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El Espíritu de Profecía

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Mientras era editor de un libro en la Editorial Pacific Press, eliminé de los manuscritos la expresión “Espíritu de Profecía” que se aplica a Elena G. de White o a sus escritos, y sigo absteniéndome de su utilización en todos mis discursos personales.

He aquí las razones.

La expresión usada comúnmente para referirse a los escritos de Elena de White, como por ejemplo: “Estudiamos la Biblia y el Espíritu de Profecía”, es una anomalía lógica porque las palabras que se refieren a la causa o fuente se utilizan para expresar el resultado. Es decir, el Espíritu de Profecía, el Espíritu Santo, que inspira las palabras proféticas, no es los libros sino la causa o la fuente de los libros. A veces hemos cometido el error de asociar esta expresión con Elena de White como persona. Elena de White, evidentemente, no era el Espíritu de profecía sino que fue inspirada por él.

Una vez más, la expresión “la Biblia y los escritos del Espíritu de profecía” es ambigua y confusa, porque el “Espíritu de profecía” es el Espíritu Santo, que inspira al profeta, y no se puede limitar esta inspiración a Elena de White, sino que incluye a Moisés, Malaquías, Juan, y todo el resto de los profetas. Por lo tanto, los escritos del Espíritu de profecía incluyen la Biblia y las obras de Elena de White—en suma, la literatura de todos los escritores inspirados.

Si queremos precisión de expresión, debemos emplear el término Espíritu de profecía para referirnos al Espíritu Santo, o, por una especie de metonimia, a los escritos inspirados por el Espíritu—todos ellos. La única manera precisa y clara para referirnos a los escritos de Elena de White es simplemente decir “los escritos de Elena de White”. Por ejemplo: “He leído la Biblia y los escritos de Elena de White”, o “Mis ideas sobre religión vienen de la Biblia y de Elena de White”.

Es cierto que Elena de White misma ha aplicado el término “Espíritu de la profecía” a sus escritos, es decir, a algunos de ellos, específicamente a los cuatro volúmenes que fueron una ampliación de los cuatro volúmenes iniciales de Los Dones Espirituales y que finalmente se convirtió en la serie de El Conflicto de los Siglos. Pero este título era de origen editorial, lo mismo que Mensajes para los Jóvenes, y El Triunfo del Amor de Dios, títulos de libros que Elena de White nunca vio. Ahora, es evidente que el título “Espíritu de la Profecía” fue una mala elección. Es una suerte que los volúmenes, aunque disponibles en facsímil, ya no están en circulación general. No encuentro ningún ejemplo de que Elena de White utilizara esta expresión para referirse a sus escritos, con excepción de lo que acabamos de mencionar.

Además de las razones que se han dado hay otra, más poderosa, por la que es lamentable que el título se aplicara a los antiguos cuatro volúmenes, y doblemente lamentable que se apliquen a todos los escritos de Elena de White. Esta razón más fuerte es que damos lugar, de este modo, a que los adversarios nos acusen de engaño verbal, en el mejor de los casos, y en el peor, de usar sofismas teológicos.

Considere la siguiente secuencia:

Apocalipsis 14:12: “Aquí está la paciencia de los santos: aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.

Apocalipsis 12:17: “Y el dragón se airó contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el remanente de su simiente, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Aquí tenemos un “último caso” que termina uno de los ciclos proféticos del Libro de Apocalipsis y coincide con el pasaje similar del capítulo 14 citado anteriormente. La expresión “testimonio de Jesús”, junto con “guardan los mandamientos”, está, evidentemente, en paralelo con la “fe de Jesús”. Pero, ¿qué quiere decir “la fe de Jesús” o el “testimonio de Jesús”?

Apocalipsis 19:10: “Yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús;…el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”.

¿Cuánto más claramente podría ser dicho? El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía. ¿Quiénes, entonces, son el pueblo remanente de Dios? Aquellos que tienen el espíritu de profecía. ¿Quiénes tiene esto? Los adventistas, por supuesto, en la persona de Elena G. de White.

Ahora, dejemos que los adversarios tengan la palabra.

