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El mejor momento de Caleb

Alguien nacido como esclavo, y con un nombre que significa “perro”. Imagínese:

“Oye, niño esclavo, ¿cuál es tu nombre?”

“Mi nombre es Caleb, señor.”

“Perro, ¿eh?, ¡qué apropiado!”.

Pero Dios liberó a Caleb y a su pueblo. La mayoría de los israelitas nunca tuvieron la experiencia de la libertad. Pensaban que era leche y miel, en lugar de ollas de carne y cebolla. Creían que el hombre de la vara mágica los conducirá al Paraíso cómodamente y en poco tiempo. Pero al ver los obstáculos en el horizonte, que la comida y el agua se agotaron, o que el líder con la vara desapareció en la montaña durante algunas semanas, su libertad se convirtió en caos, sus papilas gustativas se acordaban de las ollas de carne, y añoraron la esclavitud, porque eso es lo que eran: todavía esclavos en el corazón.

Caleb era diferente. Él sabía que la libertad era para servir a un nuevo Maestro de naturaleza divina. Otros miraron a su alrededor y se quejaron ante Moisés, pero Caleb miró a la brillante columna de nubes y alabó al Dios que lo había liberado.

Tarde o temprano, la diferencia entre la actitud de Caleb y la de su pueblo seguramente resultaría en una colisión frontal. Y sucedió en Qadesh-barnea, en el desierto de Parán, cuando volvieron de la tierra de Canaán, Caleb con otros once jefes. Los doce espías afirmaron unánimemente que la tierra, en efecto, fluía leche y miel, y para demostrarlo trajeron un poco de fruta dulce, incluyendo un racimo de uvas gigantescas.

Sin embargo, diez de los espías acentuaron lo negativo: la gente fuerte, las ciudades fortificadas, los gigantes. Sus corazones desfallecieron y la Tierra Prometida de repente pareció poco prometedora. Perdiendo su experiencia pre-cristiana, los hijos de Israel se quejaron: “Es porque el Señor nos odia que nos ha sacado de la tierra de Egipto, para entregarnos a los amorreos, para destruirnos” (Deut. 1:27; NVRS de aquí en adelante). El perfecto miedo echa fuera el amor (al contrario de 1 Juan 4:18).

Moisés trató de tranquilizar a la gente, pero el clamor de las quejas sólo aumentó. Entonces un hombre se adelantó y gritó: “¡Has!”, que en hebreo suena como “shhh”, ¡silencio! Era Caleb de Judá. No era un refinado orador motivacional, pero sus siguientes palabras deberían ser el lema de la declaración y la misión de cualquier persona que desee entrar en el reposo del Señor, en la tierra que él ha prometido. Caleb instó: “Subamos ahora y ocupemos la tierra, porque somos perfectamente capaces de hacerlo” (Números 13:30).

“Somos perfectamente capaces”. ¿Era algo irreal? Caleb sabía lo que eran las fortificaciones y los gigantes porque, a diferencia de la mayoría del pueblo, los había visto. Su pueblo carecía de personal, recursos, infraestructura y presupuesto para superar los obstáculos. Pero cuando Caleb dijo: “somos perfectamente capaces”, incluía al Señor en el pronombre “nosotros”, porque Dios estaba con su pueblo.

Así que ¿por qué no dio Josué, otro espía, un discurso también? Estaba de acuerdo con Caleb. Pero él había sido ayudante de Moisés. Todo el mundo sabía que tenía intereses creados. Las personas que no escuchaban a Moisés ciertamente no prestarían atención a Josué. Pero Caleb no tenía esta conexión especial. Él podría haber estado, fácilmente, del lado de los otros diez espías. Después de todo, ¿no eran la mayoría?

Fue la teocracia, no la mayoría, la que gobernó el corazón de Caleb. La democracia puede ser buena, pero ni siquiera una votación aplastante podría haber cambiado la tenaz determinación de Caleb de seguir al Señor.

Tal vez por un breve y brillante momento, el valor de Caleb encendió una chispa de esperanza en el pueblo. Pero se apagó rápidamente cuando la mayoría oral se hizo cargo de la tribuna y comenzaron a oponerse. Decididos a desanimar al pueblo, empezaron a hablar mal de la tierra que antes habían elogiado, diciendo que “se devora a sus habitantes”. Ellos exageraban, comparándose con saltamontes en la presencia de los habitantes de Canaán, y afirmaron haber visto algunos nefilim, los descendientes de los famosos gigantes que vivieron antes del diluvio. Canaán era un parque jurásico, habitado por humano-saurios.

Toda esa noche los israelitas regaron el desierto de Parán con sus lágrimas, y por la mañana se levantaron para rebelarse contra sus líderes, Moisés y Aarón. Entonces Josué y Caleb rasgaron sus ropas y rogaron al pueblo, pero no obtuvieron nada más que amenazas: “toda la congregación amenazó apedrearlos” (Números 14:10).

Así que Dios sentenció a la generación adulta de los israelitas de una manera proporcional a su crimen: Se negaron a vivir en Canaán, por lo que iban a morir en el desierto, excepto Caleb y Josué. El Señor señaló al leal Caleb con una mención especial: “Pero a mi siervo Caleb, porque tiene un espíritu diferente y me ha seguido de todo corazón, lo voy a traer a la tierra en que entró, y sus descendientes la poseerán” (Núm. 14: 24).

