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El gozo de su presencia

El otro día mi mujer trajo a casa algunos tomates madurados en la planta. Allí estaban, como burbujas de color rojo, frutos colgando de verdes pero fulminantes grupos de plantas, haciendo alarde de cierto sabor de tomate de huerta. El síndrome del perro de Pavlov se presentó cuando empecé a soñar con tomates frescos en mi pajar (una ensalada de taco caliente) y sándwiches. Imaginen nuestra decepción cuando cortamos nuestro primer tomate, sólo para descubrir que era blando y casi sin sabor. Alguien había cortado esa rama de la planta antes de tiempo. Para tener buenos frutos se requiere estar conectado a una planta durante toda la fase de maduración. Ser separado de la planta es una garantía de frutos malos.

Cuando Jesús compara nuestra relación con Dios con la relación entre las ramas de la vid y la planta (Jn 15) reiteró un principio que fluye a través de toda la Escritura: Dios se goza en conectarse con las personas. Lo vemos en el principio del mundo, cuando creó al sábado para poder disfrutar de su creación junto con Adán y Eva (Génesis 2:2,3). Más tarde, lo vemos venir a dar un paseo con ellos, sólo para ser decepcionado cuando los encuentra escondidos (Génesis 3:8-9). Este principio también se descubre temprano en el libro de Éxodo, cuando dice: “Haced un santuario para mí, y moraré entre ellos” (Éxodo 25:8). Dios tiene tanto interés en estar con la gente, que uno de los nombres que se da a sí mismo en su encarnación es Emmanuel, que significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Una de las promesas finales de Jesús a sus discípulos, antes de su ascensión, fue: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Entonces, en la gran culminación vemos a Dios como vencedor, cuando grita desde Su trono: “He aquí [leer ¡Al fin!] la morada de Dios con los hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. (Apoc. 21:3).

Dios está tan deseoso de estar con nosotros, que Jesús volvió a ese tema una y otra vez en sus últimas conversaciones con sus discípulos, al tratar de prepararlos para su partida. Es importante leer Juan 15 en el contexto de los capítulos 14 a 17 del evangelio de Juan. Esos capítulos están atravesados por frecuentes referencias de Jesús a su deseo de estar con su pueblo (Juan 14:3, 18-20, 23). Él anhela la unidad intencional de su pueblo con su Padre y con él mismo (Juan 17:20-23, 26). Es una unidad que sólo puede lograrse a través del Espíritu Santo. Es tan íntima que no sólo su Espíritu está con nosotros, sino también en nosotros (Juan 14:16-17). Jesús desea una unidad tan completa que compromete a estar en nosotros por medio del Espíritu.

Al elegir la vid como ilustración didáctica, Jesús deliberadamente quiso decir que cada faceta de nuestras vidas es muy dependiente de nuestra relación con Dios. Descuidar la relación lleva a una muerte segura: no sólo para la eternidad, después del juicio definitivo, sino también aquí y ahora: una muerte en vida, un vacío, una existencia auto-destructiva en esta vida. Sin embargo, si optamos por aceptar su presencia a través de su Espíritu Santo, descubrimos la vida en abundancia, llena de alegría, amor, paz, propósito y significado. Pablo contrasta los resultados de esas dos opciones opuestas cuando compara los actos de la naturaleza pecaminosa (de los que están sin Dios) con los frutos de la vida llena del Espíritu (Gálatas 5:19-23).

Es en el disfrute de la presencia de Dios a través de su Espíritu Santo que logramos una experiencia fructífera, una vida con propósito. Es una consecuencia natural de vivir Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros”. A menudo complicamos las cosas centrándonos en nuestro comportamiento exterior, pero los frutos son las actitudes interiores y no las del comportamiento exterior. A medida que buscamos a propósito experimentar la presencia de Dios y el amor incondicional, Él nos da corazones que sienten y actúan como Dios lo hace (Ezequiel 36:25-28).

Jesús hace hincapié en la inutilidad de tratar de hacer crecer nuestros propios frutos, al declarar, “separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15:5). Por medio de nuestro propio poder, somos capaces de producir sólo uvas de plástico, sin sabor, y tóxicas. Dios prefiere que nos desconectemos y seamos estériles en lugar de producir plástico (Ap. 3:14-16).

Nos unimos a Dios, la Vid verdadera, cuando nos concentramos en su amor, manteniendo la mirada en su carácter justo, puro y amante. Entonces podemos encontrarnos “llenos del fruto de la justicia que viene a través de Jesús el Cristo –para quien sean la gloria y alabanza de Dios” (Fil. 1:10-11). Sólo haciendo de Jesús el centro de coordinación de nuestra vida, la razón de nuestra existencia, vamos a experimentar alguna vez los frutos del Espíritu. Aquellos maravillosos frutos del Espíritu son el resultado natural de nuestra relación con Dios, una relación iniciada y mantenida por el mismo Dios (Juan 12:32). Sólo tenemos que permitir que todos los días nuestras mentes y corazones disfruten de su presencia a través de su Espíritu Santo.

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El autor desea expresar su aprecio por el libro de Morris Venden, Uvas, publicado por la Pacific Press, en 1986. Recomienda encarecidamente ese libro como material de estudio para complementar este conjunto de lecciones.

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