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Un enfoque sobre la vida saludable: ¿Integridad o fariseísmo?

Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957, dijo: “La integridad no tiene necesidad de reglas” [1]. Estas pocas palabras describen el sentimiento instintivo de honrar los valores propios sin necesidad de reglamentación que dirija nuestras acciones. La integridad en sí misma implica la plenitud, lo completo, un perfecto estado, la solidez, y la virtud incorrupta. Si se aplican las palabras de Camus y sus implicaciones sobre la integridad en lo que se refiere a la salud, surgen ideas inspiradoras. Por ejemplo, un estilo de vida saludable se vive simplemente, porque uno conoce instintivamente y disfruta tanto el proceso como las consecuencias de los diversos sistemas corporales que trabajan en sincronía o en un entorno libre de pecado, en integridad, plenitud, perfección y virtud.

¿Qué es integridad?

El diccionario Webster define la integridad como la “firme adhesión a un código de valores especialmente morales o artísticos” [2]. Dentro de la cultura adventista del Séptimo Día, en lo que respecta a alcanzar el bienestar y mantenerlo, la idea de un “código” se ajusta bastante bien. La comprensión de la IASD sobre este código incluye no comer carne inmunda, la abstinencia de alcohol, no consumo de tabaco, el sexo dentro del matrimonio, beber mucha agua, sol, ejercicio, ausencia de gula, sueño suficiente, y, para resumir, honrar a nuestro Creador con cuerpos sanos. Cuando uno sigue todos estos componentes, pueden ocurrir varias respuestas. A los efectos de este ensayo me centraré en dos de esas respuestas: la integridad y el fariseísmo.

¿Qué es el fariseísmo?

El fariseísmo, o la “justicia propia”, es definido por Webster como un convencimiento de la propia rectitud, sobre todo en contraste con las creencias y acciones de los demás; es ser un moralista estrecho de mente [3]. Ha habido unos pocos preciosos adventistas del séptimo día con los que he tenido contacto, que demuestran un estilo de vida saludable pero sin las características de justicia propia farisaica. En las raras ocasiones en que he encontrado tales adventistas, mi motivación para mejorar mi estilo de vida ha aumentado considerablemente y no me he sentido forzada a hacer cambios de estilo de vida. Tristemente, sin embargo, la mayoría de nosotros hemos padecido un enfoque farisaico de la evangelización de salud por parte de personas bien intencionadas. Esto es fácilmente identificable y en verdad no promueve la integridad en las metas de salud de uno. Con disculpas a la influyente escritora cristiana Madeleine L’Engle, una paráfrasis antagonista de su trabajo muestra los resultados de un enfoque farisaico.

Empujamos a la gente lejos de Cristo cuando desacreditamos en voz alta lo que creen, al decirles lo equivocados que están y lo bien que estamos nosotros, y al mostrarles una tristeza tan poco atractiva que querrán de todo corazón no tener nada que ver con ella.

Este es una declaración exagerada muy fuerte y negativa, que sirve para elaborar el punto de que con demasiada frecuencia los adventistas empujamos arrogantemente a otros a practicar estilos de vida saludables como nosotros.

¿Por qué los adventistas del Séptimo Día demostramos justicia propia con respecto a la salud? ¿Cómo hemos llegado a tener este enfoque al promover un estilo de vida saludable ante los demás? Tal vez este método tiene que ver con la manera en que la cultura adventista interpreta o trata de vivir la justicia por la fe. Después de todo, el “código entendido” dentro del adventismo es una lista de qué hacer y qué no hacer. Durante gran parte de mi vida he luchado con la semántica de uso frecuente para describir o explicar las acciones que debo hacer para vivir saludablemente. Concentrarse en hacer o no hacer proporciona un sentido interno de realización personal, en lugar de un sentido externo en cuanto a la manera en que una vida saludable nos concentra en Dios y en los demás, y no en nosotros mismos. El lenguaje típico que utilizamos al hablar o escribir acerca de la salud incluye muy poco sobre lo que la salud tiene que ver con que tengamos una relación significativa con Dios, más allá de que nuestro cuerpo es el templo de Dios. Debe haber una manera para que el tema del estilo de vida saludable sea tratado, en forma oral o escrita, de una manera relacional, no coercitiva, en lugar de una lista fría e impersonal de lo que hay que hacer o no hay que hacer.

