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Sauna espiritual (1): El Sentido de la Vida

El tiempo de cosechas llega a su final. La avena, el trigo, la cebada y el centeno se amontonan en el granero. Los renos campan por doquier mientras que descendientes de los sami preparan el fuego en el interior del depósito. Serrín y virutas de haya, roble y arce impregnan todo de humo mientras, a la intemperie, se entonan cantos de siempre, se relata la epopeya de Kalevala y se recuerdan las hogueras de la fiesta de Johannes Kastaja. Horas después, se deja salir la fumarola y se entra a sudar.

Los finlandeses, desde el siglo V d.C., construyen y emplean multitud de tipos de saunas (de hecho, el término “sauna” proviene del misterioso finés). Las hay de leña, con estufa eléctrica (saunas aina valmis), de hielo sobre el congelado Salonkijärvi y, cómo no, de humo.

Pensamos en la sal o en el aceite como conservantes de la antigüedad pero el humo también lo ha sido.

La O-33 y la E90 del noroeste de Turquía te conducen hasta Bursa. A sus gentes, de grandes mostachos y pañuelos policromados, les gusta vivir en colectividad y eso genera bulliciosos eventos sociales. De tanto en tanto, entre iskender kebab y castañas escarchadas, se dedican a “lavar la novia”. Las señoras del lugar contratan el baño de la zona y disfrutan del sonoro arte de cantar y danzar. Atiborradas de frutos secos y albóndigas se revelan los detalles de tal o cual mozalbete y de lo bien que vendría para su Emine o su Derya. El olor a eucalipto lo impregna todo y los vapores del hamman permiten que las palabras surjan de entre lo anodino con la sinceridad de lo que no se ve.

Los turcos, tribus de nomadeo en sus orígenes, descubrieron los placeres de Roma y osaron no desprenderse de ellos. Y tanto ha sido su afán que los históricos baños “romanos” perdieron su derecho a adjetivar para brindárselo a los baños “turcos”.

Pensamos en el eucalipto como vital para las afecciones respiratorias pero embellecedor también lo ha sido.

No hay que ser muy perspicaz para detectar que las comparaciones están servidas. Puede parecer un ejercicio de acrobacia intelectual pero tened paciencia que está al caer.

Pienso que todos venimos a este espacio a “transpirar” porque si no estaríamos leyendo otra cosa (sin ejemplos para no dañar). Podemos salir “ahumados” o “perfumados”. No todo consiste en “quemar algo” (en ocasiones, tristemente, “alguien”) sino en “airear algo” (y qué mejor que una olorosa esencia, cuán bíblico parece). Podemos reunirnos en un “granero” (entiéndase una actitud localista y poco dada a sutilezas) o en una “terma”, rodeados de teselas multiformes y cromáticas (entiéndase una actitud supranacional y amante de un delicatessen espiritual). No es cuestión de combatir los fríos que nos rodean (ya está bien de multitud de apologías de un lado y otro) sino de disfrutar de la brisa del Mediterráneo (probando a descubrir el aire-espíritu de la Biblia).

Os oferto la segunda de cada una de las proposiciones. Que le voy a hacer, soy del Sur (sí, en mayúsculas, a lo Serrat o Benedetti) y me gusta disfrutar de la teología meridional, de esa que tiene que conservar menos porque vive más. Y, por ello, os convoco (en el qahal más semita) a los de la calle de la variedad (en el qahal más sefardí-español y en tiempos de bicentenarios) a encontrarnos en las termas de Eclesiastés (a partir de ahora Qohelet).

Aseguro que abriremos un frasquito con esencia de eucalipto atentamente elegido.

Apodyterium[1] (Eliminando prejuicios)

¿Por qué Qohelet? Porque es nuestro libro. Somos posmodernos encubiertos, consumistas convulsivos, esclavos del tiempo, adictos a los títulos académicos y cursos mil, hedonistas y servidores de la estética, laodicenses reconocidos y, lamentablemente, no respetamos a Quien debiéramos respetar. ¿Suficiente? No. Porque, además, somos muy capaces de hallar nuestra identidad, de comprar colirio, de abrazar la eternidad, de alcanzar sabiduría, de modelar un carácter y, felizmente, de adorar a Dios como es debido. Por eso, Qohelet.

