Skip to content

La vaca alazana: Provisión para la purificación

Números 19:1-10 prescribe una ofrenda de purificación única (la llamada “ofrenda por el pecado”). Se llevaba a cabo fuera del campamento israelita, donde una vaca roja era totalmente quemada y sus cenizas se almacenaban para uso futuro, en la purificación de personas que tenían una impureza ritual física grave. Esta impureza era ocasionada por el contacto o proximidad con (estar bajo el mismo techo) seres humanos muertos (cf. versículos 11-22).
Si no fuera porque el sacerdote rociaba sangre hacia el santuario (v. 4) y por la declaración explícita de que se trataba de una ofrenda “de purificación, una expiación” (v. 9), podríamos tener dificultades para saber que el ritual era un sacrificio (= ofrenda) ofrecido a Dios.
El aspecto del ritual que más ha sorprendido a los intérpretes por más de un milenio, es el hecho de que los participantes se tornaban impuros, pero las personas impuras a quienes las cenizas hidratadas se aplicaban posteriormente, se purificaban. Es como si la impureza viajara hacia atrás en el tiempo, de las personas impuras a las cenizas, y luego a la vaca de la cual las cenizas derivaban, que a su vez transmitía impureza a los que entraban en contacto con ella (incluyendo su sangre). Este salto en el tiempo es único en el antiguo sistema ritual israelita. En todos los demás casos, los rituales son posteriores a los males que eliminan o remedian.
Parece que el procedimiento excepcional para hacer frente a la contaminación causada por un cadáver, estaba diseñado para resolver una serie de problemas (sobre este ritual y su significado para nosotros, ver Roy Gane, Levítico, Números [Comentario para aplicación de la NVI; Grand Rapids: Zondervan, 2004], 658 -667). En primer lugar, el procedimiento trataba una impureza ritual física muy grave. Hyam Maccoby ha demostrado convincentemente que el denominador común entre esas impurezas simbólicas (cf. Lv 12-15), que debían mantenerse alejadas de la esfera sagrada centrada en el santuario, era “el ciclo nacimiento-muerte que incluye la mortalidad” (El ritual y la moral: El sistema de pureza ritual y su lugar en el judaísmo [Cambridge: Cambridge University Press, 1999], 49; véase además, Gane, Levítico, Números, 224-227). Esto tiene sentido porque Dios, cuya Presencia Shekinah residía en el santuario, es la fuente de la vida, el amor y la pureza. Pecado = falta de amor, lo cual es antagónico a Dios y su resultado es la muerte/mortalidad (Rom 6:23), porque “el amor es la única base sobre la que los seres inteligentes con libre albedrío pueden vivir en armonía y no destruirse unos a otros” (Roy Gane, Llamado de altar [ Berrien Springs, MI: Diadema, 1999], 88). La impureza causada por un cadáver tenía una conexión evidente y directa con la muerte, por lo que su impureza era virulenta y así exigía un recurso ritual importante.
En segundo lugar, el ritual de la vaca rojiza eliminaba la necesidad de un costoso sacrificio cada vez que alguien moría, evitando así mayores dificultades a las familias que ya habían sufrido una pérdida. La impureza de la muerte humana era inevitable porque los muertos tenían que ser enterrados, pero para las personas el remedio era rápido, fácil y barato: una pizca de cenizas de la vaca alazana mezclada con “agua corriente” (Números 19:17), es decir, agua fresca de una fuente que fluye. El color rojizo de la vaca, junto con los hilados escarlata y la madera de cedro (que también puede ser de color rojizo), hacía hincapié en la función del agua con cenizas: es equivalente a la sangre (roja) de una ofrenda de purificación, que simbólicamente absorbía y llevaba el mal (Lev 6:27 [Heb. v. 20]; cf. Gane, Levítico, Números, 148-150). Debido a que la solución era fácil, la gente podía inclinarse a tomarla a la ligera, pero era importante y obligatorio evitar la contaminación del santuario de Dios, incluso a distancia, por lo que descuidarla daba lugar a la pena de “cortar” (cortar la línea de descendientes de la persona y / o negación de una vida futura; Núm. 19:13, 20; cf. Lev 20:3).
En tercer lugar, producir una ofrenda de cenizas suficiente para toda la comunidad, y para utilizar en muchas ocasiones, requería de un ritual significativo. Otras ofrendas de purificación para los comuneros individuales no requería más que animales hembras de rebaño (cabras u ovejas, por ejemplo, Lev 4:28,32; 14:10,19). Pero para la víctima de la contaminación causada por un cadáver, era necesario el más grande y más costoso animal hembra: una vaca.
Por cierto, como todos los animales de los sacrificios israelitas, las víctimas hembras representaban a Cristo (cf. Juan 1:29) evaporando así la idea de que un ser del género femenino no podía representarlo. Es cierto que los sacerdotes estaban limitados a un pequeño grupo de hombres (Aarón y sus hijos), sin embargo, hay razones prácticas para eso (la impureza menstrual ritual podría poner en peligro la santidad del santuario, la necesidad de la función militar para proteger el santuario, y la cultura patriarcal existente en ese tiempo –a la cual Dios se adaptó, en lugar de dedicarse a la ingeniería social). Estas razones no establecen principios eternos para el ministerio cristiano, en el cual existe el sacerdocio de todos los creyentes (1 Pedro 2:9). Los cristianos no tienen un sacerdocio mediador de elite, aparte del de Cristo en el cielo (cf. Heb. 4:14-16).