Una vez más, los adventistas utilizan una exégesis engañosa para demostrar que son el pueblo remanente de Dios. Por el uso de la denominada Versión Autorizada del Apocalipsis (12:17; 14:12; y 19:10) equiparan el término “remanente” con “tener el testimonio de Jesús”, y este último con “el espíritu de profecía”, reclamando no sólo (1) que aquí se demuestra, de hecho, que su “profetisa” Elena de White es profeta, sino también, mediante un razonamiento circular, (2) que aquí está la prueba de que los adventistas son el pueblo remanente. Para coronar el engaño, muestran la forma en que desde hace mucho tiempo hacen referencia a los escritos de su venerada líder como “el espíritu de profecía”.

Cuán equivocados están es algo que se puede exponer en un momento, mediante la lectura en otras traducciones más modernas.

Apocalipsis 14:12: (Nueva Biblia Inglesa): “guardando los mandamientos de Dios y permaneciendo fieles a Jesús”.

Apocalipsis 12:11: (Versión Estándar Revisada): “los que guardan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús”. (Phillips): “los que guardan los mandamientos de Dios y llevan su testimonio de Jesús”.

Apocalipsis 19:10: (Phillips): “Este testimonio de Jesús inspira todas las profecías”. (Nueva Biblia Inglesa): “Los que dan testimonio de Jesús son inspirados como los profetas”. (Weymouth): “Porque la verdad revelada por Jesús es la inspiración de todas las profecías”.

Si los adversarios fueran a enunciar una declaración tal –que yo sepa, nadie lo ha hecho—de ninguna manera tendrían un caso perfecto. Pero habrían puesto de manifiesto la precariedad de un argumento teológico basado sobre la expresión “espíritu de profecía”.

Si las traducciones de estos pasajes del Apocalipsis se refieren a una actitud hacia Jesús y el Evangelio, no se hace referencia implícita a un moderno profeta. Si la expresión “Espíritu de profecía” se refiere a la agencia del Espíritu Santo en instruir a los profetas, tampoco hay referencia implícita a un profeta moderno, exclusivamente.

La aplicación de la expresión “espíritu de profecía” a los escritos de Elena de White es un hábito intrusivo que no tiene nada que ver con la identificación de un “remanente”. Es decir, suponiendo que el “remanente” tiene el “espíritu de profecía” en el sentido de un profeta moderno, sólo nuestra propia aplicación post facto del término “espíritu de profecía” a los escritos de Elena de White está disponible como identificación—y esto no es una razón en absoluto.

Precisemos el uso de términos: “Espíritu de la profecía”, para referirnos al Espíritu Santo o a las profecías que el Espíritu ha inspirado, todas ellas. “Elena de White”, para referirnos a Elena de White; “testimonios” o “escritos” de Elena de White, para referirnos a cualquiera de sus escritos que evidentemente tengan la intención de enseñar a la iglesia o a sus miembros. Esto ayudaría a mejorar la comunicación con los adventistas y con otros por igual. Los cursos de la universidad podrían ser titulados “Escritos de Elena de White”, o “Testimonios para la Iglesia”, en lugar de “Don de Profecía” o “Espíritu de Profecía”, a menos que estos dos últimos se refieran a cursos relativos con el don profético dado a la Iglesia en todos los tiempos, de un modo proporcional. En la conversación y en el púlpito, el orador debe decir: “dice Elena de White”, o “leemos de Elena de White”.

Creo que los términos que recomiendo vienen naturalmente de una evaluación realista de la labor de Elena de White y del lugar que le corresponde. Ella recibió mensajes de Dios de la misma manera que los antiguos profetas. Presumiblemente Dios le comunicó, por los métodos prescritos, mensajes tan verdaderos y divinos como los entregados a los profetas bíblicos. Como ser humano sin educación primaria suficiente, Elena de White escribió los mensajes lo mejor que pudo, pero sin más infalibilidad que la exhibida por los escritores bíblicos. Ella fue una persona, una ministra, ni más ni menos perfecta o infalible que Elías o Pedro.

Nosotros confiamos en el Espíritu Santo para que nos enseñe la verdad de todos los escritos sagrados. Debemos tener un ardiente deseo por la verdad y la voluntad de renunciar a cada deseo personal con el fin de encontrarla, si vamos a leer cualquiera de los escritos inspirados con precisión.

Este comentario apareció por primera vez en el número de otoño de 1970 de la Revista Spectrum. En ese momento, Richard B. Lewis era profesor de Inglés en la Universidad de Loma Linda.

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