Los turistas despiertan mi interés con suma intensidad. Me siento Guillermo de Baskerville (por no usar el homólogo de Conan Doyle, demasiado cinematográfico) y comienzo a imaginar, leyendo los pequeños detalles de su atuendo, el origen del que proceden. Los hay fáciles de detectar: el pelo, los ojos, el tipo de cámara fotográfica. Otros precisan “elaboradas” conexiones: el pelo, los ojos, la jarra de cerveza o la copa de vino o la botellita de agua. Pero la mayoría de ellos tienen algo en común: transmigración. Pasan por los lugares impregnándose sólo de lo estereotipado y vulgarmente folklórico. Aunque lo tiene delante no ven sino aquello que les ha indicado su guía, su libro de viajes o la cultura de su país.

¿Somos transmigrantes de la hermenéutica bíblica? Sí. Y así suele acontecer con Qohelet. Pasamos por sus versículos con los paradigmas heredados y el texto no puede comunicar porque no le permitimos el diálogo. Antes de comenzar, ya hemos decidido qué nos va a decir o no. Debe encajar en el molde u optamos por recortes. ¿Qué hacemos con esos pedacitos que nos sobran (conceptos que no se acoplan a la preforma)? Por pereza o incomprensión los amontonamos en el depósito de lo irresuelto y, usualmente, cerramos esa sala de nuestro conocimiento colocándole el cartel de “misterio”. Los estereotipos son así, verdades cansadas (gracias a Georges Steiner por la cita).

¿Cuáles son algunos de los moldes sobre Qohelet?

* Qohelet es un libro del primer pacto. Desde que a Marción se le ocurrió abrir la boca (o entintar la pluma) andamos con esto de que el Antiguo Testamento está superado. ¿Para qué leer un texto que no nos aporta nada a los cristianos? Resultado: no ocupa un lugar preeminente en mis lecturas.

* Qohelet es un libro de vejez. Se piensa que es un material de un viejo para viejos. Las reflexiones sobre la vida deben hacerse al final de ésta porque la juventud no está para eso. Es más, la juventud, en esta tierra del homo ludens, debe alargarse al máximo. Resultado: no es todavía mi momento.

* Qohelet es un libro inclasificable. Somos gente ordenadora (no sé si siempre ordenados), nos gusta colocar etiquetas y categorizar. Cosas: tipo, forma, color, calidad, precio. Personas: tipo, forma, color, calidad, precio. Dios: tipo, forma, color, calidad, precio. La ansiedad nos empieza a invadir cuando algo o alguien no recibe una etiqueta fácilmente (el 4 en la Clasificación Decimal, la persona íntegra, Jesús Dios-hombre, etc.). Y Qohelet podría entrar en esa categoría que no tiene categoría. No se sabe muy bien dónde está, a dónde nos lleva. Resultado: no sé muy bien lo que espero.

* Qohelet es un libro nihilista. La nada nos aterroriza, no estamos diseñados para no ser, para ausentarnos. Una lectura a lo Sartre de Qohelet nos puede parecer lo más in del mundo pero nos coloca out. Resultado: no me gusta lo que espero.

Recuerdo uno de los consejos más instruidos de un excelente profesor: “Leed la Biblia como si fuera la primera vez”. No sé si la frase era suya o de algún teólogo extranjero (posiblemente Marguerat, que le acompañaba en el silencio bibliográfico) pero, destilaba sabiduría. Nosotros éramos alumnos transmigrantes y nos convirtió en pintores de paisajes, en catadores de sabores, en contadores de relatos y, lo mejor, en hijos del Espíritu (¡qué intensidad de olor!). ¿Por qué no partir de esa premisa?

Palaestra (Ejercicios previos)

* ¿Dónde menciona el Nuevo Testamento el libro de Qohelet? ¿Por qué?

* ¿Cómo que no es un libro de vejez si dice que es el resultado de una larga vida (1,12-13)? ¿Qué diferencia hay entre vejez y experiencia? ¿Y entre experiencia y sabiduría?

* ¿No forma parte Qohelet de los ketubîm? ¿No es esa sección una especie de popurrí de materiales? ¿Qué tienen que ver los ketubîm con la esencia de la literatura sapiencial? ¿Qué espacio ocupa la microhistoria en la macrohistoria?

* “Llegué a odiar la vida” (2,17) no da mucho ánimo ¿No será que nuestra existencia está abocada únicamente al sufrimiento?

