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La Biblia y la dieta

El consejo Bíblico sobre la dieta no es tan claro como a veces se pretende. Es verdad que la dieta del “Edén” era claramente vegana; plantas con semilla y árboles frutales, Gen 1:29. Sin embargo, la Biblia habla sobre el tema de la dieta de muchas maneras diferentes y bajo diversas circunstancias.

A modo de ejemplo, sólo cuatro versículos antes el autor de Génesis registra la creación de “rebaños” o animales “domesticados” behemah, y de los animales salvajes chayeh (Gen 1:24, 25). Podría ser que los animales del “rebaño” se limitaran a las bestias de carga, pero esto es improbable ya que Abel trajo ofrendas al Señor de sus rebaños y manadas poco después de la expulsión del Edén; los caballos y los burros no son adecuados para el sacrificio, ya que son ritualmente impuros. Así, los “rebaños” o animales “domesticados” de la creación original, bien podría haber provisto la leche y los huevos a la dieta del “Edén”: ¡una verdadera dieta ovo-lacto-vegetariana!

La primera vez que se registra que Dios permitió comer carne es después del Diluvio; pero los “Hijos de la Promesa” fueron pastores ya en los días de Abel, y la riqueza entre los antepasados de los hebreos era contado por el tamaño de los rebaños que un patriarca poseía. Después de todo, el plato favorito de Esaú incluía la carne de cabritos (Gen 27:9). Incluso Dios, en ocasiones, reclama como suyas “las bestias chayeh del bosque, así como los millares de animales behemah de las colinas” (Sal. 50:10). En resumen, no hay muchos indicios de que una dieta vegetariana fuera siquiera una opción para los primeros hebreos. Lo que está claro, sin embargo, es que la Biblia defiende la sencillez y la moderación en todas las cosas, sobre todo en materia alimentaria.

Además de la simplicidad en el alimento que comemos, y de abogar para que comamos y bebamos con moderación, el único otro asesoramiento formal sobre la alimentación dado por la Biblia se expresa en prohibiciones –la lista de carnes limpias e inmundas en Levítico y Deuteronomio. El cerdo es claramente prohibido, ¡pero la lista no es de mucha ayuda, ya que aprueba los saltamontes, langostas y escarabajos! (Lev. 11:22).

Entonces, según esto ¿dónde estamos hoy en día en la búsqueda de la “verdad” en materia de dieta? O, más en general, ¿dónde quedamos en la búsqueda de la “verdad” en general? Las decisiones dietéticas son frecuentes (tres veces al día para la mayoría de nosotros), además, lo más probable es que afecten la cantidad de tiempo que vamos a vivir. Y muy pocas de nuestras decisiones son más frecuentes o más significativas que éstas. Por lo tanto, una consideración de cómo decidimos lo relacionado con la dieta, puede darnos una idea de cómo tomamos decisiones significativas en general; esto sería una visión muy útil.

En primer lugar, cabe señalar que las decisiones dietéticas son, o deberían ser, científicas –decisiones basadas en datos empíricos (objetivos, repetible). La toma de decisiones científicas ha sido analizada durante varios siglos por los filósofos de la ciencia. Vamos a explorar brevemente lo que algunos de ellos han tenido que decir al respecto.

Empezaremos con la idea de la inferencia. Un nutricionista estudia un gran número de personas y determina que los que comen gran cantidad de fibra rara vez tienen una inflamación dolorosa del colon llamada diverticulitis. Señalan que la alta dosis de fibra dietética se correlaciona con diverticulitis baja, y la baja ingesta de fibra dietética se correlaciona con más enfermedad. A partir de esta correlación inversa se puede inferir que una mayor cantidad de fibra dietética, de alguna manera reduce las probabilidades de tener diverticulitis. Teniendo en cuenta esta correlación y la inferencia que los nutricionistas han elaborado, la cuestión alimentaria para cada uno de nosotros se convierte ahora en: “¿Debo comer más fibra? ¿Es éste un hallazgo científico real?”

A mediados del siglo XVIII, el filósofo escocés David Hume señaló que la inferencia científica nunca alcanza la certeza. Si los primeros treinta cisnes que vemos son blancos, podemos inferir que “todos los cisnes son blancos”. Si bien esta es una inferencia razonable, nunca podemos estar seguros de que sea correcta, porque el descubrimiento de sólo un cisne negro destruye nuestra inferencia.

