Skip to content

Escuela sabática: Reflexionando sobre el discipulado

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

El discipulado caracteriza a un elemento dentro de una relación; normalmente, establece la dependencia intelectual de un estudiante con respecto a su maestro. El objetivo principal del discípulo es aprender. El maestro puede enseñar mediante la transmisión de información, o bien, ofreciendo sabiduría. En otras palabras, lo que se transmite del uno al otro puede ser información—hechos, fórmulas, y cosas semejantes—o hábitos intelectuales que hacen posible discriminar o distinguir, evaluar y emitir juicios. Al impartir sabiduría, el maestro sirve como ejemplo en el uso del conocimiento, en vez de ser un mero depósito de conocimientos.

Desde luego, no siempre los estudiantes de un profesor llegan a ser sus discípulos o discípulas. Para que los estudiantes lo sean, él o ella deben encontrar una clase especial de autoridad en el profesor. Éste puede transmitir información útil o bien irrelevante, y los estudiantes pueden discernir la diferencia de acuerdo con sus propias preferencias y necesidades. Pero el hecho que sus mentes sean llenadas con lo que consideran útil y valioso, no los hace discípulos de su profesor.

Los profesores pueden evaluar a sus buenos estudiantes, considerando su inteligencia innata, sus hábitos de estudio, y sus rasgos de personalidad. Pueden guiar su aprendizaje en forma individual y auspiciar su progreso en sociedad. Pero esto no garantiza que tengan discípulos.

El discipulado es algo sui generis. Es el resultado de un efecto particular en la vida de una persona que ha sido confrontada con una demostración viva de sabiduría. Cuando uno lee, se pueden encontrar esparcidas valiosas gemas de sabiduría que uno podría querer guardar o recordar, reconociendo así la autoridad de sus autores. Los discípulos, por el contrario, no reconocen la sabiduría en puntos de vista esparcidos aquí y allá, sino en la vida completa y en el pensamiento de una persona. Ven en esa persona un paradigma de sabiduría. Si se tiene mucha fortuna, el encuentro con una vida de sabiduría puede ser una experiencia personal, una vivencia. También se es afortunado al hallar la sabiduría viviente en los libros.

Cuando uno se encuentra con una personificación de la sabiduría, naturalmente querrá permanecer cerca y obtener tanta sabiduría como sea posible. Me parece que es así como el autor del Evangelio de Marcos se refiere, bastante a menudo, a los discípulos de Jesús, como “los que lo siguieron”. Por supuesto, no se considera en nuestra cultura que ser seguidor sea una virtud. Se espera que seamos líderes, que seamos héroes.

Los autores del Evangelio de Marcos y de la Epístola a los Hebreos presentan a Jesús como el pionero, el que va adelante, el líder. Los profesores y líderes destacados, sin embargo, provocan en nuestra mente imágenes discretas. Los líderes atraen la atención hacia sí mismos. Pero los maestros destacados muestran el camino de sabiduría. Si sirven como modelos de sabiduría personificada, no es porque hicieron un despliegue de ella sino porque otros determinaron que hablaban con autoridad.

El discipulado cristiano ha sido comprendido como uno de los términos en una relación, cuya contraparte no es principalmente la del líder, o la de la personificación de la sabiduría, sino la del señor. Ese es el caso en el mismo Evangelio de Marcos, cuyo autor usa el viaje desde Galilea a Jerusalén con el propósito de establecer las implicaciones que el mesianismo de Jesús tenía sobre la vida de los discípulos. Esto quiere decir que la comprensión cristiana del discipulado depende de la definición que demos al término “señorío”

Dicho de otra forma, ha habido, y todavía hay, varias definiciones de “discipulado cristiano”, y ello se debe a que los cristianos han comprendido de muchas maneras diferentes la naturaleza del señorío de Cristo, y esas diferencias siguen existiendo. Aquí sólo quiero llamar la atención hacia las dos maneras más comunes. En realidad, la historia de la Teología Cristiana podría escribirse en términos de las circunstancias en que una o la otra predominó.

