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Escuela sabática: Experimentando el discipulado

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Sígueme

adonde vaya,

en lo que haga,

y adonde quienes yo conozco.

Que sea parte de ti ser parte de mí.

Los lectores de más edad inmediatamente escucharán la voz de John Denver cantando esta letra, que expresa la esencia de la amistad, de la voluntad de unirse a la vida y a la experiencia de otro. En el aposento alto, Jesús dijo a sus discípulos: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Ya no os llamaré siervos, sino amigos” (Juan 15:4, 15).

Sígueme es la exigencia del discipulado. El discipulado no consiste en creer una teología correcta; se trata más bien de un viaje con un amigo, un viaje costoso. Ser amigo de Jesús es exponerse en la senda de la crítica, el abuso y las acusaciones falsas. “Vuestro maestro come y bebe con pecadores”. “Vuestro maestro no se lava las manos” (Mat. 9:11; Luc. 11:38).

“Cuando Cristo llama a un hombre le ofrece venir y morir”.1 La única manera de sobrevivir a este viaje es morir. “Es fácil vivir después de que estamos muertos”.2 Las personas muertas no tienen necesidad de defender sus acciones o su comportamiento, sus caracteres o su reputación. Estar muertos al yo es liberador. Lo libera a uno para concentrarse en otros.

Adonde vaya. “El Padre me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Juan 20:21).

Jesús nos dice: “Id, amigos míos, donde sea necesario, doquiera haya alguien herido. Id a los que están solos y con miedo. Haceos vulnerables y accesibles; ofreced amor permanente, amor sin-cadenas-atadas. Id a los hogares de ancianos, a la celda de la prisión, al refugio de las personas sin hogar, al cubículo de trabajo, al dormitorio del adolescente. Quiero que vayáis y seáis mi cuerpo visible, mi presencia consoladora, sanadora y restauradora en el mundo”.

En lo que haga. “Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto exterior, y se ató una toalla alrededor. A continuación, vertió agua en una cuenca y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla” (Juan 13:4, 5).

El discipulado es un trabajo sucio y bajo. Es poner manos a la obra. No podemos subcontratar nuestro discipulado. Jesús sostuvo a los niños en sus brazos; levantó a la mujer que había caído a sus pies; tocó a los leprosos que no había que tocar; partió el pan y alimentó a la multitud.

Quienes nos hemos unido a Cristo somos nuevas criaturas, el viejo hombre ha muerto y se ha ido, el nuevo yo ha llegado. Y Dios, que nos ha hecho sus amigos por medio de Cristo, ahora nos da la tarea de hacer que otros sean sus amigos también (2 Cor. 5:17, parafraseado).

Y adonde quienes yo conozco. “Padre, el mundo no te conoce, pero yo te conozco, y éstos saben que tú me has enviado. Te hice conocido para ellos, y voy a seguir haciéndolo con el fin de que el amor que tienes por mí pueda estar en ellos, y para que también yo pueda permanecer en ellos” (Juan 17:25).

Aunque toda la misión de Jesús en la tierra consistió en dar a conocer a su Padre, algunas de las mayores revelaciones del amor del Padre se pueden ver durante las horas finales de la vida de Jesús. Considere las siguientes viñetas de la bondad de Dios.

Poco después de pronunciar las palabras, “si me han visto a mí, han visto al Padre” (Juan 14:9), Jesús demostró la piedad amorosa del Padre disculpando a sus somnolientos discípulos. “Sin duda, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Marcos 14:38). Mientras era arrestado, detuvo la acción y se tomó tiempo para curar la oreja del siervo del oficial que lo arrestaba.

Durante su juicio, Jesús oró ardientemente para que Pilatos fuera perdonado por lo que estaba a punto de hacer, e incluso trató, en la medida de lo posible, de excusar sus acciones. “El que me entregó a ti, es culpable de un pecado peor” (Juan 19:11). Los soldados encargados de llevar a cabo su ejecución recibieron la seguridad del perdón de Dios, y Jesús excusó su ignorancia: “Ustedes no entienden lo que están haciendo” (Lucas 23:34).