Tepidarium (Calentito, Calentito)

La ciencia se construye en equipo, los de antes colocan piezas que, los de ahora, tomamos como bases (modificadas o mimetizadas) y que, los de luego, continuarán. En esta cadena del conocimiento se producen, de tanto en tanto, nuevas asociaciones que reconducen el flujo del pensamiento a otras construcciones. Ese es el caso de Martin Shuster y su artículo “Being and Breath, Vapor as Joy: Using Martin Heidegger to Re-read the Book of Ecclesiastes”.[2] Al releer el libro de Qohelet con los lentes de Heidegger, modifica nuestros conceptos sobre la esencia de la vida y altera nuestra hermenéutica, en ocasiones pesimista, de ciertos libros bíblicos.

Martin Shuster propone deconstruir todo el libro desde las definiciones existencialistas del primer Heidegger (Sein und Zeit) y, para ello, matiza los campos semánticos de “muerte”, “vanidad”, “tiempo”, “faena”, “gozo”. El resultado es un material sumamente exquisito.

¿Nos ponemos a tono? Venga. Todo comienza con esto de lo abstracto y lo concreto, la realidad como representación de un supramundo ideal. ¿Qué es lo que somos? Somos lo que somos o somos la imagen de otra cosa (y no hablo de Gn 1 sino de Arístocles, el de las “espaldas anchas”). Y se comienza la discusión entre esencia (lo que es el ser) y existencia (la manifestación del ser).

El platonismo, hecho carne cristiana y medieval, manifestaba lo negativo de la existencia en este mundo frente a lo positivo de lo trascendente. De ahí la proyección de todo interés en el más allá, en el cielo. Este mundo era algo pasajero y el interés máximo de la existencia se enfocaba en lo venidero. Ellos podían argumentar: “¿No lo dice Qohelet? Todo es vanidad”.

La llegada de la Ilustración y, posteriormente, la Modernidad se intenta independizar de esos conceptos y comienza la liberación de la existencia. Había existencialistas que tomaban el concepto de existencia de partida y que procuraban alcanzar la trascendencia (¡Ay si pidiera Jaspers derechos por ser ideólogo de los manuales de autoayuda!). Otros no. Es el caso de los existencialistas franceses o de M. Heidegger. El origen y el destino del hombre es la existencia. No hay nada más, es más, lo más es la nada.

El objetivo de Heidegger era comprender al hombre y, según él, donde se capta mejor es en el Dasein (literalmente, “ser-ahí”) vamos, “es lo que hay”. Y lo que hay es que al final llega la muerte (Sein zum Tode). Hay, por tanto, dos maneras de enfrentarse a esta realidad: evitar el final (y él la llama “existencia inauténtica”) o anticiparse a dicho final (“existencia auténtica”). La primera actitud (erwarten) genera miedo, la segundad (vorlaufen) responsabilidad.

Qohelet nos coloca en la misma plataforma. Hay lo que hay y eso se debe enfrentar. Comprensiones hedonistas del libro generan confusión, comprensiones derrotistas también. Hay una gran diferencia, sin embargo, entre Heidegger y Qohelet. Mientras el primero hace que la existencia flote sobre la nada, Qohelet la coloca sobre el Todo. Nihilismo versus totalismo.

Es fácil ponerse en la piel de esos pensadores del siglo XX que padecieron dos guerras mundiales, que vieron la pasividad de las religiones nacionales, que creyeron en “mentalidades fuertes” y que vieron su estrepitosa caída. Yo, en su lugar, también creería que, al final, no queda nada. Pero soy adventista y mi plataforma filosófica es otra. Creo en el conflicto cósmico.

Caldarium (Esto está que arde)

Se acaba de estrenar en español “el Libro de Eli”. Podríamos catalogarlo como un producto más de un género pictórico que siempre tiene éxito (desde los manuscritos iluminados hasta el hastío del 3D): el apocalipticismo. Lo que pudiera ser sorprendente, que le ha valido el título de obra fundamentalista, es que el portador no vive o comprende lo portado. Pero ha sido así en muchas ocasiones. Incluso en las nuestras.

