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Y, ¿si el Génesis fuera feminista?

Pandora, y la mitología griega

En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, hecha por orden de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. Zeus se enfureció y ordenó la creación de una mujer que fue colmada de virtudes por los dioses. Hefesto la moldeó de arcilla y le dio forma; Atenea le dio su ceñidor y la engalanó. Las Gracias y la Persuasión le dieron collares, las Horas le pusieron una corona de flores y Hermes puso en su pecho mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble.
Zeus además le dio un ánfora a Prometeo diciéndole que contenía innumerables tesoros. Prometeo que no se fiaba de Zeus le dio a su hermano Epimeteo el ánfora para que la guardara cerrada y le mandó que no la abriera. Además Prometeo advirtió a su hermano que no aceptara ningún regalo de los dioses, pero Epimeteo, haciendo caso omiso del consejo de Prometeo, cuando vio a Pandora, se enamoró y luego la tomó como esposa.
Pandora que era muy curiosa, mientras Epimeteo dormía, abrió la ánfora, de dentro de ella salieron todos los males que corren hoy por la tierra: la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen, etcétera. Pandora, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, cerró el ánfora justo antes de que la Esperanza también saliera. Y corrió hacia los hombres a decirles que no estaba todo perdido que aún les quedaba la esperanza. Por dicha razón se dice que la esperanza es lo último que se pierde.
Según Robert Graves (1895-1985), el erudito y literato inglés, estaríamos ante la versión griega de la Eva bíblica, puesto que Pandora también es considerada como la primera mujer.
Eva, y el relato del Génesis

Los antiguos imponen a la mujer la culpa de todos los males de la humanidad, los helenos ven a Pandora como la que abre el ánfora, los cristianos es Eva la que alarga la mano para tomar la “manzana”. A fuer de sinceros pareciera que los cristianos leen el relato del Génesis bajo la misma óptica con la que leen el mito de Pandora.
Los mitos griegos han conformado todo un modo de pensar que ha influido en todos los ámbitos de la tradición judeocristiana, hasta tal punto que han deformado las lecturas del texto bíblico.
El capítulo 2 de Génesis narra el segundo relato de la creación, en el se explican los primeros actos del hombre en esta Tierra. El hombre, Adán, parece estar satisfecho con su hogar, el Edén, tiene una ocupación extraordinaria, poner «nombre a toda bestia, a toda ave de los cielos y a todo ganado del campo…» (Génesis 2: 20). Adán daba nombre a los seres vivos, esta acción para un semita lleva toda una carga de sentido, dar nombre significa que los conoce, los ama… en definitiva, goza de una vida en plenitud. Sin embargo, a pesar de que Adán parece gozar de todo lo que fuera deseable y necesario, el Eterno piensa que «no es bueno que el hombre esté solo…» (Génesis 2: 18).
La mujer no aparece en el segundo relato de la Creación por deseo o petición del hombre, sino porque Dios considera su presencia imprescindible para el hombre, la presencia de la mujer es una iniciativa de Dios y solo responde a su eterno designio soberano. Dios sabe que el hombre está solo, es decir, en el huerto del Edén hay seres vivos (plantas, animales) que son capaces de sentir de relacionarse, y además está el mismo Dios… Pero nadie puede compartir la vida de Adán como su igual, es en este sentido que Adán está solo. Dios sabe que a medio o largo plazo esa situación vendrá a producir frustración y desencanto en Adán, el plan de la creación no podía alcanzar la plenitud, no estaba completo.
Dios ve a Adán frente a un vacío, desvalido… La mujer, Eva, es por esencia y naturaleza quien va a rescatar a Adán de esa situación a la que se vería abocado sin remedio. Es así que viene a ser «ayuda idónea», un ser fuerte, Eva, que ayudará al que está solo, Adán, al que por sí mismo no puede completar el plan de la creación.
Un poco más adelante el relato genesiaco dirá: «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Génesis 2: 24). ¡Qué afirmación tan extraña para un texto escrito por un semita! Rebeca debe abandonar Arán para ser desposada con Isaac. Lea y Raquel al casarse pasan a ser del clan de Jacob, y dejan de pertenecer al clan de Labán, su padre. En el mundo del Próximo Oriente Antiguo es siempre la mujer que deja «a su padre y a su madre».
Si se acepta que la culminación de la creación es el ser que fue creado en último lugar, el ser humano (Génesis 1), siguiendo este razonamiento y teniendo en cuenta la lectura del segundo relato de la creación (Génesis 2), el último ser que fue creado es la mujer, Eva, por lo tanto ella sería el clímax de los actos creadores del Eterno.
La creación de la mujer utilizando una parte del cuerpo del hombre, pone de relieve la íntima unión de ambos desde su misma creación. La alegría del hombre al verse ante una igual a él, queda recogida en el versículo 23: «…¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!» (El hebreo juega con la palabra ´îš, “hombre”, “varón”, y su femenino ´iššâ, “mujer”, “varona”).
Adán cae en un sueño profundo, no se le permite ver, asistir, a la creación de la mujer, pero intuyó que había salido de él, que era igual a él. Adán fue “modelado” (yäcar) por Dios, fruto del trabajo de un artesano, un alfarero que modela un vaso o una jarra; en cambio Eva fue “construida” (Bänâ), también por Dios, pero como el diseño y ejecución de un arquitecto que construye un templo.
Así fue en el Edén, pero el orden establecido por la divinidad se subvierte a raíz de que el pecado entra en este mundo, y la que era la culminación de la creación, pasa a ser subyugada; la que era la igual de Adán, es puesta en situación de inferioridad… De forma que se trastorna, se hecha a perder, todo el plan de la creación.
Satanás en el huerto no empieza por tentar al más débil de la pareja humana, Eva, antes al contrario, lanza su ataque contra la «ayuda idónea», a aquella que debía ser la fortaleza de Adán.
A modo de conclusión

