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La interpretación de la Escritura como revelación

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

La forma más autorizada en la que Dios se nos revela es a través de la Escritura. La naturaleza, la conciencia, y los profetas no canónicos son también importantes canales a través de los cuales Dios se comunica con nosotros. Debido al irrefrenable deseo divino de comunicarse con nosotros, sin embargo, su revelación nos enfrenta constantemente, en casi todas las situaciones. Hay personas que dicen haber oído la voz de Dios hablando con ellos al enfrentar decisiones difíciles. Otros han informado que Dios les habló al abrir la Biblia, y que sus ojos cayeron sobre versículos que les dieron de inmediato paz y consuelo en su hora de necesidad. En resumen, existen abundantes pruebas de que Dios trata de llegar a los seres humanos con su mensaje de amor de casi toda manera posible.

Sin embargo, la más importante y frecuente forma en que Dios desea comunicarse con los seres humanos es a través de la interpretación de la Escritura. No está claro por qué esta importante fuente de revelación divina es a menudo pasada por alto.1 Quizás se debe a que la revelación es a menudo vista como algo que Dios comunica directa y místicamente a sus mensajeros inspirados, y no como lo que uno puede aprender por la interpretación de la Escritura. Esa opinión mística de la revelación, sin embargo, no puede sostenerse a la luz de la Biblia, porque gran parte de las Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, es en realidad una interpretación de las Escrituras anteriores. Si tuviéramos que limitar la revelación estrictamente a la directa y mística comunicación de Dios a sus mensajeros, tendríamos que reducir la Biblia a una fracción de su tamaño actual. Por ejemplo, Romanos 4 es una interpretación sostenida (forma conocida como midrash) de la historia de Abraham en Génesis 12–21. Gran parte de Hebreos es también una interpretación de diversos pasajes del Antiguo Testamento. Incluso Apocalipsis, un libro basado en visiones, se compone en gran parte de alusiones y ecos del Antiguo Testamento. Cualquier persona que tiene la opinión de que la revelación es, ante todo, ya sea una visión panorámica o bien una comunicación palabra por palabra del mensaje de Dios a algunos místicos, será decepcionado por la Biblia, porque una parte importante de ella es una interpretación y aplicación de sus partes anteriores.

A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los seres humanos cuando abrían las Escrituras y trataban de interpretarla. Tal vez una clara descripción de un incidente de ese tipo se encuentra en Lucas 24:13–32. Según esta historia, Jesús resucitado se reunió con sus dos discípulos desalentados, Cleofás y su compañero, en el camino a Emaús, y trató de explicarles el significado de su sufrimiento y resurrección. Lo notable en esta historia es que Jesús puso de manifiesto el sentido de su muerte y resurrección a través del proceso de interpretación. El versículo 27 dice: “empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, [Jesús] les interpretaba en todas las Escrituras las cosas relativas a sí mismo” (VR; cursiva suministrada). Luego, en el v. 32, los discípulos se preguntan: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino, mientras nos abría las Escrituras?” (VR; cursiva suministrada). Un incidente similar se encuentra en Hechos 8:26–39, en el que Dios se reveló a un etíope eunuco, cuando Felipe trataba de explicarle el significado de Isa. 53:7 ss. (Hechos 8: 35).

La historia del cristianismo está repleta de pruebas de que Dios se revela a su pueblo cuando ellos interpretan la Escritura. Por ejemplo, los reformadores protestantes descubrieron la revelación de Dios a través de la exégesis, o la lectura, de la Escritura. Los pioneros adventistas también descubrieron gran parte de la revelación cuando los pequeños grupos de decepcionados ex Milleritas se reunían y trataban de entender la Escritura. De ninguna manera fueron sólo las visiones de Elena de White las que comunicaron la revelación de Dios a los primeros adventistas. Cuando ellos abrían la Biblia y trataban de excavar en sus ricos yacimientos de verdad, obtuvieron un claro sentido de la revelación de Dios y de su presencia.

