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“El conflicto de los siglos”

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Stephen Hawkins, el notable matemático y cosmólogo de Cambridge University escribió en su libro de 1988, Una Breve Historia del Tiempo (p. 193) que si los científicos descubrieran la tan buscada “teoría del todo” para explicar los distintos mecanismos del universo, “realmente conoceríamos la mente de Dios”.

Después de leer eso, me quedé intrigado con Oliver Sacks (neurólogo, que escribió en The American Scholar, Otoño 2001, 21-32): “Casi no podía dormir por la emoción la noche después de ver la tabla del sistema periódico de los elementos –me parece un logro increíble haber puesto todo el vasto y aparentemente caótico universo de la química en un orden que barca todo. . . . Haber percibido una organización general, un principio general que une y relaciona todos los elementos, tenía la cualidad de lo milagroso del genio.  Y esto me dio, por primera vez, un sentido de la excelencia del poder de la mente humana, y el hecho de que podría estar en condiciones de descifrar los secretos más profundos de la naturaleza, de leer la mente de Dios”.

¡ESTA FUE PRECISAMENTE MI EXPERIENCIA CUANDO “DESCUBRI” LAS IMPLICACIONES DEL TEMA DEL GRAN CONFLICTO!

Por supuesto, como pastor y luego como profesor de Religión en la universidad, estaba bien familiarizado con la larga guerra que existe entre Cristo y Satanás.  ¡Y que el bien finalmente triunfará sobre el mal!  Después de todo, la mayoría de los cristianos creen eso.  Además, yo estaba muy familiarizado con ese libro notable, el quinto de la serie del Conflicto de los Siglos.

¡Pero saber todo eso, no me hizo más listo que el estudiante de química que sacó una A +  por memorizar la tabla periódica!  Podía cargar mis sermones y conferencias de clase con listas nítidas de textos bíblicos que podían respaldar todas mis enseñanzas acariciadas.

Sin embargo, durante años he percibido en lo más profundo que algo faltaba.  Podía analizar los vericuetos del pensamiento de Pablo en Romanos y sus epístolas pastorales, exponer las cuestiones más destacadas de los acontecimientos de los últimos días, y describir a Jesús como el Salvador de todos los hombres y como el Mejor Amigo.

Sin embargo, no fue hasta que empecé mi doctorado teológico y luché en un seminario tras otro con agnósticos, católicos, y un grupo interesante de eruditos protestantes, que realmente empecé a darme cuenta de que me habían dado el Cuadro Total de cómo tratar y explicar algunas de las cuestiones filosóficas y teológicas que desafiaron a la mayoría.  De hecho, después de un tiempo, me pregunté: “Herb, ¿qué estás leyendo?”

El Tema del Gran Conflicto es el principio organizador de lo que ha llegado a ser conocido como el mensaje distintivo de los adventistas del Séptimo Día.  Proporciona algo así como el pegamento que da coherencia a todas sus enseñanzas –la teología, los principios de salud (el mantenimiento de la salud, más la prevención y la cura de las enfermedades), la educación, la misionología, la eclesiología, las relaciones sociales, el cuidado del medio ambiente, etc.

Recuerdo haber discutido todo esto con John Cobb (de la Escuela de Teología de Claremont), que había reconocido que “cualquier posición desarrollada se entiende mejor cuando se la mira en términos de su estructura esencial.  Esta estructura, a su vez, sólo se puede entender como la encarnación inmediata de los principios controladores de los pensamientos de un hombre”.  Después de revisar varios pensadores seminales del siglo XX, escribió: “En cada caso hemos visto que la filosofía empleada ha afectado profundamente el contenido, así como la forma, de la afirmación de fe.  Por otra parte, la implicación de todo el programa es que la fe cristiana depende para su inteligibilidad y aceptación, de la aceptación previa de una filosofía particular.  En nuestros días, cuando ninguna filosofía cuenta con la aceptación general entre los filósofos, y cuando todas las ontologías y metafísicas son ampliamente puestas en tela de juicio, la precariedad de este procedimiento es evidente”-  Opciones Vivas en Teología Protestante (Philadelphia: The Westminster Press, 1962), 12, 121.