Es cierto que la humanidad caída ha relegado a la mujer, así nos lo cuenta el mito de Pandora. Tan es así que el plan de la creación el ser humano lo ha corrompido de tal forma que incluso aquellos que deseamos servir al verdadero Dios, impedimos que las mujeres sirvan con todos sus dones a la iglesia de Cristo. ¿Por qué las mujeres en nuestras iglesias no son las iguales de los hombres? Es que, acaso el apóstol Pablo no dejó escrito: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; –y a continuación afirma:– no hay hombre ni mujer…»? El texto citado de la epístola a los Gálatas 3: 18, tiene sus paralelos en Romanos, donde el apóstol afirma «…no hay diferencia entre judío y griego…» (10: 12), aquí se ve claramente que este enfático «no hay» se refiere a las diferencias de trato que Dios dispensa a todos los seres humanos –«…pues el mismo que es Señor de todos,… ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo» (10: 12-13)–, y el otro paralelo lo leemos en Colosenses, que supone la declaración más radical a favor de la igualdad de todos los seres humanos ante Dios: «…donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni extranjero, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos».
Si Dios quiere la salvación de todos los seres humanos, por tanto se incluye a las mujeres. ¡Cómo algunos hombres, y también algunas mujeres, se atreven a llamar “profano” o “impuro” el imponer las manos para el ministerio pastoral a las mujeres a las que el Espíritu Santo ha concedido dicho carisma! Aquellas a las que Dios “ha hecho limpias” ningún hombre puede atreverse a llamarlas impuras, a menos que quiera arriesgarse a «estorbar a Dios» (ver Hechos 11: 5-17, Pedro en Jope recibe la visión, bautismo de Cornelio en Cesarea).
«Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así» (Mateo 19: 8). Y los que viven en la esperanza de un mundo nuevo… un nuevo Edén, no pueden por menos que empezar por la fe a vivirlo ya. Desde ahora ya no es posible “repudiar” a las mujeres a las que el Espíritu Santo a concedido el don de ser pastoras de la iglesia, porque sino estaremos repudiando los dones que el Hijo de Dios ha concedido a su esposa, la iglesia, los dones que han sido dados para edificar el cuerpo de Cristo.
Fuentes:
TELLERÍA, J. M. «La aparición de la mujer». Aula7, diciembre 1991, págs. 7-12.
FERNÁNDEZ, M. Sexualidad: una perspectiva cristiana. Barcelona: Aula7activa (próxima edición).
VON RAD, G. Teología del Antiguo Testamento. 8ª ed. Salamanca: Sígueme, 2000.

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