En la actualidad, el señorío de Cristo es comprendido en términos de su victoria al momento de resucitar. Él es el hijo de Dios entronizado, que ha logrado nuestra salvación. Podemos regocijarnos y estar contentos con su victoria sobre el mal. Nuestra salvación está asegurada; por lo tanto nuestro discipulado debe estar caracterizado por la celebración. Si usted es un discípulo, significa que será saludable, adinerado, y exitoso en toda manera posible. Usted puede regodearse en la certeza del amor de Dios. En los servicios de adoración, cantamos coritos zonzos que exaltan nuestra autoestima, se refieren a nuestra providencial buena fortuna, y expresan nuestro deseo de alabar a nuestro Salvador.

En otras oportunidades, en un pasado no muy distante, el señorío de Cristo fue entendido entre nosotros en términos de su corona de espinas, su disposición a cargar la cruz hasta el Gólgota, su voluntad para despojarse a sí mismo hasta lo sumo a fin de hacerse humano y morir. Nuestra redención ha sido muy costosa; por lo tanto, nuestro discipulado debe ser caracterizado por los sacrificios. Ser discípulos significa tomar nuestras cruces y seguir al Señor, estar dispuestos a sufrir discriminaciones sociales y culturales, negarnos a nosotros mismos y estar en guardia permanentemente para no caer en los placeres mundanos. Debo ser constante en mi lucha para asegurar mi salvación. En los servicios de adoración, cantamos himnos lastimeros con estrofas clásicas que confirman nuestra negación de nosotros mismos y nuestra disposición a morir.

Las fuentes de nuestros peregrinajes cristológicos están fácilmente a nuestro alcance. No es difícil ver que, en el Evangelio de Marcos, la vida de Jesús es un vía crucis desde el mismo comienzo. La versión original de este Evangelio terminaba en 16:8, sin una narrativa de la resurrección. Me inclino a pensar que esta omisión fue exigida por la expectativa del autor de que la destrucción de Jerusalén, en el año 70 E.C., fuera el comienzo de la Parusía, la aparición en las nubes del Hijo del Hombre apocalíptico para establecer el Reino de Dios. Para él, referirse a la resurrección habría sido contrario al clímax.

En contraste con eso, el autor del Evangelio de Lucas y de los Hechos de los Apóstoles infunde a sus escritos una sensación de gozo que lo llena todo; hay un clima de fiesta, y multitudes llegan a ser discípulos. Los autores de Mateo y de Juan, por su parte, tratan de lograr un equilibrio entre ambos extremos. Mateo enfatiza la necesidad de guardar los mandamientos, de ser perfectos, y le da a la resurrección un poder agregado al incluir la resurrección de los santos en el momento en que Jesús muere en la cruz. Juan caracteriza la crucifixión como la “glorificación” del Hijo. Su triunfo no está en la resurrección sino en su presencia en la tierra. De este modo, los Evangelios nos dan diferentes opciones para visualizar el señorío de Cristo.

Me parece que la manera ideal de entender el señorío de Cristo es tratar de equilibrar la cruz con la resurrección, sin permitir que ninguna de las dos capture nuestra atención por sí sola. En verdad se trata de un ideal bastante difícil de alcanzar. Si tenemos éxito en mantener a ambos en equilibrio, sin embargo, estaremos en mejores condiciones para definir nuestro discipulado en términos del señorío de Cristo. Entonces tendremos que ser cuidadosos en mantener en equilibrio nuestra necesidad de sacrificio y obediencia con nuestras afirmaciones de salvación y valía. Aquí está el genio de ser discípulos cristianos.

Para su consideración:

Imagine diferentes maneras de entender el señorío de Cristo y cómo ellas influirían en la forma en que los seguidores comprenderían su discipulado.

Herold Weiss es profesor emérito de Estudios Religiosos del Colegio St. Mary’s, en Notre Dame, Indiana.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.