Doscientos años más tarde, el filósofo británico Karl Popper terció en el asunto y propuso que el método por el cual la ciencia puede llegar a la “verdad” es que un científico que proponga una teoría, trate de refutarla inmediatamente. Sólo después de fracasar repetidamente en el esfuerzo de probar que su teoría es falsa, podría pretender que la teoría expresa una “verdad” científica, y aún así siempre estará en peligro de ser refutada por nuevos descubrimientos científicos. El planteamiento de Popper en cuanto a la toma de decisiones, se lo suele llamar el enfoque de la “falsificación” o “falsacionismo”.

“No tan rápido”, dijo W. V. O. Quine, un filósofo de Harvard, recientemente fallecido. “Eso de lo que usted está hablando no es el mundo real “. El planteo de Quine es aproximadamente el siguiente. Aceptamos como “verdadera” una propuesta que tiene una cantidad razonable de evidencia empírica a su favor –y aquí es donde el asunto se pone complicado— porque esto no nos obliga a abandonar muchas otras conclusiones que ya hemos aceptado como verdaderas. El enfoque de Quine es a veces descrito como “holismo científico”.

¿Cómo funciona este método en términos de lo que elegimos comer? Es muy probable que agreguemos algo de vitamina D en nuestra dieta diaria, si las pruebas científicas se presentan fuertemente a favor del beneficio de la vitamina D, siempre que tomar una dosis diaria suplementaria de vitamina D no nos obligue a abandonar otras creencias dietéticas fuertemente arraigadas – otros asuntos sobre la dieta que previamente hemos decidido que son “verdad”.

Las observaciones de Quine tienen sentido, por lo menos hasta cierto punto. Los adventistas hemos sido advertidos sobre los peligros del té y el café por muchos años. En la literatura científica reciente, hay muchos informes de investigaciones que sugieren que beber té verde tiene muchos beneficios para la salud, incluyendo una cierta protección contra el cáncer de próstata. Aceptar estos informes científicos como “verdaderos” y empezar a tomar té verde no es posible para muchos adventistas del Séptimo Día, ya que exigiría el abandono de un programa dietético que ha prohibido estrictamente el té y el café.

Recientemente he sugerido a un amigo que sufre de cáncer de próstata que varias tazas al día de té verde en su dieta, muy poco probablemente le harían daño y podrían, sólo puede ser que podrían, retardar el progreso de su enfermedad. Su respuesta fue: “Yo no he pasado la vida evitando el té para empezar a beberlo ahora”. Para él la inclusión de té en su dieta le exigiría una alteración inaceptablemente radical en la lista de “lo bueno para comer” que ha desarrollado durante toda su vida. Ese era un cambio que él era incapaz de hacer, porque demasiadas otras “verdades” que ha incorporado a su visión del mundo habrían sido alteradas.

Esto nos lleva al Estudio Adventista sobre Salud-2. Este es un estudio muy completo que producirá una cantidad grande de datos correspondientes. A partir de este estudio vendrán correlaciones que sugerirán –en algunos casos, sin duda, sugerirán con fuerza— que los que siguen ciertos patrones dietéticos son menos propensos a sufrir cáncer, enfermedades cardiacas, accidentes cerebro vasculares, etc., y que vivirán más tiempo. ¿Cuáles de los cambios que se indiquen de esta manera serán ampliamente adoptados por los miembros de base de la Iglesia Adventista? Si Quine tiene razón, los cambios que se adopten serán aquellos que no requieran una reorganización de las creencias adventistas tradicionales sobre lo que es apto para comer.

La mayoría de los cambios aprobados por un estudio científico sobre 96.000 adventistas no tendrán carácter controvertido, pero es una virtual certeza que algunos cambios en la dieta resultarán demasiado difíciles para el estómago de algunos adventistas (¡lo siento mucho!).

