Skip to content

El poder de elegir

Cualquier lección centrada en “El poder de elegir” plantea una amplia gama de preguntas filosóficas, teológicas y psicológicas. Incluso cuando éstas se examinan en el contexto de una serie de lecciones sobre la Salud y la Curación, los autores de la Guía de Estudios para Adultos de este trimestre tienen razón en no centrarse en opciones nutricionales específicas, sino más bien en la cuestión más amplia de la libertad humana y las consecuencias derivadas del ejercicio de dicha libertad. El dilema de Eva no consistió en decidir si las manzanas eran buenas para ella, si las comería entre las comidas, o si se cultivaban orgánicamente, sino que el dilema en el Edén era el hecho fundamental de que los seres humanos tenían el poder de elección. Sin “fruta prohibida”, la elección es inconsecuente.

Ningún autor nos obliga a examinar esta cuestión más a fondo que John Milton en El paraíso perdido. Cuando hace la afirmación audaz, en el comienzo, de que en su epopeya va a “justificar los caminos de Dios para los hombres”, sugiere que la decisión de Dios de dar a la humanidad la libertad de caer, debe ser justificada. Y, en efecto, cualquiera que haya luchado por entender el problema del mal, ha estado buscando, en esencia, esta misma justificación. ¿Cómo pudo Dios dejar su creación tan vulnerable, y aparentemente mal equipada para usar el poder de elección que se le había concedido?

Para Milton, esta cuestión es a la vez espiritual y política. Milton estaba del lado del Parlamento puritano durante la Guerra Civil Inglesa, incluso yendo tan lejos como para publicar una defensa de regicidio en 1649, poco después de que los victoriosos puritanos ejecutaron al rey Carlos I. Durante el interregno de la República Británica, Milton sirvió como Secretario Latino de Oliver Cromwell y fue encarcelado brevemente luego de la restauración de Carlos II, debido a sus sentimientos anti-realistas. Así que no es de extrañar que cuando El paraíso perdido comienza con Lucifer habiendo sido expulsado del cielo, nuestras simpatías están con el rebelde que eligió luchar contra quien percibía era un monarca (Dios) que se había excedido en su autoridad real. (En la versión de Milton de la historia, la rebelión de Lucifer se precipita por la decisión repentina de Dios de designar a Cristo como su heredero).

Durante la primera mitad de la epopeya, Dios es presentado como un ser distante y dictatorial —lo que representa claramente el tipo de monarca contra el que Milton se había rebelado. Lucifer, en cambio, es el parangón de virtudes democráticas: estaba dispuesto a sacrificar a su propia posición de alto rango en el Cielo al rebelarse contra lo que percibía como un abuso del poder, y una vez en el Infierno establece un proceso de debate de estilo parlamentario acerca de cuáles deben ser sus próximos pasos, usando el lenguaje de la “libre elección” y “pleno consentimiento” (II.24), en contraste directo con el estilo de gestión dictatorial de Dios. En su declaración tal vez más famosa sobre el tema de la elección, Lucifer dice:

Aquí por lo menos . . .

Vamos a ser libres; el Todopoderoso no tiene lugar

Aquí para su envidia, no nos manejará en consecuencia:

Aquí podemos reinar seguros, y en mi elección

Reinar es una ambición digna, y vale la pena, aunque sea en el Infierno:

Mejor es reinar en el Infierno, que servir en el Cielo (I.258-263)

Conociendo el grado de acuerdo que Milton muestra con la posición política de Lucifer, es difícil de imaginar, en este momento de la épica, si Milton justificará las acciones de un monarca absoluto que representa la antítesis del poder de elección, y en caso de que lo haga, de qué manera podría “justificarlas”.

Y, sin embargo los lectores igualmente se indignan, después en la historia, cuando Dios pasa de su manera autoritaria, primero, a proporcionar luego a su creación la libertad (o la oportunidad) de caer. Vemos la tensión entre la libertad y la protección desde el momento mismo en que Lucifer (ahora Satanás) se acerca a la puerta del Edén, “que cuando el archi-criminal la vio / la entrada debida él desdeñó, y en el desprecio, / con un pequeño salto dio un brinco alto / por sobre la más alta Colina o Pared, y al estar adentro / ‘hubo luces en sus pies’” (IV.179-183). Esta descripción nos lleva a la pregunta: ¿Cuál es el sentido de una pared que es tan fácil de violar? Si es para protección, entonces es una pared muy mala, y si no es para protección, entonces ¿cuál es su función? Si no es para protegerse de los enemigos, entonces debe ser para mantener a los habitantes adentro – pero entonces ¿qué clase de libertad representa? Nos sentimos indignados por la presencia de la pared, y a la vez indignados de que Dios no la haya hecho suficientemente alta para proteger a su creación.

