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Culto espiritual

A primera vista, el término “sacrificio vivo” parece un oxímoron. Sacrificar significa rendirse, renunciar, “permitir una lesión o inconveniente por el bien de otra cosa”. En términos bíblicos, generalmente pensamos en un sacrificio como algo que está muerto, tal vez un toro o una oveja, o un par de palomas. Sin embargo, en Romanos 12, Pablo imagina un nuevo tipo de sacrificio que no implica la muerte sino el rejuvenecimiento.

Apelo a vosotros . . . para que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. No os conforméis a este siglo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que por las pruebas podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto (Rom. 12:2).

Pablo explica a continuación cómo vivir de este modo, amonestando a cada uno de sus lectores a no tener “más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (v. 3).

Vivimos en una cultura donde se valora y se cultiva la auto-conciencia, pero demasiado a menudo nuestro auto-conocimiento puede llegar a ser auto-adulación, un conocimiento poco profundo y sin el apoyo de una actividad concreta que nutra y corrija, según sea necesario, lo que hayamos aprendido acerca de nosotros mismos durante los momentos de reflexión. Sin duda, aquí Pablo espera que nuestro “pensar con cordura” conducirá a una vida sobria. ¿Cómo vivir sabia y constructivamente a partir de las verdades que descubramos sobre nosotros mismos?

Ninguna lista puede ser exhaustiva, pero veo al menos dos maneras obvias presentadas en el capítulo 12. En primer lugar, Pablo nos invita a desarrollar la conciencia espiritual de que no estamos solos, sino que existimos en una comunidad con otros creyentes: “Porque así como en el cuerpo tenemos muchos miembros … así nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo …” (vv. 4, 5). Nos necesitamos unos a otros debido a las contribuciones únicas que cada uno puede hacer, y se nos anima a compartir (u “ofrecer en sacrificio”) nuestros dones con nuestros hermanos en Cristo.

El pensamiento “con cordura” sobre nosotros mismos, como fruto del Espíritu, nos permite discernir qué es lo que tenemos que dar y cómo debemos dar, en lugar de permitir que se nos sacuda en todas las direcciones por medio de las adulaciones o insultos de los demás. Un sacrificio muerto se quema, se convierte en un mártir en el altar de la ocupación, la desesperación o el orgullo. Un sacrificio vivo, por el contrario, se rejuvenece mediante el establecimiento de límites, y actuando en base a la verdad que conocemos sobre nosotros mismos, ni más ni menos: “sean transformados mediante la renovación de vuestra mente, para que … os sea posible discernir cuál es la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta“.

El versículo 9 presenta una segunda manera de vivir bien, de acuerdo con lo que sepamos de nosotros mismos: “El amor sea verdadero. Aborreced lo que es malo; aferraos a lo que es bueno”. En otras palabras, hacer algo más que simplemente darnos cuenta de lo bueno y lo malo que nos atrae. Que el poder del amor te haga alejarte de tu maldad para entrar más profundamente en la bondad de Cristo.

El llamado a vivir de manera sencilla se concentra en los versos 9-21: “superarse unos a otros en mostrar honor” (v. 10). “Sed fervientes en espíritu” (v. 11). “Tened paciencia en la tribulación, sed constantes en oración” (v. 12). “Alégrense con los que se alegran, llorad con los que lloran” (v. 15). Cuando estos actos se hacen con amor genuino, ello es evidencia de que estamos viviendo de un juicio verdadero y humilde acerca de nosotros mismos, porque toda tentación hacia la auto-preservación o la autodestrucción es silenciada, y la pureza de vivir por el bien de la vida toma control de nosotros. Un sacrificio muerto no puede despertar una pasión como ésta. Sólo un sacrificio vivo puede “vencer al mal con el bien” (v. 21).

Dietrich Bonhoeffer, cuyo sacrificio vivo también lo llevó a una muerte sacrificial, comprendió la enorme importancia de vivir con un “juicio cuerdo” sobre uno mismo. Él escribió:

Cuando un hombre realmente renuncie a tratar de hacer algo por sí mismo –sea un santo o un pecador convertido, o un hombre de iglesia (un así llamado clérigo), ya sea un justo o un injusto … cuando un hombre se lanza a los brazos de Dios en la plenitud de las tareas, de las preguntas, en medio del éxito o del fracaso, en las experiencias y perplejidades,… entonces se despierta con Cristo en el Getsemaní. Eso es fe, eso es metanoia [conversión], y es así como se convierte en un hombre y en un cristiano. ¿Cómo puede un hombre ser arrogante si en la vida “de este lado” comparte el sufrimiento de Dios? [Citado en G. Leibholz, “Memoria”, en Dietrich Bonhoeffer, El Costo del Discipulado (Nueva York: Touchstone, 1995), p. 24]

Empezamos a ser sacrificios vivos cuando dejamos de tratar de ser lo que no somos, y cuando nos aferramos a Jesucristo, el verdadero Sacrificio Vivo. Cuando enfrentamos con valentía todo lo que no es de Dios, o lo que no es “amor verdadero” (el egoísmo de nuestro corazón, la apatía del mundo), re-descubrimos el propio sufrimiento redentor de Dios y participamos de la resurrección de Cristo.

También nos convertimos en sacrificios vivos cuando encarnamos la paradoja evangélica: Creemos que aún cuando dudamos. Seguimos hablando, incluso cuando las masas están en silencio ante la injusticia. Bendecimos a los que nos maldicen (v. 14). Vivimos en paz en la encrucijada de la violencia (vs. 18, 19). A nivel práctico hacemos ciertas cosas, como seguir ese nuevo camino vocacional que arde en nuestros corazones, incluso cuando otros piensan que eso es extraño. Cuando actuamos en favor de aquellos de los que somos responsables, tenemos el coraje de elegir lo mejor de entre un montón de malas opciones, en lugar de no hacer nada. Nos damos a nosotros mismos con pasión, plenamente, sin pensar en el costo.

Pablo nos asegura que este tipo de vida es, de hecho, nuestro “culto espiritual” (v. 1). Lo que sabemos sobre nosotros mismos es de poca preocupación para Dios. Pero eso lo sabemos, y ese “saber” nos impulsa hacia adelante, hacia un dar amor de todo corazón – y esto es lo que honra a Cristo.

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