Al encontrarnos ante Qohelet debemos enfrentarnos ante nuestro Dasein. ¿Es mi existencia auténtica? No hago referencia a los sermones de derrotistas contra los hedonistas o a las tertulias de los hedonistas contra los derrotistas. No hablo de erwarten. Eso está claro. Tanto placer como sufrimiento pueden ser evitaciones de la realidad. Hablo de que no perdamos el tiempo con disquisiciones sobre la esencia (entiéndase abstracciones, teorías o formas religiosas) en lugar de percibir la existencia y anticiparnos con la solución real. La pregunta no es tanto si portamos el Libro o no, sino, ¿lo consideramos un libro o lo consideramos vida? Qohelet, por tanto, no es un texto (objeto, literatura) que habla de la vida, es la vida.

Hoy [2 de abril] es día de efemérides. La primera me recuerda el nacimiento hace 205 años de Hans Christian Andersen. Su infancia fue tan extrema que recurrió a la imaginación como canal de soluciones. ¡Cuántos recuerdos maternos se albergaban en “la pequeña cerillera”! Me parece que, al hilo del tema, debiera hacer referencia a “El traje nuevo del emperador”. Todos lo conocemos así que evito el abstract y me permito preguntar sobre las “abstracciones”: Plan de cinco…, 40 madrugadas…, la lectura de los 7 días…, 8 pasos para…, ¿los métodos son la “existencia auténtica”? ¿La liturgia debe ocupar el lugar de la vivencia? ¿El nivel espiritual se mide por la “cantidad” de lectura, oración o respuesta a las responsabilidades eclesiásticas? Creo que nos han vendido el traje que no es traje y nos aterroriza enfrentarnos a lo que sea por temor a lo que no sea. La religión no es ritual ni reliquia sino relación, relación-anticipación con Todo y con todos.

Laconicum (Sudando la gota gorda)

La verdadera sabiduría del texto bíblico no se pregunta qué sino quién. Qohelet nos lleva a Quien porque es donde el Dasein tiene coherencia. No hablamos de qué es el ser sino quién lo es, ni de qué es la existencia sino quién es.

Os escribo estas líneas un viernes santo (o viernes de pascua por si alguien tiene algún prurito). Esa es la segunda de las efemérides: la cruz. La cruz es el lugar donde se capta la existencia auténtica en su máxima expresión, donde todas las cosas tienen sentido (Col 1,20), lo de la tierra y el cielo, lo físico y lo metafísico. El Quien en la cruz se enfrenta a la nada, Dios frente al vacío, la vida frente a la muerte. El Todo colgado por todos es la mayor concreción de la existencia. No hay evitación ni huída sino responsabilidad y entrega. Quizá esta última palabra sea el término clave porque resume una vida con sentido: encontrarse a uno mismo al darse a los demás. Y Jesús lo hizo.

Hasta los colores se enmudecieron y se cubrió de grises la colina. El sol se opacó de vergüenza, la luna llena emblanqueció de tristeza. Y una neblina, cual vapor, cubrió la escena. Allí, desnudo, torturado, débil, se anonadó. Y la gracia de millones de universos se humilló hasta el madero. Nada parecía tener lógica. Trocó cariño por dolor, bondad por desprecio, afecto por burlas, salud por enfermedad. Y lo hizo con gozo. Fue la tarde de mayor temperatura de la historia y el Cristo sudó sangre.

Libertador San Martín, viernes de pascua del 2010

Víctor M. Armenteros

Universidad Adventista del Plata

[1] Aunque las formas podían tener pequeñas alteraciones, las termas romanas se dividían en varias secciones que incrementaban progresivamente la temperatura. La primera era el apodyterium un lugar donde se dejaba la ropa y se tomaba una especie de gran toalla (pensad que los baños se repartían, usualmente, los días de la semana por géneros para evitar situaciones impropias de las termas). La palaestra era un espacio abierto en el que se realizaban algunos ejercicios previos, algo tan común y necesario para un buen deportista de hoy en día ya era usual en nuestros ancestros romanos. Tercera sección, el tepidarium o zona templada, se inicia el calentamiento de las cámaras para que el choque no sea tan intenso. Cuarta sección, caldarium o zona caliente. Laconium era la sala donde estaba el vapor y también se la denominaba sudarium (el nombre es evidente). Seguiremos esta ruta arquitectónica en el devenir de nuestras reflexiones.

[2] Martin Shuster, “Being and Breath, Vapor as Joy: Using Martin Heidegger to Re-read the Book of Ecclesiastes”, JSOT nº 32.2 (2008):219-244.

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