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La integridad del don profético

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

La tendencia de esta guía de estudio, como en todo el trimestre, es más la defensa de los escritos de Elena de White que ayudarnos a comprender la naturaleza de la profecía bíblica. Cualquier acusación formulada contra su integridad se justifica señalando problemas similares en el ministerio de los profetas del Antiguo Testamento. Elena de White dijo algunas cosas muy impopulares, pero lo mismo hizo el profeta Miqueas (1 Reyes 22:10–18). ¿Ella usó asistentes literarios? También lo hizo el profeta Jeremías (Jer. 43:2-4). Los escritos teológicos de Elena de White mejoraban en visión y madurez en comparación con sus primeros trabajos, pero los profetas bíblicos también avanzaban en su comprensión teológica (Daniel 9:2; Gal. 2:11–16, 1 Pet.1: 10).1 Ella a veces cometió errores en sus escritos (por ejemplo, su creencia en la “puerta cerrada”) y tuvo que corregir sus declaraciones falsas, pero también lo hizo Natán, el profeta (2 Sam. 7:1–7, 1 Cron. 22:8).2

Esta es una peligrosa estrategia de defensa porque, en un esfuerzo para proteger a Elena de White, la guía de estudio sólo podría tener éxito en socavar la confianza en las Escrituras.3 Algunos podrían concluir que, si la Biblia y los escritos de Elena de White manifiestan ciertos elementos similares que están en conflicto con su punto de vista de la inspiración, entonces, lógicamente, deberían despedir a ambos. Está claro que puede ser un caso de “unidos están, unidos se caen”. La forma del argumento podría terminar estimulando un lamentable escepticismo.

El hecho de que Elena de White dejó un legado escrito la distingue de profetas tales como Hulda o Natán. Una fuente escrita paralela a la Biblia presenta una serie de dificultades muy reales. Elena de White legó a sus herederos espirituales unos veinticinco millones de palabras, y así ellos heredaron un problema monumental. ¿Cómo podemos preservar el carácter único de las Escrituras, y al mismo tiempo reconocer que los escritos de la Sra. White son proféticos? ¿Son sus escritos complementarios o adicionales a la Biblia? Cualquiera de las opciones tiene problemas. Cómo combinar las dos fuentes sin comprometer una o la otra ha sido, y sigue siendo, una tarea difícil para el Adventismo.

Si la “luz menor” es la que ilumina o interpreta a la luz mayor, entonces, de hecho, toma el control. Aun cuando la analogía cambie de la luz de a telescopio, o a un instrumento de prueba, o a mapas, el elemento menor termina dictando o dominando al mayor.4 La cola mueve, realmente, al perro. Creo que es muy importante, por lo tanto, distinguir los libros de Elena de White de la Biblia. El movimiento por la igualdad de género me enseñó muchas cosas; una de las cuales fue el uso inclusivo o exclusivo de la lengua. Si hablamos de Elena de White como profetisa inspirada, resulta difícil no hacer lo que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hace con el Libro de Mormón, es decir, poner los escritos de Elena de White y la Escritura en un plano de igualdad como fuentes “para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16).5 Nuestra costumbre es hablar de una luz mayor y una luz menor. Pero para mantener el papel único de la Escritura, debemos continuar con esta diferenciación en todos los términos que utilizamos para describir los escritos de Elena de White.6

Sagrada Escritura Escritos de Elena de White
Luz mayor Luz menor
Inspirada Ecritos en el Espíritu
Canónica No canónicos
Universal Limitados
Única regla de fe y práctica Guía personal
Fuente autoritativa Fuente secundaria

En cada punto de los escritos originales de nuestra lectura de la Escritura hay una clara contribución humana. Cuando leemos la Biblia, oramos para que el Espíritu que nos guíe, pero el proceso de comprensión del texto es manifiestamente una actividad humana también. Sea cual sea la versión que utilizamos, la tarea de traducir no es el resultado del Espíritu solo. Los lectores de griego o hebreo no escapan a la humana labor de los lexicógrafos, por no hablar de su propia humanidad. Los escribas fueron cuidadosos y su mano de obra, calificada, y, sin duda fueron guiados por el Espíritu, pero la suya fue un actividad humana. Los especialistas en análisis textual son expertos en su trabajo, pero sus métodos siguen siendo muy humanos en naturaleza. La colección de libros aceptados (o canónicos) de la Biblia ha sido dirigida por el Espíritu, pero aún así involucró cuidadosas decisiones humanas.

La Biblia que se lee hoy en día, llegó a nosotros no sólo a través de la superintendencia del poder de Dios, sino también a través de los frágiles límites de las capacidades y opciones humanas. La Biblia que leemos no está, sin duda, exenta de errores, pero eso no impide a ninguno de nosotros encontrar en ella un adecuado conocimiento de Dios y de Aquel a quien el Padre envió. Las Escrituras que tenemos de ninguna manera se alteran si postulamos un texto original infalible (los llamados autógrafos), tampoco cambia la situación con la aceptación de errores en el texto original. Si un texto infalible hubiese sido importante para nuestra salvación, Dios habría necesitado controlar totalmente el proceso, no sólo desde el principio sino también hasta el final. Pero, al parecer, su control es relativo desde el principio hasta el final. Tal vez deberíamos ver un ejemplo clásico de un error Bíblico.

