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Escuela sabática: Libertad para seguirlo ahora

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, expulsad demonios. De gracia recibisteis, dad de gracia. (Mateo 10:8)

En algún momento en la vida tenemos que hacer frente a la mortalidad. A menudo uno puede preguntar: “¿He sido todo lo que debería y podría haber sido? ¿He hecho todo lo que pude haber hecho y debería haber hecho?” A menudo, se puede encontrar que la respuesta a estas preguntas es incómoda. Sin embargo, cuando considero la proclamación de Mateo en medio de mi crisis existencial, experimento una cierta quietud y una cierta paz. El mensaje de Mateo presenta la garantía del “ahora”. ¿Quién soy yo ahora? Esa es la pregunta crucial. Nos hemos pasado las últimas once semanas viendo los muchos aspectos del discipulado retratado en los Evangelios. Llegó el momento de responder a la pregunta crucial: ¿Estoy respondiendo al llamado ahora?

En el Evangelio de Mateo hay urgencia, pero no es urgencia sobre el pasado, ni siquiera sobre el futuro. Se trata de una urgencia de la actualidad. En su genealogía, Mateo recapitula la historia de Israel como una historia de fracaso; declara que la historia de Israel llega triunfalmente a su clímax en la presencia de Jesús, el Cristo. Esto es claro en su resumen de la genealogía de Jesús: “Por lo tanto hubo catorce generaciones desde Abraham hasta David, catorce desde David hasta la deportación a Babilonia, y catorce desde la deportación hasta Cristo” (1:17). Gracias a Jesús, el fracaso histórico de Israel es ahora cancelado mediante el triunfo del Israel espiritual. Jesús es el nuevo Israel que, como indica la genealogía de Mateo, incluye no sólo a judíos sino también a gentiles.1

Mateo cita con frecuencia pasajes de las Escrituras hebreas para probar que Jesús es, de hecho, el cumplimiento de la historia de Israel. Sin embargo, el Evangelio de Mateo revela la amargura y la angustia provocada por el rechazo que el Israel histórico hizo del evangelio y su llamado al discipulado. Los siete “ayes” del capítulo 23 son un reproche conmovedor y apasionado que termina en un ruego aparentemente sin esperanza: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como una gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste” (Mat. 23: 37).

El Evangelio de Mateo es un llamado al discipulado. Prepara a sus lectores para ese llamado, representando a Jesús como el maestro de Israel que tiene autoridad, y que, al igual que Moisés, sube a la montaña para enseñar la Ley (Mat. 5–7). Es en este Sermón de la Montaña que Mateo traza el patrón del verdadero discipulado. No se trata tanto de hacer o no hacer, ya que se trata de una profunda conciencia espiritual en la que uno no quiere simplemente mostrar hechos de justicia, sino ser justo: “Sed, por tanto, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (5: 48).

En el contexto del Sermón, esto significa amar al enemigo, perdonar tal como uno es perdonado, y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. Esta condición profundamente espiritual se muestra a sí misma en los actos de justicia. Así, después de registrar el Sermón, Mateo narra varios milagros de curación, antes de escribir sobre el llamamiento de los discípulos en el capítulo 10. En medio del llamado, Jesús dice: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, expulsad demonios. De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8).

De esta manera, el discipulado no es una obsesión narcisista con la identidad y los logros (o falta de ellos), sino de la absoluta libertad a la que Dios nos llama a entrar: “libremente lo recibisteis, dadlo gratis”. Todo lo que Dios nos da, lo devolvemos al proceso de la acción salvadora de Dios en el mundo.

El Evangelio de Mateo es escatológico: “Y yendo, predicad diciendo: El reino de los cielos se ha acercado” (10:7). Esta es la razón de la urgencia en Mateo. Es interesante observar que en medio del discurso escatológico, en los capítulos 24 y 25, Mateo se preocupa de subrayar que nadie—ni siquiera el mismo Jesús—sabe el día ni la hora cuando Jesús regresará (24:36, ss.). Aquí Mateo quiere que la preocupación con respecto al tiempo se desvíe hacia la condición espiritual de los que han sido llamados a seguir a Jesús. Sigue señalando esto mediante la parábola de las diez vírgenes (25:1–13). Esta parábola enseña que estar preparado se refiere a la urgencia de la actualidad. ¿Cuál es mi responsabilidad hacia los demás, ahora? Esta es la pregunta clave en el discurso escatológico de Mateo (25:31–46).

En medio de la toma de conciencia del fracaso del pasado y de la anticipación del futuro, vivimos ahora, en el presente. La conciencia histórica nos sitúa en la presencia del reino que ahora estamos creando, incluso fuera de nuestra propia crisis existencial.

Así que, aunque uno pueda no haber logrado ser lo que debería haber sido, el presente es el lugar donde uno se encuentra. El presente es el lugar donde recibimos el llamado a seguir a Jesús. La apasionada exclamación del Señor, “¡Jerusalén, Jerusalén!…”, no tiene por qué ser sin esperanza. No tiene por qué perderse para los que tomarán su cruz y seguirán a Jesús. Responder al llamado no significa hacer algo con respecto al pasado, ni es prepararse para el futuro. Es tener conciencia de que Dios me bendice, no por lo que soy, ni por lo que hago, sino porque Él es absolutamente libre y me invita a la fraternidad de la libertad.

En mi opinión, la lucha fundamental del discipulado es la lucha por experimentar esta libertad, que me alivia de la carga de mi identidad histórica y me lleva a la presencia de Dios. Allí encuentro paz en la seguridad de que la voluntad de Dios se cumple, incluso a través de mí. De gracia he recibido, doy de gracia.

Notas y referencias

1. Para Mateo, el viaje a Egipto para huir de la masacre de Herodes y el consiguiente regreso, es un cumplimiento de la experiencia más importante de la historia de Israel —el Éxodo. Así, cita a Oseas 11:1: “De Egipto llamé a mi hijo” (Mat. 2:15). Aquí Mateo muestra que Jesús es el hijo de Dios de la misma manera que Israel es el hijo de Dios.

J. Olive Hemmings es profesora en el Departamento de Religión de Columbia Union College, en Takoma Park, Maryland.

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