El curso natural de esta idea obliga a una contemplación más profunda del tema, preguntándonos: ¿Cómo sería la integridad en la vida saludable, en el contexto de lo relacional? Algunas ideas que vienen a la mente son:

  1. pasar algún tiempo realizando actividades físicas con un amigo, para centrarse en la amistad y en lo que es importante para él / ella;
  2. esperar hasta que nos pidan que hablemos sobre una de las rutinas de un estilo de vida saludable;
  3. buscar la ayuda divina para integrar un estilo de vida saludable en la relación con Dios y con los demás, sin hacer referencia a una lista de “deberías” y “no deberías”;
  4. llevar una vida sana con el ejemplo pero sin “empujar” a otros a hacer lo mismo, y
  5. abstenerse de criticar a los demás en cuanto a la comida y los hábitos sedentarios, por el contrario, llamar su atención a otras áreas de interés para ellos.

La diferencia entre vivir de una manera humilde y sana, y vivir de una manera coercitiva, crítica, con una conducta farisaica de justicia propia, es sutil pero profunda. El individuo bien intencionado que hace brillar la luz sobre su propio hacer y no hacer, alarmando a los demás con las consecuencias de sus acciones, es ineficaz. La práctica tranquila de un modo de vida sólido y bien equilibrado dice mucho de su integridad a los que observaban desde la distancia.

Como enfermera educadora en diabetes en una institución médica adventista, me resisto a forzar a los pacientes a vivir según la interpretación adventista de vida ultra-sana, con el fin de controlar su diabetes, con la excepción de aquellos que lo buscan. Para algunos, ese camino es abrumador, si no inalcanzable. Pero todos los pasos dados para tener una forma de vida mejor, aunque sean pasos de bebé, tienen un impacto positivo hacia la mejoría, y demandan la alabanza y el reconocimiento por el arduo trabajo realizado.

El “síndrome del policía de la diabetes” está muy extendido entre los familiares de las personas con diabetes. Estos familiares bien intencionados tratan de controlar, acosar, juzgar, y meter miedo al que tiene diabetes cuando lo ven comiendo los alimentos equivocados, o no haciendo ejercicio. En esencia, la familia está poniéndose en una actitud farisaica o “santurrona” al suponer que tienen las respuestas para el cuidado de la diabetes. El educador para la diabetes tiene entonces la tarea de educar a la familia para que sea apoyo y estímulo. La persona que afronta la diabetes, es mucho más probable que cambie su comportamientos cuando está rodeada por una familia positiva y solidaria. Así se fomenta la integridad, y el paciente y su familia funcionan en un ambiente de esperanza y logros.

Para reconciliarme con Madeleine L’Engle, voy a concluir con una cita de ella. Esta autora infunde el deseo de interactuar con los demás de una manera compatible con la integridad.

“Llevamos a la gente a Cristo cuando no desacreditamos en voz alta lo que creen, diciéndoles lo equivocados que están y lo bien que estamos nosotros, sino mostrándoles una luz tan hermosa que deseen de todo corazón conocer la fuente de la misma.”[4]

Cuando los demás observan un estilo de vida saludable vivido sin ostentación, la influencia es tranquila, positiva y de gran alcance.

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NOTAS:

[1] http://thinkexist.com/quotations/integrity/2.html

[2] www.Merriam-Webster.com/diccionario.

[3] Ibid.

[4] Madeleine L’Engle, Caminando sobre las aguas: Reflexiones sobre la Fe y el Arte (Editorial Waterbrook, Colorado Springs, CO, 2001),140-141.

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