Especialmente cuando se trata de temas interrelacionados, como el por qué del dolor, el sufrimiento y la muerte, y el por qué del mal y todas sus enfermedades malignas, y por qué un Dios todopoderoso, omnisciente y siempre bueno parece tan distante frente a estos problemas, los adventistas del Séptimo Día tienen una idea bíblica clara de por qué existe el mal y cómo va a terminar.  Esta visión del mundo se centra en Jesucristo, cómo explicó Él la naturaleza del mal y cómo debemos relacionarnos con él.  Al hacerlo, estamos a años luz de los principios de organización que enmarcan toda forma de predestinación, naturalismo, idealismo, o existencialismo. Define claramente las diferencias que nos separan de otras iglesias.

No somos ateos que enfrentan las tragedias de la vida y nunca se preguntan “por qué”, porque para ellos la vida no tiene ningún propósito o significado trascendente.  Nosotros no nos conformamos con el karma y su ciclo interminable de fatalidad –donde cada tragedia es simplemente el “merecido resultado de las malas acciones de una vida anterior”.  No sufrimos heroicamente como resultado del kismet –cada desgracia es decretada por Dios.

La singularidad del adventismo no está en un elemento particular de su teología, sino que reside en su comprensión global del mensaje central de la Biblia.  Esta totalidad distintiva del pensamiento adventista está configurada por su principio gobernante y seminal —el  Tema del Gran Conflicto (TGC, o Motivo).  Su atención se centra en la persona de Jesucristo y cómo este enfoque abarca el destino de la humanidad, y también explica el surgimiento y el fin del mal.

Este “principio gobernante y seminal” (de cualquier sistema teológico o filosófico) es similar a la energía latente dentro de la bellota.  La semilla que da forma al árbol tiene su principio organizador. La bellota del roble produce un árbol que luego se identifica fácilmente por su estructura.  El roble no tiene aspecto de pino.  El roble puede ser fácilmente identificado por sus ramas jóvenes, las primeras ramas  que salen del vástago del tronco, luego las ramas más pequeñas que salen de las ramas principales, y, finalmente, su estructura madura.

Un roble es siempre un todo integrado, nunca tiene conflictos o contradicciones tales como la adición de ramas de pino o de manzano, que no le pertenecen.  Del mismo modo, un sistema teológico falso o limitado, puede ser reconocido por sus contradicciones doctrinales o incoherencias, como la creencia en un Dios de amor (que se refleja en Jesús) y también la creencia en el infierno de fuego eterno.

La verdad se despliega como ese principio dinámico de organización que hay dentro de la bellota del roble o de la semilla del melocotón.  Si esa semilla conceptual es, de hecho, verdadera, todo el mundo a su tiempo reconocerá el árbol como profundamente fiel a su principio de organización.  En otras palabras, la verdad no es una serie de temas, como perlas ensartadas en un hilo.  La verdad, para ser la verdad, exige el correcto “principio gobernante y seminal” con el fin de producir la verdad acerca del origen del mal, la causa del sufrimiento y la muerte, el antídoto de Dios para el pecado y la rebelión, y el fin de tanta miseria.  Para los adventistas del Séptimo Día, esa verdad fundamental que rige es el TGC.

Por supuesto, este no es el espacio para explicar todas las ramas entrelazadas del roble TGC que se desarrollan y cohesionan.  Sin embargo, podemos describir su bellota embarazada, cuáles son sus principios de vida, y cómo podemos saber si Jesús podría decir en nuestros días: “por sus frutos los conoceréis”.

La cuestión central en el conflicto de los siglos entre Dios y Satanás es la “libertad”.  Por esa misteriosa palabra (esa palabra que ha convocado coraje indescriptible, honor y generosidad en su defensa) el bienestar del universo ha sido amenazado y puesto en peligro.  ¿Por qué Dios quiso arriesgarlo todo en aras de la libertad?

La macro visión del conflicto cósmico entre Dios y Satanás se puede reducir a una sola palabra: libertad.  Y tal vez se podría reducir a un solo texto misterioso: “El Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13:8; comparar 1 Pedro 1:19, 20).  Si Dios no hubiera dado libertad a las inteligencias creadas, no se habría aparecido el Mal en un universo perfecto.  ¡Tampoco hubiéramos tenido amor!  Y tampoco el Cordero hubiera sido “inmolado desde la fundación del mundo” (Apoc. 13: 8).