Cuando las mujeres de Jerusalén lloraban por él, Jesús les respondió con palabras de preocupación por el futuro de sus hijos. En su agonía, sus pensamientos estaban concentrados en la tristeza de su madre, y la encomendó al cuidado de uno que él sabía que no sólo se preocuparía de que nada le faltara, sino que también la amaría.

Como discípulos, ¿estamos dispuestos a suponer lo mejor de los motivos de los demás? ¿Oramos por los que nos usan sin cuidado? ¿Es mayor nuestra preocupación por el futuro inmediato que nuestra preocupación por el futuro bienestar de los demás? ¿Es condicional nuestro perdón, y limitado nuestro amor?

Dios no necesitaba que su hijo muriera para perdonar a la humanidad; Dios es el perdón personificado. Pero Él necesitaba que alguien diera un fiel testimonio de su carácter perdonador, y Cristo fue fiel hasta la muerte. Fue el amor encarnado. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Juan 13:1).

Que sea parte de ti ser parte de mí. “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Juan 6:55, 56). “Este pasaje se aplica en un sentido especial a la Santa Comunión”.3

Elena de White no tenía ningún problema en referirse a la comida de la Comunión como un sacramento. Nuestra prisa por rechazar todo lo que es católico, ha obscurecido nuestros sentidos con respecto al significado y la importancia de la naturaleza sacramental de la Cena del Señor. Un sacramento es básicamente un signo, es algo que “significa” o representa. Un sacramento es una forma de lenguaje; y como tal, tiene algo que decir.

Venimos a la Comunión, no como meros espectadores o como congregación silenciosa, sino como participantes activos. En la Santa Cena, estamos hablando a Dios explícitamente por medio de los signos o símbolos. La celebración eucarística es un acto de acción de gracias por el don de Dios en Cristo. Es también un acto de entrega a Dios. Señalamos nuestra voluntad de ser ofrecidos para satisfacer las necesidades del mundo. Ofrecemos nuestra vida para que sea derramada a favor de nuestros hermanos y hermanas.

“Es en estas ocasiones que él mismo ha designado, cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece mediante Su presencia”.4 ¿Tenemos que ser energizados espiritualmente? ¿Deseamos una mayor vitalidad y resistencia en nuestra peregrinación espiritual? ¿Queremos conocer a Dios íntimamente? Él nos invita a tomar, comer, y ser llenados de su Espíritu, que nos energiza y nos da vida. El pan que bajó del cielo es el pan de la Presencia.

Jesús dijo: “Haced esto en memoria de mí”. No dijo, “haced esto para recordarme”. Lo que estaba diciendo era, “haced esto y entrad en la realidad de mi vida y mi muerte”. Recordar es “re-cordar”, volver a armar, poner todo junto de nuevo. Volvemos a realizar el acontecimiento. Debemos volver al aposento alto y estar presentes junto a Cristo mientras él habla. “Al recibir el pan y el vino…nos unimos imaginariamente a la escena de la Comunión en el aposento alto”.5

Al tener comunión con él, “en plena conciencia de su presencia…[hemos de] escuchar Sus palabras”, mientras nos habla personal e individualmente.6 Y quizá, si escuchamos con todo nuestro corazón, vamos a oírlo cantar:

Sígueme

adonde vaya,

en lo que haga,

y adonde aquél que yo conozco.

Que sea parte de ti ser parte de mí.

Notas y referencias

1. Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (El costo del discipulado) (New York: Collier), 7.

2 Elena G. de White, Messages to Young People (Mensajes para los jóvenes) (Washington, D.C.: Review and Herald), 127 en inglés.

3. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, California,1968, 4ª ed.), 615–616.

4 Ibid., 613.

5 Ibid., 616.

6 Ibid, 614.

Donna Haerich es anciana de iglesia, en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Forest Lake, en Apopka, Florida, y enseña allí una clase de la Escuela Sabática de una hora de duración.

Copyright © 2008 Donna J. Haerich

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