En cuarto lugar, otras ofrendas de purificación transferían las impurezas existentes de los que las poseían y presentaban la ofrenda (por ejemplo, Lev. 12:7). La secuencia funcionaba hacia adelante en el tiempo, desde la “necesidad” (impurezas) a la “provisión” (remedio ritual). Debido a la conexión entre la ofrenda y la víctima, las impurezas del oferente ya estaban en el animal y se llevaban a través de su sangre (Lev. 6:27) al santuario, del que eran retiradas en el día de la expiación (Lev 16:16,19). Las cenizas con agua para la impureza causada por un cadáver, por otra parte, eliminaría las impurezas futuras de personas que no tenían ninguna participación o contacto con la vaca alazana. Así que, a diferencia de la sangre ofrecida para purificación, el agua con cenizas de la vaca alazana no tenía contaminación previa. Cuando esta “agua de purificación” tocaba a la persona impura, absorbía a su impureza. Esta acción tenía consecuencias en el proceso ritual general de “necesidad” a “provisión”, pero en este caso el proceso funcionaba hacia atrás en el tiempo, porque el sacrificio de la vaca alazana hacía provisión antes de que la necesidad ocurriera. Por lo tanto, el agua con ceniza contaminada transmitía la impureza “hacia atrás”, a la persona pura que la rociaba o aplicaba (Núm. 19:21) y a la vaca alazana de la que habían salido las cenizas, contaminando a los que participan en el sacrificio y en el almacenamiento (vs. 7-8,10).
En quinto lugar, el flujo masivo de muchas impurezas hacia la vaca alazana la contaminaba de tal manera que no se podía ofrecer en el santuario, y ni siquiera en el campamento que albergaba el santuario (cf. Núm. 5) sin poner en peligro la santidad de este último. El animal tenía que ser ofrecido fuera del campamento.
Hemos encontrado que el extraño ritual de la vaca roja tiene sentido una vez que se entiende su lógica. Pero, ¿qué pueden los cristianos del siglo 21 aprender de él? Como se mencionó anteriormente, al igual que todos los demás animales de sacrificio del sistema ritual israelita, la vaca rojiza representaba a Cristo. El Señor murió no sólo para salvar a la gente de los pecados que ya habían ocurrido; su sacrificio hecho “una sola vez” (Heb. 9:28) también fue hecho para poner remedio a los males futuros, así como la vaca roja hacía provisión para el futuro. El sacrificio de Cristo nos beneficia cuando permitimos que su gracia transformadora sea aplicada a nuestras vidas a través de la fe (Heb. 9:11-14, véase la referencia a la vaca alazana; cf. Juan 3, Tito 3:4-7), pero rechazar esta disposición es rechazar a Dios y la salvación que nos ofrece gratuitamente (cf. Núm.19:13, 20).
El procedimiento de la vaca rojiza purificaba a las personas de impurezas rituales físicas, que no eran aquellas violaciones de la ley de Dios que llamamos “pecados”. Así, la NVRS entiende correctamente el final de Números 19:9 al etiquetar la quema de la vaca alazana como “una ofrenda de purificación” (cf. NJPS, “de limpieza”). Sin embargo, la versión [inglesa] King James, la VRS, NVI, NKJ, NBAS, NAS95, traducen mal al verter “de purificación” o “purificación del / por el pecado”. [La Versión Valera también se equivocaría al traducir “es una expiación”; nota del traductor]. Al confundir las impurezas rituales físicas, en las que se podía incurrir involuntariamente (por ejemplo, la menstruación, las emisiones nocturnas), con la comisión de pecados, que siempre implica algún tipo de elección o acto voluntario, algunos han apoyado su idea equivocada de que pecamos de forma automática todo el tiempo.
Es cierto que el sacrificio de Cristo nos salva, tanto de nuestras acciones y pensamientos pecaminosos como de nuestro estado de pecado, que incluye nuestra mortalidad y las malas tendencias surgidas de nuestra naturaleza física depravada. Jesús no vino sólo para perdonar, sino para darnos vida eterna (Juan 3:16). Si bien debemos reconocer la distinción entre faltas morales y las impurezas rituales físicas, la ofrenda de la vaca alazana nos enseña acerca de la provisión por adelantado que Cristo hizo para todo tipo de males. En la cruz, en/alrededor del 31 d.C., Cristo se “hizo pecado” (2 Cor. 5:21) por mí, aunque mi mortalidad y mis pecados, que él llevó en la cruz, no existieron hasta 1955.
¡Para los que vivimos después de la cruz, el ritual de la vaca alazana encapsula una gloriosa garantía del Evangelio! Ya se hizo provisión para nosotros en la cruz (2 Cor. 5:19; Hebreos 9:12), y todo lo que tenemos que hacer es aceptarlo (2 Corintios 5:20). El costo para nosotros es gratis (ver Isaías 55:1), aunque el costo para Dios fue horrible.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.