¡Dios se puso en riesgo cuando decidió que el amor era digno de riesgo!  Y desde el principio (lo más atrás posible que alguien pueda imaginar) Dios comenzó a pagar el costo de la libertad.  ¡Esta decisión de dar libertad a los seres inteligentes creados es, probablemente, una decisión que ningún ser creado se hubiera atrevido a hacer!  ¿Por qué?  ¿Quién querría dar la libertad a los ángeles o a los seres humanos si se podía ver de antemano cómo se abusaría de ella?

Entonces, ¿por qué Dios siguió adelante?  Porque él sabía que no había otra manera de tener un universo en el que la confianza y el aprecio pudieran florecer –a menos que sus inteligencias creadas tuvieran la libertad de elegir.  ¿Podría alguien pensar que me he visto obligado a amar a mi esposa todos estos años?  ¿Que de alguna manera nos han programado para jugar a este juego que se llama “amor” y que no teníamos ninguna otra opción?  ¡Qué va!

Como pastor he realizado muchas bodas.  He visto la química del amor místico crear nuevos sueños, esperanzas frescas y nobles determinaciones, a veces con un material poco prometedor (al mirar a las parejas de estrellas, al menos desde mi perspectiva limitada).  Sin embargo, más tarde me alegré de ver a hombres y mujeres abandonar trillados hábitos para adaptarse a la vida en común, no porque se vieron obligados, sino porque estaban enamorados.  Pero esta libertad para amar tiene sus riesgos.

¿Por qué es esto así?  ¿Por qué la organización del universo sobre el principio del amor se convierte en un riesgo para Dios?  Debido a que el don de la libertad significa la libertad para no amar, la libertad de decir Sí o No.  Decir Sí sin la libertad de decir No, no es amor, sino la respuesta de un robot.  Y en un robot no hay alegría, no hay confianza mutua ni reconocimiento, incluso si el robot fuera un ángel perfecto.  La libertad es el mayor don de Dios a su creación.

¡Pero a qué costo!  ¿Qué pasa si uno ama pero no es correspondido?  ¡Ese es probablemente el dolor mayor!  Algunos hombres y mujeres nunca superan la angustia de ver a sus novios o esposos irse tras otra persona.  Los padres nunca superan la angustia de ver a sus hijos caer en caminos sin salida, sufriendo el dolor de las consecuencias imprevistas, tarde o temprano.  Así tiene sentido la pregunta: ¿si los padres lo vieran todo de antemano, querrían tener hijos?

Sin embargo, Dios vio todo con antelación.  Él ha estado pagando el costo desde entonces.  ¡Si queremos tener una idea del costo que nuestra libertad ha tenido para Dios, contemplemos la muerte de Jesús!  ¡Pero la cruz es sólo un vistazo momentáneo!  La cruz es para siempre el símbolo de lo que ha venido sucediendo a Dios desde la “fundación del mundo”.

Cuando Dios le dio libertad al universo, Él se dio a sí mismo un dolor de corazón para siempre.  Mida su angustia por miles de holocaustos, como el horror sufrido por los judíos en la Alemania nazi.  Piense en la agonía envuelta en millones de tornados, terremotos, maremotos, y millones y millones de las guerras.  ¡Cuántos padres han visto morir a sus hijos, muchos de ellos de enfermedades o accidentes horribles!  ¿Cuál fue su angustia?  ¡Multiplique eso por miles de millones!  ¡Y Dios vio todo eso, y sintió todo eso, y aún así pensó que tú y yo, y los ángeles, éramos dignos de su sacrificio!  ¡Valía la pena todo ese dolor divino que se ha ido acumulando “desde la fundación del mundo”!  ¡Dolor increíble que está integrado en el amor y la libertad!

¿Podría haber sido de otra manera?  ¡No, si valió la pena en aras de la libertad para todos los seres creados!  No, si Dios quería un universo que pudiera responder a su amor y compartir su gloria.  Dios es el amante cósmico (1 Juan 4:8, 16).  La razón por la que Él se revela es porque Él es amor, y el amor es siempre auto-comunicación; Dios busca a los que ama, y se regocija en los que lo aman a Él.

