-16 reflexiona sobre el devenir del necio y del sabio y como, ambos, caen en el olvido. E, inevitablemente, vinculé esta frustración con hevel.

Hevel, sin lugar a dudas, es incomprensibilidad.

Qohelet afirma que hay cosas que, por más vueltas que se le den, no se entienden. Es duro, muy duro, sobre todo para aquellos que creemos que podemos explicar cada detalle del universo con el uso metódico y adiestrado de nuestra observación y razonamiento. Pero, es lo que hay.

Hubo un tiempo en que se afirmaba con rotundidad que la Ciencia se debía escribir con mayúsculas, después llegó la posmodernidad. Los hombres más sesudos de este azulado planeta se dieron cuenta que los paradigmas no podían ser dogmas, que las metanarrativas respondían a cosmovisiones parciales, que era más científico ser prudente. Y fuimos conscientes de que Qohelet iba por buen camino.

Con la religión pasa un tanto de lo mismo. No hablo de lo explícito y sumamente claro sino de aquellos márgenes grisáceos que insistimos en definir. Nadie duda de la naturaleza amorosa de Dios pero a muchos les gusta juguetear con su “voluntad”; ni de la excepcional oportunidad que nos oferta Cristo con su gracia pero hay tantos a los que les encanta debatir sobre lo divino y lo humano; ni de la función vitalísima del Espíritu Santo pero a unos cuantos les fascina retrotraernos a etapas animistas (¿qué otra cosa es el pensamiento pentecostaloide o New Age?); ni de la necesidad de la Iglesia como convocatoria y comunidad de creyentes pero están los que se piensan fideicomisarios de métodos y atribuciones.

Hay asuntos revelados y otros no. Con los primeros debiéramos ser muy fieles y muy tolerantes con los segundos.

La grandeza de la divinidad no cabe en este diminuto paquete de neuronas al que llamamos cerebro. Es lógico, somos criaturas y, por si fuera poco, criaturas afectadas por el pecado. Por eso, hay cosas que no entendemos. Algo si que es cierto, si confiamos en Dios tenemos muchas más convicciones, si aceptamos nuestra condición comenzamos el sendero de la comprensión.

Esther se tomó una leche merengada y yo un agua mineral con una rodaja de limón (algunos ya me conocen, estoy en una etapa cítrica). Hablamos de nuestras cosas, de la familia, de los amigos, de la Iglesia, de la necesidad del Espíritu Santo y, por un momento, me sentí en otro lugar, de cena y con Aquel que aclara toda mente.

Dia 4

22 de diciembre

Palacio de Congresos, Madrid (España)

11:14 h.

No, no he estado últimamente en Madrid pero la televisión en directo tiene la facultad de que seamos testigos de sucesos a miles de kilómetros de distancia. La lotería no es un invento reciente, hace siglos que nos acompaña demostrando la debilidad de la condición humana. No importa demasiado el número al que le cayeron los tres millones de euros sino todos los demás del bombo. Hasta las 11:14 cientos de miles contemplaban el hecho con el anhelo de abrazar la quimera. A las 11:15 el espejismo se había esfumado. Las organizaciones del juego no engañan a nadie e indican con claridad que es “la ilusión de todos los días”. E, inevitablemente, me sonreí acordándome de hevel.

Hevel, en ocasiones, es ilusión.

Qohelet indica vez tras vez que el ser humano corre intentando atrapar el viento. Parecería una locura esta imagen si no fuera porque nos define a todos. Sí, a todos. Al que sólo vive para el trabajo pensando en alcanzar una posición de privilegio. A la que se encierra en la búsqueda de la juventud a base de quirófano y bótox. Al que acumula entradas en su currículo a golpe de títulos y cursos. A la que lucha intensamente por una igualdad que la convierte progresivamente en lo que no es. Al que se obsesiona por el último gadget como si su vida pendiera de ello. A la que colecciona bolsos, zapatos o perfumes. Al que colecciona autos, relojes y corbatas. A todos.

Imágenes en la niebla que desaparecen al tocarlas.

Me ha sucedido muchas veces. He anhelado una cosa con una pasión irracional, era como si el objeto me hubiera poseído. He ahorrado hasta el momento en que tenía la posibilidad económica de adquirirlo y tras comprarlo… se acabó la ilusión. No es de extrañar que los profetas del período de los reyes de Israel y Judá llamasen a los dioses cananeos con la expresión havelim (“vapores”).[2] Eran cultos basados en lo espurio, en lo insustancial, en lo pasajero.

El mundo nos oferta productos con fecha de caducidad y, no lo dudes, son perecederos. Por favor, no caigas en la tentación de los midas de la actualidad y termines convirtiendo en cosa todo lo que tocas. Mira más allá del espejismo.