Quizás la prueba más evidente de que Dios nos habla a través del proceso interpretativo es la preocupación e incluso la ansiedad expresada sobre los peligros de la interpretación individualista y subjetiva de la Escritura. La posición católica sobre la interpretación bíblica es quizá la que mejor expresa esa preocupación. Según el decreto del Concilio de Trento, la autoridad eclesial de la Iglesia Romana se reserva el derecho “a juzgar en relación con el verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras”.2 Esta resolución de Trento revela lo fácil que es para la gente escuchar la voz de Dios hablándoles cuando estudian las Escrituras, y cuán preocupada estaba la iglesia de que las nuevas revelaciones que salieran del proceso interpretativo pudieran estar en contradicción con sus enseñanzas.

A pesar de su posición de sola Scriptura., el protestantismo también ha caído víctima de la misma preocupación por la interpretación bíblica. La enorme cantidad de métodos e instrumentos, muchos de los cuales fueron elaborados por estudiosos protestantes para garantizar la exactitud de la interpretación de la Escritura, a menudo dejan en evidencia el deseo de controlar el proceso interpretativo. Los idiomas originales, la arqueología, la información histórica y cultural sobre los antecedentes de los libros bíblicos, el análisis de la situación socioeconómica de los lectores originales de las Escrituras, y los diversos métodos de análisis literario, son algunos de los instrumentos que se han utilizado para proteger contra la subjetividad y el individualismo. No hay duda de que estas herramientas han producido resultados impresionantes, como puede verse en la cantidad de libros, comentarios y artículos eruditos sobre la Biblia que fluyen de las imprentas. Pero a veces es casi como si los académicos tuvieran miedo de que la gente pueda oír la voz de Dios hablándoles desde las páginas de la Biblia mientras la están leyendo.

El aspecto más lamentable de esta preocupación moderna por la metodología es que ha dado la impresión de que la interpretación de la Biblia pertenece a un dominio especializado de expertos. La mayoría de las personas no tienen el tiempo o la habilidad para dominar el idioma original, o para mantenerse al día con la avalancha de literatura que fluye de las máquinas de imprenta cada año. Estoy convencido de que, a pesar de todos los peligros, la Biblia es segura en manos de gente común, a la que la faltan estos recursos. A lo largo de la historia, Dios ha tenido el placer de revelarse a sí mismo a innumerables personas, a menudo con poca educación teológica, mientras aplicaban su mente a la interpretación de la Biblia. Los intérpretes bíblicos del pasado no tenían las herramientas modernas de interpretación. Sin embargo, eso no impidió la comunicación de Dios con las personas que estudiaban las Escrituras con oración para entender y seguir la voluntad divina.

Una protección que todos los intérpretes de la Biblia—tanto modernos como antiguos—han utilizado para asegurar la exactitud de su interpretación, es la colaboración y el diálogo con la comunidad de los creyentes. Pablo explica cómo funciona la comunidad en la interpretación bíblica cuando escribe: “Que dos o tres profetas hablen, y dejen que los demás juzguen” (1 Cor. 14:29). Los fieles de la iglesia primitiva recibieron diversos tipos de revelación de parte de Dios (compárese con 1 Cor. 14:26) cuando los intérpretes de la Escritura (que se describen como “profetas” en el v. 29) participaban en un proceso de interpretación que les permitía impugnar o afirmar mutuamente su lectura de la Escritura. La voz de Dios se escuchaba en la congregación cuando oían y participaban animadamente en tales intercambios. La iglesia primitiva creía que la Escritura es su propio intérprete y que puede corregirse a sí misma. La historia ha demostrado una y otra vez la verdad de esta afirmación. La Iglesia nunca ha dejado de oír a Dios hablando en su seno cuando interpreta las Escrituras en oración, con honestidad, con vigor, y abiertamente.

Notas y referencias

1. Por ejemplo, la lección de esta semana de estudio no tiene una sección sobre la interpretación de las Escrituras.

2. Heinrich Denzinger, El Origen del dogma católico, trad. Roy J. Deferrari (St. Louis, Mossouri: Herder, 1957), sección 786; citado en G.C. Berkouwer, La Sagrada Escritura, trad. y ed. Jack B. Rogers (Grand Rapids, Mich: Eerdmans, 1975), 115.

P. Richard Choi es profesor asociado de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día, de Andrews University, en Berrien Springs, Míchigan.

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