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Todavía un sueño

¿Cómo ha podido un aspecto del adventismo ocupar un lugar central en sus primeros días y ser aparentemente irrelevante en la actualidad? La pregunta no es fácil de contestar, pero el aspecto que tengo en mente es fácilmente identificable. La temperancia, descrita por la pionera adventista Elena G. de White como “mi tema favorito,” está tan pasada de moda hoy en día que la palabra misma se utiliza muy raramente –y cuando se la usa, es más probable que se la confunda con el concepto de moderación en la dieta, y con peculiaridades de los entusiastas del siglo XIX, como J. H. Kellogg.

En 1874, Elena de White escribió un sueño en el que todos los líderes de la iglesia se reunieron al aire libre (Se Puede leer todo el relato en La Temperancia, pp. 200-2.). Sentado cerca del que presidía la reunión, estaba “un hombre alto y joven que a menudo he visto en mis sueños, cuando asuntos importantes se encuentran bajo consideración”, escribió. Pidió a los dirigentes que firmaran una promesa de temperancia. Los dos primeros jefes del grupo y otros veinte o treinta objetaron. El joven tenía una “mirada triste, apenada” por esto. “Vuestro destino eterno depende de la decisión que ahora hacéis”, les dijo. “Una vez más presentó el documento y de manera autoritativa dijo: ‘Firmen este papel o renuncien a sus cargos…. Como mensajero de Dios vengo a ustedes y demando sus nombres…. Cuando las plagas de Dios caigan a su alrededor, entonces verán los principios de la reforma pro-salud y la temperancia estricta en todas las cosas, –esa temperancia es el fundamento de todas las gracias que vienen de Dios, el fundamento de todas las victorias que se pueden obtener’.

Aquí la guía divina y la temperancia se vinculan como el elemento vital para sobrevivir a las plagas y crecer en la gracia. Es evidente que la temperancia es algo más que decir “no” a otra porción de pan o helado.

Para mí la ficha cayó hace algunas décadas en Australia, en medio de una crisis doctrinal que comenzó como una discusión sobre la santificación y la gracia, y terminó en gran medida inclinada hacia la conclusión: “Estoy bien, estás bien, porque Dios nos ama”. En medio de esos tiempos de descubrimiento, mi padre me presentó un libro de Elena G. de White extrañamente desconocido por la mayoría de los adventistas. Es un libro de encuadernación roja de 96 páginas, escrito como un libro y no como una recopilación, bajo el título de Confrontación, o como fue publicado originalmente en 1878, La tentación de Cristo en el desierto. No podía creer la naturaleza simple de las declaraciones sobre temas relacionados con la caída del hombre, y cómo hemos de ser regenerados a nuestro estado original, divinamente planeado.

Confrontación tiene un paralelo interesante con una gran obra de la literatura inglesa, El Paraíso recuperado, de John Milton, poeta y panfletario de Oliver Cromwell y de la causa puritana a mediados del siglo XVII. Su obra cumbre, El Paraíso perdido, había establecido claramente el modelo de “el gran conflicto” con su explicación de la rebelión en el cielo y la caída del hombre. En El Paraíso recuperado, como en Confrontación, el punto es que lo que se perdió es ahora recuperado por Jesús en el desierto. Para Elena G. de White es muy claro: el hombre cayó en el asunto del apetito, y Jesús venció en ese mismo punto, no sólo vicariamente por nosotros, sino que también nos dio el poder para emular esa victoria.

Nada más lejos de mi intención que intentar diseccionar el libro entero aquí, pero algunas citas deben indicar la importancia de largo alcance que Elena de White le da a “la temperancia” en nuestros días. “Si todos los pecados que han provocado la ira de Dios sobre las ciudades y naciones se entendieran completamente”, escribió, “se vería que sus aflicciones y calamidades son el resultado de los apetitos y las pasiones incontroladas” [pág. 73].

Por supuesto que hay ejemplos bíblicos para reforzar la línea de la lógica de la profetisa. Ella cita la historia de Nadab y Abiú, los hijos de Aarón que fueron destruidos por el Señor por ofrecer fuego extraño. Elena G. de White dice que fue su mente entumecida, en estado de intoxicación, lo que los llevó a ignorar las órdenes de Dios. Por lo tanto, debemos tener la mente clara para alcanzar la obediencia santa. También hay un claro paralelismo con la abstinencia nazarea de bebidas fuertes y ricas comidas –no para ostentación sino para aclarar el sentido de compromiso.

La “confrontación” implica la continua batalla con la carne y el hombre de pecado:

“[Satanás] sabe bien que es imposible para el hombre cumplir con sus obligaciones con Dios y sus semejantes mientras daña los órganos que Dios le ha dado. El cerebro es la capital del cuerpo. Si las facultades perceptivas son entorpecidas por la intemperancia de cualquier tipo, las cosas eternas no se han de discernir”[pág. 57].

Volviendo a lo que el joven dijo en el sueño de Elena G. de White acerca de la importancia de la temperancia, la siguiente advertencia es muy seria, y fue dada como un complemento a la necesidad de superar el apetito:

“Es una certeza de que a menos que podamos vencer como Cristo venció, no tendremos un asiento con Él en su trono. Los que frente a la luz y la verdad destruyen su salud mental, moral y física, por medio de la indulgencia de cualquier tipo, perderán el cielo” [pág. 79].

Sin duda algunos lectores dirán que este sueño se centra en Elena G. de White y no tiene suficientes textos de prueba. Mi propósito es recordar una herencia adventista, y un enfoque distintivo sobre la temperancia que iba mucho más allá del “modelo de prohibición” de la época. De ningún modo era indiferente a sus males sociales y diversos problemas, pero, además, tenía mucho que ver con la santificación personal y la preparación de un pueblo para encontrarse con su Señor que viene pronto. Por supuesto, la Biblia está llena de exhortaciones a la “temperancia” –después de todo, es uno de los frutos del Espíritu, según Pablo. La temperancia –el control de los antojos del hombre caído que entorpecen la sensibilidad espiritual— es el subtexto de la dieta levítica y de las reglas de conducta; la moraleja de muchas historias de vidas sin control; el significado detrás de los votos de Nazareo; la lógica subyacente a los repetidos llamamientos de Pablo a suprimir la carne y vivir según Dios. Y como Milton y Ellen White afirman en sus obras magistrales, lo que se perdió en los primeros rounds del gran conflicto, se recupera en el desierto de la abnegación.

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