El mismo Abel, cuando ofrecía sus sacrificios a Yhwh, sabía que en aquellos símbolos residía el secreto de lo permanente. No puso su mirada en la ilusión sino en la esperanza. Dios no juega al azar, ahora me toca, ahora no. Dios regala la solución, no tienes ni que comprar el boleto. Lo has pensado bien, ¡menudo chollo!

Cuanto me gustaría que los niños de San Ildefonso cantaran:

– A todos los números del bombo…

– …una eternidad de años

Dia 5

23 de diciembre

El Calafate, Santa Cruz (Argentina)

10:00 h.

Acabo de llenar mi memoria con imágenes novedosas: un bosque de árboles peludos, un monte pintado a topos de verde corión, una oveja esquilada a golpe de tijera, el agua lechosa del lago Argentino, un carancho luchando contra el inombrable (así llaman los lugareños al que no desean que llegue, al viento). Pensaba que sería lo más llamativo del día hasta que atiné a ver aquel río de hielo. El glaciar Perito Moreno se erguía ante mi con la grandeza de la naturaleza. Imponente, grandioso, solemne, magnífico, excepcional. Me faltan adjetivos. Ya me pasó cuando crucé un desfiladero que me conducía a las ruinas de Petra, cuando me situé sobre la garganta del diablo en Iguazú, cuando intenté escalar una pirámide en Egipto, cuando disfruté de una pingüinera en Ciudad del Cabo, cuando toqué la puerta de Istar en el Pergamon Museum, cuando me topé con el David de Miguel Ángel o, como no, cuando pisé el Domo de la Roca en Jerusalén. Son memorias que anhelo disfrutar durante mucho tiempo. Las divido, eso sí, entre espectáculos de la naturaleza y maravillas del hombre. Las primeras me obligan a quitarme el sombrero ante el Creador. Las segundas, inevitablemente, me recuerdan a hevel.

Hevel, por supuesto, es futilidad.

En algunos textos de Qohelet se resalta la intrascendencia de la obra humana. Destaca Qohelet 2,21, texto donde hace referencia al hombre que pasa su vida amasando fortunas y trabajando sin fin para que su esfuerzo lo herede quien no ha movido un dedo. O mucho peor, Qohelet 4,7-8, aquel que se obstina en trabajar y en reunir cosas y ni siquiera tiene a quien dejárselas.

Las personas construyen espacios, conocimientos o poderes que tienden a desaparecer. Y la pregunta que se hace el sabio es: “¿Para qué ha servido tanto esfuerzo? ¿A dónde conduce el afán? ¿Merece la pena?” Ya lo dijo Tomás de Aquino: Omne foenum, y cualquiera contradice a semejante intelecto cuando reconoce que harto es lo insignificante.

Seguimos intoxicados con el virus de nuestros ancestros y nos creemos dioses. Edificamos cada vez más allá hasta que el mal de las alturas nos impide entendernos. Sin embargo, es curioso, pensamos que nuestras babeles personales son relevantes. Entonces, Salomón, nos recuerda que son nimiedades y nos molesta. Nos molesta porque nuestro ego ha crecido con nuestras construcciones y no deseamos que vuelva al espacio que le toca. A lo mejor Qohelet insiste en recordarnos que somos liliputienses para que comencemos un tratamiento contra el enanismo.

El glaciar ruge y un cascote cae al agua. Con el retumbe he sentido la poquedad de mi ser. Doy gracias a Dios por tener la oportunidad de reconocerme y decido dejarme de pamplinas, niñerías, minucias y otras pequeñeces.

Dia 6

24 de diciembre

Parque de los Glaciares, Santa Cruz (Argentina)

21:30 h.

Hay cosas que no son lo que parecen. Hemos montado en un catamarán de tres pisos con todo lujo de detalles. En el monitor situado frente a nuestro asiento se observa una localización GPS con un mapa del lago Argentino y los diferentes brazos que llevan a tres de los glaciares que vamos a visitar desde el agua: Uppsala, Spegazzini y Perito Moreno. Estamos en Puerto Bandera y, en primer lugar, cruzaremos Bahía Tranquila. Pero, hay cosas que no son lo que parecen. Un intenso viento se nos opone y el zarandeo genera cierta tensión. Parece que con el tour hay incluida una sesión de montaña rusa (mejor la ironía que el pánico). Media hora escasa y la mitad de los navegantes hacen fila frente a los baños. No, no era tan tranquila como su nombre indica.

Este día nos propondrá, sin embargo, otro descubrimiento mucho más interesante. Ahora está de moda llamarlo “iceberg” porque queda más chic o, quizá, porque recuerda a un romántico y cinematográfico “Titanic”. Pero su nombre más castizo es “témpano” aunque algunos lo confundan con esos seres gélidos y distantes que hemos padecido en alguna ocasión. Tenía una imagen inquietante de ellos hasta que, tras cruzar la Boca del Diablo y llegar la calma, nos topamos con uno. Hay cosas que no son lo que parecen. No puedo describir esos azules. Intentamos ponerle un calificativo pero ninguno encajaba: añil, turquesa, índigo, marino, azulado, celeste. Eran todos y ninguno. Era bellísimo.