Después de lamentarse de nuevo, el pueblo se levantó a la mañana siguiente, listo para salir: “Henos aquí para subir hasta el lugar que el Señor ha prometido, porque hemos pecado” (Números 14:40). Esta fue una confesión sin arrepentimiento. Anteriormente no querían ir a donde Dios los guiaba, ahora querían ir a donde Dios ya no los llevaba. Contra la advertencia de Moisés, “se obstinaron en subir a las alturas de la montaña” (v. 44) y se hicieron perseguir por todo el sur de Palestina.

A la zaga, corriendo hacia adelante, ladrando al árbol equivocado. Mi casa, que estamos empezando a llamar la Tierra de los Canes, tiene dos perros así. Cuando vamos a dar un paseo, no es natural que Sombra y Príncipe vayan al lado nuestro. Quieren tironear en los extremos de las correas para ser el perro guía, y se distraen fácilmente con una merienda potencial o con un aroma deliciosamente desagradable.

Para obtener algún tipo de control, Connie, mi esposa, llevó a Sombra a clases para aprender a obedecer. Como un “sanguíneo-flemático”, este hermoso Golden Retriever prefiere el afecto a la disciplina. Decimos que sería una buena mascota para el Seminario, porque él ama a la gente, tiene la voz de un predicador, y es dogmático. Sin embargo, a pesar de que él y Connie han tenido algunos desacuerdos graves, está aprendiendo a quedarse a nuestro lado cuando caminamos. Pero lleva su tiempo.

Le llevó su tiempo a los hijos de Israel aprender a permanecer con el Señor. Él los entrenó llevándolos por todo el desierto, lejos de las distracciones.

Cuarenta años no hicieron a Caleb más fuerte físicamente, pero tampoco disminuyeron su confianza en Dios. Cuando finalmente llegó el momento de tomar la tierra, Caleb, de 85 años de edad, pidió el peor barrio que había: Hebrón, donde estaban los gigantes más grandes. Como un ejemplo para los hijos de Israel, para demostrar la verdad de lo que había dicho en Qadesh-barnea, Caleb voluntariamente enfrentó el mayor desafío y persiguió a esos gigantes para sacarlos de la ciudad (Jueces 1:20). Debido a que él era un seguidor del Señor, los gigantes eran sus presas naturales.

Caleb se estableció en su heredad. Pero escuchamos acerca de él una vez más en la historia. Tenía una hija llamada Acsa, y él quería que se casara con un hombre de verdad. Así que, como en algunos cuentos de hadas, él anunció que iba a darla como esposa a un hombre que realizara un acto heroico. En este caso, el desafío era tomar la ciudad de Quiriat-sefer, que significa “Ciudad del Libro”. Otoniel ganó el premio y se casó con Acsa, a quien Caleb dio una cierta extensión de tierra.

Acsa estaba agradecida por la tierra, pero para criar en ella a su familia necesitaba agua para el riego. Por lo que instó a Otoniel a solicitar un campo con manantiales de agua. Pero Otoniel fue reticente en pedir más a su poderoso suegro. Podemos imaginar a Acsa diciéndole: “Vamos, Otoniel, mi padre es un buen hombre. Has conquistado una ciudad, ¿y tienes miedo de hablar con mi padre?” Acsa entonces le hizo el pedido a Caleb directamente, y éste generosamente le dio “las fuentes de arriba y las de abajo” (Jos. 15:19; Jud 1:15.).

Entonces, ¿cuál fue el mejor momento de Caleb? ¿Tal vez el de su discurso en Qadesh-barnea, cuando se puso en pie ante toda la congregación de Israel? ¿O tal vez el de su decisión de desafiar los gigantes de Hebrón?

Yo sugeriría otra posibilidad: el mejor “momento” de Caleb fueron los 40 años en el desierto. Esa fue realmente una espera heroica. Si alguien tiene derecho a quejarse, ese era Caleb. Debido a los errores cometidos por otros, fue privado de 40 años de vida en la Tierra Prometida, donde podría haber disfrutado de la leche y la miel, sentado debajo de su vid y su higuera. Él no tenía necesidad de todos esos años adicionales de formación. Estaba dispuesto a ir. Pero en lugar de apresurarse a la conquista de Canaán por sí mismo, se quedó con el Señor y con su pueblo defectuoso.

Aprendemos de la historia posterior de Otoniel, que Caleb no estuvo inactivo en el desierto. Él había ayudado a educar a la generación siguiente para que hiciera lo que él hizo: seguir de todo corazón al Señor, esperar grandes cosas, y tener la seguridad de que Dios provee para los suyos, así como él había dado una tierra con fuentes de agua a su hija. La próxima generación entró en la Tierra Prometida, y en un momento de crisis Otoniel llegó a ser el primero de los jueces, el que llevó a Israel a la liberación.

Aquí encontramos una sociedad con buena educación, próspera, un verdadero “pueblo del Libro”. Ha habido batallas en el pasado y las habrá mayores en el futuro. Pero ahora estamos en la posición de Caleb durante los 40 años. Tenemos que esperar. Y mientras tanto tenemos la enorme responsabilidad y el privilegio de decirle a la gente cómo pueden seguir al Señor, de todo corazón, hasta el final, a pesar de las fortificaciones, los gigantes y las tribulaciones, al lugar donde “el Cordero … será su pastor y los guiará a fuentes de agua de la vida, y [donde] Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”(Apocalipsis 7:17).

En Primeros Escritos, en un punto estratégico justo antes de describir su primera visión (p. 14), Elena de White escribió:

He tratado de traer un buen informe y algunos racimos de la Canaán celestial, por lo cual muchos me apedrearían, como la congregación quiso hacerlo con Caleb y Josué por causa de su informe (Números 14:10). Pero yo os declaro, hermanos y hermanas en el Señor: es una buena tierra, y somos perfectamente capaces de subir y tomar posesión de ella.

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