¿Por qué traigo a colación este asunto? Porque así como los planes para distribuir dinero son mejor elaborados antes de que el dinero esté disponible, los retos filosóficos son mejor pensados antes de que se requiera la acción. Y en materia dietética, cualquier decisión va a ser mucho más que un acuerdo teórico con una idea filosófica. En materia dietética, actuamos sobre la base de nuestras conclusiones filosóficas –comemos o no comemos aquello que creemos que promueve la salud o que es perjudicial para la salud, respectivamente.

Los primeros resultados del estudio sobre la salud, todavía muy preliminares, sugieren que una dieta vegetariana no es tan beneficiosa como una dieta lacto-ovo-vegetariana; los veganos mueren antes –de hecho, se mueren a un ritmo que es sólo ligeramente menor que el de los adventistas omnívoros (que comen carne y mariscos, etc.) [1]. Ahora, debo subrayar que los datos aún no son estadísticamente válidos; sólo hay unos 4.000 veganos registrados en el estudio, por lo que pasará un buen tiempo antes de que el conjunto de datos sea lo suficientemente grande como para que tengan validez estadística, pero estos resultados iniciales por lo menos aumentan la posibilidad de que el conjunto completo de datos no confirme la confianza esperada (por los veganos) de la superioridad de una dieta vegana. ¿Qué, pues? ¿Aquellos que han seguido este patrón dietético con un gasto considerable y con sacrificio (y que pueden haberlo seguido durante toda la vida) van a abandonar esta dieta? No me lo imagino. Yo esperaría que Quine esté en los correcto, y que también muchas otras creencias firmemente sostenidas tendrían que ser abandonadas para que eso ocurra.

Obviamente, este particular enigma filosófico/dietético puede no llegar a pasar nunca. Los datos adicionales, en los próximos años, pueden hacer disminuir la mortalidad de los veganos por cualquier causa, hasta igualar el rango de los lacto-ovo-vegetarianos [2]. Si bien esto es ciertamente posible, es poco probable por dos razones. En primer lugar, si los datos de estudios anteriores sobre los adventistas y otros vegetarianos se examina de cerca, las mismas altas tasas de mortalidad por todas las causas están asociadas a los veganos en esos estudios [3]. Sin embargo, todos esos estudios habían registrado muy pocos veganos estrictos, como para que los datos estadísticos sobre las tasas de mortalidad relativa de los veganos tenga rigor científico. Esto no será un problema con el Estudio Adventista sobre Salud-2, ya que hay varios miles de veganos registrados. En segundo lugar, en la actualidad no hay razón para sospechar que los primeros resultados de la EAS-2 están sesgados de manera que la tasa media de mortalidad disminuya considerablemente a medida que se reúnan más datos. El comportamiento habitual de este tipo de datos es que la media de mortalidad se mantiene aproximadamente igual a medida que el estudio se desarrolla, y los límites para la confiabilidad disminuyen.

Entonces, ¿cómo decidir la “verdad” en materia de dieta? Si los filósofos de la ciencia tienen razón, es un proceso que requiere buenas pruebas y algo más – ese algo más es el requisito de que la nueva “verdad” no moleste a muchas de nuestras creencias previas. Creo que un momento de reflexión revelará que, probablemente, también operamos de esa manera en otras áreas de nuestras vidas, no sólo en las decisiones sobre qué comer y qué no comer.

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NOTAS:

[1] De una presentación hecha por el Dr. Gary Fraser, científico dirigente del Adventist Health Study-2, en la Conferencia Adventista sobre Nutrición de 2008. Los DVD de la presentación están disponibles en “Sigma Audio/Video Associates”, Casilla N ° 51, Loma Linda, CA 92354.

[2] Para los interesados en las estadísticas preliminares, los adventistas clasificados como lacto-ovo-vegetarianos muestran una mortalidad por cualquier causa (tasa de mortalidad) que es sólo el 75% de la de los omnívoros en el estudio. Los lacto-ovo-vegetarianos que también comen peces, están aún mejor, en el 72%. La mortalidad por todas las causas de los veganos es esencialmente idéntica a la de los adventistas omnívoros (~ 95%).

[3] Véase “Factores de riesgo y enfermedad entre los veganos”, capítulo 13, en La dieta, la esperanza de vida, y la enfermedad crónica: Estudios de los Adventistas del Séptimo Día y otros vegetarianos (Nueva York: Oxford University Press), pp. 237, 238.

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