Milton pone de relieve esta tensión entre la libertad y la protección una vez más en las escenas previas a la caída, en el libro 9. Eva ha sugerido a Adán que serán más eficientes en su trabajo si trabajan por separado durante un tiempo. Después de felicitarla por su ética de trabajo, Adán le recuerda que han sido advertidos por el ángel del potencial peligro que existe en el jardín, y que sería más seguro que se quedaran juntos. Eva (en buena lógica, parece) señala que es un extraño paraíso, de hecho, tan lleno de peligros:

No sospechemos, entonces, que nuestro estado de felicidad

haya sido dejado en tanta imperfección por el sabio Creador,

como para que no sea seguro, estando solos o acompañados.

Frágil es nuestra felicidad, si esto es así,

y el Edén no sería Edén si estuviera así expuesto. (IX 337-341).

Adán se ve forzado a convenir en que, de hecho, Eva debe tener la libertad de separarse de su lado, incluso si esto significa que los dos serán más vulnerables.

Este debate pone de manifiesto, a escala humana, el dilema de Dios en un nivel más cósmico. ¿Cómo iba a ofrecer protección sin restringir ciertas libertades? A pesar de la imagen autoritaria de Dios, transmitida en los seis primeros libros de la epopeya, resulta que el único defecto de Dios (si se lo puede llamar así) es su excesiva generosidad. Este tema del exceso se estableció desde el principio en las descripciones del huerto que hacen hincapié en el follaje excesivo, que para siempre crece fuera de control. Incluso en su camino a la enramada del matrimonio, en su noche de bodas, Eva se detiene a contemplar el exceso representado por las estrellas que continuarán brillando incluso cuando nadie la esté viendo: “Pero ¿por qué toda la noche brillan éstas, / para quién / es esta vista gloriosa, cuando el sueño haya cerrado todos los ojos?” (IV.657-8). Satanás también acusa a Dios de ser demasiado generoso cuando contempla sus propios motivos para rebelarse: “Oh, si su poderoso Destino me hubiera hecho / un Ángel inferior, yo habría estado / feliz” (IV.58-60). Si Dios no le hubiera concedido tanto poder, no habría caído presa de la ambición. Y, por extensión, si Dios no hubiera concedido la libertad de elección a los seres humanos, éstos no habrían caído. Pero entonces tampoco hubieran sido totalmente humanos. Dios está en la misma situación que Adán: Si restringe la libertad de Eva, él es un tirano autoritario, y si la deja ir, hace vulnerable a la persona que adora.

En contraste con la lucha, política y cósmica, por la libertad individual que se despliega en la apertura de la epopeya, la imagen final se centra en el valor de la comunidad. Después de que Adán y Eva se han agotado en actos de lujuria, y de recriminación tras la caída, tienen que decidir qué van a hacer a continuación. En verdad están solos en este nuevo mundo; ¿optarán por hacer frente a sus destinos juntos o individualmente? ¿Permitirán, incluso, que su pecado afecte a las generaciones venideras, o, como Milton dice, Eva sugerirá que se suprima el impacto de su pecado eligiendo no tener hijos, o incluso cometiendo suicidio?

Al final, eligen la comunidad sobre la desesperación, y juntos se postran delante de Dios en actos de humildad y arrepentimiento. La consecuencia de la opción de comer del árbol del conocimiento, es que ya no son capaces de optar por quedarse en el Edén –pero esto no significa que su libertad de elección les haya sido quitada; de hecho, la imagen final es la de una infinidad de opciones:

Algunas lágrimas naturales derramaron, pero pronto las enjugaron;

El Mundo entero pasó delante de ellos, para elegir

su lugar de descanso, y a la Providencia como guía:

Con pasos errantes y lentos, de la mano,

a través del Edén tomaron su camino solitario. (XII 645-649)

El énfasis en estas últimas líneas no está en las limitaciones. Por el contrario, ahora se enfrentan a un mundo de posibilidades, e incluso se les da la Providencia como una guía para ayudarles a tomar decisiones. En el jardín, la única opción real que enfrentaban era si debían comer de un árbol, ya que era el único acto que podría tener consecuencias negativas. Ahora, se enfrentan a un exceso de opciones, y a todas sus consecuencias también.

Mientras que muchos lectores todavía se preguntan si Milton logra “justificar los caminos de Dios para con los hombres”, Milton sin duda nos obliga a reconocer que no hay manera fácil de resolver la tensión entre la protección y la libertad –aun para Dios. Y la imagen final de Adán y Eva, ahora “de la mano” a pesar de la brecha producida entre ambos después de la caída, nos recuerda que con todo lo que valoramos nuestra libertad individual de elección, debemos estar dispuestos a renunciar a algunas de esas libertades con el fin de entrar en vínculos igualmente valiosos de comunidad, lo cual nos protegerá cuando no somos capaces de tomar decisiones correctas.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.