En Mateo 23:35, el escritor atribuye el mal al padre, el sacerdote Zacarías. Es evidente la manera en que se produjo el error. El profeta Zacarías fue el padre de Berequías (Zacarías 1:1). La descripción que hace Jesús de la muerte de Zacarías no deja ninguna duda de que se refiere al sacerdote (2 Cron. 24:20–21). Se trata simplemente de un caso de aplicación de la memoria, en que se aplica el nombre del padre del profeta al sacerdote, ya que ambos tenían el mismo nombre. El nombre del sacerdote Zacarías era, de hecho, Joyadá (2 Cron. 24:20). En un intento de rescatar a Mateo, uno podría plantear la hipótesis de que el nombre del abuelo del sacerdote era Berequías.7 Sin embargo, si se permite este tipo de especulación como argumento legítimo, entonces, por supuesto, cualquier documento podría demostrarse que es infalible, incluyendo el periódico de hoy.

Yo, por lo tanto, acepto lo que dice la Guía de Estudio esta semana, que ni la Biblia ni Elena de White eran infalibles o sin error. “Elena de White no era infalible, y ella nunca alegó infalibilidad. Ella creció, cambió su opinión sobre ciertas cuestiones, y estuvo constantemente más abierta a la luz” (sección del día jueves). Sin embargo, la Guía de Estudio, a continuación, añade esta declaración, que no se puede aceptar sin ningún cuestionamiento: “Pero como ha demostrado la historia, si el profeta se ha equivocado, Dios intervendrá [¡a veces!] para corregir el error” (sección del día jueves). Si este fuera el constante modus operando de Dios, no tendríamos errores en la Biblia ni en los escritos de Elena de White.

Me convertí en cristiano a mediados de mis años veinte porque fui fascinado y desafiado por la persona de Cristo. Las preguntas sobre la naturaleza de los documentos cristianos que predijeron o narraron la historia de Jesús vinieron más tarde. Jesús preguntó una vez a sus discípulos, “¿Quiere irse?”, a lo que Pedro respondió: “Señor, ¿a quien podemos ir?” (Juan 6:67–68). Ahí es donde nosotros, también, concluimos: ¿hacia dónde vamos para obtener la historia de Jesús? Las Escrituras, con independencia de sus deficiencias, son las mejores fuentes y las más adecuadas para el conocimiento de Jesús. No es Tácito la fuente más adecuada, ni Josefo, ni el Evangelio de Tomás, ni siquiera El Deseado de todas las Gentes.8 Puede ser que las Escrituras no dicen todo lo que nos gustaría saber, pero nos dicen todo lo que necesitamos saber.

Es lamentable que otros cristianos a menudo piensan que tenemos una especie de Biblia alternativa. Es vital que nuestras palabras y acciones borren este malentendido de nuestros hermanos cristianos. Al final de cuentas, las Escrituras son, simplemente, “las que dan testimonio de mí [Jesús]” (Juan 5:39 NRSV). Los adventistas no deben codiciar ser conocidos como “el Pueblo del Libro”, sino más bien como “el Pueblo de la Persona de la que habla el libro”.

Notas y referencias

1. Presumiblemente, el texto de Gálatas se cita para demostrar el error de Pedro que no veía la importancia de que cristianos judíos y gentiles comieran juntos.

2. Para un digno intento de hacer frente a muchos de estos errores o correcciones en los escritos de Elena de White, ver F. D. Nichol, Ellen White y sus críticos (Washington, D.C.: Review and Herald, 1951).

3. No digo que es un método erróneo, sino simplemente que es un arma de doble filo.

4. Véase Herbert E. Douglass, La Mensajera del Señor: El ministerio profético de Ellen G. White (Nampa, Idaho: Pacific Press, 1998), 408–9.

5. Los Santos de los Últimos Días apelan a Ezequiel 37:19, donde el profeta habla de dos varas que se tornan una en la mano. Esto se refiere, en su opinión, a la unión de la Biblia y el Libro de Mormón. En su contexto, Ezequiel está hablando de la unión de Judá y las tribus del Norte después del exilio.

6. Usted puede cambiar mi elección de los términos. El punto es que el lenguaje utilizado constantemente debe diferenciar los escritos de Elena de White de la Biblia.

7. Se trata de una táctica popular entre algunos cristianos conservadores.

8. El Deseado de todas las gentes no nos proporciona una fuente histórica independiente sobre la vida de Cristo. Pertenece al género del siglo XIX conocido como “La vida de Jesús”, si bien es uno de los mejores ejemplos de este formato.

Norman H. Young es Miembro Honorario Investigador en Avondale College, Cooranbong, Australia.

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