La mayor parte de un témpano se encuentra bajo el agua porque hay cosas que no son lo que parecen.

Volvíamos un día fantástico día de nochebuena (mejor dicho “de diabueno” porque el sol no se pone hasta las 22:45 h.) cuando recibimos el mensaje en el móvil:

“Amigos, les quería avisar que hace una hora falleció Silvia, oremos x Gerardo. Bendiciones.”

Era una noticia posible pero nunca esperada. Duele hasta lo más íntimo del ser cuando fallece un amigo. Y hemos tenido pocos amigos como Silvia, porque era muchísimo más de lo que aparentaba. De estampa menuda pero de corazón gigantesco. Tan dulce como inteligente, te miraba con simpatía y equilibrio. Era buena con las matemáticas de la ciencia y con las de la vida. Y es que a las personas de bien siempre le salen las cuentas. Un cáncer la sorprendió y nos sorprendió. Ella lo afrontó con una grandeza que encoje hasta la fe más aguerrida. Fue entonces cuando comprendimos la belleza de sus azules, como no, de cielo; cuando supimos que en el fondo tenía mucha más fe de lo visible. A pesar de nuestras oraciones, se fue desprendiendo de la vida poco a poco, como el témpano del glaciar. Y el viento, ojalá del Espíritu, la llevó al cálido silencio de los santos que duermen.

Ya la echamos de menos. Su ejemplo, cosas de la vida de fe, nos ha hecho más creyentes. E, inevitablemente, he sucumbido ante hevel.

Hevel, indudablemente, es aliento.

Ya lo dice Sal 39,5: “Has dado a mis días brevedad y mi edad es como nada delante de ti; verdaderamente, es un simple soplo (hevel) toda persona que vive.”[3] El aliento, el vaho, el ánimo, el soplo son expresiones de vida. Breve y truncada en ocasiones, dilatada en otras. Y aquí arriba la gran pregunta existencial: “¿Por qué? ¿Por qué éste y no aquél? Era tan joven, tan bueno, tan vital… ¿por qué?”

Demandas que exhalan anhelos, que tienden a desalentar.

Lo peor es que buscamos explicaciones supuestamente teológicas. Me indigna aquello de “habrá pasado por la voluntad divina”. Yhwh es un Dios de vida y lo que más le gusta es que sus criaturas vivan, nadie se conduele más que El con la muerte.

Al igual que el vapor del Edén, no fuimos diseñados para desaparecer. Los rigores del pecado nos desvanecen y apenas queda aliento ante lo antinatural. Por eso, la Biblia insiste en presentar el compromiso divino, las promesas que nos proponen nuevos ánimos. Como dice Ap 21,4: “Dios secará todas las lágrimas de sus ojos; y no volverá a haber más muerte, ni más lloro, ni queja, ni dolor porque ya han pasado las primeras cosas”.

Podemos empezar a vivir, ahora, ese momento. Intentemos enjugar las lágrimas de los que padecen, aportar menos crítica, menos agresiones, menos dolor. Alentemos a los que precisan el soplo de nuestro cariño, de nuestros afectos, de nuestro apoyo. Una experiencia así nos acercará a lo que verdaderamente es la voluntad divina.

Dia 7

25 de diciembre

El Calafate, Santa Cruz (Argentina)

12:00

Sábado y Navidad, ¿qué más se podía pedir? Posiblemente, buen tiempo. Y, gracias a Dios, todo se conjugó para que paseáramos por Bahía Redonda tomados de la mano y hablando con todo el tiempo del mundo. La brisa juguetea a nuestro alrededor con la oferta de que “persigamos el viento”. Pero, ¿quién necesita correr tras él cuando tiene lo que necesita, cuando se vive un momento de felicidad? Es como reencontrar el vapor original, pasear con Yhwh a la fresca de la mañana, retornar al Edén y sentirse en casa. No, no se necesitan espejismos.

Al fondo, un tempano pletórico de azules se desliza lentamente y, no puedo evitarlo, pienso en el cielo. No lo comprendo todo pero, ¿a quién le importa si me siento tan cerca de Él, si vibran en mi interior las certezas? Y doy las gracias a Salomón por semejante metáfora. E, inevitablemente, existo.

Entre Misiones y Santa Cruz, Navidad del 2010


[1] Una de las entradas del diccionario de la Real Academia indica “arrogancia”, “presunción”, “envanecimiento”, lo que no correspondería con el significado original de hevel.

[2] Jr 8,19; 10,15; 14,22; 1R 16,13.26.

[3] Ejemplos similares encontramos en Sal 39,12; 62,9; Is 57,13.

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