El amor sólo puede ocurrir cuando los seres inteligentes pueden responder, sin coacción y en perfecta libertad.  Nadie puede ser obligado a amar.  El amor debe ser libre de elegir.  Y los amantes deben ser libres para responder.  Es por eso que la libertad y el amor sólo existen cuando los seres creados son capaces de responder (respons-habilidad); ¡nunca pueden ser  no-responsables!  Si responden con amor a un Dios de amor y a Su voluntad (la actitud de la “fe” que encontramos en el Nuevo Testamento), ellos, sean ángeles o seres humanos, son verdaderamente responsables, cumpliendo con su destino; y si dicen “no” a Dios, son irresponsables, nunca no-responsables.

Y ese es el riesgo que corrió Dios, el de un universo de personas divididas entre aquellos que dicen Sí y los que dicen No.  Para que el riesgo sea aún más doloroso y aterrador, Dios tuvo que arriesgarse incluso a ver a su profesa “novia” haciendo mal uso de su amor y tergiversando Sus intenciones.

Y así, ¡tan pronto como Dios creó a Lucifer, no hubo vuelta atrás!  Él estaba dispuesto a ser “sacrificado desde la fundación del mundo” (Apoc. 13:8) para que Su gran diseño de un universo poblado de individuos llenos de confianza y amor pudiera eventualmente ser realizado  –en un universo eternamente seguro en el que nunca más se levante un rebelde que diga No a las insinuaciones de amor (El Deseado de todas las gentes, 759).

 Además, Dios, el Amante Cósmico, no renunciará a cortejar a su esposa renuente.  Cuando ella comience a decir Sí a su amor persistente, Él comenzará a prepararla para la “boda”, si ella se mantiene en el Sí (“El amor nunca se da por vencido,” 1 Corintios 13:7, NVI).

Dios sabe dos cosas: 1) Él conoce su propia capacidad de ser paciente, y 2) Él sabe que hay gente en cada generación que va a decir Sí a sus propuestas, y que lo representarán correctamente en su profesión y su carácter.  Además, 3) Él sabe que con el registro acumulado de esas personas que inundan el mundo de las generaciones finales, que también están siendo constantemente cortejadas por su Espíritu, eventualmente tendrá un testigo significativo (Mateo 24:14) por medio de quien y en quien Él confía su caso.

Dios no descansará hasta que haya “sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes” (Apocalipsis 7:3), los que tienen el “nombre del Padre escrito en sus frentes. . . . Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. . . . Y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios “(Apocalipsis 14:1,4,5, véase también Apocalipsis 22:4).  ¡Estas personas realmente aseguran el universo para siempre!

El amor gana, pero también pierde.  El amor permanece, pero algunos ángeles y seres humanos apartarán sus rostros para siempre.  Tal rechazo del amor de Dios ha sido el riesgo de Dios desde el principio.  Tal vez Jesús reveló el corazón de Dios más claramente cuando dijo, poco antes de que Su propio pueblo lo matara: “Jerusalén, Jerusalén. . . ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!  He aquí, vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:37, 38).

El riesgo de la concesión de la libertad no era sólo que Dios podía tener un dolor de corazón para siempre.  También Dios se pondría a prueba a Sí mismo.  Se convirtió en Uno cargado con las más perversas e injustas acusaciones que podrían ser lanzadas contra nuestro Amante Santo.  Durante miles de años, ha parecido que Satanás con sus acusaciones ha estado ganando.  Al parecer son más las personas que han creído las mentiras de Satanás acerca de Dios, que los que han tenido fe en su Palabra, en sus promesas, en su fidelidad.  Todo este triste y autodestructivo trueque de la independencia en lugar de la verdadera libertad será tratado en las próximas lecciones.

Quizás la cita que sigue es el más bello resumen del propósito dominante de Dios en lo referente a lo que Él quiere lograr al presentar su lado de la controversia:

“El tema central de la Biblia, el tema alrededor del cual todos los demás libros se aglutinan, es el plan de la redención, la restauración en el alma humana de la imagen de Dios.  Desde el primer indicio de esperanza en la sentencia pronunciada en el Edén hasta la última promesa gloriosa del Apocalipsis: “Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4), el tema de todos los libros y de cada pasaje de la Biblia es el desarrollo de este maravilloso tema –la elevación del hombre— el poder de Dios “que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”, 1 Corintios 15:57.  El que capta este pensamiento tiene ante sí un campo infinito para su estudio.  Tiene la llave que abrirá ante él todo el tesoro de la Palabra de Dios” (La Educación, 125-126).

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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